“El significado del fuego”, la novela de la ausencia con los materiales de la presencia

El autor cuenta el proceso de escritura de su libro, cómo venció cierto prejuicio ante las “continuaciones” y los desafíos que presenta emprender una saga

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“El significado del fuego" (Alfaguara), de Kike Ferrari
“El significado del fuego" (Alfaguara), de Kike Ferrari

Contar El significado del fuego implica contar, aunque sea un poco, Que de lejos parecen moscas. La escribí entre mayo y septiembre de 2009. Primero tuve la estructura de la historia: un villano al que le aparece un cadáver en el baúl del auto, el intercalado de capítulos –alternado entre la carrera enloquecida para deshacerse del cuerpo y las elucubraciones sobre quién le había tendido esa trampa– hasta llegar al final que quienes leyeron el libro conocen. La tarea de redacción implicó descubrir quién sería el villano en cuestión –fue el señor Machi–, cómo se sacaría el muerto de encima y organizar las historias detrás de sus sospechas. Encaré esa tarea con tres premisas: que no hubiera personajes con los que el lector hipotético –y no imaginan que tan hipotéticos eran para mí lo lectores entonces– pudiera empatizar, escribir bajo presión –para lo que me propuse subir un capítulo por semana a un blog que abrí con ese fin– y homenajear a esa enorme novela negra que es El cerco, de Juan Martini.

El libro fue publicado por primera vez en 2011 y desde entonces hizo su caminito: varias ediciones y traducciones, algún premio.

¿Para cuándo la segunda parte?, se transformó, entonces, en una pregunta habitual. Lo que tenés que hacer, me aconsejaban, es escribir la secuela.

Pero yo no me llevo bien con lo que se espera de mí y, menos aún, con lo que tengo que hacer. Así que, no. Me dediqué a repetir: no tengo nada más que decir sobre esa historia, lo quería contar está ahí. Terminó. No hay segunda parte.

Hasta que, en febrero de 2019, en una reunión en la que trabajábamos sobre la adaptación audiovisual, Hernán y Natacha me plantearon como un juego la posibilidad de pensar una línea de continuidad.

Y jugar sí me gusta.

Así surgieron el embrión de la historia y los primeros apuntes de lo que todavía se llamaba Moscas 2. Pero faltaba algo. Pasó un año y medio. En ese tiempo escribí el libro de relatos Territorios sin cartografiar. Y fue en el imaginario y las tensiones narrativas que lo componen donde apareció lo que le faltaba a esa historia embrionaria que tenía.

Entonces sí, con la pandemia en su cenit, entre fines de octubre de 2020 y las primeras semanas de febrero de 2021, a un ritmo de escritura enfebrecido y frenético, el que parece que me imponen las historias del señor Machi, terminé el primer borrador.

El significado del fuego me enfrentó a los problemas –inéditos para mí– propios de las sagas: hacer la historia inteligible para el lector que no hubiera leído la primera novela pero que no fuera repetitiva para quien sí lo hubiera hecho; lograr que esta se sostuviera por sí misma y el desafío de volver a personajes que había compuesto el escritor que yo era diez o doce años antes para darles una continuidad coherente, sin arruinarlos, convertirlos en otra cosa o ser redundante.

Kike Ferrari (Foto: Laura Bruno)
Kike Ferrari (Foto: Laura Bruno)

Pero, además, si Que de lejos parecen moscas era una novela de pura presencia, de la mirada –obsesiva, paranoica, desquiciada –de un único personaje, El significado del fuego debía estar construida sobre la ausencia. Sobre el vacío. Lo fantasmal. Lo que otros –todos los otros, los demás personajes, pero también esa zona difusa y opaca que intenté construir en la voz narrativa– vieran al mirar ese vacío fantasmagórico.

Al mismo tiempo me parecía importante que los hechos comenzaran en el momento exacto en que había dejado la historia, pero también dar cuenta de la década que había pasado en medio. Y para eso necesitaba, al menos, dos tiempos narrativos.

Por último, busqué hacer explícito algo que estaba apenas sugerido en Que de lejos parecen moscas: quería que El significado del fuego terminara de incendiar los débiles lazos que pudieran unir esa historia –o, más pretenciosamente, que pudieran unir a la novela negra– con la ilusión del realismo. Una apuesta, que venía de libros anteriores, por la hibridación genérica, la incertidumbre y cierta cómplice incomodidad con el –ahora cada vez menos hipotético– lector.

Cerca de la mitad de la novela uno de los personajes –Fermín, quien está diez años después investigando los hechos– dice “me interesa conseguir una forma porosa. No quiero que sea pura ficción pero tampoco me interesa ser fiel a los hechos. Quisiera construir una novela de la ausencia con los materiales de la presencia. Un relato híbrido que borronee las fronteras entre géneros, romper un poco con la lógica cuento/novela, crónica/ficción, realismo/fantástico y que…”

Y deja la frase inconclusa para que sean ustedes los que completen el sentido y digan si –Fermín y yo– lo logramos.

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