Sorprendió tanto cuando se anunció que el Premio Nobel de Literatura 2021 se llamaba Abdulrazak Gurnah que hasta la Academia Sueca –quienes lo habían elegido- puso una encuesta en su página web preguntando quién lo conocía. Y lo conocíamos pocos.
De su país, Tanzania –y más específicamente, la isla de Zanzíbar- una referencia fuerte era que allí había nacido Freddy Mercury. Un escritor de la tierra de Freddy Mercury. Que vive en Inglaterra desde joven, como Freddy Mercury. Muchos pensaron que el premio era mucho más político que literario: un exiliado africano que escribe sobre africanos y sobre exiliados. Era una conclusión sensata, pero todavía había que leerlo.
Y para leerlo hubo que saber que Zanzíbar -entonces, todavía no unida a Tanganica para formar Tanzania- tuvo una salida traumática del colonialismo. Una revolución más o menos socialista, la ira de los habitantes negros no ya contra los ingleses sino contra los árabes que allí vivían. En ese contexto –la revolución, la ira contra los árabes- es que el joven Gurnah se alejó de unas costas cálidas para ir a recalar en otras, frías. Algo de eso dice el personaje de A orillas del mar, la novela que Gurnah escribió en 2001 y que –por obra y gracia del Premio Nobel- acaba de reeditarse en castellano (hasta ahora, sólo tres de las diez novelas del tanzano estaban en nuestro idioma y ésta era una de ellas).
Ese es Abdulrazak Gurnah: no será comprensivo con la colonización, no aceptará amablemente la tiranía de los propios.
¿Por qué va un africano, una vez liberado de los europeos, a meterse en las entrañas del imperio?
A partir de A orillas del mar podemos ensayar varias respuestas.
Una tiene que ver con cobrarse lo que Europa se llevó y se ve en la reflexión del protagonista ante el agente de migraciones que lo está verdugueando mientras custodia la puerta de entrada a Inglaterra: “Curiosamente, la misma puerta por la que habían salido las hordas que partieron a arrasar el mundo y ante la que ahora nos postramos nosotros, suplicando que nos dejen entrar.”
La otra respuesta apunta al África misma, a los africanos, a qué pasó cuando Europa se retiró: “Habíamos huído de países cuyos gobiernos exigían una total sumisión y un miedo cerval que sólo podían conseguir a fuerza de flagelaciones diarias y decapitaciones públicas”.
Ese es Abdulrazak Gurnah: no será comprensivo con la colonización, no aceptará amablemente la tiranía de los propios.
Entonces de qué se trata la novela
A orillas del mar cuenta las historias de dos exiliados, dos de esos hombres que han entrado a Europa suplicando.
Uno es viejo, sabremos enseguida que ha sido comerciante y mucho más tarde que fue muy rico, que perdió todo, que terminó en la cárcel, que el único camino que le quedaba era el de salida.
Y algo más: sabremos que el nombre que usa –Rayab Shaaban- es falso. Es el nombre de otro “con quien tuve tratos delicados”, dice. Que fue su peor enemigo, nos enteraremos pronto.
Gurnah muestra otra civilización que funcionaba antes que la europea se impusiera como el “default” de la humanidad.
El otro hombre es mucho más joven. Dejó África en busca de un futuro, impulsado por el deseo de su madre de verlo hecho “un profesional” y gracias a uno de los amantes de su madre, con influencias como para conseguirle una de las pocas becas que ofrecía Alemania Oriental en tiempos de comunismo.
El joven se hace llamar Latif Mahmoud, que tampoco es, en rigor, su nombre real sino una mezcla de uno elegido –Latif- con el de su bisabuelo, que por tradición se anota en el documento y que una azafata toma por apellido. Entonces quien era Ismail Rayab se vuelve Latif Mahmoud. Lo ha rebautizado una azafata, en definitiva, un personaje secundario en su pasaje a otra vida. Y lo hizo porque no sabía que en otro lugar ese último nombre es el de un antepasado. Así que leyó como se lee en Occidente.
Porque un poco –bastante- también se trata de esto A orillas del mar. De distintas costumbres, de cómo se las (mal)interpreta, de cierta incomprensión cultural con que nos miramos y nos traducimos a términos conocidos barriendo la enormidad que ignoramos bajo la alfombra.
¿Qué ves cuándo me ves?, podría decirle cualquiera de sus vecinos ingleses al viejo.
“No tengo la mejor idea de qué les inquieta” -piensa el exiliado, en sus paseos por el pueblito inglés- pese a que los observo con atención y me fijo en todo lo que puedo, pero me temo que reconozco poco de lo que veo. No es que sean misteriosos, sino que su extrañeza me desarma. Apenas entiendo el esfuerzo que parece acompañar sus acciones más cotidianas. Parecen agotados y distraídos, se frotan los ojos como si les escocieran mientras se enfrentan a calamidades incomprensibles para mí”.
¿Qué ves cuándo me ves?, podría preguntar el joven e integrado Latif, que escapó de Alemania Oriental y hoy es un respetado profesor universitario en Londres. Una respuesta se la da alguien que lo cruza por la calle y le suelta un “¿De qué te ríes, cafre?”
Él salía del subte, bien vestido, apurado, un hombre de su lugar y de su tiempo, y uno que viene en dirección contraria le tira con el origen, como si le arrojara el delantal de cocina para que fuera a servirlo, como si el traje y los modales de profesor fueran un disfraz que no alcanza a tapar al negro (¿al esclavo?). “¿De qué te ríes, cafre”
El profesor Mahmoud tiene que ir al diccionario: “cafre” viene del árabe, “káfir”, infiel. Y se usa para denominar a los habitantes de raza negra del sudeste africano. Y, en la siguiente acepción, “bárbaro y brutal en el más alto grado; salvaje”. O sea: NUNCA SERÁS UNO DE NOSOTROS.
¿Qué me importa el colonialismo hoy en día?
No sé si inadvertidamente o como programa, Gurnah viene a contar la historia suya y la de otros como él, que le están cambiando el color de tez a Europa. Son muchos, son diferentes, muchos son religiosos (de otra religión) y hasta se han vuelto más religiosos en el exilio.
Claro que es el despojo colonial lo que pone a los africanos en Europa. Pero una vez que esto está hecho, que nace una generación, que nacerán otras… ¿qué historia se contarán los europeos sobre sus raíces?
Para ser honestos, ¿de quién hablarán esos europeos mestizos cuando digan “nuestros antepasados”? ¿De celtas, cruzados, la cristiandad? ¿O deberán ir dando lugar a las antiguas prácticas, los antiguos modos de los nuevos habitantes? Esas culturas que irán permeando la cultura local.
Ese trabajo hace Gurnah: construye, documenta, relata, el pasado de los nuevos europeos.
Volvamos a la historia
Aunque no deja de señalar el colonialismo, sus consecuencias, la riqueza que generó, los daños indelebles, Gurnah también muestra contradicciones al interior de África y, mucho, mucho, otras costumbres, otros modos de hacer negocios, otra civilización que funcionaba antes que la europea se impusiera como el “default” de la humanidad.
Entonces Latif y Rayab no están en cuento rosado en que se encuentran en el exilio y se van abrazados canturreando por las –ordenadas, eso señala Rayab- calles de Inglaterra.
Antes del encuentro Latif nos cuenta, nos ha contado, cómo su familia fue despojada de su casa por un préstamo amañado y por la maldad de un hombre. El dolor, la debilidad del padre que, frente a las desgracias de la pobreza y la poblada cornamenta que carga, se vuelve religioso, un hombre santo. Latif tampoco tiene adonde volver.
Cuando finalmente se vean –con sospechas, desconfianzas, miedo- Rayab le mostrará otra cara de esa moneda, la historia contada desde otro lado donde también hay despojos, mentiras, atropellos, abusos sobre las mujeres y sus propiedades, ejercidas en nombre de esa cultura que, a su vez, ha sido atropellada por Occidente. En la versión de Rayab, los malos están en el linaje de Latif. Las vueltas de la Historia han dado poder a unos ahora y a otros después y nadie se privó de usarlo en su beneficio.
Más allá de la corrección política
Por todas estas cosas, por estas complejidades, el Premio Nobel a Abdulrazak Gurnah es más que un gesto de corrección política.
Aunque no deje de contarnos, de recordarnos, cosas como la prepotencia sobre un exiliado:
“Cuando el hombre dijo ‘pasaporte’ por segunda vez, se lo tendí estremeciéndome de antemano ante el maltrato y las amenazas que esperaba recibir. Estaba acostumbrado a funcionarios que te fulminan con la mirada y montan en cólera ante el menor contratiempo, que juegan contigo y te humillan por el puro placer de ejercer su sagrada autoridad”
Aunque no deje de mostrarnos que el colonialismo no se sostuvo sólo con la fuerza la conquista, sino con la enseñanza, con el aprendizaje, de que hay gente superior y que por eso manda:
“Puede incluso que la palabra ‘admiración’ se quede corta para describir lo que creo que entonces sentíamos, porque tenía más que ver con someternos a su autoridad sobre nuestra existencia material, someternos mental y físicamente, sucumbir a su deslumbrante seguridad. En sus libros leía relatos nada halagüeños de la historia de mi pueblo, y precisamente porque no eran halagüeños parecían más verídicos que los que nos contábamos a nosotros mismos”
Aunque no olvide señalar los beneficios económicos de esa “superioridad”:
“Hacia 1880, en nombre de una civilización superior, habían expulsado a casi toda la competencia en el comercio del Lejano Oriente. Acaparaban el opio, el caucho, el estaño, la madera, las especias, y pretendían acceder a todo ello sin la enor interferencia por parte de otros mercaderes —ya fueran autóctonos, musulmanes o adoradores de mil demonios—, y mucho menos de los que venían de territorios que no estaban bajo su autoridad”.
Aunque recuerde que había otros modos de comerciar y otros dueños. Que tampoco eran ángeles, como se ve en otra novela de Gurnah traducida al castellano, Paraíso. Que no estaban exentos de abuso y crueldad. Pero otras maneras, que existían y funcionaban.
Es una tarea ambiciosa la de Gurnah, escribir el pasado de los futuros europeos. Es un proyecto del alcance de los de grandes autores como José Saramago, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, que pretendían mostrar y descrifrar el mundo todo. Gurnah está para eso. No escribe “libros chiquitos”, intenta intervenir en la Historia.
Un fragmento de “A orillas del mar”
“En aquellos tiempos los préstamos eran frecuentes entre comerciantes, sobre todo los que venían del otro lado del océano, aunque nadie soñaría siquiera con hacer algo así hoy en día, cuando todos andamos a la rebatiña por cuatro perras. «En aquellos tiempos...», ¡qué palabras tan tristes para un hombre de mi edad, y qué absurdas a la vista de todo lo que ha pasado! Entonces, alguien te pedía dinero en un lugar determinado, se iba a comerciar a otro lugar y finalmente le devolvía el préstamo a algún socio tuyo en otro lugar distinto. Éste, a su vez, adquiría alguna mercancía que necesitaras y te la enviaba. De este modo, nadie salía perdiendo y el honor y la confianza prevalecían entre mercaderes, se acordaban contratos matrimoniales, las familias intimaban y los negocios prosperaban. De vez en cuando, si algo salía mal, había dramas e intrigas y la amenaza de un escándalo planeaba sobre la comunidad, pero el sentido del compromiso y la dignidad evitaban que se desatara el caos y, en el peor de los casos, se acudía a los eruditos en leyes o religión —que bien podían ser los mismos— para que ejercieran de árbitros. Pero es verdad que, ya en aquella época, tras unas pocas décadas de dominio británico, las cosas habían cambiado, y era más habitual consultar a un abogado guyaratí del bufete Shah y Shah o Patel e Hijos que acudir al cadí, pese a que el de entonces era un buen hombre y todo un caballero, nada que ver con los charlatanes que vinieron después.”
Quién es Abdulrazak Gurnah
♦ Nació en Zanzíbar en 1948
♦ Su padre era de Yemen, su madre de Kenia.
♦ A los 18 años huyó, por la persecución a ciudadanos árabes.
♦ En 1968 empezó a estudiar en Inglaterra.
♦ Estudió en la Universidad de Kent, donde luego fue profesor y director de estudios de posgrado.
♦ Publicó Ensayos sobre escritura africana, Paraíso,, que fue candidata al premio Booker, y En la orilla, entre otros.
♦ En 2021 ganó el Premio Nobel de Literatura.
Ficha
Título: En la orilla
Autor: Abdulrazak Gurnah
Editorial: Salamandra
Precio: $ 2500 (papel) $1000 (ebook)