La palabra clave es transformación: en Camila Sosa Villada (La Falda, Córdoba, 1982) algo se pierde, algo se gana, todo se transforma.
En 2018, a partir de la publicación de su ensayo autobiográfico El viaje inútil: trans/escritura (DocumentA/Escénicas), Camila se definió transescritora. Como una marca, un nicho o una promesa. A partir de esa definición, la propuesta de lectura es clara: “léanme así como soy”. El libro comienza: “Un recuerdo antiguo. Lo primero que escribo en mi vida es mi nombre de varón”.
Cuatro años después, se publica Soy una tonta por quererte, nueve cuentos (como en Salinger), en la colección Andanzas de Tusquets: la puerta grande de la literatura. La llave que abrió el portal fue la novela Las malas, publicada en 2019 por Tusquets en otra colección: rara avis, fundada por Juan Forn (su muerte todavía enluta las letras argentinas).
Las malas (publicada el mismo año que su otra novela, Tesis sobre una domesticación), catapultó a la autora desde su Córdoba natal al mundo (previo paso por Buenos Aires): obtuvo, entre otros, el premio internacional Sor Juana Inés de la Cruz (2020), y fue traducida a diez idiomas. En el prólogo de ese libro, Forn retoma el relato iniciático de El viaje inútil, lo varía, y amplía: “A los cuatro años, cuando Camila Sosa Villada era todavía Cristian Omar, aprendió a escribir su nombre completo, pero se negaba a hacer pis de parado. Su padre pasó del orgullo a la furia y le ofreció ahí mismo un panorama instantáneo de lo que tendría que enfrentar el resto de su vida: vergüenza, miedo, intolerancia, desprecio e incomprensión, si no de doblegaba al mandato paterno, al mandato cultural”.
La dureza de la infancia y adolescencia trans se repite, como leit motiv o sutiles variaciones sobre un mismo tema (casi como en Bach), en la producción de la autora. También, en su libro de poemas y textos breves, La novia de Sandro (primera edición 2015, segunda edición en Tusquets 2020), donde un texto que comienza “Nunca supe si amar u odiar a los hombres”, termina: “No es que esta distancia será irreconciliable, pero conozco a los hombres. Yo misma solía ser uno.” Allí retumba y se transforma la frase del Orlando de Virginia Woolf: He was a she (“Él era un/a ella”).
Ese pasaje de géneros, ese trasvasamiento, es otra de las claves en las que se puede leer toda la obra de Camila Sosa Villada, que desemboca hoy en la serie de cuentos en los que la autora retoma temas, los varía, pero también donde la escritura se vuela, se delira, fantasea: se surrealiza. Lo fantástico, lo sobrenatural, que fue una marca en Las malas, se ahonda en Soy una tonta por quererte, un libro que triplica la apuesta y bordea lo imposible, al tiempo que vuelve a coquetear con el realismo (¿mágico?¿testosterónico?).
Leyendo en la dirección contraria
¿Qué pasa si leemos a Camila Sosa Villada de atrás para adelante o, mejor, dicho, y para evitar confusiones, del presente al pasado, empezando por Seis tetas, el último de los cuentos de Soy una tonta por quererte?
Entonces, la historia empezaría con un relato fantástico en el que hay hombres sin cabeza (todo se transforma: esos hombres debutaron en Las malas), cópulas entre personas humanas y animales y una mujer a la que le crecen tetas para alimentar a su prole (otra vez, un texto que retumba: En la montaña, el cuento de Sara Gallardo, en el que un hombre y una monstrua generan una nueva raza).
Pero sobre todo, la historia empezaría con un cuento fantástico, pasaría por el de una ladrona trans (Flor de Ceibo Argañaraz, acaso el personaje más logrado del libro), rescatada por monjas surrealistas y salivadoras en La casa de la compasión, viajaría al pasado colonizador en Cotita de la Encarnación, anclaría en Harlem, donde Billie Holiday buscaría refugio amoroso en una travesti latina y una canción suya le daría nombre al libro “Soy una tonta por quererte”. Una nota de la autora al pie al comienzo del relato da cuenta del juego entre el yo narrativo y quien escribe, mientras introduce el derecho autoral: “Se recomienda ahora escuchar ahora Lady in satin, de principio a fin, en un cuarto, a solas.
Pero la historia no se detendría ahí, porque en el cuento que abre el libro, Gracias, Difunta Correa, acaso el más autobiográfico, volvería la santa popular sanjuanina, esa mujer que da de mamar a su bebé ya muerta, presente en otros textos de la autora, junto con una madre que enseñó a leer y un padre, a escribir, como lo despliega Camila Sosa Villada en El viaje inútil y lo retoma, antes y después, en la dedicatoria de La novia de Sandro: “A La Grace, mi mamá, que me enseñó a leer en un pueblito perdido para la literatura. A Don Sosa, mi papá, que me enseñó a escribir cuando volvía del trabajo”.
Quien exige cumplir con el mandato y castiga por su incumplimiento (el padre) y quien resulta víctima de una situación de la que no puede escapar (la madre) son, al mismo tiempo, quienes proveen las herramientas para la salvación: la lectura y la escritura. Y, paradojalmente, para la transformación.
Pero hay algo más en ese primer cuento, y es toda una definición de lo autobiográfico en la literatura del yo (de Camila Sosa Villada), y mucho más que eso, casi una petición de principios, en la frase: “Tres meses después, la hija travesti de Don Sosa y La Grace, o sea yo –en la escritura es inútil disfrazar una primera persona porque los escritos comienzan a enfermarse a los tres o cuatro párrafos-, estrenaba Carnes Tolendas. Porque además de gustarme ser puta, me gustaba el teatro”.
Efectivamente, en “lo real”, Carnes tolendas, relato escénico de un travesti (2009) fue el primer unipersonal de la Camila actriz, la que debutaba después de estudiar cuatro años de Comunicación Social y otros cuatro de licenciatura en Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba. También antes de publicar su primer libro tuvo un protagónico en cine en Mia, de Javier van de Couter, en 2011; actuó en las obras El bello indiferente, Despierta, corazón dormido/Frida, Putxmadre y El cabaret de la Difunta Correa, y en las miniseries La viuda de Rafael y La chica que limpia.
Quien exige cumplir con el mandato y castiga por su incumplimiento (el padre) y quien resulta víctima de una situación de la que no puede escapar (la madre) son, al mismo tiempo, quienes proveen las herramientas para la salvación: la lectura y la escritura.
Antes de que Las malas transformara el lugar que Camila Sosa Villada se ganó en la literatura, cuando todavía era una rara avis, una última frase de la solapa de la primera edición de ese libro: “Fue prostituta, mucama por horas y vendedora ambulante”, se borra pero no se pierde: se desliza fuera de las solapas de los libros publicados después y entra, de algún modo, en los cuentos de Soy una tonta por quererte.
La forma trans marca, y a un tiempo se fuga hacia lugares diferentes, inesperados, como se lee en otros cuentos del libro, como el vínculo entre un niño, su padre, su hermana y un perrito en No te quedes mucho rato en el guadal; en el secreto de una buena receta de scones que la protagonista ofrece en La noche no permitirá que amanezca; en la cuestión del color de piel (raza y clase, esos otros tránsitos) en La merienda o la novia de alquiler para gays en Mujer pantalla.
La trasnescritura, entonces, encarna distintas modalidades en los cuentos de Soy una tonta, que crece como musgo en los intersticios, va y vuelve como nave desde lo más a lo menos autobiográfico, de lo más a lo menos realista siempre, hacia otra parte. Algo se pierde, algo se gana, todo se transforma. Sobre todo, el yo de esa mujer que solía ser hombre, de ese chico que encontró en la escritura su lugar entre tanta intemperie, el de una chica con cuarto propio.
Fragmento de “No te quedes mucho rato en el guadal”
Martincito tiene las piernas colgando del barranco. Está con su nuevo perro, un choquito color té con leche. Pierde el tiempo, que es justo lo que a su padre más le encula que haga. Pero a él le encanta la tarde, le gustaría que la tarde durara más para quedarse ahí perdiendo el tiempo al final del pueblo. El barranco está cerca de su casa. Es corta la distancia para regresar y ponerse a trabajar en las tareas que su papá, antes de irse a la obra, le deja por escrito en un papel pegado a la heladera con un imán. Se demora lo justo para que en casa nadie se haga la pregunta: ¿dónde se habrá metido este pendejo de mierda?
Este día la soledad de la que tanto disfruta se ha roto. Tiene en sus manos una mascota nueva, un amigo. Debe ser cortés con él y ofrecerle lo que cree hermoso. El barranco cerca de su casa, resto de una cantera abandonada, la tarde caliente y el concierto de las chicharras. Martín es parte de esos paisajes. Los conoce como si fueran carne propia y no se deja engañar por la coquetería de la naturaleza: sabe que detrás de cualquier arbusto en flor puede haber una cascabel o un bravo alacrán.
Anda como dueño y señor por esos lares, pero siempre desconfiando del paisaje, como le enseñó su padre.
No le ha sido difícil elegir el nombre de su perro. Lo llamó Don José como el portero de su escuela, un señor al que quería mucho porque lo trataba bien y lo defendía si pescaba en el recreo a algún grandulón queriendo meterle miedo. Supo el nombre del perro el día que su papá les dio la noticia:
—La mami se ha ido, se llevó las cosas de ella y nos dejó.
Él y su hermana —tan parecida a su mamá— se quedaron sin saber qué decir.
—Así que para que no se pongan tristes, elijan algo que les guste y que no sea muy caro, y se los traigo cuando vaya al pueblo.
Los hermanitos guardaron silencio.
—¿Qué quieren?
Quién es Camila Sosa Villada
♦ Nació en 1982 en Córdoba, Argentina, con el nombre de Cristian Omar.
♦ Aprendió a leer y escribir a los cuatro años.
♦ A los 18 años dejó el pueblo para ir a la Universidad; estudió Comunicación Social y Teatro.
♦ Por las noches, trabajaba como prostituta.
♦ Escribió el blog La novia de Sandro.
♦ En 2009 estrenó su primera obra teatral, Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti.
♦ Trabajó como actriz.
♦ En 2013 recibió su DNI femenino.
♦ Publicó: En 2015 los poemas de La novia de Sandro; en 2018 El viaje inútil, una autobiografía; en 2019 su novela Las malas y el ensayo Tesis sobre una domesticación; en 2020 los cuentos de Soy una tonta por quererte.
♦En 2020 recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz a la literatura escrita por mujeres.