Sale un nuevo Call of Duty y, una vez más, sus creadores nos llevan a la Segunda Guerra Mundial. Como fanáticos de la saga, cuando nos ofrecen ir -por enésima vez- al conflicto más contado de la historia de los videojuegos, vamos a regañadientes. Sin duda es un momento bisagra, con miles de historias para relatar o inspirarse. Pero todo tiene un precio y la crítica especializada se los está haciendo pagar.
Por supuesto, el gusto por los videojuegos es muy subjetivo. Lo que para algunos puede parecer espantoso, para otros es una genialidad absoluta. El preconcepto es el peor enemigo del gaming y, quizás, estemos dejando pasar una maravilla, solo porque “alguien dijo”. Por eso, vamos a ir contra la corriente y hablar de un puñado de razones por las que no hay que perderse esta nueva entrega. Aun sabiendo que refritan, sin descanso, la misma fórmula y venden miles de copias por portación de nombre.
Un tremendo despliegue visual, con algunos repliegues
En Call of Duty esto no es una novedad. Cada entrega sorprende por su calidad gráfica y eleva la vara por encima de la anterior. Pese a usar el mismo motor que sostiene Warzone, año tras año encuentran la manera de robarnos algún suspiro. Así, ya en la escena de apertura vemos un catálogo gigantesco de efectos. Un tren a alta velocidad, una noche con el cielo rojizo -por el fuego que azota una ciudad- y una lluvia que golpea imparable a nuestros héroes. Las gotas abundan, revolotean con el viento y la ropa de los personajes brilla por la humedad. Todo es una sinfonía gráfica perfecta, hasta que descubrimos que las caras están completamente secas.
Un poco más adelante, el entorno muestra tiroteos, molinos en llamas y aviones que dejan caer paracaidistas. Mientras que tenemos un fuego y chispas que rozan la perfección, alguien parece haber pegado “figuritas” saliendo de los aviones. Los pobres soldados caen duros del cielo -como stickers en dos o tres tamaños- y, cada tanto, alguno se desploma en caída libre.
Animarse a contar una historia Single Player
Hoy todos jugamos en línea. Todo tiene soporte multiplayer y hay gente afirmando que los juegos de acción en primera persona ya no deberían tener una historia. Esto es algo que hasta resulta cómodo para cualquier estudio, porque implica mucho menos tiempo de desarrollo. Pero, si hay algo que Call of Duty sabe hacer, es contar historias de la manera más cinematográfica posible.
En esta oportunidad, un puñado de soldados de distintos países intentan infiltrarse para robar secretos nazis. Las cosas salen mal y son capturados. Durante los interrogatorios, volvemos atrás en el tiempo para ir conociéndolos en distintas etapas de la guerra. Quiénes son, por qué están ahí y qué los motiva. Mientras tanto, el imperio nazi agoniza frente al avance aliado.
Más allá de lo que logran con la acción y el gameplay, la calidad de las cinemáticas es superior. Las situaciones, los encuadres, la luz, el detalle de los personajes y, por sobre todas las cosas, la captura de movimientos y el acting. Richter, recreado por Dominic Monaghan (Lost, El señor de los Anillos), es impecable. Sus gestos, sus expresiones de horror, sus dudas y una tos nerviosa al hablar, construyen un personaje secundario magistral.
De esta manera, se construyen grandes momentos con algunas pinceladas emotivas. Pero, al mismo tiempo, por momentos la historias parece contada con apuro. Como si alguien les dijera “chicos la campaña singleplayer no puede durar más de seis o siete horas”.
Los personajes basados en héroes reales
Tal vez, lo más interesante de Vanguard, es que sus protagonistas están inspirados en historias reales. Historias que hoy tienen el empujón masivo de Call of Duty. Si bien no hubo una Paulina Petrova, existió una Lyudmila Mijáilivna Pavlichenko. Nació en julio de 1916 y eliminó a 309 soldados nazis. La apodaron “Ángel de la Muerte” y las tropas alemanas le tenían pánico. Dicen que es la francotiradora más exitosa y fue una de las 95 heroínas de la URSS.
Tampoco hubo un Arthur Kingsley, pero sí un Sidney Cornell. Fue el primer paracaidista afroamericano que se arrojó tras las líneas alemanas el Día D. Es probable que la historia de Sidney fuera muy diferente a la de Arthur, pero fue condecorado con la Medalla de Conducta Distinguida por su valor aquel día. Lo hirieron varias veces en cinco semanas y no llegó a ver el final de la guerra. Murió en la explosión de un puente en 1945.
En el mismo sentido, Wade Jackson tampoco existió, pero sí Vernon “Mike” Micheel que fue destinado al USS Enterprise. Durante la Batalla de Midway voló un bombardero y causó estragos entre los portaaviones japoneses.
Por último, Lucas Riggs también tuvo su musa inspiradora. Charles Upham es uno de los soldados más famosos de Nueva Zelanda. Se unió a las fuerzas expedicionarias en 1939 y por sus esfuerzos y liderazgo recibió varias medallas. Fue herido y capturado en 1942 y, por intentar escapar varias veces, lo encerraron en la prisión de Colditz en 1944. Es una de las tres personas que recibió la Cruz de la Victoria dos veces.
Gunplay, sonido y un soundtrack épico
Esta es otra de las áreas de mayor experiencia para los creadores de Vanguard. Todos vienen de hacer juegos bélicos y muchos de ellos son de la segunda guerra mundial. Con este, Sledgehammer Games lleva seis Call of Duty en su medallero, mientras que Infinity Ward suma diez.
Así es como en cada entrega mejoran el trabajo en armas y sonidos, haciéndolos sentir “casi” reales. Si bien es un arcade, trabajaron muchísimo el retroceso de las armas (es fantástica la novedad de apoyarlas para mejorar la puntería). La banda de sonido -creada por Bear McCreary- es maravillosa y genera un clima que no tiene nada que envidiar a un soundtrack de Hollywood.
Misma fórmula multiplayer, pero con más condimentos
Sin duda, este es el plato fuerte de Call of Duty. Vuelven los modos tradicionales, Punto Caliente, Baja Confirmada o el clásico Deathmatch. Pero además debutan dos nuevas modalidades. Patrulla, que es muy similar a Punto Caliente, pero el lugar a capturar se va moviendo.
Por otro lado, Rey de la Colina nos pone en dúo o trío y nos obliga a tirotearnos con otros equipos, con límite de tiempo y respawn. El que sobrevive es el ganador. Una extraña mezcla entre Battle Royale y Gulag de Warzone. También está de vuelta el modo zombis, que se niega a quedar bajo tierra.
El ritmo de juego es frenético como siempre. Tal vez mucho más. Si no están acostumbrados a semejante velocidad, la van a pasar mal. Y, si lo están, también.
Call of Duty: Vanguard está recibiendo los golpes de la prensa, sin embargo la gente lo sigue eligiendo. Los números de arranque en ventas son prometedores, no obstante bajan y están lejos de lo esperado. Lo cierto es que Call of Duty es un gran juego, quizás por debajo de lo que esperamos siempre. Animarse a contar una historia tiene sus riesgos. Hay grandes personajes que podrían haberse profundizado y defectos técnicos evitables. Pero siempre es bueno volver a ver otro fragmento del conflicto bélico más importante de la historia. Mejor aún si eso nos empuja a investigar y conocer más. Aplausos a la valentía de hacer single player, cuando muchos dicen que ya está muerto.
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