“Te vas Alfonsina con tu soledad”: el estribillo de la zamba resuena cada vez que se la nombra. Se sabe de su suicidio temprano (aunque siempre es temprano, la poeta tenía 46 años en 1938, cuando se internó en las aguas del Atlántico) y se conocen algunos pocos de sus versos (“Tú me quieres alba/ me quieres de espumas/ me quieres de nácar”). Pero menos se conoce de sus artículos de prensa y el contexto de producción de estos textos.
Entonces vale la pena volver a mirar a la escritora y cronista del siglo XX, que nació a fines del XIX (en 1892) en Suiza y que, por decisión de sus padres, fue criada en San Juan y luego se mudó a Rosario y finalmente a Buenos Aires.
Recientemente publicado, Un libro quemado, una antología ordenada temáticamente de textos periodísticos de Storni, propone volver a mirar (re/conocer) a aquella intelectual, trabajadora y feminista de la época del Centenario y el tranvía.
Su biografía podría sintetizarse así – dice Tania Diz, estudiosa de la poeta-: “A inicios del siglo XX, una muchacha inmigrante, pobre, con un hijo natural, se fue a Buenos Aires. Ella estaba fascinada por la metrópoli, quería triunfar (como estrella de cine, de teatro, etc.) y acceder a una mejor situación social. ¿Cuál podría ser el destino que la esperaba? La prostitución. Esto es lo que relatan múltiples discursos de la época con los que ella dialogó: los poemas de Carriego, las letras de los tangos, las novelas semanales, las crónicas sobre la vida moderna (…). Sin embargo Alfonsina no cayó en la prostitución. Es que ella, como aquellas personas que nunca cesan de andar, sabía adaptarse a los nuevos lugares, no como las pobres inmigrantes que eran fácilmente engañadas por depravados sexuales o ávidos cafishios. Sino que con la astucia de la andariega supo establecer relaciones con escritores e inclusive con algunos grupos socialistas y feministas”.
Andariega, soñadora, pero con los pies la tierra, Alfonsina llegó a Buenos Aires en 1912. En esa época las mujeres no votan ni usan pantalones, no manejan bienes ni dinero, no tienen cargos en ningún gobierno ni empresa, algunas pocas cursan la universidad y todas (o casi todas) pasan de la órbita del padre al dominio de un marido. Alfonsina no.
Ella es soltera, tiene un hijo (el padre del pequeño Alejandro vive en Rosario y nunca reconoce su paternidad) y escribe. Publica poemas y artículos para la prensa, cuentos breves, crónicas femeninas, cartas ficticias, y va ganando notoriedad. Trabaja como maestra, vive en una pensión de la calle Pueyrredón al 400 con su hijo, recorre la ciudad y pone en letras de molde lo que observa de mujeres y varones.
Como señalan M. Mendez, G. Queirolo y A. Salomone (antólogas y prologuistas de Un libro quemado), “Sus artículos de prensa se adaptan al formato de las columnas femeninas, es decir, al espacio que la prensa comercial otorgaba a la reflexión sobre la feminidad. Estas columnas, que tenían a como referentes y destinatarias a las mujeres, constituyeron dispositivos de control mediante la difusión de discursos. Las lectoras solían encontrar en estos textos consejos para realizar con eficiencia las tareas del hogar: limpiar, decorar, cocinar, cuidar la ropa, educar a los hijos y cuidar el cuerpo (salud y belleza) y estar a punto para triunfar en el cortejo masculino”.
Desde estas columnas, Storni hace uso de la ironía, la sátira y la parodia para abordar las problemáticas que refiere y a las lectoras que interpela. Y también lo aprovecha para incluir temas políticos y polémicos: la candidatura a diputada de Julieta Lanteri, fundadora del Partido Feminista Nacional, o la huelga de las telefonistas que exigían mejores condiciones laborales. Atrincherada en un seudónimo de género neutro (Tao Lao) sus textos despliegan formas y temas alternativos a lo esperable en esas columnas de consejos destinadas a profundizar un modelo de mujer con el que Alfonsina tensionaba.
Un libro quemado se organiza temáticamente en seis partes: “Modelando feminismos” reúne artículos en los que Alfonsina aborda la temática del movimiento feminista, que en aquella época entabla demandas civiles y políticas, como la de las incapacidades relativas de las mujeres, derivada de un artículo del Código Civil que las imposibilitaba de manejar su dinero (aunque trabajaran). En “Urbanas y modernas” la mirada sagaz de la cronista identifica diversos tipos de mujeres que circulan por la ciudad: las recién llegadas e ingenuas, las consumistas, las simuladoras, y otras personajes que vale la pena (re)conocer.
También hay una sección en este libro quemado para la mirada de Storni sobre las “Lectoras y escritoras” con artículos que incluyen una perspectiva sobre el propio trabajo de escribir (y el consabido desencuentro entre el ejercicio de la escritura poética y el dinero) hasta el rol de la mujer como lectora, en un artículo notable en el que cataloga a las damas que frecuentaban librerías, sus gustos y sus elecciones. En este apartado se puede leer una sagaz nota sobre las poetisas latinoamericanas, en la que Storni recorre la producción de Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Delmira Agustini, y traza una línea de tradición y herencia en la que se incluye.
En la sección “Mujeres que trabajan” los artículos reunidos recorren las ocupaciones femeninas de esos años, iluminando desde aquellas actividades que carecían de cualquier calificación (lustradoras de muebles, ilustradoras de tarjetas, costureras, y entonces el diálogo con Carriego) hasta otras como las manicuras, dactilógrafas y maestras, sin dejar de lado el exquisito texto sobre las manicuras, donde dice: “Bien haya, pues, por las manicuras que se mantienen a media elevación – obsérvese que las manos penden más o menos hasta la mitad del cuerpo – y que han sabido hallar el medio de ganar su vida con un arte que, si no iguala la de los enceguecidos artífices del Renacimiento, contribuye a la belleza exterior y al brillo de la vida – el brillo, desde luego. Y qué perfecta armonía la de este modesto y lucrativo oficio con el deseo de los defensores de la feminidad hasta en las tareas que la vida impone a la mujer moderna”. Publicado en La Nación en abril de 1920, y en el furor actual de uñas esculpidas y estampadas, valga para subrayar la vigencia de la escritura de Storni.
Y el festín continúa, porque Un libro quemado ofrece también una mirada para ellos. En “Masculinidades” (¡y vaya actualidad del tema!), la antología reúne textos que hablan del “amo del mundo”, en los que la autora dice –entre otras cosas- que “el papel de proveedor del varón ha sido resquebrajado por las crisis económicas y el avance de las mujeres en diversos terrenos profesionales”. ¿Pasaron cien años o la mirada sagaz de Storni se actualiza a cada momento?
Para cerrar, el capítulo final de este libro (que no debe ser nunca quemado, ni olvidado), se refiere a “Rituales e instituciones” y reúne textos que problematizan ciertos protocolos sociales relativos al matrimonio, el noviazgo y el deseo. Fuego, pasión de las ideas y las palabras y la revalorización de la columna de opinión y el ensayo no sólo como género sino como oportunidad de ejercer una mirada cuestionadora, inteligente, disruptiva en una época fundacional para la modernidad urbana.
Sobre esta edición
Un libro quemado ha sido publicado por la Editorial Excursiones, una editorial independiente que incluye en sus libros obras plásticas de artistas locales contemporáneos. En cada entrega, dos postales troqueladas reproducen parte de la obra de algún artista plástico actual, mientras que en la solapa de contratapa se puede leer su breve biografía. En esta oportunidad, acompañan los textos de Storni, dos trabajos de Pablo Lozano.
Alfonsina cronista: así escribe
Sobre el matrimonio
Cuando la mujer se casa, como cuando el inexperto estudiante gana su flamante diploma, cree que allí ha terminado una etapa de su vida, cuando, en realidad, la etapa empieza.
En efecto: nada más sencillo que una mutua simpatía que crece hasta el amor y se encamina al matrimonio. Pero lo que constituye asunto importante, tan importante que de él depende la estabilidad de la familia, es conservar al marido ganado en las escaramuzas del noviazgo. Y a este respecto la mujer es de una profunda ingenuidad. (…) He podido comprobar que, al amor, le dan las muchachas una fuerza terrible, capaz de resistir todos los contratiempos y mantenerse en el mismo estado de inmutabilidad y firmeza. Imaginan el amor separado de las cosas, como un sentimiento extraño a las tramas vulgares de la vida: como una especie luz divina inmanente de las cosas no tangibles”.
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