Vivir Malvinas y volver para escribirlo: 3 veteranos que narraron la guerra en un libro

Gustavo Caso Rosendi, Horacio Maldonado y Claudio Garbolino escribieron —cada una bajo un género distinto: poesía, testimonio y relato infantil— lo que de otra forma no se podía contar. En esta nota, el camino de la herida a la palabra

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Gustavo Caso Rosendi, Horacio Maldonado
Gustavo Caso Rosendi, Horacio Maldonado y Claudio Garbolino

Horacio Maldonado cruza la puerta del café José Ingenieros con la camisa arremangada, chaleco de hilo, anteojos. Se saca el barbijo y saluda con un fuerte apretón de mano. Afuera el sol tiñe el barrio; hace frío. Adentro, entre los posillos, sobre la mesa, un libro, el suyo. Las dos heridas de Malvinas se publicó hace un año. Es el largo testimonio de un ex combatiente lleno de documentación sobre lo pasó en las islas pero también, y sobre todo, lo que vino después: la indiferencia, el abandono, la resistencia. “Basta de palmadas en la espalda y anuncios huecos”, escribe entre sus casi 500 páginas. “Esto no es fantasía, es algo testimonial”.

Fue durante los primeros días de marzo de 1982 cuando entró al Servicio Militar. Al mes, el 11 de abril, dos días después de desatarse la guerra, llegó a Malvinas “como llegamos todos: algo temerosos, algo ingenuos”. La temperatura, dice, es algo inolvidable. Recuerda que “el frío helado en la cara golpeaba como cuchillas”. Del otro lado del Mar Argentino, sus padres lo daban por perdido (“figuré primero en listas de muertos, después en listas de heridos, y después aparecí”). Estuvo dos meses en las islas, “cerca de sesenta días”, y volvió como prisionero.

Caso vuelve, como tantos otros, en el buque inglés Canberra, pero al subir la escalera le dijeron que no había más lugar. “Camino al galpón, desde el puerto, nos agarra un grupo de ingleses y nos lleva a cinco o seis de nosotros a los montes a buscar cuerpos, a juntar cadáveres. Y ahí fue que, juntando cadáveres, habremos tocado alguna trampa cazabobos. La habremos tocado nosotros porque venía un inglés a los gritos, por la ladera, y de repente ocurre una explosión, vuela todo a la mierda. Yo recibo una esquirla en la pierna. El inglés que venía a los gritos perdió la pierna completamente. Es el día de hoy que lo veo. Le quedaba un pedacito de pierna”.

“La trampa la había puesto la tropa argentina, seguramente. Nos bajaron al hospital, me cosieron, de nuevo al galpón y embarqué en otro buque a los dos días. Esto habrá pasado el 16 o 17 de junio”, recuerda. No podía calzarse, tenía “pie de trinchera”, principio de congelamiento. “También en la mano, de hecho estos tres dedos en invierno no los siento”, y muestra la derecha. Cuando baja a tierra, aparece un oficial. “Me caga a puteadas porque estaba sin los borceguíes. Me dice de todo. Lo re puteé de arriba a abajo y ahí parece que el tipo hizo el click y se dio cuenta que estaba desubicado mal”. Cuando llega a Campo de Mayo era de noche.

Horacio Maldonado
Horacio Maldonado

Gustavo Caso Rosendi escribió un poema en Malvinas. Con el frío arrasador de las islas como telón de fondo, garabateó en una hoja versos de amor. “Ese poema ya no existe”, cuenta del otro lado del teléfono, desde su casa en La Plata. “Era medio de amor, se lo escribí a mi novia”. La poesía fue un oasis al volver al continente: la posibilidad de contar algo que con otras palabras; con las del testimonio, las de la oralidad, las coloquiales, hubiera sido imposible. “El lenguaje poético te permite decir lo que no podés decir de ninguna otra manera”, dice.

Cuando se inicia la guerra, el 2 de abril, hacía un mes que Caso Rosendi estaba de baja. “A los pocos días me llega la cédula de reincorporación y vuelvo como en una pesadilla”, dice. “Soy medio flojo pero calculo que el 13 o el 14 llego a las islas. Estoy ahí dos meses, hasta el 14 de junio que fue la rendición”. Él también fue tomado prisionero. Volvió en el Canberra, llegó a Puerto Madryn, luego por tierra es trasladado a Trelew, de ahí un nuevo avión lo lleva hasta El Palomar y un colectivo lo deja en el Regimiento 7 de La Plata. “Llegamos de noche. Había gente pero nos mantenían escondidos. Nos querían meter abajo de la alfombra”, cuenta.

Nació en Esquel, Chubut, en 1962 y a los cinco años llegó a la capital bonaerense. La poesía ya estaba antes de Malvinas. “Ya escribía, pero por supuesto esas cosas no existen más”. Al volver de la islas se inclina por el género, por ese universo hecho de palabras y metáforas. Participa de distintos talleres literarios, pero ahora, en esta charla, se acuerda de un vecino, se llamaba Mario Porro, que fue director de Radio Universidad de La Plata y también poeta. “Él me iba alcanzando los libros, me iba pasando autores. Después, ya con los años, uno se arma y ya tiene bastantes lecturas encima, no sólo de poesía, también de narrativa”, cuenta.

“Cuando vuelvo, mi intención no era escribir sobre Malvinas. Creo que nunca fue mi intención realmente”. El primer libro que publica se llama Bufón fúnebre y es de 1995. Ahí hay un poema titulado “Abril nos traería”, el único que habla de Malvinas. Empieza así: “Bailar cantar reír / solo queríamos reír cantar bailar / pero abril nos traería cavar una trinchera”. Luego participa de varias antologías, graba en el año 2000 junto a Martín Raninqueo el disco Poemas, hasta que llega la posibilidad de publicar, de la mano del Ministerio de Educación de la Nación, el libro Soldados, en el año 2009, con poemas escritos en 2003 y 2004.

Gustavo Caso Rosendi
Gustavo Caso Rosendi

Claudio Javier Garbolino cumplió los 19 en el mar. Era prisionero de los ingleses. Fue el 20 de junio, Día de la Bandera. Seis meses atrás había terminado el secundario. El Servicio Militar era obligatorio. El 8 de marzo de 1982 ingresó al Grupo de Artillería Antiaéreo 601 y al mes siguiente todo ocurrió rápido: lo seleccionan para ir a Malvinas, lo mandan a Comodoro Rivadavia, llega a las islas. “Mi función era proveer y mantener, estar con los camiones, traslado de todo lo que es el armamento, municiones. No estaba preparado ni como soldado ni psicológicamente. En Mar del Plata, la gran mayoría éramos clase 63: recién ingresados”.

Ya en el continente, con la guerra terminada, con la guerra perdida, todo se hizo difícil. “No soportaba estar viviendo permanentemente la problemática de Malvinas”. Tenía un amigo, compañero veterano, en Cartagena, Colombia. Agarró una mochila, junto algunas cosas y salió. Tardó un año. “Cuando llegué dije: ya está, me quedo una semana y vuelvo. Pero me terminé casando”, cuenta del otro lado del teléfono. A fines de los noventa se volvió a la Argentina, pero hace un año y medio decidió instalarse nuevamente en Colombia, esta vez en Bogotá. Desde allá conversa con Infobae.

Un día quiso contarle a su nieto qué era, que fue, qué es Malvinas. Era un chiquito de cuatro años. Apreció la idea de un cuento. Así nació Pipino el Pinguino, el Monstruo y las Islas Malvinas. “Mi nieto le puso el nombre y fue el tester, el probador del libro. No había mucha herramienta en los colegios, no había texto literario en el nivel inicial que abordara Malvinas. Quería que tuviera un poco de historia, un poco de actualidad, un mensaje esperanzador. Le conté a mi hija, Antonella, que tenía una historia para armar un cuento para niños. Ella lo adoptó, armó la ilustración, la diagramación, el diseño, todo”. El libro cumple diez años.

Pipino es un pingüino. Un monstruo, que es un pirata, lo ha despojado de su hábitat. ¿Cómo hace para volver? Busca ayuda y consenso en la región. Habla con la ballena, la mulita, el cóndor, el ñandú. Junta amigos y va hasta las islas y le dice al monstruo “las Malvinas son argentinas”. Cada vez son más animales, cada vez el grito es más fuerte. “Eso es participativo: los chicos asumen esa amistad con Pipino y gritan que las Malvinas son argentinas. Esto hace que el monstruo se asuste. El monstruo representa la guerra y el colonialismo. Para los chicos es simplemente un personaje antagonista”, cuenta.

Claudio Garbolino y su libro
Claudio Garbolino y su libro "Pipino el Pingüino, el Monstruo y las Islas Malvinas"

Horacio Maldonado partió rumbo a la guerra todo transpirado, “muerto de calor”. “Me habían dado una campera de invierno gruesísima y llegué allá y el frío no lo paraba porque abajo de la campera no tenía nada. No me habían dado ni tricota. Yo lo tomo como pasa con toda guerra: siempre hay errores. Después faltó comida, pero en toda guerra falta comida, agua, te cagás de frío, te cagás de calor. Quedarse con eso en una guerra me parece muy ridículo. Hoy, con lo que estamos viendo en Europa, ¿qué me van a decir? Te va a pasar. Lo que más molesta es que, sobre todo eso que se hizo mal, no aprendieron nada”.

“Es una sensación por haber visitado de nuevo los cuarteles, haber tenido contacto con unidades militares. Ni los políticos ni los milicos que vinieron después. Sigue el mismo boludeo”, sostiene. “Los puntos que me hicieron no me los tomaron como herida. Al día de hoy que no me los toman como herida”. Esos puntos se los sacaron en el hospital de San Fernando. Cuando quiso ir a ver a sus compañeros, que seguían heridos, todos en Campo de Mayo, no lo dejaron entrar. Le pedían el documento pero estaba en poder de los militares. No tenía cédula militar tampoco. “No podía demostrar que era soldado”.

Entre los veteranos se empezaron a formar grupos, hacer reuniones, se organizaron. “Nos juntábamos en Sánchez de Bustamante y Corrientes, en la casa de un compañero. Salía del cuartel y me iba ahí. Vivía en San Fernando, el cuartel era en La Tablada, no me daba el tiempo, era un quilombo viajar. Cuando me dieron la baja me sumé con todo a estar, a ser parte, a buscar alguna ayuda”. Hay un episodio que lo cambia todo. El acampe de 2004. En ese entonces Horacio había conseguido trabajo luego de un tiempo en el que estuvo desocupado. “No podía sumarme a estar todo el día ahí, pero iba siempre, aunque sea un rato”.

Un día, cuando Horacio llega a Plaza de Mayo siente en el ambiente cierta vehemencia. “Estaban los ánimos muy caldeados, muy caldeados”, dice. “Y de repente un par de compañeros arremete contra la Casa Rosada, y se van todos atrás. Volaron las bayas a la mierda y terminamos en el patio de las palmeras. Se puede decir que tomamos la Casa de Gobierno. Los milicos que estaban de guardia nunca se esperaron eso. Entramos un montón. ¿Dio resultado? Muy parcial. A partir de eso mejoró el tema de la pensión pero la obra social, la parte fundamental para nosotros, la salud, hoy tenemos casi sesenta años todos, sigue sin funcionar bien.

Hace muchos años, Horacio comenzó a escribir, a contar lo que vivió, a narrar su historia, a dejar testimonio. Todavía era el siglo pasado. “Era una cosa chiquita, menos de un tercio de lo que es el libro hoy en día”, cuenta. “Y quedó ahí”. En la pandemia, como le pasó a muchos autores, encontró un espacio nuevo, casi sin tiempo, incierto, y se puso a escribir. “Del 2000 a hoy pasó muchísimo. Y con internet y el acceso a un montón de cosas me permitió llegar a información que antes no tenía, a contactarme con gente de otros países. Entré a escarbar y me encontré con un montón de cosas que acá no se veían. Todo eso figura en el libro”.

"Soldados", poemario de Gustavo Caso
"Soldados", poemario de Gustavo Caso Rosendi

Gustavo Caso Rosendi escribió versos poderosos como “Era terriblemente bello / mirar en pleno bombardeo / la suavidad con que caían / los copos de la nieve”. O también: “Ese soldado nunca supo de qué / mordisqueada manzana se había / asomado como gusano al mundo”. Ahora cuenta que “eso fue más allá de mi voluntad. Era una necesidad muy profunda que evidentemente escapaba a mi intención. Toda mi experiencia quedó volcada en la poesía. También un poco de ficción, por supuesto, y un juego literario. No es todo verdad, pero hay mucha vivencia”.

Sostiene que lo suyo no es la novela ni el cuento, aunque “no diga jamás, no quiero ser terminante”. “Puedo tener algún poema en prosa, con algunos componentes narrativos”, y agrega que no se ve como escritor: “Lo mío es más ocasional. Cuando se presenta la señora yo escribo. Por supuesto que tengo el oficio para la corrección, la autocrítica y esas cosas. Pero sale cuando siento una necesidad muy profunda. Yo no pretendía hacer un libro, pero llegó un momento en que salió. Podría decirse que fue una especie de sanación. La herida quedó más cicatrizada. En definitiva, la poesía y el arte en general tienen ese efecto”.

Pipino el Pingüino en las
Pipino el Pingüino en las Islas Malvinas

Claudio Javier Garbolino ha visitado escuelas, jardines, institutos de docentes, bibliotecas, centros culturales. Su libro ha generado un puente fundamental; los niños se acercan desde un lugar más comprensivo a la tragedia y más frontal a la soberanía. El recuerdo sigue presente: “Pasamos los días de la guerra de la mejor forma posible. Todos nos sentimos muy orgullos de haber pertenecido a ese cachito de historia argentina. Con las herramientas y con la preparación que teníamos tratamos de hacer lo mejor posible, por el bien de nuestra supervivencia y por mantener la soberanía sobre las islas”.

En esos dos meses, Claudio perdió más de quince kilos. Recordar el regreso lo emociona. “Fue algo maravilloso: reencontrarnos con nuestra casa, con nuestro barrio”, dice y asegura que “hubo un desarraigo por parte del Estado muy intenso. Durante muchos años, nuestros compañeros que estuvieron en Malvinas se quitaron la vida. Lo que pasó en la posguerra... la desmalvinización fue fea, fue horrible. No fue tanto la sociedad, sino el Estado. Nunca hubo entre la sociedad y el veterano un problema. El desamparo que hubo fue por parte del Estado. No fue la sociedad la que empujó a esos jóvenes a suicidarse”.

“Malvinas fue un tatuaje en la piel. Algo que por más que quisiera no me lo puedo sacar de encima. Es una marca grabada. Todos los veteranos estamos en la misma situación. Fue un antes y después. Creo que para la sociedad también. Malvinas no es un territorio estratégico ni una fuente de trabajo, como lo es hoy con todo lo que se está explotando, también los alrededores, el Atlántico Sur. La historia está cambiando: hay que recuperar los recursos naturales. Antiguamente de eso no se hablaba, simplemente era la última página del libro geografía. Hay un gran cambio sobre eso y la única forma de recuperarlas es a través del diálogo y la paz”.

“Más allá de los reconocimientos que le dan a uno —continúa—, todo ha sido a pulmón. Yo quería darle en lo personal una especie de volantazo a mi historia con Malvinas. Es que siempre que pensamos en Malvinas no es algo feliz: historias oscuras, tristes. En cambio, este libro ha sido algo muy sanador. A través del contacto con los chicos y enfocando la historia en un territorio, en unas islas, que son argentinas, traté de no estar permanentemente contando todo lo que fue la guerra. Me parecía interesante abordar el tema con los chicos desde la parte de los valores”.

“Cuando los chicos crecen tendrán otros textos, otra información y van a ir enterándose qué fue lo que pasó, quiénes participaron, todo ese material que existe. Pero para la primera infancia me pareció que lo central era hablar de valores y de la soberanía. Me parece, estoy convencido, así me lo hacen saber los docentes, la mejor forma de pensar en el futuro, es hablándole a los niños, porque ellos tienen el corazón puro y la mente tan abierta, y una recepción mucha más amplia. Crecen con una idea de Malvinas como territorio, como pertenencia, como algo que tenemos que, a través del diálogo y la paz, recuperar”, concluye.

"Las dos heridas de Malvinas",
"Las dos heridas de Malvinas", de Horacio Maldonado

Horacio Maldonado dice que “Malvinas dejó otra herida, una segunda, la peor, la indiferencia social”. Se acomoda los lentes y empina el cortado en jarrito. Perdió la cuenta de todas las movilizaciones donde él y sus compañeros recibieron palazos de la policía. “¿Sabés las veces que terminé preso o en el hospital con un par de huesos rotos?” Recuerda un caso: año 1999, un veterano con seis hijos, se llamaba Eduardo Adrián Paz y le decían Tachi. Ese lunes Tachi dijo que iba al Centro de Veteranos de Rosario pero subió al Monumento a la Bandera, setenta metros de altura, y se tiró. Para Horacio no existe un mensaje tan claro como ese.

Hoy sigue convencido que, “si del 82 para acá, agarrás a un dirigente político del tobillo y lo ponés de cabeza, no se le cae una idea sobre nuestros temas”. “Tenemos más de mil casos de suicidio, más de dos mil quinientas muertes atribuibles a secuelas. Esto sin contar la pandemia; por los datos que tenemos, han sido cerca de trescientas personas. El estrés postraumático deriva, en muchísimos casos, en cáncer, que no consideran secuela de combate. Ni siquiera te atiende la obra social. Hace dos meses murió un compañero porque el remedio salía un millón y medio; a lo mejor se moría igual, pero se borraron, le negaron el remedio”.

Con su libro, Maldonado busca contar “que allá murieron personas y que del 82 para acá también. Se trató de desmalvinizar, de ocultar todo. En el 83 nos decían que éramos los nuevos Montoneros, no que éramos soldados”. También busca “que no se hable solamente de la cuestión heroica sino también de lo que pasa después de la guerra. Que se hable de eso porque si no se habla, si se mete debajo de la alfombra, en algún va a explotar. Esto pasó con todos los suicidios. Ahora bajó la tasa de suicidios pero fue muy, muy alta”. Saluda con un fuerte apretón de mano y sale del café. Afuera el sol tiñe el barrio; hace frío.

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