El año es 1967. El lugar, Boston. Thomas Savage publica su novela El poder del perro luego de reiterados pedidos de su editor para cambiar varias escenas. Permanece un par de meses en la lista de los títulos nuevos más vendidos y se comercializan sus derechos varias veces para ser llevada al cine.
Thomas Savage nació en Salt Lake City en 1915 y, a través de sus trece novelas, cuenta de manera autobiográfica su infancia y la vida de su familia. El poder del perro es su novela más memorable, entre otras cosas porque aborda el tema de la homosexualidad en el marco del western: represión sexual, homofobia, infelicidad, sensualidad con el entorno de las haciendas ganaderas. Es una novela brillante y difícil. La precisión con la que Savage desarrolla los personajes y el profundo sentido que toma el entorno de la naturaleza –omnipresente, protagonista– vuelven a esta novela un clásico contemporáneo y la adaptación de Jane Campion es una buena excusa para leerla.
El poder del perro cuenta la historia de los hermanos Burbank, George y Phil, que se fueron a vivir y a trabajar al rancho de Montana comprado por sus padres por el 1900. Phil es el hermano mayor; es inteligente y culto, pero prefiere el trabajo manual duro y rústico que es parte fundamental de la vida en el rancho. George, al que Phil llama “Gordito”, se dedica mayormente a los números y, a diferencia de su hermano, disfruta de los sencillos placeres de un buen traje y un buen bourbon. Los hermanos, que se acercan a la mediana edad, duermen juntos en el dormitorio de su infancia hasta que un día, y sin previo aviso, George se casa con Rose, madre de un adolescente, Peter, y viuda del médico local.
Aquí viene una enorme diferencia entre la película y el libro, digna de notar.
El médico, llamado John Gordon, había sido alguien muy querido en el pueblo; bondadoso y gentil. Cuando nació su hijo Peter, enfermizo y débil, todos atribuyeron su apariencia y salud a la herencia de carácter de su padre. Peter soportaba el acoso en la escuela, y a su vez, el padre soportaba los maltratos de Phil y su grupo de trabajadores cada vez que iban al pueblo. En uno de eso encuentros Phil golpea gravemente al doctor, que intenta recuperarse del maltrato y la vergüenza social, pero cae bajo los efectos del abuso de medicamentos y el alcohol. El deterioro mental de John en sus últimos días, y el desprecio público que sufrió a consecuencia del encuentro con Phil lo sume en una depresión que lo lleva al suicidio.
Cuando George trae a casa a su nueva esposa Rose, la viuda del Dr. Gordon, y a su sensible hijo Peter, Phil siente amenazada su rutina y desprecia el nuevo estilo de vida de George. Recordemos que ya se la había puesto bien difícil al marido de Rose. Todo aquello que denotara sensibilidad extrema, debilidad de carácter o simplemente falta de hombría en el sentido mas básico de la definición exasperaba a Phil. Y volverá a hacer sus incursiones machistas, homofóbicas y violentas. Les hará la vida imposible, sobre todo a Rose. Y ella, débil y acorralada y con muchas razones para odiar y temer a su nuevo cuñado, también sucumbe al alcohol.
La película omite este pasado que en la novela se narra en detalle y que le da cuerpo a la venganza que va a intentar llevar adelante Peter. Más tarde, cuando él y Phil se han acercado, igual se percibe la inquietud y la rabia del otro, y las cosas podrían acabar de igual manera en un romance o en la violencia. Del lado de Peter los lectores entendemos su acercamiento y el interés en que Phil se abra a él, se acerque. Peter tiene planeada una venganza. Del lado de Phil se entiende solo desde las imágenes de un omnipresente Bronco Henry, el hombre que 25 años atrás había enamorado a Phil. Cada buen recuerdo que tiene Phil de su vida tiene como protagonista al sabio, fuerte, masculino Bronco Henry. De él y su relación con Phil podemos inferir una relación amorosa a partir de las referencias constantes que Phil hace, pero sobre todo a partir de lo que decide no contar:
—Oye, Gordito —comentó—. Nunca has aprendido a armar un cigarro con una sola mano.
Y con esas palabras, Phil cruzó abruptamente entre el ganado para hablar con los jóvenes, moviendo los labios como si estuviera preparándose para contarles aquella vez que Bronco Henry, enfermo y con fiebre, había hecho una de las cabalgadas más bonitas que se habían visto jamás; a los cuarenta y ocho años, maldita sea. A veces sentía el deseo de contar toda la historia. Una de las razones por las que odiaba el alcohol era que le daba miedo lo que podría llegar a decir.
En ese momento un pajarito gris salió zumbando de los arbustos. El alazán de Phil se asustó y tropezó. Phil sintió una furia repentina y una angustia como una náusea.
—¡Maldito seas, viejo estúpido! —gritó, y tiró de la cabeza del alazán, al tiempo que le daba un buen golpe con las espuelas. Veinticinco años desde que había cabalgado al lado de Bronco Henry.
El sol ya estaba en lo alto, las sombras eran más cortas, las horas que faltaban serían calientes y largas. Sí, como también eran largos los años, pensó Phil, y las sombras que proyectaban.
La época en la que se publicó El poder del perro determinó en gran medida la falta de circulación merecida de la novela. Todas las críticas resaltaban la belleza de la redacción, la tragedia interior que atraviesan sus protagonistas, la pintura de época (principios del siglo XX) y el dilema entre el bien y el mal, la crueldad, el amor y el desamor. Y evitaron hacer hincapié en el tema de la homosexualidad reprimida. Incluso se le criticó la escena que abre la novela por ser demasiado brutal:
“Phil siempre se encargaba de la castración. En primer lugar, cortaba la bolsa del escroto y la arrojaba a un lado; a continuación, tiraba primero de un testículo y luego del otro, hacía un tajo en la membrana color arcoíris que los rodeaba, la arrancaba y la arrojaba al fuego donde los hierros de marcar resplandecían al rojo vivo. La cantidad de sangre que despedían era sorprendentemente escasa. En pocos instantes, los testículos explotaban como inmensas palomitas de maíz. Se decía que algunos hombres los comían con un poco de sal y pimienta. «Ostras de montaña», los llamaba Phil, con su típica sonrisa traviesa, y les sugería a los peones jóvenes que, si planeaban tontear con chicas, a ellos también les vendría bien comérselos.”
Y, unas líneas más adelante, la frase que va a ser determinante para el desenlace de la novela:
“Nadie usaba guantes para una tarea tan delicada como la castración, pero sí en casi todos los otros casos, para protegerse las manos de las quemaduras producidas por el roce de las cuerdas, de las astillas, de los cortes, de las ampollas. Se ponían guantes cuando enlazaban, cuando vallaban, cuando marcaban, cuando juntaban heno para el ganado, incluso cuando cabalgaban, cuando galopaban o cuando transportaban ganado. Es decir, lo hacían todos, salvo Phil. Él restaba importancia a las ampollas, los cortes y las astillas y se burlaba de los que se protegían con guantes. Phil tenía manos secas, poderosas, ágiles.”
El título del libro, El poder del perro, es una referencia múltiple y compleja a un fenómeno sorprendente que Phil Burbank puede ver en el reflejo que hace la sombra de unos picos en una montaña pero su hermano, George, no. De hecho, Phil usa esa lejana formación de rocas y cuestas, que parecen sugerir la silueta de un perro corriendo, como una especie de prueba: los que no alcanzan a verla carecen de inteligencia y percepción. Para él, es una demostración de su aguda y especial sensibilidad.
En las rocas sobresalientes de la colina que se elevaba delante de la casa, en el enmarañado crecimiento de la artemisa que marcaba como acné la ladera, veía la asombrosa figura de un perro corriendo. Las ágiles patas traseras impulsaban hacia delante los poderosos hombros; el hocico caliente apuntaba hacia abajo, persiguiendo alguna cosa asustada —alguna idea— que huía a través de los barrancos y riscos y sombras de las colinas del norte. Pero Phil no tenía ninguna duda sobre cuál sería el resultado de aquella persecución. El perro alcanzaría a su presa. A Phil le bastaba con levantar los ojos en dirección a la colina para oler el aliento del perro. Pero, por más nítido que fuera aquel perro enorme, nadie, con excepción de otra persona, lo había visto; mucho menos George.
En otro sentido, el perro es el propio Phil; otra posibilidad es que él sea su presa. El perro es, también, una conexión con los días de antaño, con días mejores. Pero la alusión más poderosa del título proviene del Salmo 22:20 que lee Peter en una de sus lecturas obsesivas de un libro de oración que encontró en la casa de los Burbanks:
Libra mi alma de la espada,
del poder del perro mi vida.
Se preguntó si ese libro de oraciones se usaría a menudo, si no podría arrancar esa parte y guardarla en su álbum de recortes, a modo de una última entrada mucho mejor que aquellos pétalos de rosa que, aunque seguían siendo rojos, habían perdido su aroma. Puesto que ella ya era libre, gracias al sacrificio de su padre y al sacrificio que él mismo había podido hacer a partir de un conocimiento que había adquirido en los grandes libros negros de su padre. El perro estaba muerto.
En esos libros negros, una tarde de agosto, había averiguado que el ántrax —o pata negra, como lo llamaban en esa región— era una infección animal transmisible a los hombres, que ingresa en el torrente sanguíneo humano a través de cortes o rasguños en la piel, cuando un hombre manipula el cuero de un animal muerto; como cuando, quizás, un hombre con las manos lastimadas usa cuero infectado para trenzar una cuerda.
La novela es sobria, escalofriante y está finamente elaborada. Phil es un villano fascinante, con un carisma despiadado que se desintegra cuando el secreto de su sexualidad sale a la luz. Peter –que, como se insinúa en la novela, también es homosexual– no tiene el encanto manipulador de Phil, pero tiene la ventaja del forastero: rechazado por su apariencia afeminada y su decidido desinterés por el código de los vaqueros, tiene poco que temer de los demás o de sí mismo.
La adaptación cinematográfica de El poder del perro capta la esencia de la novela, el clima opresivo, la geografía indómita, las historias no contadas y, sobre todo, las acciones que estamos dispuestos a llevar a cabo por amor o desamor porque, después de todo, como ya nos anuncia Peter al inicio de la película:
“¿Y qué clase de hombre sería si no ayudara a mi madre? ¿Si no la salvara?”
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