Siete años después de su publicación, se estrena la adaptación cinematográfica de Pequeña flor (Random House), la quinta novela del escritor argentino Iosi Havilio, en el marco de la 23° edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI). Infobae habló con el autor sobre el libro que dio vida a la película, la relación simbiótica entre obra y biografía, el “milagro” de hacer una película hoy en día y algunos de sus próximos proyectos.
-Además de escritor has trabajado como guionista. ¿Cómo se gestó este proyecto? ¿Encontrás alguna diferencia o relación entre el proceso de escritura de una novela y el de un guion?
-Los procesos de adaptación de textos literarios para hacer una película son generalmente recorridos extensos. En este caso, hubo varios acercamientos. Se ve que Pequeña flor es una novelita que atrae a la puesta audiovisual. Esto arrancó hace seis o siete años a partir del interés por parte del director Santiago Mitre. Aunque he escrito o colaborado en muchos proyectos cinematográficos en la última década, en este caso no participé del guion, que escribió el director junto a Mariano Llinás. Sería larguísimo contar cuáles son las hermandades o los encuentros y desencuentros entre la escritura literaria y la de un guion. Creo que tienen mucho para darle una a la otra: ahí donde los prejuicios caen, aparecen diálogos muy interesantes en términos formales.
-¿Qué sentiste al ver un texto tuyo traducido al lenguaje visual? ¿Quedaste conforme? Y hablando de traducciones, ¿cómo se traduce a la pantalla grande uno de los rasgos característicos del libro que es estar compuesto por un único párrafo?
-La película la vi hace un tiempo. Como pasó con otras tantas expresiones audiovisuales, escénicas y musicales, se demoró su salida por la pandemia. Pero su realización me entusiasmó mucho: me parece un milagro y me despierta muchísima gratitud. Digo “milagro” en el sentido en que las condiciones para realizar una película no son siempre amables y lógicas, por lo que llegar a buen puerto ya es un montón. En cuanto a la película en sí, me entusiasmó, me divirtió, me sorprendió. Hay reescrituras en muchos sentidos, lo cual yo aliento. Me parece interesantísima la apropiación y deformación del texto literario, su reformulación en un medio distinto en pos de crear una ventana nueva al universo.
-Este libro tiene cierta participación de lo autobiográfico. Compartís tu nombre real, José, con el del protagonista, lo cual siempre genera cierto acercamiento entre uno y otro. ¿Cómo fue variando la relación entre tu obra y tu vida a lo largo de los años?
-¿Qué no tiene una participación de lo autobiográfico y, a su vez, qué no tiene participación de la ficción, de lo onírico? Comparto el nombre del protagonista, soy padre, escribo y me frustro, tuve parejas y me he separado, no he asesinado en el sentido estricto pero sí, claro, cometí mis crímenes. En esta y en cualquier novela está la interpelación de quién soy yo, quién es el autor en relación al que cuenta, a los que viven en esos universos. Si pienso en la relación entre mi obra y mi vida a lo largo de los años se me viene a la cabeza la palabra “expansión”, lo cual no necesariamente quiere decir “mejor”. A veces es más complejo, a veces más fluido; otras, más peliagudo, más a la par. Pero en ese diálogo, en esa tensión, está todo lo escrito.
-La primera frase de la novela, “Esta historia empieza cuando yo era otro”, se relaciona estrechamente con la cita de Fogwill en el epígrafe: “Tal vez, la gente no se muera nunca. Quizás al morir le llega el nombre de la muerte y, mientras, sigue rebotando la idea de la muerte contra el signo y la noción de la muerte, la vida continúa en suspenso”. ¿Cómo funciona esa dicotomía yo/otro en relación a la muerte?
-Como en todo lo que uno hace, se pone en juego esa dualidad de estar y saber que, en algún momento, no vamos a estar. El protagonista trae Resurrección de Tolstoi, una novela para él formativa que habla de la resurrección moral, y creo que en eso estamos hoy en día. Uno piensa en estos últimos dos o tres años, aunque también en todos los anteriores y aquellos por venir, y estamos constantemente en ese resurgir. Ahora está de moda hablar de “resiliencia”. No me gusta mucho la palabra, pero me encanta el concepto: volver a surgir una vez más desde un lugar conocido hasta uno desconocido, donde la muerte y todas sus acepciones campanean a cada lado.
-El narrador vuelve una y otra vez a textos fundacionales de sus primeros años (Tolstoi, Dostoievski), que se transforman en una guía, casi un oráculo. Aunque, como en otros de tus libros, haya una especie de fracaso del refugio, parece también haber cierta insistencia en esa búsqueda. ¿Compartís como autor esa búsqueda de refugio en la escritura con tus personajes?
-José tiene una relación muy cercana con los textos de su recorrido que para él fueron formativos, fundantes. En este sentido está bueno decir “infancia” para rescatar todos esos textos que nos narraban cuando escuchábamos a nuestras abuelas, maestros, etc. Es un refugio y un lugar de consulta, de conflicto y renacimiento a través de la relectura, que sirve para pensar de qué manera cualquier historia, literaria pero también familiar, política o social, vuelve a nosotros con insistencia para querer contarnos algo nuevo.
- ¿Hay otro texto tuyo que te gustaría ver adaptado al cine o a algún otro medio? Y por último, ¿estás trabajando en un nuevo libro?
- Uno cuando escribe proyecta esos universos visualmente: los sueña, los piensa, los oye. Por lo pronto, hay una propuesta de llevar al cine otro libro mío, Paraísos, y también estoy trabajando varias novelas a la vez, una de ellas ya casi concluida, que justamente cuenta la historia de un rodaje bastante alucinante y alucinado, y que probablemente salga antes de fin de año.
Fragmento de Pequeña flor
Esta historia empieza cuando yo era otro. Como cada día desde que nos habíamos mudado al pueblo, ese lunes por la mañana me subí a la bicicleta y me puse a pedalear. A la salida del túnel, con el aire pesado del viaducto soplándome en la cara, se me me metió en la cabeza que Antonia quedaría enana para siempre. La idea me produjo a la vez angustia y una extraña ilusión. Eso pensaba, cuesta arriba, en el preciso momento en que me sorprendió una gruesa columna de humo negro adosándose a las nubes. Trescientos metros más allá, en la cima de la pendiente que lleva al parque industrial, ya no tuve dudas, el incendio, los restos del incendio, provenían de la fábrica de fuegos artificiales. El predio estaba cercado por patrulleros, autobombas y camiones de defensa civil. A la distancia reconocí un grupo de trabajadores amuchados detrás del cordón policial. No tuve coraje para acercarme. Di media vuelta y me dirigí hacia un árbol de proporciones encaramado sobre una loma. Me acomodé al pie del tronco para seguir el rumbo de los acontecimientos. Al enjambre de sirenas se agregaron algunos móviles de la televisión. Me agarró una suerte de parálisis, física y espiritual. Imposible saber cuánto tiempo habré estado junto a aquel árbol. El avance del hambre me hizo caer a tierra. Me alejé de la escena masticando una sensación mixta, mezcla de abatimiento y liberación. Los primeros metros caminé a la par de la bicicleta para no levantar sospechas en la retirada. Llamé a Laura, le dije que me desocupaba más temprano y le propuse de encontrarnos bajo la pérgola de la costanera. El plan era hacer un picnic para festejar el primer cumpleaños de Antonia. Crucé el puente levadizo y me instalé en un puesto de comidas a la vera del canal frecuentado por obreros y maquinistas al que me gustaba ir cuando necesitaba ordenar mis pensamientos. Pedí el plato del día: asado al horno con papas. La visión de la montaña de basura y los caranchos sobrevolando en círculos me empujó a un repaso de mis últimos años. Alguna vez alguien dijo de mí que era un chico maravilla, capaz de convertir en oro cualquier cosa que tocase. Derroché la mitad de mi vida convencido de que tarde o temprano así sería.
Quién es Iosi Havilio
♦ Nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1974.
♦ Es hijo de la artista plástica argentina Mónica Rossi y del actor serbio-argentino Harry Havilio.
♦ Estudió filosofía, música y cine.
♦ Publicó las novelas Opendoor, Estocolmo, Paraísos, Pequeña flor, Vuelta y vuelta, entre otras.
♦ Algunos de sus libros fueron traducidos al inglés, francés, italiano, hebreo, croata y turco.
SEGUIR LEYENDO: