Un lector hispanohablante que en algún momento se haya interesado por la literatura rusa, sus dilemas infinitos, sus paisajes, su historia compleja y sus personajes taciturnos y fijados en su tiempo, seguramente se ha topado con el filtro impecable de la traductora y eslavista mexicana Selma Ancira.
Tras educarse en Rusia y Grecia, tuvo las herramientas para leer clásicos de estas culturas y representarlos con detalle y fidelidad para quienes leen en español. Ella interpretó la Roma de un príncipe que se desencantó de ella y volvió a enamorarse con los ojos de la distancia, imaginada por Nikolái Gógol. También calcó a una familia insoportablemente enérgica que terminó volviéndose feral, narrada por Iván Gonchárov. Además, transportó a los lectores al viejo castillo de Roquenval, de Nina Berbérova, que representaba la dignidad de una adulta mayor y un negocio en ciernes para sus descendientes.
Pero, sobre todo, Selma Ancira se ha empeñado en traducir la obra de la poetisa Marina Tsvetáyeva, una mujer que vivió la peor parte de la revolución rusa: la persecución, el exilio, el abuso, la pérdida y el suicidio. Con todo, dejó una obra con carácter que obsesionó a la traductora.
Hoy residente en Barcelona, esta eslavista visitó Colombia por primera vez para compartir experiencias alrededor de la traducción en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2022. Infobae Colombia habló con ella.
Infobae Colombia: ¿Cuál fue su primer contacto con la cultura rusa?
Selma Ancira: Yo soy hija de un actor mexicano y mi papá (Carlos Ancira) hacía teatro ruso. Entonces, una de las primeras imágenes de mí misma de las que tengo conciencia es de una niña pequeñita, balanceándose en la butaca de un teatro, mientras su padre ensayaba una obra rusa de Nikolái Gógol. Entonces, a lo largo de mi vida ha sido una constante la literatura rusa. Mi papá hablaba de los personajes de Chejov, de Gorki, de Andréyev, como si fueran mis tíos, pero estaban lejos, yo no los conocía. Pero era tal la familiaridad de mi padre con los personajes de teatro que fue natural para mí dedicarme a la literatura rusa.
IC: ¿Cómo es la rutina de trabajo un traductor?
SA: La mía, porque cada traductor es un mundo, es un universo. Yo soy muy tempranera, me levanto muy temprano. Soy muy disciplinada, que eso me ayuda mucho, porque claro: si tú no tienes una oficina, no tienes que ir, puedes decir “bueno, ya lo haré mañana”. ¡No, señor! Entonces, yo me levanto muy temprano, faltando un cuarto para las seis, máximo.
Luego, leo español bien escrito, español de nuestros mejores autores, ese español jugoso que me va a permitir enriquecer mis traducciones. Después, me tomo un té y me pongo a trabajar. Antes de la pandemia -y ahora estoy volviendo a hacerlo-, a eso de las nueve me iba al gimnasio; después cerraron los gimnasios y se acabó, pero ahora estamos empezando otra vez. Trabajo hasta el mediodía, como muy ligero -siguiendo los preceptos de Tolstoi- y por la tarde trabajo un rato más.
Ya a la tarde me dedico a pasear con mi perrita, que es como mi gran amor. Entonces, pasamos juntas una hora y media o dos, a veces tres, dependiendo del clima. Son los momentos en que yo tengo para estar verdaderamente en contacto, no solo con Nicky, con mi perrita, sino con con la naturaleza: de ir viendo la evolución de las estaciones día con día, de ir observando qué pasa con las plantas, porque tengo la fortuna de poder pasear en el bosque donde hay campos, también, y esos paseos son para mí sagrados. Por la noche, leo libros que me ayuden a traducir lo que estoy traduciendo.
IC: ¿Cuántos libros al año lee usted que no hagan parte del oficio de traducción o el entrenamiento para traducir?
SA: Depende del año, pero sí soy lectora. Entonces, de pronto me entusiasma un autor y hasta que no me acabo todas sus obras no lo termino. Eso sí, la mayor parte de mis lecturas son las que tienen que ver con mi trabajo.
IC: ¿Cuál es el papel de traductor en la cultura, en su opinión?
SA: Yo creo que es un papel fundamental. Si no hubiera traductores en el mundo, nos veríamos constreñidos a leer únicamente la literatura del idioma en el que nacemos. Ya lo ha dicho un poeta mexicano: las traducciones son las olas que mueven el mar de la literatura. O sea, sin traducciones la vida sería paupérrima, una isla desierta. Se suele decir que los traductores literarios desempeñamos el papel de puente entre culturas y de entendimiento, también, porque entender al otro es aprender a conocerlo. Es eso, es entenderlo, es saber que nosotros no somos el ombligo del mundo, que además de nosotros hay muchas culturas, muchas maneras de entender el mundo, muchas formas de ver el mundo y que todas son válidas.
IC: A través de Borís, Nina Berbérova se preguntaba si en algún momento reflejaría los años veinte de su siglo. ¿Usted cree que en este momento estamos siendo las mejores personas de la segunda década del siglo XXI?
SA: Definitivamente no. Yo creo que estamos viviendo en un mundo muy lastimado, muy herido, muy malherido, y es obligación de cada uno de nosotros poner un granito de arena para que este mundo sea mejor. A eso nos ayuda también la literatura rusa; a eso nos ayuda definitiva y absolutamente Lev Tolstoi. En el último libro que traduje, que se llama El camino de la vida, hace un llamamiento al lector, al ser humano de la nacionalidad que sea, a entender qué es la vida, cómo se puede vivir la vida mejor para uno mismo y mejor en relación con quienes nos rodean, y también mejor en relación con quienes no nos rodean pero también están viviendo sobre la faz de la tierra.
Creo que toda la literatura rusa, pero sobre todo Tolstoi, hace mucho hincapié en esto: hay que aprender a vivir. Ya lo he dicho antes, a propósito de la situación que se está viviendo en este momento: si los políticos leyeran más a Tolstoi, no estaríamos involucrados en este despropósito tan grande que es esa guerra.
IC: ¿Qué opina usted de las expresiones rusofóbicas que mucha gente está adelantando últimamente?
SA: Yo creo que deberíamos pararnos a pensar lo que decimos, lo que sentimos y hacia dónde vamos. Es muy importante saber cuál es nuestro papel en el mundo y qué podemos hacer nosotros para ser mejores, para no avergonzarnos del mundo en el que estamos viviendo.
IC: ¿Cuánto tiempo tomaría leerse todos, absolutamente todos, los cuentos de Chéjov?
SA: No, no tanto. Tiene muchos cuentos, pero son cuentos muy breves. O sea, yo creo que tardas más en leer La guerra y la paz que en leer todos los cuentos de Chéjov. Lo que pasa es que, claro, cada cuento tiene su historia, su moraleja. Cada cuento te da algo en qué pensar. Entonces, si lees por leer, vas rápido; pero si lees por entender, por digerir, por hacer tuyo lo que te está diciendo Chéjov, entonces toma un poco más. Pero sí te alcanza la vida para leerlos todos.
IC: ¿Qué proyectos está adelantando ahora? ¿Qué sigue para usted?
SA: ¡Uy, tengo muchos proyectos! Y verdaderamente, todos los días pienso que, con la edad que tengo, ojalá la vida me alcance para hacer todo lo que quiero hacer. Me gustaría dejar traducida toda la obra de Tsvetáyeva; me queda muy poco, porque he hecho ya mucho, pero quisiera realmente dejar toda su obra traducida.
Hay algunas obras de Tolstoi que han sido traducidas hace muchos años, pero yo creo firmemente que un solo traductor debería traducir la obra de un autor. Como me he dedicado tanto a Tolstoi, me gustaría traducir todavía algunas obras, que pasen a través de mi voz, de mi filtro, para que ustedes, los lectores, las reciban con la misma voz.
Por otro lado, he traducido sólo dos novelas de Nikos Kazantzakis y hay un par de novelas más que no me quisiera ir de este mundo sin haber dejado traducidas. O sea, como ves, no sé si me van a alcanzar los años. Hay bastante por hacer.
IC: ¿Por qué una persona que nunca ha leído literatura rusa debería empezar ahora?
SA: Porque es un mundo por descubrir, porque al cruzar el umbral de esa puerta se va a encontrar en un universo prodigioso, en un universo riquísimo, inagotable, que lo único que puede hacer es enriquecer su propio mundo. Yo creo que eso basta y sobra como para que alguien decida atravesar ese umbral y comenzar a adentrarse en el mundo de la literatura rusa.
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