Joana D’Alessio no se detiene: es una locomotora imparable. En los últimos diecisiete años, esta directora de cine y lectora voraz, siendo muy joven, fundó una productora audiovisual y dos editoriales, todas actividades de gestión para otros. Ahora, sin embargo, es su turno, y es a ella a quien le han publicado (La crujía) su primera novela.
Alguien a quien contarle todo es la historia, o diversos fragmentos dispersos que van y vienen, sobre todo lo segundo, de la vida de Lucía, que bien podría ser la de cualquier mujer a la que le pasan la maternidad, las amistades, el trabajo, una mudanza, una separación, duelos varios, quien se hace infinidad de preguntas. Esta novela no lineal –”rota”, definen en la contratapa– que podría ser una autoficción de las tan vigentes hoy en día por la cantidad de detalles, por lo hiperrealista sin necesidad de tener anclajes en hitos históricos, es obra pura y exclusivamente de la imaginación de D’Alessio.
Dueña de una exquisita ironía, pinta y compone personajes entrañables que desnudan temores, miserias, deseos y afectos, con y sin dolor de por medio, porque solo quien puede oscilar confiada como una equilibrista entre el humor agudo y la tristeza más honda puede escribir una novela que se devora en poco tiempo.
Infobae Cultura conversó acerca del proceso creativo, de lo que la inspira, de la gestación de los proyectos en los que está encaminada en una charla descontracturada.
—¿Cómo fue el proceso de escritura de Alguien a quien contarle todo? Es decir, ¿sabías de antemano que escribías la novela?
—No, en mi otra vida soy productora de cine, y hace mucho tiempo empecé a escribir. Y en ese proceso en el que empecé a escribir, lo primero fueron narraciones, crónicas y cuentos. Algunos de los relatos que están en el libro son esos primeros cuentos que yo escribí, como, por ejemplo, el segundo [N. de la r.: “Es como que venga un pez y te muerda la nariz, eso no va a pasar nunca”], el de la mamografía, y otro que escribí en el medio, cuando van a la quinta, que se llama “Ezeiza”. Esos dos me acuerdo muy claramente que los escribí hace muchísimos años, y después escribí algunos más; y en algún momento detecté que estaba usando un personaje para escribir que era medio parecido y le estaba creando una constelación de relaciones que estaban funcionando. Ahí dije si sigo escribiendo relatos en este universo, puedo armar un libro, ni siquiera pensé en armar una novela. Lo primero que pensé fue en un libro, una secuencia de cuentos.
En ese proceso, muy largo, en algún momento apareció la idea de que podía ser una novela. Después escribí más cuentos: en algún momento fue un libro de cuentos, que si bien tenían personajes parecidos tenían voces diferentes –una carta en segunda persona; un momento distinto, de adolescencia–, materiales que estaban entre el cuento y la novela, y me pareció interesante llevarlo hacia el lado de la novela, y descarté materiales que se corrían mucho de eso y empecé a escribir cosas nuevas para terminar de amalgamarlo, porque si bien hay cortes –cosas que están elididas, que están fuera del relato–, antes eso era era más torpe, y ahora creería que ha quedado más orgánico, en el sentido de que lo que no está se salda más adelante.
¿Cómo era la pregunta? [risas]
—[Risas]
—[Risas] Para nada, nada más lejos que poder decir que sí. Fue algo que fui descubriendo y trabajando con el tiempo.
—Ahora me cierra lo que dice la contratapa, y justo sobre eso te iba a preguntar, lo de que es “un libro de relatos entrelazados que funciona como una novela rota…” Y ahora, con lo que contás, me queda más claro, se nota que hubo un trabajo, una transformación.
—Totalmente, fue un trabajo bastante largo y complejo, porque tal vez, si lo hubiera planeado, probablemente no me hubiera salido. Yo fui armando las partes del rompecabezas y después fui tratando de encastrarlas: algunas encajaban, otras no, algunas tenía que tirarlas a la basura y tenía que empezar de nuevo.
Yo no soy una escritora “profesional”, soy fanática de leer, siempre me gustó escribir porque me gusta conectarme con los pensamientos, con los sentimientos, con las descripciones, con cosas a las que me puedo conectar a través de la escritura. Pero para mí escribir cada parte del libro fue un trabajo bastante artesanal: de probar una cosa, de probar otra.
Igual, hubo algo que pasó cuando decidí que iba a ser una novela. Los primeros cuentos aparecieron tipo “pum”: surgía una idea, empezaba a escribir y me dejaba llevar, y eso se armaba. Lo corregí un montón, pero quiero decirte que ahí sí había algo que me imaginaba, iba, la escribía y me dejaba llevar por la escritura. Pero después, cuando tuve que poner todo eso en relación, ahí sí fue un trabajo muy meticuloso, sobre todo de hacer y deshacer. No fue una línea recta, fue un camino sinuoso, de construir, romper, probar de otra manera.
Porque hubo cosas que me pasaron, decisiones que había tomado en los cuentos, en las historias, como en “Ezeiza”, el de la quinta, en el que hay un padre viudo –yo lo hice viudo para ese cuento porque me había imaginado algo supermelancólico, porque está el pasado de la quinta y la infancia, la tristeza-melancolía de quien se está por separar, los recuerdos del inicio del amor y de la relación–, y para reforzar todo eso se me ocurrió que el padre fuera viudo: eso le daba un carácter de tristeza. Y tenía otro cuento, que está al principio, en el que había un personaje de una madre, y cuando empecé a unirlos, en el medio tenía que matar a la madre para que esos dos cuentos, que me gustaban mucho –me gustaban mucho los dos relatos, sobre todo “Ezeiza”, porque había sido muy importante en todo el armado del libro, porque lo que pasa ahí, tanto el personaje del padre como el duelo de la separación son temas que gravitan en todo el libro– [funcionaran]. Después tuve que escribir el cuento en el que se moría la madre, porque era un evento demasiado importante para dejarlo afuera, no podía en un cuento tener una madre y en otro no tenerla, si bien hay cosas que están como rotas, me di la misión de escribir eso, y me costó. No fue como en el de la quinta, que yo tuve la visión, que me vino más de adentro; fue como si yo me diera un encargo: tenés que escribir sobre esto. Fue otra manera de escribir.
Yo tengo una técnica de autocorrección que es que yo tengo que leerme y sentirme capturada, por vez número mil, y volver a sentir, como lectora, una música, un clima, y si eso no pasa, digo esto no funciona. Si cuando me leo no escucho esa música, no me siento interesada por lo que leo y me aburro de mí misma, no funciona. Hasta que yo no logré que todas las partes me dieran este tintin, me llevó bastante tiempo.
—Y sí, construir algo después de haber escrito un relato como “Ezeiza”, que te había salido más natural, componer otro para que el resto funcione debe ser difícil.
—En la novela hay una serie de cosas, de historias, de climas, de personajes, que yo tenía conmigo, lo que me resultó muy fácil volcar al papel, y otras que no. De hecho, para escribir el cuento de la muerte de la madre me pasé una temporada leyendo libros sobre duelos, y después me di cuenta de que estaba medio triste. Hasta que dije tengo que parar de leer esto (sonríe). Hubo cosas que fluyeron más naturalmente y otras que tuve que empujar un poco más.
Por eso me llevó tanto, lo que te decía de la música, era muy exigente conmigo. Buscaba mucho esa fluidez, por eso me sorprende cuando alguien me dice que lo leyó rápido, porque siempre es sorprendente lo que pasa del otro lado. Y el otro día pensaba en eso, sobre la velocidad, y tal vez tenga que ver que se lea rápido con la fluidez en la que sí trabajé un montón. A mí me gusta ser arrastrada cuando leo, que algo me lleve, y yo trabajé mucho en lograr esa fluidez, que me propuse fuertemente.
—Una cosa que me llamó la atención es que –no sé si fue intencional– casi todos los relatos, los capítulos, suceden en verano o hace calor. No sé si sos consciente de eso.
—Sí.
—Pero lo que más me llamó la atención es que la cubierta tiene un paisaje invernal. La pregunta es si se buscó un contrapunto, una tensión, o si “fue casualidad”.
—Mirá, en alguna de las etapas de corrección, de armado, de ver qué orden le daba a los relatos, hice una línea de tiempo para ver cómo funcionaban las estaciones y el paso del tiempo en el libro –incluso me acuerdo una frase que dice “las azaleas que me trajo mamá [no sé si en primavera]”, hay cosas que tienen que ver con las estaciones que también tienen que ver con la floración y cosas de plantas–, y en un momento lo revisé y traté de que fuera verosímil.
Lo que sí noté, en relación con lo que me decís de que hay mucho verano, es que hay dos cuentos que son en vacaciones, el que van a la costa y el que van a Miami, pero de alguna manera, como te decía, no es que avancé de adelante para atrás, fui haciendo por partes, algunas cosas resultaron azarosas e incontrolables.
En relación con la tapa me acuerdo de que cuando vimos el cuadro con el editor, Matías Bauso, él me dijo “Es hermoso, me encanta, pero me da dudas, porque tiene algo un poco frío, que no tiene que ver con tu escritura, que es supercálida”, eso mismo que vos decís, del verano; pero después lo empezamos a probar y nos gustaba mucho cómo quedaba. Además, el cuadro de la tapa es mencionado en un cuento.
Me parecía muy lindo, es muy lindo, el cuadro de Sofía Wiñazki, que además tuvo la amabilidad total de dejarme usarlo para la tapa. Me gustaba mucho que hacia el final del libro apareciera el cuadro y que el lector pudiera reconocerlo, son esas cosas que yo como como lectora agradezco.
—Tu novela es hiperrealista, si bien no es autoficción ni no ficción. ¿Creés que hay una tendencia en los lectores a verse más atraídos por historias tan íntimas (desde un lugar más voyeur o, tal vez, identificatorio)?
—Mientras me lo decís pienso en la identificación. Creería que venimos de una época tan difícil –y todavía estamos, porque este año también es un año muy complicado, porque volvió todo a la presencialidad, y con eso, nuevas exigencias, pero física y psíquicamente no estamos muy bien–. Estamos todos un poco con cosas a cuestas, y en el camino tuvimos pérdidas…
La verdad es que no sé si es una tendencia entre los lectores, pero creería que el efecto que vos decís, de realismo, produce una identificación, uno puede leerse en el vínculo de la narradora, con el padre o con la hija o con el ex, puede reconocerse, y ese es un lugar de comodidad, de alivio, de bienestar, de encontrarse en ciertas descripciones que pueden tener que ver con cosas tristes o con cosas lindas. Ojalá, es lo que quiero pensar, que lleve algo lindo al que lo lee.
—Pensando en esto que decís de los detalles, que son muy llamativos, y tus antecedentes en el cine, la novela tiene ese ritmo, tiene planos detalle. ¿Se dio naturalmente o justamente porque venís de ese sector se te da esa forma de narrar de manera natural?
—Creo que hay varias cosas que influyen en eso que vos decís, del detalle, que es algo que ya me han dicho, que ya escuché en otras oportunidades.
Hay algo que es mi forma de ver las cosas, que a veces para la vida es un poco incómodo estar viendo tan en detalle, pero esa lupa, ir y escarbar, te da esa posibilidad para la escritura de dar cuenta de esos detalles. Te diría que tiene mucho que ver con eso, y también es algo que yo fui desarrollando; porque cuando empecé a escribir, empecé a ver qué escrituras me gustaban, leí muchos libros sobre escribir, porque aprendí a escribir de grande, y porque esos libros me encantan, me apasionan –son un subgénero dentro de los libros de no ficción–.
El otro día hablaba con alguien de un libro de Liliana Villanueva, Las clases de Hebe Uhart. Liliana fue su alumna y recoge ciertas ideas que ella tenía cuando daba clases de escritura y enseñaba a escribir, y ella habla mucho, también, de que la escritura tiene que ver con eso. Me acuerdo de algo que dice que es que “uno tiene que parar antes del concepto”, habla de las descripciones, de los detalles y cómo afinar el oído, escuchar lo que dice la gente, cómo poder trabajar con esos materiales, que tienen que ver con la escucha y la observación. Y siempre me acuerdo de eso de “antes del concepto”, porque la literatura tampoco viene a explicarnos cómo es la vida. Y eso tal vez tenga que ver con lo que decís del cine. Es como que se hace una foto, y te muestra algo para que también quede del otro lado completar algo.
Me sorprende mucho lo que pasa con el libro, cómo de una misma cosa me dicen cosas tan distintas. Retomando, sí, es algo mío, pero también es algo que fui desarrollando.
—La novela es, por encasillarla, lo cual es horrible, un drama, sin embargo –me pasó–, hay frases hilarantes que te dejan al borde de la carcajada, ¿hubo una intención de quebrar la tensión y permitir bajar, que Lucía tuviera ese rasgo de personalidad o es algo tuyo?
—Viste que te decía que distintas personas lo ven de distintas maneras, que me hace gracia a mí también eso que pasa: me están diciendo mucho “me reí un montón”. Para mí es un libro retriste, lloré un montón escribiendo un montón de partes, y siempre pensé que era un libro muy triste: el epígrafe habla del dolor.
No es que no tuviera conciencia de que puede haber partes que tienen humor, pero me sorprende mucho cómo eso está apareciendo en las lecturas.
No podría decirte que es ingenuo de mi parte, que no me di cuenta de que puede ser gracioso, pero creería, igual, que es una manera de ver la vida, que tiene que ver con mi educación, con cómo es mi familia. Cómo en los peores momentos estamos enterrando a alguien y uno hace un chiste. Tanto mi mamá como mi papá siempre tuvieron un humor bastante negro: lo tengo yo, lo tienen mis hijas. Creo que es algo de mi formación emocional.
No es que yo estoy intentando producir un efecto cómico, sino que para mí la vida es cómica: como que las cosas que pasan son un poco dramáticas y cómicas al mismo tiempo. Supongo que eso aparece ahí, pero me sorprende, igual, en qué medida.
—Como muy humano. Tal vez hay quienes pueden anclar en lo humano para resistir, ¿no? Hay personalidades que tienen esa posibilidad.
—Es una manera de ver el mundo, de sentir las cosas, que me viene de siempre, siempre fui así y no lo puedo evitar. Me parece muy importante poder reírnos, divertirnos, poder ver una misma situación desde distintos ángulos. El humor también viene a correr un poco las cosas, poder decir mientras está pasando lo peor también están pasando otras cosas, una multiplicidad de la vida. El humor te da esa posibilidad, y también te descoloca, y me gusta, porque no me gusta nunca pensar que las cosas son de una manera, estar muy convencida de algo, darle una lectura única y definitiva a la realidad, entonces creería que el humor viene a romper un poco eso.
—La protagonista es una mujer joven, adulta, de cierta clase, con ciertas características, que transita ciertos lugares y situaciones propias de su clase, sin embargo, hay una capa, más sutil e interna, que tiene que ver con el ser mujer y transitar o enfrentar esas situaciones –duelo, separación, muertes, economía, trabajo, maternidad– más universal, común a todas. ¿Creés que hubiera funcionado en una Lucía diferente la novela?
—Como te decía antes, dar tantos detalles, tantas descripciones permite verla a ella en una determinada clase, en un determinado grupo, en una circulación, pero me es imposible pensar si sus rasgos universales funcionarían en otra, no lo sé. Creo que lo que funciona es que sea específico con lo universal porque también creo que hay algo de ese entramado entre esos sentimientos, que son un poco universales pero puestos en función de una historia que tiene argumento, detalles. Pero creo que esas cosas me decidieron a mí, no las decidí yo a ellas.
—Es muy, muy, reciente, pero ¿ya tenés pensado seguir escribiendo?
—Yo siempre estoy haciendo talleres. Hace dos años que hago un taller de no ficción con Leila Guerriero, que me encanta, siempre estoy escribiendo y tengo un montón de materiales.
Pero así como este libro no lo pensé antes de empezar a escribirlo, voy a seguir escribiendo porque me encanta ir al taller, disfruto mucho, estoy escribiendo y estoy concentrada, siendo arrastrada por lo que escribo. Me resulta una sensación muy placentera que espero seguir teniendo muchas veces en mi vida.
Ahora que esos materiales se puedan convertir en un libro, en qué libro y cuándo no tengo pensado. No tengo un plan.
—Este se dio…
—No, no. Hice un montón de cosas para terminarlo y tenerlo, pero no es que tuve un plan anticipado.
Creería que mi proceso de escritura es medio errático, me encuentro y me desencuentro todo el tiempo. En ese sentido, no es que tengo una visión de un libro, o sí, pero de varios distintos; no es que estoy corrigiendo un próximo libro que ya sé de qué va. Tengo unos temas que me interesan sobre los que estoy escribiendo, y a qué va, todavía no lo sé.
Mi mayor ambición es no perder el deseo de escribir, la conexión con escribir.
—Que fundamentalmente es lo que te alimenta, te potencia y te motiva a seguir haciéndolo.
—Yo siempre me sentí volcada a la escritura. Cuando hacía películas, que armaba los proyectos, me gustaba escribir los textos de motivación, los textos de los personajes… Siempre me gustó mucho leer, y siempre me sentí muy afín a la escritura, siempre me gustaron mucho las palabras. Y después uno eso lo va desarrollando, ¿no?
—Y te gusta más allá de si es ficción, no ficción.
—A mí me gusta tipear, no sé cómo explicarte [risas]. A mí me gusta estar sentada escribiendo. Leí un libro de Murakami, De qué hablo cuando hablo de escribir, me encantó ese libro, cómo se planta frente a la tarea del escritor. Él dice que escribir no es una cosa ni demasiado complicada ni demasiado genial, es una persona que tiene la voluntad de estar encerrada en un cuarto muchas horas tratando de acomodar palabras. Y realmente a mí me gusta estar acá encerrada donde vos me ves sentada ante mi computadora escuchando el ruido de las teclas. A mí eso ya me da una sensación en el cuerpo que me gusta. El silencio, las teclitas, tiquitiqui, yo escribo rápido y pienso rápido también, y eso ya me gusta.
Después un montón de otras cosas pueden venir, pero te diría que casi lo más básico, que es una predisposición física para la situación de la escritura, ya me da placer. Obvio que hay veces que estás tratando de imaginar algo y no te sale, no quiero decir que es un mundo ideal, pero a mí ya me da placer la situación típica de la escritura.
Suscribo mucho a esa idea. Fui muy tenaz, probaba, corregía. Sobre eso también habla Murakami: tener una determinación muy grande.
Además, yo hago muchas cosas, estoy muy en contacto con mis emociones, y hay algo de la escritura que me da mucha calma. Escribir es un proceso que te exige concentración total y es lineal: una palabra va atrás de la otra. Eso produce en mi mente un proceso de calma, de acomodar una palabra detrás de la otra y ver cómo mejor van quedando acomodadas me va haciendo feliz.
Y me gusta mucho, también, el desafío que es cómo con esas palabras que van una detrás de la otra al final lo que uno quiere transmitir son un montón de cosas, una multiplicidad de sensaciones, de emociones, de lecturas. Pero tenés esa herramienta, también dice Murakami, bastante arcaica, de poner y sacar palabras. Hay herramientas mucho más complejas, como sistemas, pero esto es así desde siempre, y es lindo.
Eso que tiene la escritura, la lectura, que no se arruina, que no tiene decadencia: las cosas, los lugares, las personas tienen decadencia, todo se arruina, todo puede salir mal, pero cuando uno se encuentra con un libro, que tal vez fue escrito en otra época, en otro contexto, eso está igual que cuando fue escrito en ese momento: permanece idéntico a sí mismo. Y lo que uno escribe, también. Cuando uno lo termina y está ahí eso es algo que puede gustar, no gustar, tener recorridos pero que queda ahí, fijado de una manera. Eso me parece muy poderoso, tener la posibilidad, también, con esa herramienta un poco arcaica de poner una palabra detrás de la otra, de armar un mundo, construir una historia, un universo, que además no se va a arruinar ni a poner oscuro, va a permanecer así. Me parece lindo.
Ojalá que siga pasando horas escuchando el teclado, la lluvia, si es que llueve.
—Pensando en tu trayectoria artística, cultural, ¿cómo fue el pasaje de una disciplina –el cine– a la otra –la escritura, lo editorial–? ¿Tiene que ver con tu predisposición a sentarte frente al teclado y a que seas una apasionada de la lectura?
—No sé… Porque vos me decís eso y yo no me reconozco en la palabra ‘escritora’ o en la palabra ‘artista’. A mí me gusta hacer cosas que tienen un resultado observable, palpable: alguien tiene una idea, trabaja y se pone en marcha un proceso que al final del recorrido es una película, un libro, un cuento.
Si tuviera que unir todas las cosas que hice, te diría que tiene que ver con hacer cosas, poner cosas en el mundo, es algo que me gusta. Y, también, hacerlas en equipo, porque escribir tiene una parte solitaria, que también me gusta, pero el cine, el trabajo editorial, o incluso escribir –hice un taller con Fabián Casas que también decía que la escritura era colectiva–, porque cuando uno escribe también comparte, escribe con otros, leyendo a otros, escuchando a otros, a tus profesores, a tus compañeros, poniendo una antena, un radar. Bueno, yo me reconozco en el hacer cosas, no en la palabra artista ni en la palabra escritora.
Trazando una línea entre el hacer películas, editar libros infantiles, editar libros de no ficción, escribir una novela de ficción, si lo veo de afuera digo qué raro, pero en mí fue un proceso natural, que se fue dando, una cosa llevó a la otra. Siempre tuve una pulsión por hacer cosas y por terminarlas: soy un poco obstinada, y si empiezo algo lo quiero terminar; si digo que voy a hacer algo, lo quiero hacer.
Me acuerdo cuando empecé con la editorial de no ficción [N. de la r.: Vinilo], al toque empezó la pandemia, y a veces decía uhmmm… no es el momento para esto, pero ya había empezado, y eso es un veneno para mí, me inoculé el germen de ver el proceso, de terminarlo, me cuesta mucho bajarme de mis propios proyectos.
—Para cerrar, aunque mencionaste un par de veces tu gusto por la no ficción, ¿cómo nace Vinilo, tu editorial de no ficción?
—Es un género que me gusta mucho. Cuando yo empecé con mis talleres y a escribir ficción, un día me di cuenta de que todos los libros que estaba leyendo eran de no ficción –Didion, Carrèrre, Knausgård, ese tipo de autores–, también poesía, que no es no ficción, pero me fui inclinando para esas cosas. Entonces yo ya tenía la editorial infantil [N. de la r.: Ralenti], que venía bien y estaba muy contenta, pero tenía ganas de armar un proyecto que fuera para adultos.
La no ficción es una tendencia mundial, también hay mucho interés en los documentales, además de la escritura de no ficción. Vos me preguntabas eso. Y también era una oportunidad. Como yo vengo del cine, siempre estoy pensando quién es el público, quiénes son los lectores. Y sostener un proyecto editorial es tan difícil; los libros infantiles se venden porque los chicos crecen pero siempre hay chicos nuevos, y cuando armé el proyecto de no ficción era un momento de mucha expansión, además de un género mío muy preferido. Quería que tuviera una identidad muy clara, para que se destacara, por eso los libros chiquitos, con diseño, para que fueran llamativos.
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