Mircea Cartarescu nació en Bucarest en 1956, se doctoró en la Facultad de Letras de la Universidad de Bucarest, y se hizo conocer entre los lectores a través del llamado Cenáculo de los Lunes. Su libro El Levante, un poema épico de 7.000 versos, le permitió situarse en el radar de muchos. Ha escrito, además de poesía, ensayo y narrativa. Luego de aquel primer libro vinieron, entre otros títulos, El Ruletista, Lulu, Las bellas extranjeras, El ojo castaño de nuestro amor, Cegador, que se compone de dos volúmenes, El ala izquierda y El cuerpo, y su afamado Solenoide, que le ha hecho ganar fama internacional. Hoy es el autor rumano más leído en el extranjero y el más importante en la actualidad.
En sus libros, la dictadura de Ceaucescu en Rumania está presente, de manera directa o indirecta, pero puede hacer tanto una crítica política elaborada como narrar un amor intenso destinado al ocaso. Su prosa posee un estilo tan fino como un delgado hilo, aunque complejo en sí mismo, dueño de una voz que se alza con fuerza y más que ruido, lo que consigue es un retumbar. Cada novela, cada poesía, es tan solo una pequeña parte de un todo que pretende narrar y comprender la realidad de un mundo al que estamos sentenciados a habitar, una realidad que nos supera, que nos oprime, pero de la que no podemos escapar más allá de los pequeños detalles que terminan por ganar la contienda, si así lo permitimos.
Estuvo cerca de visitar Colombia en 2014, pero no se concretó. Fue en 2019 cuando el escritor rumano pisó por primera vez el país. Aquella vez, Cartarescu dijo que se sentía colombiano. Quedó fascinado con el clima de Bogotá y con su gente. Vino en una gira junto a su editor en español, Enrique Redel, para presentar el conjunto de su obra y encontrarse con sus lectores. Nunca antes había estado en el país, pero desde aquel momento, supo que, de alguna manera, ya conocía estas tierras. Sus libros habían tenido una gran recepción, especialmente con Solenoide, título que llegó al país gracias a Siglo del Hombre Editores. En aquella ocasión, el autor hizo un recorrido variopinto por librerías de Bogotá, charló con la prensa y conoció varios de los sitios turísticos de la ciudad. Fue a plazas de mercado, comió bandeja paisa y caldo de costilla. Caminó por el centro de Bogotá y subió al cerro de Monserrate.
Cartarescu quedó fascinado con las exposiciones del Museo del Oro y detalló cada lugar que visitó. En todo momento se sintió acogido, contento. Para él, Rumania y Colombia son la misma nación. No solo comparten los colores de su selección de fútbol, sino la forma de vivir y de hacer frente a las presiones de lo cotidiano. Por fin pudo concretar lo que tantas veces en su cabeza había imaginado tras leer a García Márquez. Un país que es todos los países.
Aquellos recorridos terminaron en el Gimnasio Moderno, con una velada magistral, en compañía de Piedad Bonnett, quien se convirtió en una de sus lectoras más entusiastas y más adelante escribiría el prólogo de la edición colombiana de Nostalgia. El evento estuvo a reventar. Había mucha gente ese día. Algunos llevaban todos sus libros traducidos al español hasta el momento, en las bellas ediciones de Impedimenta, y otros llevaban uno o dos. Un hombre tenía una maleta hasta con revistas en las que entrevistaban al rumano. Fue esa recepción, precisamente, la que acogió a Cartarescu y lo hizo sentir tan en casa. Al final del encuentro firmó sus libros, casi por 40 minutos, se tomó fotos y hasta conversó, pese a que conoce apenas una o dos palabras en español. Él quería, de alguna forma, agradecerle a la gente por su cariño.
Poco tiempo después, Cartarescu comenzó a sonar con más fuerza en las librerías. Todos querían leerlo. Algunos lo hacían por moda. Otros querían saber qué era lo atractivo en su obra, más allá de los galardones. No está de más mencionar que ha obtenido el Premio Formentor y el Premio de la Unión de Escritores Rumanos, entre otros reconocimientos. Su obra lo hace, cada año, estar en los listados de posibles candidatos al Premio Nobel de Literatura. Su nombre ha sonado con mucha fuerza en los últimos dos años, especialmente, pero la Academia Sueca se ha terminado inclinando por otros autores menos conocidos, por lo menos en estas latitudes.
Redel es tan importante para el impacto de los libros de Cartarescu en los países de habla hispana como el autor mismo. Conversamos respecto a lo que significa editarlo y lo que fue aquella visita a Colombia, hace ya casi cuatro años. “La visita de Cartarescu en [ese año] constituyó un antes y un después en la difusión de la obra del autor rumano en lengua española, no cabe duda. Colombia es el segundo mercado de Impedimenta en español, y Cartarescu, su autor estrella, tiene una gran cantidad de lectores en este país. Su visita al Hay Festival de Cartagena para presentar El ala izquierda fue muy reveladora para Cartarescu, pero su salto a Bogotá, en una minigira que incluyó reuniones con periodistas, con librerías y una multitudinaria presentación con Piedad Bonnett en el Gimnasio Moderno, constituyó un verdadero flechazo para él, como no se ha cansado de repetir. Cartarescu se considera desde entonces (son palabras suyas) un escritor colombiano nacido en el corazón de Europa. La sensibilidad, la idiosincrasia y literatura colombianas están muy cerca de las de Cartarescu: el realismo mágico colombiano es, para el propio rumano, “realismo” a secas. La geografía bogotana, la comida, la gente: todo tiene que ver con el mundo sensitivo de Cartarescu, con la raíz de su creación. Durante esa visita, creo que se plantó una semilla. Una semilla que ha germinado y que creo que florecerá durante esta FilBo, en un marco como el de Corferias que dará cabida a un más amplio número de lectores, que podrán disfrutar de un Cartarescu mucho más “completo”, toda vez que ya conocemos el desarrollo ulterior de su trilogía Cegador con El cuerpo y su Poesía esencial, y que se publica, gracias a nuestros distribuidores de Siglo del Hombre, una edición especial de su obra inaugural, Nostalgia, con fotos inéditas del rumano Andrei Pandele sobre el Bucarest de los setenta y ochenta”.
Le pregunto al editor, pues la curiosidad de lector me gana, sobre lo que considera que hace diferente al rumano como autor, y él me responde: “Podría decir que Cartarescu pertenece a la raza de los escritores visionarios, como Kafka o Cortázar, Borges o, a su modo, Lem. No se trata de un autor “al uso”, no hace novelas convencionales, incluso dudo que en su vida haya escrito una “novela”. En su obra no puedes encontrar un solo diálogo, escribe a mano, con letra abigarrada, en cuadernos en los que no tacha nada, como poseído, preso de un rapto creativo. Sus obras poseen una alta carga lírica y alegórica, su materia no son los personajes, sino la memoria, los sueños, las ruinas, el sexo como algo trascendente, la infancia, la inenarrable tragedia del hombre moderno. En este sentido, lo considero un gran autor casi romántico, más que típicamente realista o costumbrista. La aportación de la trilogía Cegador, de Nostalgia o de Solenoide es definitiva, porque estas obras lo elevan a la categoría de los autores capaces de plasmar obras totales, ambiciosas y totalizadoras, que, en palabras de su editor rumano, Gabriel Liiceanu, “tras leer a Cartarescu, tu vida se corta en dos, como tras leer a Homero, Kant y Heidegger”.
Y es así, la vida de quien lee a este escritor, la vida de lector, no vuelve a ser la misma después de la primera vez. Pregunto sobre cómo es trabajar con él, editarlo. “Finalmente, tras muchos años de trabajar juntos, yo ya lo considero un amigo. Conozco a su familia, he visto crecer a su hijo Gabriel, y hablamos mucho de lo que escribe, de cuáles son sus motivaciones más íntimas, de cómo quiere ser leído. Puedo decir que es uno de los tipos más generosos, humildes y creativos que conozco. Es una suerte y un honor publicarlo”. Obvio no puedo dejar de lado el tema del Nobel. “Cartarescu, esa es mi opinión, es uno de los autores más definitorios, literariamente hablando, de las últimas décadas. Tras leerlo, la experiencia de la realidad cambia completamente (al menos esa es mi experiencia). Cuando ganó el Premio Formentor, algún jurado dijo que Cartarescu es capaz de “expandir el campo de aquello que se puede narrar”. El Premio Nobel es uno de esos galardones que rondan constantemente su biografía, pero a él no le preocupa realmente conseguirlo o no, como ya ha dicho en varias entrevistas. Se considera un autor que escribiría aunque no tuviera un solo lector, aunque fuera el único hombre sobre la tierra. Los reconocimientos pueden venir a continuación, la finalidad de su literatura es explicarse a sí mismo, narrarse, explorarse y vomitar su realidad. El Nobel ha reconocido a autores que, como Cartarescu, han sido providenciales (Faulkner, Mann, Eliot, García Márquez, Hemingway, Beckett o Paz), pero hay muchos otros igual de grandes o más, que nunca lo han recibido (Joyce, Proust, Kafka, Borges). El Nobel no es la medida de la grandeza de un escritor, sino su influencia”.
Redel me dice que espera que sus respuestas me sean útiles y yo solo puedo estar agradecido con su conversación. Aparte de ser un excelente editor, a quien admiro hasta el cogote, me ha permitido sentirme más cerca de tremendo autor. Ambos, Cartarescu y Redel, harán parte de esta nueva edición de la FilBo y, de seguro, protagonizarán grandes encuentros.
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