El día que se subió al crucero que la llevaría a conocer Jamaica, las islas Caimán y la costa mexicana, Ana María Arroyos tenía puesto un vestido blanco que había adquirido horas antes en una tienda de Miami. “Yo caminaba por la cubierta del barco y la gente se daba vuelta para mirarme. Varias mujeres me paraban para preguntarme dónde lo había comprado. Era una cosa de locos”, recuerda.
A la distancia, la escena de “la dama de blanco”, casi angelical, podría haber sido premonitoria. Es que, apenas cuatro horas después de zarpar desde el Puerto de Miami, Ana María comenzó a sentir un dolor de panza muy fuerte, que la dejó tirada en el piso de su camarote. “Recuerdo lo que pasó y no entiendo cómo estoy viva”, dice y no exagera.
Fue en abril del 2015 y “el drama de Ana María” se volvió noticia en los principales medios del país. “Desesperado pedido por una argentina que se tomó un crucero y está en coma en Jamaica”, tituló Infobae en aquel entonces.
Casi siete años después de aquel día, Ana María se conecta al zoom desde su casa de Quilmes, donde vive con sus perras Lola y Pipi, para conversar con este medio. Será, una vez más, para hablar del crucero pero desde otro lugar. Bajo la premisa de que la tragedia fue una oportunidad para comenzar una vida nueva y reencontrarse consigo misma, la mujer de 56 años acaba de publicar un libro. Lo hizo de la mano de la escritora Adriana Díaz quien plasmó sus vivencias y aprendizajes en un ejemplar de 80 páginas al que llamó “El milagro de Jamaica” (Editorial Dunken).
¿Cómo fue ese recorrido? ¿De qué manera logró resignificar aquello que le pasó a bordo del crucero? ¿Acaso todo hecho trágico conlleva un mensaje para descubrir? ¿Cuál es el suyo? Aquí contesta esas y otras preguntas.
Hacer el “clic”
La idea de escribir un libro, dice Ana María, empezó a macerarse dos o tres años después del episodio de Jamaica, pero recién tomó forma en marzo de 2020, con la llegada de la pandemia.
“Me di cuenta de que tenía que hacer algo con lo que me había pasado después de leer los comentarios de la página de Facebook ‘Ayudemos a Ana María’, que todavía está activa. No sabés la cantidad de gente que aun me escribe diciendo que se siente identificada conmigo y destaca mi fortaleza. Muchos me dicen que soy un milagro, que batallé contra la muerte y le gané. Es muy emocionante y conmovedor leer todo eso”, apunta.
Antes de subirse al crucero, allá por abril del 2015, Ana María llevaba dos años separada del hombre con el que había vivido casi dos décadas y criado dos hijas. Estaba, además, duelando a su mamá que había fallecido en 2012 y, como si fuera poco, se recuperaba de un segundo ACV que tuvo en 2013, y le quitó parte de la visión de un ojo y la fuerza y sensibilidad del brazo izquierdo.
“Yo siempre fui de rescatar ‘lo mejor’ de ‘lo peor’ para seguir adelante. Por eso, a pesar de todo lo que me había pasado, estaba empezando a recuperar mi esencia y a sanar un montón de situaciones. Disfrutaba de estar sola y ya no me afectaba ver parejas. Había tomado la decisión de hacer un cambio y estaba sintiéndome bien conmigo misma. Estaba abierta al mundo. ‘Que llegue todo lo que tenga que llegar’, pensaba. Deseé que la vida me sorprendiera y, al final, me sorprendió la muerte”, recapitula.
Aceptar las cicatrices
Una apendicitis tratada a destiempo que, con el correr de los días, se convirtió en peritonitis provocando una sepsis generalizada. Una internación de tres semanas en un hospital jamaiquino ultra precario. Un avión sanitario y un traslado de urgencia a Capital Federal.
“Llegué al Sanatorio Finochietto y mi estado era gravísimo. Me contaron que hubo una junta médica en la que le dijeron a mi familia que si me operaban podía morirme y que si no me operaban también podía morirme. En la intervención tuve un paro cardíaco pero, por suerte, pudieron traerme de nuevo”, cuenta Ana.
Y sigue: “Yo siempre digo que me mutilaron el cuerpo. Si me mirás con la ropa puesta no se nota, pero yo acá -dice mientras se pone de pie y se señala la panza- tengo varias cicatrices porque me abrieron cinco veces. No tengo más ombligo y me quedó hinchado el abdomen. Tuvieron que sacarme las trompas de Falopio, los ovarios y el útero. Cuando me lo comunicaron, ¿vos te pensás que lloré o grité? Yo no pregunté nada”.
El “duelo” por la pérdida de los órganos que le extirparon, Ana María lo hizo muchos años después y ese proceso, dice ahora, representó parte de su transformación.
“Primero sentí mucha bronca. Quería ir a Jamaica a buscar al médico que me operó y decirle de todo. La realidad es que por negligencia y desidia me provocaron la menopausia a los 49 años. Si bien yo no iba a volver a ser madre, estaba sana y mi cuerpo estaba entero. Tuve que aprender a aceptarme a pesar de no sentirme a gusto con la imagen que me devolvía el espejo. Pero, ¿sabés qué? Estoy viva. Y no lo digo como un consuelo. A mí me molestan mis cicatrices, me disgusta la panza, pero si pongo las cosas en la balanza prevalece el hecho de estar acá. Aceptar una situación no es rendirse frente a ella sino continuar a pesar de y hacer que mi mundo sea el más lindo posible todos los días”.
Recuperar la alegría
“Hay un antes y un después de Jamaica en mi vida. Fue como el ‘sopapo’ que llegó en el momento oportuno para que yo terminara de despertar”, dice Ana María. Hace una pausa, se acaricia la parte delantera del cuello -donde aun quedan rastros de una traqueotomía- y continúa con su reflexión.
“Yo siempre estuve para todo el mundo. Siempre. Siempre. Aunque me sintiera mal, aunque me sintiera bien, a pesar de mis duelos, mis separaciones y mis ACV. Y lo que pasó en esta situación puntual es que me encontré sola. Más allá de tener afectos alrededor, apoyando y ayudando desde donde cada uno podía, la realidad es que dependía de mí, de mi actitud. Y eso es un poco lo que yo me di cuenta”, explica Ana que, a medida que fue sanando su cuerpo, también sanó su niña interior.
“Con el correr de los años me di cuenta de que la Ana María que estuvo en terapia intensiva era la Ana María que yo no quería más. Era parte de una vida que yo ya no quería más. Y entonces sí, recuperé la posibilidad de reírme de cualquier cosa. Recuperé el poder conectarme con la música, que me costaba horrores, porque amo la música. También aprendí a domar mis impulsos, a que antes de responder cualquier cosa y de mal modo, puedo reformular mis contestaciones con otras palabras”, se va despidiendo Ana que, si bien volvió a vacacionar en el exterior, nunca jamás volvió a pisar un crucero.
¿Si algún día volvería a Jamaica? “Hoy no lo pienso. Pero a lo mejor, en un tiempo, cambio de idea. Hace siete años, cuando embarqué con mi hija para allá, yo quería ir a Cuba, pero no me daba el presupuesto. Al final, ¿sabés cuando conocí Cuba? Este verano”.
SEGUIR LEYENDO: