Ucrania: lo que cuenta la literatura clásica sobre los refugiados que huyen de la guerra

Grandes relatos de la historia de la humanidad han descripto y representado en sus personajes, el drama de abandonar el hogar por circunstancias violentas y excepcionales, una forma de empatizar con las familias que huyen de la invasión rusa

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Un miembro de las Fuerzas
Un miembro de las Fuerzas de Defensa Territorial de Ucrania abraza a un residente que sale de su pueblo tras un bombardeo de artillería rusa en Irpin, en las afueras de Kiev, Ucrania, el 9 de marzo de 2022 (AP Photo/Oleksandr Ratushniak)

Las Naciones Unidas han advertido que la guerra en Ucrania podría crear “la mayor crisis de refugiados de este siglo”. Dos millones y medio de personas ya han huido del país.

Mientras tanto, el resto del mundo observa sentado la guerra a través de las pantallas, lo que puede favorecer la empatía pero también causar impotencia y angustia.

Hay otra forma de intentar comprender la experiencia de los refugiados. Junto a la realidad de la gente desesperada que huye del peligro hay una rica tradición de textos clásicos sobre personajes que buscan protección o una nueva vida.

Como profesor de humanidades y derecho, he pasado los últimos años profundizando en aquello que la literatura clásica cuenta sobre los retos de huir de las persecuciones. Desde Odiseo y Dante el Peregrino hasta el monstruo de Frankenstein, muchos personajes conocidos se enfrentan a obstáculos conocidos por los refugiados contemporáneos.

Estas historias no pueden reproducir lo que supone vivir bajo las bombas y los proyectiles que llueven sobre Siria, Ucrania o Yemen. Pero pueden ayudar a los lectores a identificarse con personajes que ya conocen, lo que a su vez puede crear empatía y compasión por los refugiados.

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Un texto que merece la pena recordar a este respecto es el Éxodo, y en particular la escena en la que Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente.

Dios ha estado observando el sufrimiento de los israelitas como esclavos en Egipto, le revela a Moisés. El Todopoderoso desea intervenir y pide a Moisés que actúe como su emisario.

“Te enviaré al Faraón y liberarás a mi pueblo, los israelitas, de Egipto”, ordena Dios.

"Dios se aparece a Moisés
"Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente", por Eugene Pluchart. Catedral de San Isaac, San Petersburgo/Wikimedia Commons

La reacción inicial de Moisés no es obedecer, sino cuestionar. “¿Quién soy yo para ir al Faraón y liberar a los israelitas de Egipto?”, se pregunta. Teme que sus escasas dotes de orador lo incapaciten para cumplir la voluntad de Dios. “Nunca he sido un hombre de palabras”, protesta, “soy lento de palabra y de lengua”.

Su indecisión es un recordatorio de que los migrantes vulnerables a menudo no llevan consigo más que su propia historia, una historia que quizá tengan que contar en un idioma que no es el suyo. Los ucranianos que están actualmente huyendo, por ejemplo, tendrán que relatarse adecuadamente. Ser capaces de contar su historia de la manera correcta, a las personas adecuadas, será crucial para su propia supervivencia.

Moisés tampoco está seguro de que Dios sea realmente quien dice ser. ¿Se puede confiar en este gran poder?, se pregunta Moisés. Cuando los refugiados huyen de sus países de origen, también se debaten entre confiar o no en personas y trabajadores de grandes instituciones que ofrecen ayuda, como los funcionarios del país de acogida o los representantes de los organismos de las Naciones Unidas o las organizaciones no gubernamentales.

La tierra de la leche y la miel

Para convencer a Moisés de que sacase a los israelitas de Egipto, Dios les prometió no solo protección, sino una vida mejor: “Os sacaré de la miseria de Egipto… a una tierra que mana leche y miel”.

Históricamente, muchas de las personas que huyen de sus hogares no escapan de la guerra o la persecución, sino de la pobreza, aunque la línea divisoria entre los refugiados y los llamados emigrantes económicos es cada vez más difusa. Los que quieren negar la entrada a los refugiados o a los inmigrantes indocumentados suelen describirlos como “parásitos” o “ilegales” que abandonan sus hogares para cosechar la leche y la miel de las tierras de otros.

La novela de John Steinbeck Las uvas de la ira cuenta la historia de familias estadounidenses desesperadas durante la Gran Depresión que huyen de las sequías provocadas por las tormentas de polvo (el Dust Bowl) que devastan sus cultivos. Son “gente que huye, refugiados del polvo y de la tierra que se reduce, del estruendo de los tractores y de la invasión, de los vientos tortuosos que aúllan desde Texas, de las inundaciones que no traen riqueza a la tierra y roban la poca que hay”.

Sueñan con un nuevo paraíso, y con la abundancia. Tom Joad, uno de los personajes clave del libro, ofrece una visión de la vida que imagina en California: “Voy a coger un gran racimo de uvas de un arbusto, o lo que sea, y voy a aplastarlas en mi cara y dejarlas correr por mi barbilla”.

Puede que sea una quimera, pero ¿qué opción tienen estos emigrantes? Al igual que millones de personas en lugares como India, Filipinas o Bangladesh, han sido desplazados internamente a causa de los desastres naturales y el cambio climático. El único camino para mantenerse a salvo es continuar hacia adelante.

“¿Cómo podremos vivir sin nuestras vidas? ¿Cómo sabremos que somos nosotros sin nuestro pasado?” escribe Steinbeck. “No. Dejadlo. Quemadlo”.

Dejando el paraíso

Por muy grande que sea la persecución, no todos huyen en busca de protección. El hogar todavía nos proporciona un sentimiento de arraigo; el hogar es donde hablamos el idioma; el hogar es donde tenemos amigos y familia; el hogar está lleno de puntos de referencia familiares.

Y para las personas que huyen de Ucrania, la decisión de marcharse significa soportar enormes colas, frío glacial y barreras administrativas –especialmente para los no europeos que residían en Ucrania, como los indios y los africanos, que han sufrido discriminación–.

El paraíso perdido, de John Milton es uno de los grandes relatos sobre el desplazamiento masivo y el esfuerzo por sobrevivir en un entorno inhóspito. Este poema épico del siglo XVII describe dos actos de exilio: la expulsión de los ángeles rebeldes del Cielo y la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén.

Después de la guerra en el cielo, cuando Satanás intenta llevar a un tercio de los ángeles a la rebelión, el castigo de Dios es rápido y horrible. Los seguidores de Satanás son “arrojados de cabeza desde el cielo etéreo / con horrenda ruina y combustión / a la perdición sin fondo, para morar allí”, según la descripción de Milton.

Incluso Satanás, que lideró activamente el levantamiento, se desespera por todo lo que ha perdido: “Ahora el pensamiento / tanto de la felicidad perdida como del dolor duradero / lo atormenta”.

Una ilustración para "El paraíso
Una ilustración para "El paraíso perdido" de John Milton por Gustave Doré. Paradise Lost/Wikimedia Commons

Estas aterradoras líneas encierran una de las ideas más importantes de la obra maestra de Milton para las crisis migratorias actuales. Mediante la expulsión, estos ángeles caídos han perdido todo lo que aprecian, y ahora están condenados al infierno. Su dolor se mezcla con el “orgullo obstinado” y el “odio acérrimo”.

Si los refugiados contemporáneos no pueden encontrar un nuevo sentido de pertenencia y oportunidad, su frustración y trauma a veces se convierten en resentimiento y radicalización. Desde Ucrania y Yemen hasta Afganistán y otros lugares, muchas personas desesperadas necesitan no solo asistencia, sino soluciones a largo plazo que les brinden la oportunidad de reconstruir sus vidas.

Estos ejemplos de textos clásicos describen íntimamente los retos de los refugiados a través de personajes que han poblado nuestra imaginación. Tal vez este mismo proceso de asociación creativa con historias conocidas de desplazamiento pueda ayudar a inspirar formas de ayudar a los migrantes vulnerables que están entre nosotros.

* Profesor de Humanidades y de Leyes en la Universidad de Vanderbilt.

Publicada originalmente en The Conversation y en inglés.

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