Hoy por hoy Malvinas Gaming es una de las organizaciones de esports más populares del país. Se definen como el equipo más argento y hace varios años que vienen luchando en los peldaños más altos de los deportes electrónicos regionales. Pero toda historia tiene un principio, y Malvinas remonta sus orígenes a la visión de Carlos “Charly” González, su CEO y fundador, que apostó por un equipo competitivo en una comunidad, y que pese a que las cosas algunas veces se complicaron, nunca bajó los brazos.
Charly nació hace 39 años en San Antonio de Areco, un pueblo con poco más de 23.000 habitantes ubicado a 113 km de Capital Federal. Desde bebé fue criado por su abuela tras la separación de sus padres, y es a quién considera su madre: “Ella es mi mamá. No hay otra persona que sea mi madre que no sea ella”, le contó a Infobae Latin Power.
Su relación con los videojuegos se divide en cuatro etapas: el comienzo del amor, la separación, la reconciliación y finalmente la confirmación. La primera empieza a sus ocho años cuando jugó por primera vez a una consola Atari que le habían regalado a su prima. Los títulos eran simples, pero fue amor a primera vista: “Yo pensaba que era una locura. Quería sentarme y agarrar el control. Trataba de ir muy seguido a lo de mi tía y de que me llevaran. Me gustaba muchísimo”.
Unos años más tarde llegó el primer televisor a color a su casa, y poco después arribó la Nintendo NES, que muchos conocerán como el Familly Game: “Era demasiado vicioso, le dedicaba mucho tiempo. Estaba muy fanatizado por el videojuego de Súper Campeones. Le dedicaba horas y horas a desbloquear niveles de competencia. Es algo que me marcó muchísimo”. Al tiempo pasó al SEGA Genesis, y en la secundaria lo atrapó el Winning Eleven que jugaba en la PlayStation 1 de un amigo.
Es hincha de River, la segunda pasión que le transmitió su prima además de los videojuegos. Jugó en varios clubes de Areco y de chico iba al Monumental en micro con las peñas de su pueblo. Tal era su pasión por el fútbol que después de terminar el colegio se mudó a Buenos Aires para estudiar periodismo deportivo en TEA y le puso un stop al mundo gamer.
“Me fui a vivir con mi pareja de ese entonces. Ella estudiaba medicina y yo periodismo. Nos costó muchísimo adaptarnos. Éramos chicos para convivir y encima era una ciudad nueva”, recordó. Además, la situación del país en ese momento -post crisis del 2001- dificultó más las cosas: “Llegué hasta segundo año y tuve que abandonar porque me quedé sin trabajo. Mi familia no me podía ayudar y mi vieja se había quedado sin trabajo también, incluso habían cortado la luz acá”.
Así decidió volver a Areco y ayudar a su abuela, que en ese entonces “lo único que había conseguido era para cortarle hilos sobrantes a la ropa”: “Un taller de costura pagaba 10 centavos por pantalón. Con velas los teníamos que cortar. Si hacíamos cinco pesos era una locura, y eran como 50 pantalones. No había para comer en mi casa. La remamos así con mi vieja y la sacamos adelante”. Pero de a poco la situación comenzó a mejorar, aparecieron otros laburos, y sin esperarlo una gran oportunidad le llegó desde el cielo.
“Me contactaron los dueños de Radio Imagen de Areco. Yo laburaba en una panadería y me invitaron a cubrir partidos de Racing porque yo había estudiado periodismo deportivo. Me preguntaron si me animaba a comentar, así que empecé a ir a la cancha con ellos y hacía de comentarista. Estuve cuatro años cubriendo la campaña de Racing y hasta hice los trámites para cubrir a la Selección. Fui al Argentina - Brasil del 2005 en el Monumental que ganamos 3 a 1. No me lo olvido más”, destacó.
El reencuentro con el mundo gamer comienza cuando se compra su primera computadora tras terminar una relación de muchos años. No tenía muchos ánimos para salir de su casa, pero en el mal momento encontró una nueva compañía para distender: “Descubrí un juego que se llama Travian. Es un juego de estrategia online que se jugaba en una página web. Es super matemático y se juega en equipos. Es un juego de guerra y tenés que ir haciendo cálculos de tropas, ir conquistando aldeas, pero todo en una web, no hay animación como en un videojuego. Lo descubrí, me fue gustando y fui conociendo gente de todo el mundo. Le dediqué 2 o 3 años de mi vida a ese juego y hasta conseguimos salir bicampeones”, que era muy difícil.
Sin darse cuenta comenzó una historia con los videojuegos competitivos, que daría su siguiente paso con un First Person Shooter: el Operation7. Es un título similar al Counter Strike, que enfrentaba a dos bandos: terroristas contra anti terroristas. Charly jugaba en clanes chilenos hasta que en 2010 logró ingresar a Malvinas Argentinas, una comunidad existente desde 2005 y que seguía con detenimiento. “Me moría por jugar en un clan que se llame Malvinas. Me moría. Cada vez que los encontraba les hablaba, los buscaba por internet, y una noche me invitaron a jugar y me hice muy amigo. Eran 100% argentinos, con reglas muy argentas y me adapté muy rápido. Yo era más grande que los demás, tenía 26 o 27 y el resto 17,18 o 20. Caí bien en el grupo y al tiempo me hicieron admin del TS”, relató.
Charly comenzó a desarrollar su carrera como jugador como parte de la comunidad de Malvinas Argentinas, y su primera experiencia a gran escala fue un certamen Latinoamericano organizado en 2013 por Acceso5, el publisher del videojuego, en Colombia. Terminaron segundos en la qualy, pero el roster ganador estaba compuesto por menores de edad, por lo que les quedó a ellos la posibilidad de viajar.
“El viaje te lo tenías que financiar, pero solo por ir recibías 2.000 dólares. Conseguimos que nuestras familias nos dieran la plata para comprar el pasaje y fuimos a Colombia y terminamos quintos. El torneo se hizo en un shopping gigante con mucha gente fanatizada por una competencia de videojuegos. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Tenía casi 30 años, y dije ‘acá hay algo espectacular’. No lo veía como lo que es ahora, pero sí que notaba que había algo nuevo. Había incluso influencers de ese juego y los chicos se volvían locos”, recordó.
Ahí entendió que las competencias de videojuegos tenían futuro, pero que debía apostar a un título más grande para continuar con dicho proyecto, y encontró en el Battlefield la beta ideal. Los torneos comenzaron a ampliarse y Charly decidió desprender desde Malvinas una versión competitiva de la comunidad, y tomó su nombre de referencia para el roster: “Pero para no generar un roce decidí cambiarle algo. Que no sea Malvinas Argentinas porque en definitiva siguen siendo una comunidad. Le encontramos la vuelta con Malvinas Gaming. El primer tag era MG, y a mi me gustaba pero los otros dijeron que estaba horrible porque parecía Me Gusta. Uno de los chicos encontró la variante de MVG y quedó”.
“Lo fuimos tomando como un juego, no como un negocio. Eso le hizo muy bien a todo el ambiente. Nadie esperaba un peso. Lo hacíamos todo por pasión”, puntualizó. En ese entonces los esports en la región comenzaban a dar sus primeros pasos, y él tenía como referencia a Furious y a Isurus, que comandaban la escena: “Eran dos organizaciones que las miraba y decía ‘es una locura lo que hace esta gente’. Me encantaba, les mandaba mensajes. Era el sueño de todos tener una org como tenían ellos. Los veía como el ejemplo a seguir”.
Charly asegura que lo que más le gusta de los esports es el ambiente que genera un torneo presencial, y que le despierta sentimientos que ni el fútbol logró generar: “El Counter me genera muchísima pasión. El que más recuerdo fue cuando le ganamos a la Coscu Army en la Musimundo Gaming Week. Eran 400.000 personas y éramos 20 hinchas de Malvinas. Fue una locura poder ganar ese partido”.
Hace años que Malvinas forma parte de la escena regional, y en medio hubo decenas de jugadores que pasaron por la institución, campeonatos disputados, momentos de tristezas y alegrías. Hubo rachas buenas y también malas, pero a pesar de los momentos difíciles nunca bajaron los brazos. Carlos vive actualmente en San Antonio de Areco junto a su pareja Agustina y a su hija Malena, de dos años. A principios de 2020 optó por dejar su trabajo como operador de radio y enfocarse 100% en Malvinas: “Hablé con mi mujer y le expliqué que le tenía que dedicar más tiempo a esto. Ella no tenía trabajo así que nos enfocamos los dos en el proyecto. Tenía en mi cabeza un presupuesto armado de cuanto iba a gastar en la organización y en mi familia. Fue un riesgo muy grande que tomé”.
Al poco tiempo llegó la pandemia, que golpeó fuerte en algunos mercados, y el main sponsor de la organización se cayó. Un contrato de un año terminó a los tres meses, y el club tuvo que remarla un tiempo sin mucho sustento económico. Luego la situación fue mejorando con otras empresas que se sumaron, y actualmente atraviesan un buen momento.
Malvinas cuenta con cinco disciplinas deportivas -RainbowSix, Free Fire, Mobile Legends, PUBG Mobile y Counter Strike- más un grupo de creadores de contenido. También tiene una moderna gaming house ubicada en el barrio porteño de Belgrano y una oficina en San Antonio de Areco: “Está en la casa de mi vieja, y la ventana da a la calle del centro. Hay un colegio en la esquina, y si vos pasás ves cuatro camisetas de Malvinas colgadas en la pared, un maniquí con la camiseta, el logo con neon, otro logo pegado contra la pared y ves dos pibes con dos computadoras súper buenas y con muchas luces. Los chicos pasan por ahí, se apoyan por la ventana y nos miran. Como que muchos se enteraron que Malvinas es de acá. Hay chicos que van y se apoyan en la ventana y nos preguntan cómo pueden hacer para entrar al equipo, para stremear, a qué juego jugamos. Se está haciendo una noticia para los chicos. Salen del cole y se paran diez chicos a vernos”, señaló orgulloso.
Charly siempre se mantuvo firme en su proyecto, y con la pasión como bandera fue construyendo un sueño que hoy abarca sponsors, publishers, fans, y el que trabajan 121 personas entre jugadores, staff y streamers. Hoy por hoy su vida gira en torno a Malvinas, al punto en que su pareja se involucró de lleno y hoy stremea junto a él en el canal del club. Su ideal es ambicioso, “ganar un Major o un mundial en algún juego”, aunque también tiene otro sueño que suma a su familia: “Me gustaría que mi hija siga con esto. Que siga la misma pasión que yo”. La meta está, y la ilusión por conseguirla será un nuevo empujón en su carrera, que ya tiene más de 10 años, y que probablemente tendrá muchas más historias para contar.
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