Bien vestidos: Una historia visual de la moda en Buenos Aires 1870-1914 (Ampersand), de María Isabel Baldasarre, es un estudio exhaustivo de lo que vestían los porteños y porteñas de la belle époque rioplatense. Aunque a primera vista parecería ser una publicación solo para entendidos de la industria y amantes de la historia de la moda, Bien vestidos es un estudio pormenorizado de los hábitos de consumo de los porteños (porque en Buenos Aires sucedía casi todo) y de las prácticas sociales que reforzaban el sistema de clases.
Se observa aquí, en detalle, el éxito de tomar una práctica tan pedestre como “cubrirse el cuerpo con ropa” y expandir el universo de ese acto. Iluminar los significados y las luchas, las angustias y deseos de quienes comenzaban a vivir en la llamada París de Sudamérica.
Cultura del vestir
María Isabel Marisa Baldasarre es investigadora y actualmente, directora nacional de museos de la Secretaría de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura. Si bien ya había trabajado y escrito sobre la dinámica de los consumos en el arte, ese mundo le quedaba chico. Cuando comenzó a leer sobre moda y armar su biblioteca, recordó algo que deseaba hace tiempo. “Yo había trabajado mucho sobre el consumo de arte, su circulación y su mercado, y tenía muchas ganas de poder escribir sobre los consumos culturales más amplios, ya que no todas las personas compran arte o asisten a los museos, pero sí todas se visten para su vida pública”, le cuenta a Infobae.
Muy pronto en el prólogo de Bien vestidos habla de la “cultura del vestir”: todo lo que rodea el consumo y el uso de la ropa que elegimos. Ese término le permite abordar maneras de lucir y adquirir prendas, de nombrarlas, producirlas, en definitiva, de consumir todo lo que ofrece esa industria titánica de la que seguimos alimentándonos hoy.
Discurso e imagen tuvieron –y tienen– mucho que ver en todo esto (no somos –ni seremos– los últimos argentinos en vernos bombardeados por la publicidad y la opinión de los medios).
“Creo que los modos en que los seres humanos construimos nuestra apariencia me interesa desde siempre. Ese poder compensatorio y ese mundo de fantasía que se abren a partir del llevar alguna prenda de indumentaria específica, lo asocio con mis deseos desde muy pequeña”.
Todo acto en sociedad tiene un significado. Quizás en una isla vestirse con bombín o taparrabo no signifique nada, pero lejos estaba la Buenos Aires de entonces de ser un atolón en el expansivo mapa mundial.
—¿Todo lo que elegimos vestir significa algo?
—En las elecciones aparentemente más banales hay tomas de decisión. Si nos vestimos para no llamar la atención, estamos tomando decisiones de cómo queremos ser vistos y elegimos prendas acordes con ello. Sí, definitivamente en el modo que nos exhibimos a los demás estamos queriendo comunicar algo.
—¿Qué fue lo que más te sorprendió encontrar en tu investigación?
—Lo primero que me llamó la atención fue el caudal de material con el que me fui encontrando. La moda era, y es, un gran fenómeno comercial. Cualquier publicación del siglo XIX, estuviera o no orientada a las mujeres, tenía una sección dedicada a la moda además de las publicidades de los comercios. El protagonismo y la profusión visual que tenía la moda para los habitantes porteños de hace más de cien años era innegable.
La diosa-moda
Cada capítulo de este libro aporta una enormidad de datos y descripciones de lo que comenzaba a suceder entonces en el universo de la producción, compra y venta de la ropa en Buenos Aires.
La circulación de moldería. El auge de las grandes tiendas departamentales como A la Ciudad de Londres, abierta en 1873, donde la gente iba a comprar telas, pero también a mirar y flirtear. La estipulación de precios fijos y la consecuente desaparición del regateo. La idea de frivolidad asociada a la moda. La moda como la corruptora de las buenas costumbres. Y la mujer como un ser débil y frívolo, que debía luchar para no sucumbir ante la “diosa-moda”, y dejar en bancarrota el tesoro familiar.
—Cuando analizas el auge de las tiendas departamentales decís que las mujeres estaban sometidas, y debían cuidarse, de la diosa-moda. ¿Siguen las mujeres sometidas a la diosa moda? ¿O todos lo estamos?
—Este es un punto superinteresante, y creo que tiene que ver con asociar la moda con la banalidad y la superficialidad, actividades toleradas solo entre las mujeres. Esto hizo precisamente que, durante gran parte del siglo XX hasta hoy, fuese sospechoso que un hombre le dedique demasiado tiempo a la construcción de su apariencia, sospechoso frente al imperativo heterosexual, dado por obvio e incuestionable. Por otra parte, creo que en un momento como el actual de hipervisibilización de los cuerpos a través de las digitalidad y las redes, todos estamos, en mayor o menor medida, sometidos a la construcción de nuestra apariencia.
—En un momento hablas de la “democratización del deseo” de ropas que se adaptan al cuerpo de sus portadores, ¿cómo sería esto?
—Lo que surgió, efectivamente, hacia el final del siglo XIX fue la producción en serie de la indumentaria y la ropa ya hecha, lista para ser comprada. Esto que permitió que un gran número de personas pudiesen aspirar a una apariencia burguesa que entonces les empezó a ser accesible. Ese deseo de verse bien vestido entonces se democratiza, aunque no quiere decir que todos se vistieran iguales, ya que en las telas, en los cortes y en ciertos detalles pervivían, como perviven hoy, las marcas de distinción.
Disciplinar el cuerpo
Reafirmar los lugares de poder también era tarea del buen vestir. El problema comienza justamente en este período en el que vestirse a la moda empieza a estar al alcance de todos, ya sea porque se tiene el dinero para comprar en las tiendas o porque, tras años de cultivar el oficio, las mujeres ya poseen la suficiente destreza para replicar atuendos en casa. La máquina de coser, en este sentido, fue toda una revolución que llevó a la profesionalización de las costureras. Las mujeres podían comenzar a ganar plata con lo que sabían hacer.
Nada de esto evitó que la norma continúe cayendo estrepitosa sobre cuerpos y formas de lucir las prendas. En este sentido, la investigación que hace Baldasarre sobre la evolución del corsé como creador de un tipo estándar de imagen femenina, como símbolo sexual y, finalmente, como prenda desaconsejada para largos períodos de uso por el discurso médico, es fascinante.
—En un momento decís que la alteración del cuerpo a través de prendas de vestir que lo amoldaron a la moda no era prescindible. ¿Qué rol sigue cumpliendo la moda como disciplinadora de cuerpos?
—Quiero pensar que hoy podemos hacer un uso más libre de las prendas y construir nuestro propio estilo. Hay de hecho muchos activismos que militan las diferentes corporalidades y argumentan que la moda tiene que estar al servicio de la diversidad de los cuerpos y no al revés. La ley de talles y los estudios de medidas corporales reales apuntan en ese sentido. Sin embargo, todavía persisten muchos estereotipos asociados a cómo deberían quedar ciertas prendas y quiénes tendrían derecho a lucirlas y quiénes no. El siglo XX, en el que se dejó de usar el corsé, por ejemplo, persistió en el uso de fajas o pantalones ultraajustados, que apuntaban precisamente a ocultar o modelar las partes más redondas o rotundas, sobre todo del cuerpo femenino.
—Mencionas el 1900 como un momento bisagra en el cual el estándar de belleza corporal mutó a los cuerpos atléticos y delgados. ¿Pensás que hoy estamos viviendo un momento parecido de transición?
—Definitivamente estamos asistiendo a un momento de transición, en el que comenzamos a ver en la publicidad y en las pasarelas otras formas corporales, más allá de los cuerpos ultradelgados o atléticos que todavía siguen siendo los que predominan. Sin embargo, las corporalidades diversas son mayormente femeninas, en la iconografía masculina todavía persiste el cuerpo hegemónico, es decir, blanco, flaco y torneado. Se tomó conciencia sobre la estrechez de ciertos parámetros y del sufrimiento que esto provoca, pero faltan muchos terrenos por conquistar, tanto entre quienes fijan estas pautas por intereses comerciales o de marketing, como respecto de la deconstrucción de nuestros propios prejuicios acerca de cómo debería verse la moda y el cuerpo vestido.
—¿Cómo funciona la moda como un “catalizador” para procesar simbólicamente los cambios sociales? ¿Podrías dar ejemplos?
—Entiendo que la moda no es solo una cuestión de selecciones privadas, sino que en el modo que se exhibe y usa en la vida pública da cuenta, e incluso impulsa, los cambios sociales. Por ejemplo, el uso del pantalón femenino a lo largo del siglo XX puede servir justamente para entender el rol que fueron ganando las mujeres en la esfera pública. Hasta la década del 60 no se impuso como elemento de uso cotidiano, y al respecto hay un montón de anécdotas, como por ejemplo las estudiantes de abogacía que incluso en los años 70 no tenían permitido ingresar en pantalones a la universidad, así como yo no tengo recuerdo, en los 80 y los 90, de mis abuelas usando pantalones. Es decir, una prenda, aparentemente tan inocua como un pantalón, connotaba toda una serie de sentidos que tenían que ver con qué les era permitido o habilitado a las mujeres.
El futuro llegó
Otro concepto interesante que Baldasarre introduce en Bien vestidos es la “performance de la moda”, es decir, los lugares donde la gente iba a exhibirse, a mostrar lo que estaba de moda. En la belle époque era la calle Florida o el Teatro Colón para la élite. En los 90, más allá de las revistas, los desfiles de Giordano en Punta del Este y las supermodelos como Valeria Mazza. Hoy, sin duda, son la web y los artistas que imponen tendencia en prendas y modos de usarlas, afirma la autora.
—Del corsé, a los ítems de ropa masculina adoptado por las mujeres, a la última tendencia de la “ropa sin género”, ¿qué pensás que nos depara la moda en el futuro?
—Más que pensar qué nos depara, prefiero soñar cómo me gustaría que sea la moda del futuro. El supuesto genderless, el anterior unisex, muchas veces no es más que la proyección de los cortes de la indumentaria masculina. Me gustaría que la moda del futuro siguiera avanzando en el terreno de la diversidad, en la comodidad, en talles para todos y que no renuncie a la fantasía.
A veces el cambio llega tan rápido que quedamos suspendidos en el aire pensando cómo llegamos hasta acá. Lo que antes parecía natural, hoy parece venir de otro planeta. Antes ni el feminismo ni la ropa de una representante política eran un tema para la opinión pública. Pero las cosas cambiaron, una vez más.
—En la conclusión hablás de que este libro surge en el contexto de “la marea verde”. Quería preguntarte si tenías alguna opinión entre el cruce política y vestimenta femenina y cómo pone la opinión pública el foco en la ropa, sobre todo en mujeres que se dedican a cargos públicos. ¿Cómo es tu experiencia personal como Directora Nacional de Museos?
—Por suerte, hoy los estilos de quienes nos dedicamos a la función pública no están normados y creo que se respeta, y está habilitada, la multiplicidad de tendencias. Nuevamente, creo que aquí hay más libertad para el género femenino y todavía entre los hombres persiste el traje y los looks más mesurados y tradicionales.
—Si tuvieras que hacer un trabajo similar en la actualidad, ¿por qué período comenzarías?
—Estoy ya soñando con mi próximo libro, y me gustaría trazar una historia de las mujeres en el siglo XX, pensando en los modos en que conquistaron su independencia y ver cómo eso se corresponde o no con la construcción de su apariencia. Incluir desde las divas del cine y las fotonovelas a las telefonistas, secretarias, amas de casa, trabajadores domésticas, estudiantes, pensando en un proceso de ida y vuelta, donde la moda no refleja algo que se produce en otra parte sino que también construye subjetividad y permite maneras de actuar en el mundo.
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