Hagamos una prueba. Intentemos recordar cuál fue el primer cassette que escuchamos o en el que grabamos las canciones que más nos gustaban de la radio. Toda una odisea poner ese “Play” y “Rec” pero cuando nos calzábamos los auriculares sentíamos ese pequeño triunfo. O cuando llamábamos a la radio para pedir un tema musical y decir que la radio estaba buenísima. O pensemos cuando vimos por primera vez la televisión por cable. O cuando jugamos al Super Mario Bros. O cuando mandábamos miles de cartas a un programa televisivo para ganar dinero a cambio de un “Hola, Susana”. ¿Stranger things no trae esos mundos? ¿Y el capítulo de Black Mirror que ganó dos premios Emmy? Podríamos seguir buceando en los recuerdos pero, si nos detenemos, podemos ver con claridad cómo el pasado se transforma en el presente.
La nostalgia aquí otra vez, diría Charly García. En una época de presente continuo, el pasado vuelve como reminiscencia en el terreno cultural y mediático. Así, ciertas lógicas, lenguajes y prácticas se transforman y dan paso a otras, nuevas, o varias convergen en una. La lista es infinita: maratonear, spoilear, consumir vertiginosamente series en plataformas de streaming, producir y hacer circular memes, los videojuegos, Twitch, sacarnos selfies, los influencers, el “consumo culposo” y la cultura de la cancelación, entre otros. ¿Qué tienen en común? Que son algunos de los fenómenos en los que indaga el libro Cultura Pop. Resignificaciones y celebraciones de la industria cultural en el siglo XXI, de los investigadores Leonardo Murolo e Ignacio Del Pizzo y publicado por Editorial Prometeo.
“El ser humano es el único que puede contar historias y el campo de la cultura es ese escenario en el que podemos contarlas’', dicen Murolo y Del Pizzo a Infobae Leamos. Pero no cualquier historia sino “historias en las que volvemos a los lugares donde fuimos felices”, agregan. En este universo narrativo, las historias de cancelación ya existían antes de las redes sociales, pero de otra forma. Y lo que hoy llamamos ghostear, también. Lo novedoso es la caja de resonancia de las redes sociales y las nuevas configuraciones de la industria cultural.
En ocho capítulos y a lo largo de 130 páginas, los autores sostienen que los formatos televisivos, radiales, de revistas, de redes, la telefonía y los videojuegos -esos espacios que encontramos para contar historias- se transforman y se mixturan (se hibridan, diría el escritor, profesor, antropólogo y crítico cultural argentino Néstor García Canclini).
Este fenómeno, señalan, también sucede en la política, en el deporte y en el nuevo star system. Y la nostalgia, que opera en la industria cultural como uno de los principales ingredientes. Por si no había sido suficiente melancolía, el libro cuenta con un detalle vintage que genera una sutil complicidad con el lector: está dividido en dos partes, como un cassette o un vinilo, en lado A y lado B, para separar ensayos relacionados con el tiempo y con el espacio.
Cultura pop no solo propone un viaje al estilo Volver al futuro, un ida y vuelta en el tiempo y asombrarnos con más similitudes que diferencias ante nuestras prácticas, sino que brinda herramientas para reflexionar sobre esos raros fenómenos nuevos de los que siempre fuimos parte.
Visitas al pasado
Hagamos otra prueba. Pensemos qué hicimos en estos días. ¿Entramos a una juguetería y encontramos entre los estantes los muñecos de Playmobil de Marty McFly y Emmet Brown y nos saltó el corazón? ¿Ya volvimos a leer la colección Elige tu propia aventura? ¿Ya fuimos a ver Sonic 2 al cine? La cultura pop, según Murolo y Del Pizzo, revisita su pasado continuamente. Así, lo vintage vuelve a tomar fuerza y se convierte en el concepto central para entender modas, consumos y aspiraciones.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, con la irrupción de la televisión, se genera un reservorio en nuestra memoria de muchos símbolos que tienen que ver con nuestra vida, la escuela, nuestra familia, amigos y donde fuimos felices. El caso de los videojuegos es un ejemplo paradigmático porque apelan, con distintos recursos, a adultos y de jóvenes. Y en su mayoría, están pensados para personas más grandes, entre 35 y 40 años, porque de más jóvenes socializaron con videojuegos.
“Hay una exacerbación de discursos nostálgicos con una novedad respecto a otros momentos históricos: somos nostálgicos de un pasado que no llegamos a vivir”, dice Ignacio Del Pizzo y agrega una reflexión interesante “lo vintage pasa a ser una aspiración juvenil”. “Tiene que ver con lo que el marketing llama nichos de mercado, por supuesto, pero la dimensión simbólica es mucho más potente porque remite a un lugar en el que queremos habitar y estamos cómodos en esos espacios”, dice Leonardo Murolo. Las plataformas de streaming, por ejemplo, no hacen más que generar nuevas formas de consumir y compartir lo que hasta hace poco lo hacíamos por televisión. Netflix, Amazon Prime Video, HBO Max, Hulu, entre otras, toman algo que ya conocemos para ofrecerlo de una forma distinta, entre arcades, relojes y ropa de marca.
“Nos podemos permitir volver a ver Las Tortugas Ninja, volver a jugar al Super Mario Bros., escuchar la música de cuando éramos adolescentes”, nos habilita Murolo porque, como explica “ese auge que, a principios de los 2000 estaba ligado a cierta vergüenza o culpa, los llamados ‘consumos culposos’, hoy se diluyen”. Pongamos las Spice Girls en Spotify.
El placer, la culpa y la corrección en los consumos
Según explican en el libro Del Pizzo y Murolo, las prácticas culturales herederas de la tradición cristiana nos moldean como culpógenos en exceso. Culpa por lo que hacemos, de nuestros cuerpos, de lo que pensamos pero muy especialmente de nuestros gustos. ¿Por qué nos gusta algo? Debemos dar explicaciones por demás ante los “vigilantes del gusto ajeno”. En nuestra época, hay una ebullición a los contenidos con menos estereotipos y podemos salir a bailar en un casamiento cualquier canción de los Backstreet Boys y llenarnos de placer. Las nuevas tecnología vinieron a ayudar a dar paso al placer. Pero -siempre hay un pero- vivimos en una época de corrección política extrema, en la que no separamos al artista de la obra y juzgamos todo parcialmente.
-En una época de diversidad total, de bregar por la libertad, de no considerar consumos culposos, hay un auge de la cultura de la cancelación, ¿cómo se explica?
-Ignacio Del Pizzo: Hay que pensar en esto antes de Internet y la redes sociales. Vivimos en un país en el que el escrache empezó a ser una práctica militante por la agrupación H.I.J.O.S, que escrachaban a genocidas si la justicia no actuaba con personas que habían violado sistemáticamente los Derechos Humanos. Eso que sucedía, tenía una impronta en términos políticos y construía identidad y velaba por la verdad y la justicia y significaba algo. Hoy tenemos otras preguntas para hacernos. Por ejemplo, Twitter cancela la cuenta de Donald Trump. Era un presidente electo democráticamente y una empresa privada cierra su cuenta. Vivimos un tiempo en que una acción de comunicación en ese espacio virtual tiene mucho más poder y, en términos políticos, nos proponen nuevas aristas de acción.
-Leonardo Murolo: Hay un par de temas que quedaron afuera del libro y los esbozamos. Hay múltiples aristas para pensar el tema. Primero, que está enunciado como cultura y eso es mucho. Es una práctica del universo mediático actual que tiene reminiscencias en la presencialidad del siglo XX. Cancelar a una persona es, en primera instancia, retirarle el saludo, dejar de hablar con personas, con ex, escrachar, sabotear. Esto ya existía en la presencialidad, pero las redes sociales son una caja de resonancia enorme. Que yo cancele a alguien no repercute en nada si lo hago yo. Pero cuando las personas tienen popularidad, son famosos y famosas, modelos, políticos, influencers e instan a otros a que lo hagan y hay una campaña para desprestigiar a una persona, llega a los medios y la resonancia es otra.
-¿Qué implica cancelar hoy?
-LM: La cancelación aparece de distintas formas: juzgando el pasado de manera anacrónica dichos, humor, películas, canciones, chistes que hoy no se cantarían o no se dirían ni nos reiríamos de eso. Se juzga con cierta conciencia actual las cuestiones que fueron violencia en instancias donde pasaban desapercibidas. Lo que hoy es violencia siempre lo fue y que lo personal es político. Pero estábamos estructurados, en los noventas por ejemplo, por la familia, por la escuela y por la religión para naturalizar muchas cuestiones. Juzgar anacrónicamente es injusto.
Las redes sociales, para los autores, son los escenarios de la cancelación, la marginación, las fake news, “todo un universo de terrenos minados”. Por allí -y en las aplicaciones de citas- pasan las relaciones interpersonales, el ghosteo, el desaparecer, las relaciones efímeras y potencian algo que ya estaba. Y son contundentes: “habitamos estos espacios desde el odio, desde la indignación, olvidar al otro, mentir y las teorías conspirativas”. Y los memes, stickers y emojis también irrumpen en nuestras vidas, como un modo de comunicación condensado, casi como “una artesanía del lenguaje”, surgidos de las nuevas tecnologías y la mensajería instantánea.
El fútbol, la Scaloneta y el Mundial Qatar 2022
Hagamos memoria de nuevo. Mundial del 86. El gol de Diego Maradona a los ingleses, la famosa “Mano de Dios”. ¿Qué historia contamos a través del fútbol? ¿Y con el Mundial de Qatar de este año? Sabemos que el fútbol es un negocio pero también, como definen los autores de Cultura Pop, es una narrativa transmedia. “Un equipo de futbol -clubes y selecciones- es una red social, un grupo de gente que se junta por una expresión deportiva: la vida sana, el ejercicio, el juego, lo lúdico”, dice Del Pizzo. Pero, además, es una gran máquina de construir identidad.
¿Qué historia nos contamos a través de la selección argentina de fútbol? “Es muchas cosas: ‘la Scaloneta’, los memes de Scaloni como ‘no soy de acá pibe’ o los memes de Brasil, la camiseta, los tatuajes, cómo nos vestimos para ir a la cancha, cómo lo seguimos por redes, pensar en viajar a Qatar, los hashtags. Esta selección argentina tiene sus particularidades y después del mundial tendrá otras”, enumera Del Pizzo. Es hora de los rituales y de pensar en la hazaña que implica el Mundial Qatar 2022. El primer mundial sin Maradona.
Para todas las selecciones que van al evento deportivo más importante es un momento clave. Pero Murolo dice que “en Argentina tiene una particularidad: tenemos héroes. Las narrativas transmedia tienen un superhéroe y nosotros lo tuvimos a Diego Maradona, que era una narrativa transmedia en sí misma. En la actualidad, es Leonel Messi”.
Es hora de escuchar Un’estate italiana.
Bueno, vamo’ a juga’
El fútbol nos da otra dimensión para pensar nuevas prácticas, como por ejemplo, aquello que sucede con Twitch, el gaming y los e-sports. Hace pocos días se dio a conocer la noticia que uno de los jugadores más queridos de la selección argentina, Sergio Kun Agüero -que tuvo que retirarse de su carrera profesional por problemas físicos- fue noticia por firmar contrato con Disney para “jugar” en ESPN, Disney+ y Star+. Un jugador de elite que salta del campo de juego (que ya veíamos por pantalla) hacia otra pantalla para verlo jugar virtualmente. Pantallas y más pantallas.
“El caso del Kun Agüero”, dice Murolo “es paradigmático porque es el jugador de fútbol profesional, exitoso y de elite, que pasa a los e-sports. Esa continuidad de patear la pelota y también agarrar el joystick y jugar el mismo deporte pero desde otro lugar genera una empatía muy directa. Juegan ‘con’ él y es un movimiento muy interesante para pensar las audiencias hoy. Tiene una empresa y un negocio. En los usos, él deja el futbol profesional y se mete en los e-sports”.
“El deporte es un escenario que es muy esclarecedor para preguntarnos por las prácticas que eran eminentemente físicas para ser narrativas que se mediatizan con el boca en boca, la radio, el álbum de figuritas y con las transmisiones de algunos amigos que se juntan a jugar y lo reproducen en su canal de Twich”, afirma Del Pizzo. Y trae al diálogo con Infobae Leamos el caso de Ibai Llanos.
Del Pizzo cuenta que el streamer es el representante de las nuevas formas de contar -que tuvo un enfrentamiento con el periodista deportivo argentino Gustavo López- y que no responde al canon ni discursivo, ni estético, ni hegemónico. Es un pibe que está en su casa, que no es deportista y tiene una característica que no tienen los periodistas deportivos tradicionales: es amigo de los futbolistas. Y, por ejemplo, va a la casa de Messi.
¿Por qué tiene tanto éxito? “Por su naturalidad e informalidad y por saber usar de manera orgánica estas nuevas formas de comunicación”, dice Del Pizzo y agrega, audaz, que “la idea de Twich no es solo retransmitir o reaccionar sino ‘me siento a jugar videojuegos y miles me miran jugando’. Puede ser muy novedoso, pero hace cien años, ¿no dejamos de jugar a la pelota para ver jugar? ¿No estaremos dejando de dejar de jugar videojuegos para ver jugar?”
Hagamos una prueba final y pensemos cómo la ficción, la nostalgia, la imagen, la música, la intimidad, la política, el territorio y el deporte despliegan formas de contarse que dialogan. Volvamos a todos los lugares donde fuimos felices hoy.
Fragmento de Cultura Pop:
Teoría de la selfie: narrativa y usos de la fotografía digital contemporánea
La fascinación –quizá inconsciente– de la selfie puede tener que ver con que muestra la forma que más conocemos de nuestro rostro. Tomada con la cámara frontal del teléfono móvil o con la posterior frente a espejos, nos presenta al revés de cómo nos ven los demás en la presencialidad del cara a cara. De allí que en la selfie nos reconozcamos, nos gustemos o no, en el rostro con el que nos acostumbramos a pensarnos a nosotros mismos y sobre el que implementamos mecanismos de embellecimiento día a día antes de salir de casa.
Existe una relación de la selfie con la belleza de los cuerpos codificados. Se trata, como en cada momento histórico, de bellezas tiranizadas por expresiones artísticas, producciones culturales, medios de comunicación y designios del poder. En la actualidad, además de la fuerte presencia de la publicidad, el cine y la ficción, las redes sociales son cada vez más masivas y desde allí proponen sus narrativas. En el terreno de los mensajes, intervienen tanto en la actualidad como en la construcción de consensos acerca de las características de la belleza contemporánea.
Las bellezas actuales, ligadas a formas faciales estereotipadas, encuentran en la selfie la recreación de un ideal de belleza con base en nuestros rostros, además de la construcción de la imagen de uno mismo y un testimonio autobiográfico de paso por la contemporaneidad. A diferencia de la fotografía analógica, que se producía en la toma y el revelado que habitualmente realizaban otros, la fotografía digital ofrece la potestad al usuario de tomar el control sobre su propia imagen. De este modo, los ojos cerrados, personas que salen a medias, objetos indeseados en el fondo, pueden ser corregidos hasta tomar la imagen ideal que alcance los índices más altos de belleza y felicidad.
La selfie, asimismo, supone el regreso de la audacia de los primeros planos. Reservados a las estrellas de cine y los modelos publicitarios, los ignotos históricamente vieron sus rostros en primeros planos solamente en fotografías para documentación oficial –documento nacional de identidad, registro de conducir, prontuario– necesaria para conocer cabalmente rasgos de la fisonomía de los ciudadanos. La codificación de esas fotografías varió algunas veces por desarrollos tecnológicos: del blanco y negro al color, del tres cuartos perfil a la mirada de frente, de la prohibición de la sonrisa a permitirla, de tomar una sola imagen a, en algunos casos, mostrarle la fotografía a las personas para que digan si les gusta o quieren tomar otra.
Como sea, ese primer plano se trató siempre de una prueba ante la sospecha más que de una búsqueda estética. Por su parte, la selfie como práctica incorporada permite gestionar el primer plano y con ello reencontrarse con el protagonismo de la belleza del propio rostro. La iluminación y la angulación, la sonrisa ensayada, la mirada profunda, la compañía de otros y el fondo con objetos para añadir los sentidos de sensual, inteligente o divertido, son válidos en sus infinitas combinaciones siempre que redunde en interesante. De una veintena de fotografías se elige una y se postea en redes sociales para ser gustada por seguidores como canal de retorno a la aceptación de uno mismo. El resto de las selfies podrá permanecer en el teléfono un tiempo hasta que se descarten para hacer lugar a nuevas sesiones.
(...) Ya no son protagonistas los cuerpos abrazados y los objetos como títulos, pasteles o vestidos de los graduados, cumpleañeros y novios, sino que las sonrisas o las expresiones de felicidad y placer ocupan el lugar central de la imagen. Esto implica un contrato de lectura investido de agrado, en el que la selfie invita a perpetuar un momento de felicidad huidizo.
Quién es Leonardo Murolo
♦Es Doctor en Comunicación por la Universidad de La Plata.
♦Se desempeña como profesor, investigador y director de la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Quilmes.
♦Publicó el libro Series web en la Argentina, en 2020
♦Escribe sobre series en el diario Tiempo Argentino.
Quién es Ignacio Del Pizzo
♦Es maestrando y especialista en Comunicación Digital Audiovisual
♦Es licenciado en Comunicación Social y Diplomado en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes, donde también se desempeña como docente, investigador y extensionista.
♦Es director educativo de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Berazategui.
♦Escribe sobre música en el diario Tiempo Argentino.
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