Pasaron cuatro años desde el lanzamiento de God of War (2018) y desde ese momento que representó el inicio de la saga nórdica para la franquicia. Ese juego no solo se convirtió en un hito destacado en la historia del mundo de los videojuegos, sino que significó un salto para la serie que, desde su propuesta visual y su narrativa, experimentó una revolución.
Es difícil tratar de explicar lo que generó ese lanzamiento en su totalidad, especialmente si uno creció junto a la franquicia y pudo vivir cada nuevo título al momento de su estreno. Pero, especialmente, es difícil explicar el impacto emocional que generó God of War (2018). El crecimiento de Kratos, su percepción de sí mismo, la profundidad de su vínculo con Faye y los desafíos de la relación con Atreus.
El Kratos que nos encontramos en ese juego se alejaba del que habíamos conocido antes. Cargaba sus culpas y pecados, pero la forma de procesarlos ya no era la misma. Y la forma de narrar ese crecimiento del personaje fue lo que distinguió al título y le dio ese lugar preferencial que hoy tiene en el ecosistema de los videojuegos.
Cuatro años después, God of War Ragnarök llega con la responsabilidad de darle un cierre a esa historia y sostener la evolución de la franquicia. ¿Pero cómo seguir creciendo después de lo que representó GoW (2018) cuando todavía hoy el juego sostiene una vigencia especial? ¿Y cómo dar primeras impresiones sin adelantar nada fundamental para que la historia se pueda vivir con la intensidad que se merece?
En primer lugar, queda claro que la narrativa sostiene el mismo nivel que la entrega anterior. Las primeras horas de juego se sienten como una continuidad en el mejor de los sentidos. No hay tiempo para introducciones y la historia avanza en forma rápida, con los suficientes giros y sorpresas para que el ritmo no descienda nunca.
Como se pudo ver en los adelantos, un Atreus adolescente y más desafiante plantea dudas y la necesidad de respuestas sobre su propia identidad, sus poderes y su rol dentro de un mundo al borde de una guerra. En ese contexto, la propia identidad de Kratos entra en juego y su pasado es ese recordatorio de lo que no quiere ser, pero también de lo que no quiere para su propio hijo. Los límites aparecen como un eje que se mantiene desde el título anterior y es palpable esa preocupación por el destino que elija Atreus .
Esa vivencia, en tono más personal, está enmarcada por el avance en la narrativa nórdica con muchos más elementos que entran en juego. Personajes, locaciones, referencias y eventos reconocibles que alcanzan para emocionar a los fanáticos de la mitología y a los fans de la franquicia que esperan ver esta interpretación particular de historias infinitamente populares.
Las mecánicas, como se había adelantado, también experimentan sus propias evoluciones y algunas adiciones -que se dejaron ver en los adelantos previos- tanto en el hacha como en las Espadas del Caos aportan no solo un abanico más amplio de habilidades contra los enemigos, sino que también expanden las opciones de movimientos en cada escenario, lo que le aporta otra dimensionalidad a los enfrentamientos.
El apartado visual también creció. En PlayStation 5 se percibe en forma constante que siguió el camino de su antecesor con una propuesta que todo el tiempo emociona. God of War Ragnarök es un juego que genera ganas constantes de prestar atención a los detalles. Y, aunque era bastante predecible y esperable, realmente valoro que un juego te potencie la necesidad de frenar y hacer captura porque de otra forma no se podría valorar en forma correcta el trabajo que se hizo.
Todo eso genera un combo en el que narrativa, puzzles y combate se presentan como elementos equilibrados. Como un conjunto, colaboran para que sea una experiencia dinámica en todo momento. La presencia constante de desafíos que superar ayuda para reforzar esa sensación.
Que la variedad de enemigos y la aparición constante de jefes haya tenido un salto considerable es algo que también aporta -en forma significativa- para que desde el inicio se sienta como un juego que prestó atención a sus falencias previas, las corrigió y las transformó en una propuesta muy superadora.
En sus primeras horas God of War Ragnarök deja ver que es un juego continuista. Y le corresponde serlo. Pensarlo como una unidad independiente -y esta es una percepción muy personal- es no entender el rol que cumplió la entrega anterior. Lo que empezó en el 2018 es una historia que ahora va a encontrar su final y la conclusión de los diferentes hilos que abrieron.
Todos sus elementos -la narrativa, las mecánicas y la propuesta visual- suben un escalón y evolucionan de la mano de una historia que carga con muchas expectativas, pero que también demuestra estar a la altura de lo que muchos esperan. Pero, sobre todo, es una historia que no tiene miedo de conmover y, en su primera etapa, lo hace sin dar un respiro. Siento que este análisis no le hace justicia a lo que el juego tiene para contar y probablemente tampoco lo haga el análisis completo. Lo que sí queda claro es que es un juego hecho con amor y respeto por lo que se construyó. Y eso siempre es bueno.
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