Su identidad no ha sido revelada. No ha cometido un delito que exija que se le entregue a las autoridades. Ha robado algunos libros que se consideran muy valiosos, pero lo curioso es que los devuelve impecables después de leerlos. Nadie lo ha visto en acción, pero como buen cleptómano, conserva recuerdos de sus hazañas. Ante la noticia de Filippo Bernardini y los juicios que enfrenta por hurto de material sin publicar, piratería y otras cosas más, ha decidido hablar, pero solicitó que su identidad se mantenga como hasta ahora, oculta.
Este curioso ladrón de libros es arquitecto de profesión. Se hizo lector desde muy joven, guiado por el ejemplo de su abuelo, un hungaro que llegó a Colombia en la década de los 40. Habla tres idiomas y no tiene problema con leer el mismo libro en las distintas lenguas que domina. Su rostro parece el de alguien que no se arrepiente de nada, salvo de haberse asustado tanto cuando en medio del robo de un libro la policía montó un operativo en la ciudad digno de película. Ni siquiera alcanzó a leerlo cuando ya todos los noticieros del país, y algunos diarios del extranjero, reseñaron el hurto. En esa ocasión no trabajó solo, pero tampoco se dejó ver por sus compañeros en el robo. Mide cerca de 1,80. Confiesa que ha perdido estatura por andar escabulléndose donde no debe. Si no fuera porque es moreno, como si fuera descendiente de libaneses, fácilmente podría ser el doble de Omar Sy en la serie de Lupin, el caballero ladrón.
Y es que, en verdad, el modus operandi de este sujeto se parece al del personaje de ficción. Yo mismo lo veo y me parece surreal, hasta un poco pretencioso. Me cuenta que solo roba libros para poder leerlos antes que otras personas, y luego los devuelve. Cuando se puede, lo hace en el mismo lugar de donde lo tomó, cuando no, los deja en algún otro sitio que pueda darle indicios a sus dueños de dónde están. No tiene intenciones de ser conocido por robar, sino por leer. Lo que busca es una experiencia, poder vivir algo que nadie más ha vivido. Leer el manuscrito original de El Quijote, por ejemplo, o la primera edición de Cien años de soledad, y mejor si ha sido firmada por el autor.
Aclara que ya no hace lo mismo de antes. “Robaba”, me corrige cuando le pregunto por cómo empezó a hacerlo. Me cuenta que inició en el colegio, en la biblioteca. Entraba durante los descansos a leer y se enojaba cuando el tiempo no le daba para terminar los libros empezados. Entonces, tras analizar el movimiento de las personas encargadas de la biblioteca, empezó a llevarse los libros. “Era la lógica de la biblioteca, solo que en esta, los estudiantes no podíamos llevarnos el material a la casa. Había que leerlo ahí”, dice.
Al inicio eran entre dos y tres, luego empezó a darse cuenta de que leía muy rápido y se aburría cuando el material se le agotaba. Entonces, incrementó el número a ocho. “Me llevaba un libro de cada cosa que me interesara. Los leía en las noches o los fines de semana y los regresaba como si nada”. Era, y aún lo es, demasiado cuidadoso con el trato de los libros. Considera que tiene algún tipo de TOC, pues le enferma encontrar libros con rayones, dobleces o algún indicio de mal trato. “Como arquitecto creo que la forma es esencial. La forma es la esencia de las cosas”, señala. “Hay que cuidar que esa forma no se deteriore”.
Sabiendo que sus palabras podrán ser leídas, no teme que alguien pueda reconocerlo. “Nadie sabe que hago esto porque no se lo ando contando a todos. Los que me conocen, saben que leo, pero nada más que eso”. Lleva unos anteojos redondos sobre el rostro, tiene el cabello corto, como Russell Crowe en Gladiador. Con el tapabocas, su rostro sigue siendo un misterio, pero el tono de su voz alcanza para intuir que tiene alrededor de 36 años. Solo habla de libros, y con eso le basta. No quiso hablar de nada más que no fueran libros.
Me contactó con el ánimo de “confesarse”, de cerrar un episodio, pero tanto él como yo, y seguramente todos los que lean, sabemos que es porque quiere que se le recuerde, que su historia no se quede por ahí. “¿Por qué no, simplemente, escribe un libro con su historia?”, le pregunto. “Porque yo solo leo”, dice.
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