Como un animal en la selva. Eso es lo que transmiten los cuentos de Estamos a salvo, el nuevo libro de Camila Fabbri. La escritora, dramaturga y actriz argentina encarna una de las voces más potentes de la literatura latinoamericana actual, reconocida -junto a otros escritores argentinos: Martín Felipe Castagnet y Michel Nieva- por la prestigiosa revista inglesa Granta por su estilo narrativo. Fabbri es una de las escritoras del momento.
Al respecto, supo decir en Infobae: “Hay algo muy gratificante y muy conmovedor en que dentro de este contexto puedan existir estas instancias de premiación o celebración a la literatura en todos sus géneros”. Y agregó: “me genera mucha ilusión esa sensación de que hay algo que se iluminó, como si algo externo estuviera aprobando el trabajo que uno viene haciendo. Eso no puede no ser emocionante. En general somos autores y autoras que venimos trabajando hace años en la escritura desde distintos lugares como editores, poetas, dramaturgos, narradores. Es también el reconocimiento a una generación y eso, dentro del paño de la literatura, agrega un capítulo más”.
En Estamos a salvo, la escritora construye personajes, que en su mayoría son mujeres y niños, que como en el mundo animal y los fenómenos naturales, son a la vez un espejo de sus comportamientos y sus reacciones, y una fuente de peligros omnipresentes. Por ejemplo, en “Sobras”, el cuento en el que el padre de la amiga de la narradora tiene por mascota a un yacaré. En “Triste reino animal”, Fabbri narra el affaire de una actriz madura con un sonidista mucho más joven, y también pasa por las historias de la madre estupefacta de “Plantas sin tutor” o por el marido atrapado en un shopping de “El cielo es siempre fondo”, planea sobre los personajes un aire de acechanza que los obliga a mantener un estado de alerta constante, como el de un animal en la selva.
A lo largo de diecisiete cuentos y en más de 200 páginas, la autora de Los accidentes y El día que apagaron la luz ofrece un conjunto de cuentos que narran la crudeza con ritmo desasosegante. En todos ellos late un conflicto que no se explicita, está latente, pero que va acumulando tensión de uno en otro. Y, sin embargo, pese a la fragilidad humana que evidencian, la posibilidad de renovarse y sobrevivir es tan real como la magnitud de las amenazas.
Camila Fabbri presentará Estamos a salvo el viernes 22 de abril a las 19:00 hs, en Eterna Cadencia (Honduras 5574, CABA) y conversará con Romina Paula y Eugenia Pérez Tomas.
Fragmento de “Estamos a salvo”:
Meteoro
Un meteorito alcanza la superficie de un planeta porque no se desintegra por completo en la atmósfera. La luz que deja al desintegrarse se llama meteoro. (Documental Nat Geo Wild)
Elisa paró un taxi con la mano alzada como quien intenta detener el tráfico entero de una avenida. Eran las tres de la mañana. La cena con su hermana se había prolongado más de lo que hubiera deseado. Hablaron de la vejez inminente de su madre, de los temblores en sus manos y piernas, de que pronto debería interrumpir su trabajo y ellas, entonces, deberían empezar a hacerse cargo. Si le pagaban a alguien para que la cuidara, la mujer podría empeorar viéndose a sí misma en manos desconocidas, lo contrario dejaría a las hermanas en la necesidad de ir todos los días de semana a la casa de su madre de más de setenta, sosteniendo diálogos que una no desearía: quién sos vos, qué haces en mi casa, cuándo tendré que empezar a peinarte por las mañanas y a sostenerte el vestido cuando te agaches a la vera del inodoro que compramos, juntas, las hermanas, en varias cuotas.
La hermana de Elisa es mayor y no sucumbe rápidamente ante las ideas de futuro. Al contrario, esa noche se tomó un litro de cerveza en ese restaurant dorado y madera del centro, hasta se rió de su suerte. Elisa miró el reloj a las dos cuarenta y siete, y decidió pagar. Elisa era nerviosa, así le decían cuando tenían que armar un diagnóstico sobre ella: caída de pelo, ansiedad excesiva, sudor en las manos, delgadez inmediata si se salteaba una comida, palidez, comentarios demasiado profundos sobre las pequeñas cosas que tal vez nadie ve, llanto con lágrimas ante publicidades o películas de cable, debilidad muscular, presión muy baja y en ocasiones algo alta por el exceso de jamón. Elisa parecía una nena olvidada en un changuito dentro de un supermercado eterno. Y ese desaire, al contrario de anularla, la favorecía.
El taxista la miró por el espejito. «¿Adónde vas?». Afuera todavía estaban encendidas las luces de varios locales. Algunas parejas caminaban abrazadas, jovencitos empezaban a pedir monedas con más énfasis en los gestos. Elisa nombró la dirección de su casa. No registró al hombre, miró por la ventanilla. El viento la abrazó mientras se sumergían en calles oscuras. Cuando se detuvieron en un semáforo en rojo, el taxista y Elisa pudieron oír nítida la discusión de un hombre y una mujer en plena calle. Ella le agarraba la remera, mientras el hombre le hablaba bien cerca de la oreja, en la nuca. El taxista le hizo un comentario jocoso a Elisa sobre la pareja, pero ella no respondió. Miró para abajo, hacia sus propios pies. El conflicto, ajeno o propio, jamás podría sacarle una sonrisa.
El auto arrancó. Elisa miró la pantalla de su celular: releyó las últimas conversaciones con una amiga, con su madre, con el grupo de canto del centro cultural. En el fondo de pantalla, su perro Layo mostraba una lengua larga y caída que daba la impresión de cierta tristeza que, en realidad, era todo lo contrario. Layo siempre estaba ahí, del otro lado de la puerta, dispuesto a esperar a su dueña a la hora que fuera. Nada de la espera lo transformaba en víctima.
El taxista subió el volumen de una radio antigua, incrustada en el panel del auto: De nuevo tú, te cuelas en mis huesos, dejándome en el pecho, roto el corazón. La versión en español del cantante norteamericano le revolvió el estómago a Elisa. No supo por qué. No es fácil identificar eso tan inminente que pasa con las canciones o los aromas. Todavía sostenía el teléfono cuando le sugirió al taxista que cambiara el dial. El hombre se negó. Dijo que le gustaba mucho esa canción porque la entendía, que sabía que existía una versión en inglés pero le gustaba esta. Lo que decía la letra le parecía digno de emoción y quería oírla hasta el final.
Quién es Camila Fabbri
♦Nació en Buenos Aires en 1989
♦Es escritora, directora de teatro y actriz
♦Publicó el libro de cuentos Los accidentes (Emecé-Notanpüan, 2017) y la novela de no ficción El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2019)
♦ En 2021 fue seleccionada por la revista Granta entre los 25 mejores narradores en español menores de 35 años.
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