Hay una idea ingenua acerca de las implicancias de la pasión: que todo es alegría, amor del bueno y vehemencia en los dichos y hechos; que basta con tener un objeto de deseo e insistir en su alcance; que si no hay pasión no habrá final feliz. Pues nones. La pasión también se la padece, la pasión coopta, la pasión es peligrosa.
En la Historia argentina, la pasión ha fustigado planes para asesinar enemigos y opositores políticos. Y el siglo XIX expone a pies juntillas cómo la ambición pudo provocar los planes más siniestros de nuestra historia.
La mayoría de nuestros héroes fueron tocados por la poderosa varita de la pasión de muerte. A veces, la causa encegueció la realidad, otras, sirvió como envión vitalista.
José de San Martín llegó al puerto de Buenos Aires con un plan libertador. Sorteó los pactos letales de caballeros –porque al recién llegado no lo quería nadie – y se salvó de la muerte argentina. Lo mandaron a San Lorenzo y sobrevivió, se mudó a Mendoza y llevó adelante el plan más ambicioso de la primera mitad del siglo XIX. Resistió enfermedades pero no pudo contra la altivez de Simón Bolívar y largó todo para terminar sus días en Boulogne-sur-Mer.
Buenos Aires era territorio en guerra y sus habitantes no sabían jugarla. Salvo algunos, y más notable aún, cuando la protagonista fue una mujer.
Anne Marie Périchon de Vandeuil atracó en el puerto a fines del XVIII con padres, hermanos, hijos y marido irlandés. La francesa llegó al territorio para imponer sus colores y su inteligencia. Madame Périchon, casada con Thomas O’Gorman, fue la abuela de Camila pero tantísimo más. Fue espía, doble agente, amante de los caballeros más influyentes de su tiempo, y la única que sobrevivió la violencia imperante.
Hija de un rico comerciante francés, manejó la fortuna de la familia como un hombre. Las mujeres no heredaban, sólo lo hacían los hijos varones a la muerte del padre. Sin embargo, Madame fue más lúcida que sus hermanos y se montó los negocios familiares al hombro. Mientras los hombres exponían sus ansias de poder, la señora intrigaba desde las sombras.
Así fue que embelesó a Santiago de Liniers, nombrado Virrey luego de la reconquista de Buenos Aires, tras las Invasiones Inglesas, y aprovechó la gestión. Los detractores de Liniers la detestaban, la llamaban Perichona con desprecio, o la “Virreina”. Incluso, Martín De Álzaga, enemigo acérrimo del Virrey, envió un documento a España denunciando a la dama y al pusilánime de su amante.
Madame fue más lúcida que sus hermanos y se montó los negocios familiares al hombro. Mientras los hombres exponían sus ansias de poder, la señora intrigaba desde las sombras.
Madame tuvo que embarcar rumbo a Río de Janeiro antes de la Semana de Mayo. Los muchachos con los que anduvo no tuvieron final feliz. Murieron fusilados o metieron pies en polvorosa para salvar sus vidas. En cambio, Madame Périchon tuvo más cintura que todos y murió ya anciana, en la tranquilidad de su hogar. Su vida no fue tranquila, sí su muerte.
Los caballeros, atrapados en el sinfín del poder, fueron víctimas de su propia ambición. Sólo quienes se bajaron de la política o se fugaron al exilio pudieron vivir hasta la ancianidad.
Sin embargo, la francesa pudo tranquilizar las emociones y no dejarse llevar por la pasión. La mejor libertina, intrigante excelsa que usó su cuerpo en beneficio propio y negoció poder como nadie. Los señores a su alrededor caían como moscas. Madame Périchon, en cambio, supo medir el desenfreno.
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