¿Y qué dijeron ellos? ¿Qué contaron los que pelearon en Malvinas, los soldados, los oficiales anónimos? ¿Quién quería escucharlos? La crítica Graciela Speranza, acompañada por Fernando Cittadini decidieron hacerlo, ya en los años 90. Iban a filmar una película y para eso buscaron a los protagonistas de la guerra.
“Cuando comenzamos a escuchar los testimonios de los ex soldados -contó Fernando Cittadini a la prensa- entendimos dos cosas: que sabíamos muy poco de la guerra de Malvinas -al igual que la mayor parte de los argentinos-, y que por lo tanto esos relatos debían ser públicos, y por eso decidimos seguir adelante con la investigación, ya pensando en el libro”.
Los entrevistaron de a uno, a veces de un tirón, a veces en varias sesiones. A veces había que parar porque los que contaban se quebraban. A veces arreglaban una cita pero el excombatiente no aparecía.
Tuvieron que hacer un recorte, no se podía contarlo todo. Decidieron hablar con soldados y oficiales que hubieran participado en la batalla de Darwin-Goose Green, el primer enfrentamiento terrestre entre británicos y argentinos, que ocurrió entre el 27 y el 29 de mayo de 1982.
La película nunca se hizo, el libro de Speranza y Cittadini se publicó en abril de 1997 y tuvo cuatro reediciones. La última, este año. Aquí presentamos las palabras con que los autores ven su texto hoy y un fragmento de ese enorme trabajo.
Nota a la cuarta de edición
Aunque este libro se publicó originalmente en abril de 1997, la serie de entrevistas a soldados, oficiales y suboficiales que inspiraron la composición coral del relato empezó mucho antes. En 1994, a partir de unos pocos nombres, la red se fue extendiendo y después concentrándose hasta hilvanar una historia posible de la Guerra de Malvinas. No fue fácil vencer la reticencia inicial de los veteranos. Eran encuentros entre desconocidos intentando reconstruir experiencias íntimas, veladas por el tiempo, casi siempre fragmentarias después de quince años.
Un largo año de montaje quiso traducir las muchas horas de conversaciones grabadas en un único relato, preservando en la pausa obligada de los blancos el tono propio de cada testimonio, las contradicciones y las paradojas históricas.
Veinticinco años más tarde, decidimos conservar el texto original intacto, como un documento vivo de la guerra, según la recordaban algunos de sus protagonistas. En casi todos los casos, no sabemos qué fue de sus vidas, pero nos queda el recuerdo nítido del vértigo y la emoción de cada uno, tratando de traducir en palabras la inmediatez escurridiza del campo de batalla. No hay primera persona más dramática que la que bucea en la memoria tratando de recomponer las imágenes desgajadas de la guerra y no hay interpretación histórica o política que pueda reemplazarla.
Partes de guerra
Juan José Gómez Centurión
En 1982 yo era subteniente del Regimiento de Infantería 25 en General Sarmiento, Chubut, un enclave en el medio de la Patagonia. A partir de los primeros días de marzo participábamos de toda la agitación que empezó a vivirse en la Argentina por el problema suscitado en las Islas Georgias, pero con una dimensión lejanísima. Por nuestra ubicación geográfica, desde el 78, toda nuestra actividad estaba concentrada en el problema con Chile y a comienzos de marzo, como era habitual, partimos todos los oficiales del regimiento a hacer un reconocimiento de frontera, una re¬visión del plan táctico defensivo para el caso de una agresión chilena.
Estuvimos una semana en medio de la cordillera sin ningún tipo de contacto con el regimiento y cuando volvimos encontramos un clima bastante enrarecido. Esa misma mañana, el jefe del regimiento nos reunió a todos los oficiales, nos sentó frente a un pizarrón cubierto con un velo y nos impuso juramento de silencio sobre la orden que íbamos a recibir. Nos mirábamos en silencio, intrigados, hasta que se descorrió el velo y apareció la carta de Malvinas con todas las cartas de situación. La carta de las Georgias era más o menos esperable pero Malvinas era una sorpresa.
Ahí mismo nos dieron la orden completa de operaciones: el regimiento iba a participar junto con las fuerzas de la Armada en la recuperación de las islas. Esto era, si mal no recuerdo, el día 21 de marzo, en horas de la mañana. Esa misma noche mi compañía tenía que salir en avión para la base Espora en Puerto Belgrano para, al otro día, embarcar en el Santísima Trinidad y el Almirante Ir izar, y participar del escalón de asalto anfibio a Malvinas. El resto del regimiento permanecía en General Sarmiento y, la noche antes de la operación, se movilizaba a Comodoro Rivadavia para ser transportado en los Hércules una vez que las fuerzas de desembarco hubiesen dado seguridad a la zona del aeropuerto, a la mañana siguiente. Ese era más o menos el concepto de la operación, aunque no sa-bíamos a ciencia cierta si se trataba de una ficción o si era realidad. Podía tratarse de un ejercicio, pero al mismo tiempo estaba el juramento de secreto que nos hacía dudar.
Además, teníamos un plan de engaño para nuestras familias pero era muy difícil de cumplir porque en una unidad del interior, el cuartel y el barrio están pegados, y nuestras familias vivían prácticamente dentro del cuartel. Por otra parte, yo había vuelto en enero al regimiento después de la luna de miel, me había ido al campo con la tropa, después a la frontera y, tal como se planteó la situación, ahora tenía que decirle a mi esposa que me iba de nuevo a hacer un ejercicio a Río Gallegos. Sea como fuere, en unas horas preparamos la compañía. Con lo que alistamos ese día vivimos hasta que volvimos al continente porque después no tuvimos ni una miga de apoyo. Salimos esa misma noche.
Fue una despedida muy dura, muy alegre pero muy dura. Partimos con bombos y platillos en medio del secreto y nadie entendía la euforia que teníamos por un ejercicio que nos empeñaba la Semana Santa. Lo nuestro era más bien una mezcla de euforia y sorpresa. Porque si bien Malvinas era un objeto perdido, una cosa robada, una enajenación a lo que uno sentía propio con todo un trasfondo de carácter sentimental presente en toda la sociedad, estaba más en la simbología de las maestras primarias que en el folklore y en la historia militar reciente.
No todos tuvimos la misma reacción. Recuerdo que Roberto Estévez, que era un año más antiguo que yo pero con quien nos habíamos hecho muy amigos en el curso de comandos, me dijo: “Mire, yo tengo una carta para mi padre y me gustaría dejársela a su señora por si me llega a pasar algo”. Eran dos visiones absolutamente distintas, diametralmente opuestas. Yo, con veintitrés años, más inmaduro tal vez, me dejaba llevar por el entusiasmo, sin el análisis completo de la situación, y él en cambio veía todo más claro. De hecho, la carta se la dejó a un oficial en el cuartel que después se la entregó a sus padres cuando terminó la guerra.
Carlos Esteban
Solamente conocíamos la misión los oficiales y se nos prohibió trasmitirla a los suboficiales y a la tropa para conservar el velo y el engaño sobre la operación, que es el principio del secreto militar. De lo contrario, el rumor podía correr hasta las islas a través de radioescuchas en las estancias inglesas de la Patagonia. La misión se les iba a revelar a los suboficiales y a los soldados cuando estuviéramos embarcados.
Preparé la compañía C, que no existía, con una sección a cargo de Estévez, otra a cargo de Gómez Centurión y otra al mando de Reyes. Nos equipamos, nos armamos y nos organizamos bastante bien. Teníamos hasta pastillas para el mareo. Iniciamos la marcha terrestre primero hacia Comodoro, después en avión hasta Bahía y por vía terrestre a Puerto Belgrano. Ahí tuvimos que embarcarnos en dos buques distintos: el Cabo San Antonio, donde iba una fracción reducida a las órdenes de Reyes, y el resto de la compañía conmigo, en el Almirante Irízar. En su forma inicial la Operación Rosario no parecía muy peligrosa. Nosotros apreciábamos que frente a un desembarco de seiscientos argentinos, podía haber una compañía con ochenta ingleses que tarde o temprano se iba a rendir o iba a ser derrotada. Tomábamos las islas, se constituía un gobierno, se les dejaba una fuerza de control policial y las tropas se volvían. Ese fue el concepto inicial de la operación. Yo tenía esposa y un hijo recién nacido, así que la despedida fue dura, pero teníamos muchas probabilidades de volver a casa pronto, después de cumplir con la misión.
Oscar Reyes
Yo era muy joven, tenía veintitrés años pero era un boina verde y me sentía preparado para esa misión. A mí, particularmente, el hecho de tener que organizar mi sección, planificar todo en unas pocas horas, me sacó de las casillas, me apasionó: “Necesito otro lanzacohetes, necesito dos ametralladoras más, cámbienme tal soldado”. Y sobre todo el hecho de que me dijeran: “Usted va a desembarcar, el resto del regimiento viene después, pero usted primero toma, conquista”.
Italo Piaggi
El 12 de abril abandoné la guarnición de Mercedes, Corrientes, con la misión de desplegar una operación defensiva sobre el límite con Chile, porque a nivel estratégico ncional se tenía algún indicio positivo de que Chile aprovecharía nuestra distracción en Malvinas para materializar, aunque fuera parcialmente, su pretensión histórica sobre la Patagonia argentina o parte de ella.
Esta misión inicial no se cumplió porque desde el momento en que entré al teatro de operaciones del sur hasta el traslado a Pradera del Ganso con la fuerza de tareas Mercedes, hicimos más de tres mil kilómetros dando vueltas, recorriendo toda la Patagonia. Recibimos un maremágnum de órdenes y contraórdenes que daban la certeza de lo incierto del desarrollo de la campaña. Estábamos totalmente desconcertados respecto de cuál era nuestra misión.
El panorama se aclaró y tuve conciencia de que entrábamos en guerra recién el 23 de abril, a las tres de la mañana, cuando el comandante de brigada me dio la orden de pasar a Malvinas. Era evidente, al menos para mí, conociendo la historia militar y la historia del Imperio Británico, que tarde o temprano entraríamos en combate. Por eso ya el 2 de abril, en el Rotary Club de Mercedes, en plena euforia por la recuperación de las islas, yo dije: “Señores, vamos a una guerra y va a haber sangre”. Me miraron como si estuviera loco. Muchas veces me preguntan si estábamos preparados para la guerra. La respuesta está en la misma Operación Rosario, el 2 de abril, una operación que tuvo éxito porque estaba prevista y planificada para ese objetivo, incluso con el lujo de decir: “Señores, sin bajas”. Eso es una operación preparada. El resto fue improvisación. Y los que estábamos lejos la pagamos peor.
Juan Carlos Adjigogovich
En el 82 yo estaba destinado en el Regimiento 12 de Mercedes, en la provincia de Corrientes. Me recibí de médico en marzo del 78, ese año estuve haciendo clínica médica y al año siguiente decidí entrar al Ejército. Había pedido prórroga hasta terminar la carrera y entonces, en lugar de cumplir el sevicio militar, decidí entrar como médico del Ejército con la posibilidad de hacer la especialidad en el Hospital Militar. Hice un curso en la Escuela Lemos, una pasantía de un año por distintas especialidades en el Hospital de Campo de Mayo, y entré como teniente primero. Mi primer destino fue Mercedes. De los sucesos del 2 de abril, me enteré por la radio. Como todas las mañanas me levanté, me afeité y mientras me duchaba escuché por la radio la noticia de la recuperación que me tomó totalmente por sorpresa.
En el regimiento nadie sabía nada. Fui al cuartel y en la formación empecé a comentar pero muchos no me creían. A medida que fue avanzando el día, fue creciendo la euforia, la gente de pueblo empezó a festejar y nosotros empezamos a prepararnos. La bioquímica del pueblo organizó un banco de sangre con la colaboración de toda la gente de Mercedes. La reacción inmediata en el regimiento era de euforia y de gran expectativa porque se empezó a comentar que el regimiento iba, que no iba, hasta que llegó la orden de alistarse para ir al sur. Salimos sin saber realmente a dónde íbamos pero teníamos unas ganas bárbaras de ir. En esos días mis padres estaban de visita en casa y me acompañaron a tomar el tren para Paraná. Me iba contentísimo y mi padre no lo podía entender. El había estado en la Segunda Guerra Mundial y me acuerdo que me decía: “Estás loco, no sabés en la que te metes, no sabes lo que son los ingleses”. Yo me reía, contento, y mi padre estaba preocupadísimo.
Guillermo Aliaga
El 7 de abril, en la cena de egresados del Colegio Militar, nos leyeron, nombre por nombre, el destino asignado. Había mucha expectativa porque Malvinas ya estaba ocupada y todos queríamos ir al sur. Al primer tercio de la promoción lo asignaron a la Patagonia, a mí me destinaron al Regimiento 8 de Comodoro Rivadavia. Cuando llegué, la unidad se había ido y fue una gran desilusión, pero en seguida nos comunicaron que se iba a formar una compañía de infantería más. No siempre se presenta una oportunidad como ésa y todos que-ríamos estar. En Comodoro ya se vivía el clima de guerra porque desde ahí se hacía el puente aéreo con Malvinas. Oficiales sobrábamos, así que no todos podíamos ir. La ansiedad por un puesto, por estar al mando, era muy grande. Felizmente, cuando se formó la subunidad de combate, me asignaron la tercera sección.
Daniel Terzano
Cumplí mis veintisiete años en Malvinas. Hice doce meses de servicio militar exactos porque quien cumplía una prórroga no podía salir antes. Era un simple soldado raso porque los médicos o los estudiantes avanzados de medicina pueden cumplir otras funciones, pero un psicólogo no tiene ninguna función en el Ejército.
Estuve veintiocho días de baja que fueron terribles, porque el 2 de abril yo ya sabía que me iban a convocar. Eramos la clase inmediata anterior, mucho más entrenada que la nueva que no tenía instrucción. Escuché la convocatoria por radio a las dos de la tarde, aquí en Capital Federal, y tuve una respuesta automática que me cuestionaré toda la vida: entre escuchar la convocatoria y estar en La Plata vestido de uniforme, pasó una hora y media. A las tres y media estaba vestido de verde en el regimiento. ¿Por qué no dudé en presentarme? ¿Por qué no tuve un mínimo reflejo de huida?
Ojalá pudiera recuperar ese gesto como un acto heroico, pero de verdad, no podría decir que iba a luchar por la patria, sólo sé que fui. Es cierto que en los días previos se me presentó una pura angustia, sin contenido, pero cuando llegó el momento preciso, no sé, no lo puedo explicar. Soy psicólogo y trato de ser científico en la medida en que nuestra pobre ciencia nos lo permite pero, por algún motivo, siempre tuve la certeza de que iba a estar en una guerra. No puedo decir más que eso. Yo sabía que la guerra se iba a cruzar en mi vida. Y de repente estaba ahí, en el cuartel, con el Fal en la mano.
Esteban Bustamante
Soy clase 62. Soy del Chaco pero hice el servicio militar en Mercedes, Corrientes, en el Regimiento 12. Era todo muy raro porque cuando estábamos a punto de salir de baja, empezamos a hacer instrucción de nuevo. Parecía que pasaba algo en el sur pero no nos decían qué. A veces nos le-vantaban de la cuadra a la una o dos de la mañana simulando un ataque, hacíamos práctica de tiro, nos tenían locos. A mediados de abril salimos para Comodoro Rivadavia donde nos enteramos que íbamos a Malvinas. La gente del pueblo y los pibes de colegio nos daban ánimo, nos decían que íbamos a defender nuestra tierra, nuestras Islas Malvinas. Los mismos coroneles o generales nos decían: “Esto hay que defenderlo, es nuestro, con los dientes hay que defenderlo”.
Adrián Bravo
Me acuerdo que cuando estaba haciendo la primaria, una maestra me habló de Malvinas y me habló de una forma muy especial. Por eso, cuando me enteré que iba a las Malvinas fue como sacarme el Prode. No lo puedo explicar bien pero fue una alegría muy grande. Aparte, conocer tantas cosas nuevas, yo nunca había viajado en avión, ni en barco, ni en helicóptero, ni en nada. Es como que todo eso, con tener ganas o no tener ganas, si me parecía bien o no me parecía bien, no tenía nada que ver. Era otra cosa.
Daniel Cepeda
Soy cordobés pero hice el servicio militar en General Sarmiento. Entré el 2 de febrero y el 26 de marzo estaba embarcado en el Cabo San Antonio, rumbo a Malvinas. Con nosotros formaron la compañía C, al mando del teniente pri-mero Esteban y el subteniente Reyes como jefe de sección. ¿Cómo reaccioné? Sentí miedo, no tenía la menor idea de lo que iba a pasar. Hasta ese momento lo único que sabía de la guerra era lo que había visto en las películas.
César Clot
Me incorporaron el 2 de febrero del 82, junto con el resto de los muchachos que vinimos de Córdoba. En Sarmiento cumplimos veintitrés días de instrucción normal. Después escuchamos comentarios de que teníamos problemas con Chile y con Inglaterra y de un día para otro nos mandaron a preparar los bolsones, nos hicieron formar y Reyes seleccionó el grupo que lo iba a acompañar. No mandaron compañías completas sino grupos de cada una. Supongo que a mí me seleccionaron porque era buen tirador. Durante un ejercicio de tiro, le pegué con el Fal a una piedra, a ciento cincuenta metros. La partí al medio.
Ficha
Título: Partes de guerra
Autores: Graciela Speranza y Fernando Cittadini
Editorial: Edhasa
Precio: $2150 (papel)