Es difícil elegir qué parte golpea más del Diario de una princesa montonera 110% verdad, el libro que escribió Mariana Eva Pérez. Para mí es esa en que el hijo, en la terraza, le propone jugar a los desaparecidos. Enseguida voy a copiar un párrafo para que vean de qué hablo. Pero primero cuento antecedentes.
Mariana es hija de dos desaparecidos y ha pasado parte de su vida buscándolos, analizando datos, vinculando esos datos para tratar de saber qué pasó. En ese camino encontró al hermano que su madre parió en cautiverio... y ese vínculo no fue un cuento rosado.
Mariana tenía quince meses y estaba con ellos cuando se los llevaron. A los padres -Patricia y José, dos militantes montoneros- y a ella también pero la fueron a dejar a la casa de los abuelos paternos. En ese momento, ay, los abuelos no estaban: la recibió un primo que tenía 17 años. “En algún momento del día o de la noche pasamos por la casa de mis abuelos, Paty lo contó en la ESMA”, escribe Pérez.
Aunque trabajó en organismos de Derechos Humanos -es la nieta de Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Playa de Mayo, que en el libro es “Site”-, Mariana tiene una voz singular: escribe con humor, con ironía. Y sin embargo sigue querellando, testimoniando, investigando. Puede pensar en las princesas de la infancia y poner: “Crecieron las princesas (...) Ya se tiñen el pelo y se ponen cremas. / Y siguen siendo princesitas huérfanas de la revolución y la derrota/ en el exilio eterno de la infancia”.
Es crítica, una crítica “desde adentro” del campo de los Derechos Humanos. Recuerda, por ejemplo, cuando encontraron a un nieto de desaparecidos que cultivaba marihuana. “Narconieto” lo habían bautizado. Ella va más a fondo: “Mientras él regaba las plantitas, los dipunietos (esa es mía) votaban una ley antiterrorista que con la excusa de ‘combatir al narcotráfico’ abre la puerta a todo lo que ya sabemos que pasa cuando el Estado dice que alguien es terrorista.” Y habla de “las leyes reparatorias redactadas con el culo y nunca revisadas”. O de “el uso y abuso de las Madres” y “el loteo clientelar de la ESMA”.
Y siguen siendo princesitas huérfanas de la revolución y la derrota/ en el exilio eterno de la infancia
Vale la pena el Diario de una princesa montonera, aunque uno se atragante más de una vez. Por esa mirada audaz, por la ternura que aparece, por ejemplo, en la demanda de bendiciones porque “las huérfanas arrancamos el partido con maldón”. Por la escritura. Por esas vueltas de tuerca: “los fantasmas existen y son los padres”, dice, como quien habla de los Reyes Magos pero esto es otra cosa. Y enseguida: “Paty es un fantasma. Se nos aparece (...) En cada una de sus apariciones, Paty dice algo muy importante. Baja línea. Tira una papa atrás de otra, sobre mi vida, sobre el sentido de las cosas. Seria. No recuerdo una sola palabra”.
No es nuevo el libro de Pérez. Tuvo una primera edición en 2012 y otra, revisada, hace un año. En el medio pasaron cosas importantes, como el juicio por el secuestro y la desaparición de sus padres, al que llama “Mi pequeño Nürnberg”. O su maternidad, inevitablemente cruzada por la imagen de esa madre que parió secuestrada.
Por supuesto, el libro es una referencia este 24 de marzo. De cómo no hay pasado pisado. De cómo las desapariciones son -como decía una sobreviviente de la Guerra Civil Española- “una bomba que no deja de caer”.
Tres párrafos
1. Hay otra imagen, otra lectura clandestina o fantasía o pesadilla: una forma de tortura que es poner los pies del prisionero dentro de tachos con cemento. Quizá leí algo sobre unos cuerpos encontrados en tachos de cemento en el canal de San Fernando, en el boletín que trae Site. Me pregunto si a José también le hicieron eso. Siento su dolor en mi cuerpo, siento la picana aunque no sepa qué es y siento los pies que se rompen cuando endurece el cemento. No tengo palabras para decirlo, no se lo puedo decir a nadie, pero lo siento.
2. No sé en qué idioma fue que preguntó la partera-que-ya-no-quería-ser-partera,/ la que no quiso ser nuestra partera,/ la que me acostó/ me enchufó un monitor/ me tactó durante las contracciones/ para hacerme dilatar (...) no entiendo nada de alemán, no sé en qué idioma fue/ que preguntó/ si por alguna razón yo podía estar reteniéndote (...)/ así que le expliqué/ en palabras muy sencillas/ como si fuera una niña/ lo que pasó en Argentina/ lo que pasó en mi familia/ en mi recuerdo no tengo contracciones/ mientras explico todo/ esto/ my mother gave birth in captivity/ my brother was stolen” (mi madre dio a luz en cautiverio, mi hermano fue robado).
3. Otro día, también en la terraza, me propone directamente jugar a los desaparecidos. No quiero, ni quiero decirle que no. Juguemos. Yo soy tu papá, anuncia, y se esconde detrás de una sábana colgada. Vos buscame, me pide. Me atraganto. Por suerte es ansioso y grita enseguida: ¡hijita, acá estoy! Corre hacia mí, me da un abrazo.
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