Aunque venía escribiendo hacer rato, en 2007 Claudia Piñeiro era, para casi todo el mundo la autora de Las viudas de los jueves. Con esa novela, publicada en 2005, que describía la vida en un country, el menemismo, su caída, la autora argentina había ganado el Premio Clarín Novela y rápidamente se había convertido en la dueña de un cóctel difícil de obtener: el que combina el aplauso de la crítica y la lectura masiva.
Sin embargo, con la novela que siguió a Las viudas... Piñeiro no fue a darles a los lectores más de lo que ya les había gustado. La novela que siguió se llamó Elena sabe, y era una historia oscura, dura, amarga. Es esa novela, justamente, por la que ahora está nominada al Internationl Booker Prize, un importante premio inglés a obras que vienen de otro idioma. “Es un libro que es mejor recibido hoy que cuando se escribió en 2007″, dijo ahora la autora a Infobae.
Ese libro difícil Piñeiro lo dedicaba a su madre, que había muerto un año atrás. “Porque ella lo hubiera entendido”, dijo entonces. Porque la madre, contó, estaba enferma y se reía de su enfermedad. “Hay situaciones en ese vínculo que se entienden cuando algo te pasó”, dijo entonces.
Ese libro difícil Piñeiro lo dedicaba a su madre, que había muerto un año atrás.
La protagonista de Elena sabe también es una madre y también está enferma: tiene un Parkinson que casi no la deja caminar, casi no le permite levantar la cabeza. Así, sin embargo, mientras le dura el efecto de una pastilla que hace que se pueda mover un poco, va de Burzaco -atención, de ahí es Piñeiro- a Belgrano para tratar de encontrar respuestas a la muerte de su hija.
Rita, la hija, apareció colgando del campanario de la iglesia. Dicen que fue suicidio; Elena no lo cree. Sabe que su hija no se acercaría a una iglesia en un día de lluvia y ese día, bueno, había relámpagos de todos los colores.
¿Alguien querría hacerle daño? Para Elena, desde la empleada de la prepaga hasta el sacerdote, todos son sospechosos.
La novela cuenta un hecho del pasado. Veinte años atrás, Rita encontró a otra mujer, Isabel, vomitando en la puerta de la casa de la abortera de la zona. Detuvo su entrada, la llevó de vuelta con su marido. ¿Esto tiene alguna conexión? Elena viaja para hablar con Isabel, la mujer que Piñeiro eligió para hablar de cómo se puede no querer ser madre aun contando con los medios, aun con una pareja formal y sin problemas a la vista. “Busqué un personaje que no tuviera excusas para poder hablar del deseo”, dijo entonces.
Muchos años después, Piñeiro se convertiría en una de las voces de la lucha por la legalización del aborto en la Argentina. “Ustedes, los diputados que voten en contra, van a tener que mirar el día de mañana a una nieta y decirle que votaron para que una mujer tenga adentro de su cuerpo un embrión y los ojos de esa niña les van a transmitir el horror”, dijo en una intervención en el Congreso.
Y avanzó: “El lenguaje construye realidad y nos están queriendo robar una palabra. Cada vez que alguien dice que está en contra de la ley porque está con la vida nos excluye a todos. Nosotros también estamos a favor de la vida, no permitamos que nos roben una palabra”.
Pero Elena sabe -la novela que puede depararle este gran premio- no es un alegato a favor del aborto, aunque da vueltas sobre cómo una mujer puede no querer o no saber ser madre. Elena sabe es una reflexión sobre los vínculos, sobre cómo se puede no querer a la madre, o no querer a la hija y tener buenos motivos para que así sea. Cómo asistir un día y otro y al siguiente a alguien con una enfermedad que se pone cada vez peor puede generar sentimientos no tan nobles. “Un retrato del dolor”, dijo Piñeiro cuando la novela estaba fresquita. Se trataba, también, de eso.
Mucha agua corrió bajo el puente desde 2007 y hoy Piñeiro es una voz fundamental, desde sus libros y también desde sus guiones -es coautora de El reino, la serie de Netflix que explotó en 2021. A partir de la nominación, seguramente muchos volverán a Elena sabe, tal vez uno de los libros de Piñeiro a los que menos se atendió en su momento.
Vale la pena. Mucho.
Fragmento de <i>Elena sabe</i>
Elena sabe dónde encontrar a Isabel, pero no cómo llegar. Allí donde ella misma la llevó hace veinte años, siguiendo a Rita. Si la suerte está de su lado, si Isabel no se mudó, si no murió como murió su hija, allí la encontrará, en una vieja casa en Belgrano, con puerta de madera pesada y herrajes de bronce, justo al lado de unos consultorios médicos. No se acuerda del nombre de la calle, si se acordara al menos de la pregunta que le hizo entonces su hija, ¿vos escuchaste alguna vez una calle que se llame Soldado de la Independencia, mamá?, entonces sabría. Pronto va a saber, porque sí se acuerda de que es a una o dos cuadras de la avenida que corre bordeando Buenos Aires desde Retiro hasta la General Paz, cerca de una plazoleta, y de las vías de un tren. No vieron el tren, pero escucharon su marcha y Rita preguntó, ¿qué ramal es?, pero Isabel no contestó, porque lloraba.
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Pero Rita ya no está, alguien la mató aunque todos digan otra cosa, Elena sabe, y a pesar del respeto a su memoria no puede permitirse hacer una maniobra semejante para cumplirle el ritual a su hija muerta. En esa vereda Rita conoció a Isabel, piensa, la mujer que sale a buscar esa mañana, por primera vez relaciona una cosa con otra, y entonces pisa con fuerza, tranquila, como si hubiera cobrado sentido ese damero que tantas veces su hija había maldecido. Cuando termina la segunda cuadra, duda. Si sigue derecho sólo le faltarán tres cuadras hasta llegar a la ventanilla donde deberá decir uno ida y vuelta a Plaza, pero ese camino la llevaría a pasar frente a la puerta del banco donde están pagando las jubilaciones, entonces sería probable que se encontrara con alguien, que ese alguien quisiera darle el pésame, que eso la retuviera más de la cuenta, y entonces perdiera definitivamente el tren de las diez.
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