Ceferino Reato: “La única manera de dejar atrás la violencia política de los 70 es diciendo toda la verdad”

El periodista y escritor presentó su nuevo libro, “Masacre en el comedor”, sobre el atentado terrorista ocurrido el 2 de julio de 1976, en la Superintendencia de Seguridad Federal

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Una bomba. La sala Adolfo Bioy Casares del Pabellón Blanco fue escenario para presentar Masacre en el comedor, un libro testimonial y polémico que abrazó un tema inédito: el atentado que dejó 23 muertos y 110 heridos, el 2 de julio de 1976, en la Superintendencia de Seguridad Federal ubicada en la calle Moreno 1417 de la ciudad de Buenos Aires.

La expectativa, acerca de la nueva obra del periodista Ceferino Reato, era latente. Él, sin pelos en la lengua, dejó muchos títulos y tela para cortar, tanto en su disertación, como en la palabra de su invitado (el ex diputado Julio Bárbaro) y voces participantes en la flamante obra. La presentación comenzó primero con un texto -leído por la presentadora del evento- con las disculpas del periodista Gabriel Levinas, quien no pudo presentarse (por motivos laborales) como invitado.

Julio Bárbaro comenzó recordando la iniciática obra Operación Traviata, de Reato, y el impacto de la primera fractura de la guerrilla con el peronismo. “Los Montoneros ingresan cuando asesinan al ex presidente Pedro Eugenio Aramburu y son expulsados cuando asesinan a José Ignacio Rucci”, resume el ex funcionario. Según él, “esos tiempos de heroísmo suicida, de traer al presente un hecho terrorista -ocurrido 100 días después del golpe de Estado de 1976- ponía en el tapete la teoría de los dos demonios que, en su momento, discutía con –el filósofo e historiador- José Pablo Feinmann”, rememora sobre los ´70, según él, “sus tiempos”. Según Bárbaro, “la guerrilla tiene poco y nada que ver con el peronismo” y que, el hecho, que trató Reato en su nuevo libro, “parecería que no es consciente de sus consecuencias”. “En Argentina se mezcla el afecto con la ideología, por parte de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Además, sobrevive el mito del héroe trágico”, dice con respecto a la icónica figura del Che Guevara en el país.

Mientras varios asentaban con la cabeza las afirmaciones del ex diputado de 80 años, otros se agolpaban en la puerta de la sala y esperaban la palabra de Reato. Bárbaro seguía disparando: “Hubo una reivindicación de la guerrilla que sólo puede darse por la negación de su historia. Yo me hice cargo del velatorio de los muertos de Trelew. Y lo del comedor, fue una atrocidad”, recuerda acerca de la masacre de 16 jóvenes peronistas, ocurrida el 22 de agosto de 1972 en la ciudad patagónica.

Y recuerda cuando fue secuestrado por un comando parapolicial en 1981, en pleno centro porteño. “A mí me secuestraron y a Horacio Verbitsky, no. ¿Será porque yo era revolucionario y él no?”, manifestó ante varias risas cómplices, mientras recordó que la guerrilla fue “la historia de un dolor en serio”, y recordó (y cuestionó) la negativa por parte de Néstor Kirchner y la actual vicepresidenta de firmar, en su momento, un documento en relación a los Derechos Humanos. “La guerrilla fue una violencia que generó una contraviolencia que nos hirió y lastimó a todos. Agudizó un conflicto y causó todo el dolor que aún arrastramos”. Y cerró: “Los Derechos Humanos actuales son parte de un pedazo menor de la sociedad, que fue degradado”.

Luego llegó el momento de las palabras del autor de Masacre en el comedor, quien agradeció la presencia por los compromisos asumidos de cara al fin de semana. “Estoy contento con la vuelta de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y, reconozco, demoré mucho en hacer esta obra ya que no había investigación judicial alguna, o sea un expediente”, comenta Reato e indica la presencia de algunos familiares, de víctimas del atentado, entre los presentes.

La crudeza del relato de “cómo mueren policías”, y los “detalles truculentos”, en esta obra, fueron algunos de los ejes nodales que estructuró el libro. “¿Por qué no vamos a mostrar cómo murieron? ¿Porque eran policías? Hay que visibilizar estas cosas”, dice Reato mientras lo compara con la visión de los muertos de Bucha, en Ucrania. “Hay una reivindicación parcial de los años 70. Al olvidar un hecho como este, también los estamos perdonando. La única manera de dejar esa época atrás es diciendo toda la verdad, contándonos todas las costillas”, grafica el periodista.

Reato, quien trató de magnífico “por lo estúpido”, el crudo discurso de apertura de la FILBA, por parte del escritor Guillermo Saccomanno, justifica que traer los ´70 a la actualidad “beneficia a los vivos del presente”. “´Memoria, verdad y justicia´, es lo que todos repiten como loros, mientras que lo que tendrían que decir es ´historia, verdad y justicia´ ya que la historia es coral y la memoria, parcial”, expresa mientras dice que la organización de los Derechos Humanos kirchnerizada, hace sólo memoria.

Para Reato, el ala kirchnerista buscó negar este atentado y homenajearon al periodista Rodolfo Walsh y no tuvieron en cuenta su rol en el aparato de inteligencia de Montoneros. “Se le hicieron un montón de homenajes, acá hay placas y baldosas para todos, pero no vi ni una sola por los policías fallecidos durante ese ataque. Este fue el peor atentado terrorista, hasta la voladura de la AMIA”, sentenció sin vueltas entre la ovación de los presentes.

Luego de su presentación, le dio la palabra a tres familiares de las víctimas del atentado, sentadas entre el público general y que también brindaron su testimonio en el libro. La primera fue Claudia Paulik, hija del sargento Juan Paulik. Ella, con sólo 10 años, vivió la muerte de su padre y lo recuerda entre lágrimas. “Ya teníamos todo organizado en familia para irnos de vacaciones esa noche de julio. Mi padre fue a almorzar a la Superintendencia y estalló la bomba. El edificio se destruyó solo en la planta baja, cuando el plan original era derrumbarlo en su totalidad”, recuerda Paulik.

Levantó su mirada, hizo fuerza por contener las lágrimas y la memoria emotiva, de aquel 2 de julio de 1976. “Después del atentado, era todo un tumulto, no llegaba a entender nada. Mi mamá tuvo que salir a reconocer el cuerpo de papá. Pudimos recuperar su alianza de matrimonio, una cadenita, el reloj, una chalina que usaba. Tuve que crecer con el recuerdo de partes del cuerpo de él en un cajón y que me digan que habían piedras allí”, rememora sin grises.

Otro de los familiares de víctimas que toma la palabra, al lado de Reato, fue Alejandra Cepeda. Emocionada, recordó la última vez que vio con vida a su madre, Josefina Melucci de Cepeda, la única víctima civil del atentado y quien, a sus 42 años, trabajaba en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). Fue a almorzar con su amiga, la sargenta María Olga Pérez Blanco, a la Superintendencia. Y jamás regresaron.

“Fina”, como la conocían todos, iba a pasar a buscar el DNI del hijo de una vecina por el lugar del futuro atentado. Y allí selló su trágico destino. “Tenía 11 años cuando pasó eso. Y a partir de ese momento, dejás de opinar, de reír y llorás por mucho tiempo. En el camino, veo cómo mucha gente se fue alejando y diciendo que uno se hace la víctima y que todo fue un accidente. ¿Un accidente? Construir una bomba vietnamita no lo es, hubo un servicio de inteligencia por detrás y con el objetivo de matar personas”, se queja.

Ante el enmudecimiento de la sala, ella hace una apreciación sobre el periodista Roberto Walsh. “Todos tenemos una parte buena y otra mala. Lo bueno de él, fueron sus libros, su infierno, el asesinato de 23 personas. Yo le tenía terror a Montoneros hasta que varios años después me junté con el hijo de uno de ellos”, expresa Alejandra, quien superó parte de su trauma por el budismo y trató a Reato como “su alma gemela”. “Al principio no confiaba en vos, que ibas a poder hacer un libro sobre la masacre, pero me equivoqué”, dice cómplice y descontractura el clima de la charla con algunas risas. “La justicia es como el sol, una ciudad donde no haya justicia estará siempre en las sombras”, cierra ante un aplauso cerrado.

Por último tomó la palabra Liliana Tejedo, quien por pocos minutos salvó su vida en el atentado. Ella, con sólo 23 años, estaba almorzando junto a su madre, la cabo Elba Ida Gazpio, pero se levantó cinco minutos antes de la explosión para cederle su silla a una amiga de su mamá, la sargento María Esther Pérez Cantos. Esa decisión le salvó la vida. “Mi mamá era administrativa, me levanté y me fui y nunca más la volví a ver ni a ella ni a quienes la acompañaban. La reconocieron por una impresión digital”, recuerda su hija ante el silencio de la sala.

Tejedo rememora que su madre era administrativa, no portaba armas y que, mientras ella almorzaba ocurrió el atentado. “Fue un acto cobarde. Después de 45 años, este libro fue lo primero que escuchamos al respecto”, cierra con la voz entrecortada y la mirada perdida, apesadumbrada.

Reato cerró la presentación diciendo que la falta de de reconocimiento, hacia el hecho investigado, y que los familiares de las víctimas tengan que callar el dolor, transformaron su Masacre en el comedor en un libro “nada fácil de hacer”. Pero cumplió el desafío. Era hora de firmar ejemplares.

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