Los secretos del juicio de Cromañón: la confesión que nunca llegó, el blindex que nadie quería y el rol de los sobrevivientes

En los 20 años que se cumplen de la tragedia, uno de ellos fue central: en el que se realizó el juicio oral a Omar Chabán y a los músicos de Callejeros. Lo que nunca se contó de lo que pasó en esas audiencias

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Los jueces en una de
Los jueces en una de las audiencias del juicio oral (Foto: Charly Diaz Azcué)

Duró exactamente un año. Declararon 345 testigos. Hubo momentos de tensión y de violencia. Y de angustia y de llantos por volver al lugar donde fueron asesinadas 194 personas y hubo más de 1.400 heridas. Hubo un grupo de rock en ascenso en el medio de la polémica, ¿culpables o inocentes? Todo eso pasó en el juicio oral por la tragedia de Cromañón, de la que se cumplen 20 años, que tuvo algunos secretos nunca contados o poco conocidos.

Fue un juicio que inauguró la etapa moderna de los procesos orales: una resolución que marcó pautas de publicidad y de cómo se iba a realizar que luego tomó la Corte Suprema de Justicia de la Nación; una escenificación de Cromañón a través de una maqueta en 3D; el trabajo permanente de un equipo de psicólogos para asistir a los sobrevivientes que declararon como testigos; y el desafió de llevar adelante un juicio que iba a tener todas las miradas.

El camino no fue fácil. Después de casi dos años de investigación, el gerenciador de Cromañón, Omar Chabán, los músicos de Callejeros y otros acusados fueron enviados a juicio oral. La causa quedó a cargo del Tribunal Oral Criminal 24. Sus tres jueces eran Raúl Llanos, Marcelo Alvero y María Cecilia Maiza. Pero Llanos era el único titular. Alvero y Maiza eran subrogantes. Ellos estaban propuestos para integrar otros tribunales orales y estaban allí como suplentes. Eso presentaba una preocupación: podían ser objetados y el juicio corría riesgos. Por eso pidieron formalmente ser designados como titulares en el 24. “Sino, no empezamos el juicio”, se plantaron. Esa decisión llegó una semana antes del inicio del proceso por gestiones judiciales ante el gobierno nacional de entonces, a cargo de Cristina Kirchner.

El proceso tenía otra dificultad central. No había en el Poder Judicial una sala de audiencias que albergue a todas las personas que iban a participar: 15 acusados con sus abogados, el fiscal Jorge López Lecube y su equipo, los querellantes que representan a las víctimas, los periodistas y el público que se sabía que iba a ser mucho y que estaba dividido entre los que querían que los músicos de Callejeros sean absueltos y los que buscaban que sean condenados.

El tribunal recorrió fábricas, clubes, cuarteles militares y todo lugar que pueda ser apto. Pero por distintos motivos ninguno lo era. La justicia contaba con salas pequeñas para juicios de pocos acusados y de escasa duración. La solución llegó desde la Corte Suprema de Justicia de la Nación que le cedió al tribunal la sala de Derechos Humanos. La histórica sala de la planta baja del Palacio de Tribunales en la que se hizo el juicio a las juntas militares de la última dictadura.

El blindex que separó a
El blindex que separó a los familiares de las partes del juicio oral (Foto: Télam)

El lugar requería modificaciones. Se instalaron escritorios con un cableado para poder enchufar las computadoras y una pantalla gigante en la que a través de una maqueta virtual -nunca se había hecho eso en un juicio oral- se recreó Cromañón para que los sobrevivientes puedan mostrar con un puntero laser cómo fueron los hechos.

Pero había algo más que marcó una diferencia. La Corte Suprema quería instalar en la sala un blindex que separe al público de los acusados. El motivo eran los antecedentes violentos de algunos padres que había insultado y perseguido en la calle a los jueces de la Cámara del Crimen que habían liberado a Chabán. También hubo disturbios en sesiones del Consejo de la Magistratura. Inclusive en una marcha a tribunales un padre llevó un bidón de nafta.

Los jueces del tribunal oral no querían el blindex. Creían que dificultaría la visión y que esa barrera podía traer más tensiones de las que ya había. La entonces jueza de la Corte Suprema Carmen Argibay -ya fallecida- los citó a una reunión y les dijo: “El blindex se pone y después me lo van a agradecer”. Un año después iba a tener razón.

19 de agosto de 2008 fue la fecha elegida. Ese día comenzó el juicio oral. La audiencia tuvo un operativo especial de seguridad, como lo iban a tener todas. Por un sector del Palacio de Tribunales ingresaron los familiares de las víctimas que se ubicaron detrás del blindex. “Era raro estar con ese vidrio, parecía que estabas en una pecera”, recuerda uno de los protagonistas. Las familias de los acusados lo hicieron por otro y les tocó la bandeja superior de la sala. La prensa en uno de los laterales. Delante del blindex los imputados con sus abogados, la Fiscalía y los abogados querellantes que representaban a las víctimas, entre ellos José Iglesias y Alberto Urcullu, padres de Pedro, de 19 años, y María Sol, de 21, dos de las 194 víctimas.

Los tres jueces ingresaron a la sala. Todos se pusieron de pie y en lo más alto quedaron las fotos de los fallecidos sostenidas por sus madres, sus padres, sus hermanas. Empezaba el juicio y todo lo que había pasado la noche del 30 de diciembre de 2004 iba a ser contado por los sobrevivientes que volverían a vivir lo ocurrido.

Los familiares llevaron los fotos
Los familiares llevaron los fotos de los fallecidos a todas las audiencias (Foto: Charly Diaz Azcué)

Sus testimonios iban a ser centrales. Había sobrevivientes con miedo a declarar. Como ese momento podía ser traumático y revictimizante se les dio un trato especial. Podían recorrer la sala antes de su declaración para que supieran cómo era el lugar, donde se iban a sentar, donde iban a estar el resto de las partes. Además, el juez que ese día presidía la sesión charlaba con cada uno para contarles qué implicaba su testimonio, para ayudarlos y calmarlos, para decirles que podían tomarse una pausa o inclusive no declarar y que no iban a permitir que ninguna parte los hostigara con preguntas indebidas.

El juicio contó con un equipo especial de psicólogos de la Oficina de Asistencia a la Víctima que aportó la Procuración General de la Nación. Estaban todas las audiencias para asistir a los sobrevivientes. Declararon jóvenes, hombres y mujeres que perdieron a familiares. También amigos que llevaban la carga de haberse salvado, que sentían la culpa de poder estar ahí.

Hubo testimonios que impactaron. Uno de ellos fue el de una mujer de unos 40 años que fue a declarar con la misma ropa que había ido al recital. Estaba quemada y rota. Le dijeron que no era necesario que la use, que podía no hacerle bien. “Dejeme por favor, necesito estar así”, le dijo al juez que la recibió.

Hubo otros casos particulares como el de un testigo falso. Viajó desde Chubut pagado por la gobernación con un testimonio esperado porque había dicho que vio cómo familiares de los Callejeros entraban bengalas al boliche. Pero se contradijo en el horario del show, en la primera canción que tocó el grupo y dijo que había salido por un lugar que no tenía salida. Al final del juicio se le inició una causa por falso testimonio.

“Lloramos varias veces”, recuerdan 20 años después los protagonistas del juicio . Las declaraciones de los sobrevientes que lograron salir porque los sacó alguien que murió por entrar a ayudar, la desesperación de padres y madres por no tener más a sus hijos, la declaración de los bomberos que contaron cómo caían los cuerpos cuando abrieron la salida de emergencia que estaba cerrado con candado y cadena.

Entre tanto dolor había que descomprimir. Y lo hizo el fiscal López Lecube. Uno de los sobrevivientes citados a declarar se llamaba Bruno Díaz, el nombre del personaje de Batman. En complicidad con el abogado querellante Patricio Poplavsky, le dijo que le iba a decir “joven Díaz”, que era como en la serie el mayordomo Alfred le decía a Batman. “Joven Díaz”, dijo el fiscal para introducir una pregunta y así cumplir con el chiste interno para liberar tensiones.

Omar Chabán y Raúl Villarreal
Omar Chabán y Raúl Villarreal (Foto: NA)

El gran protagonista del juicio fue Chabán. El gerenciador de Cromañón fue el único de los acusados que estuvo presente en todas las audiencias. Llegaba dos horas antes para evitar cruzarse con los familiares y varias veces se lo vio dibujando. Nunca tuvo actitudes provocativas. Histriónico, un referente del rock y de la cultura under, Chabán declaró cinco veces ante el tribunal. Dijo que nunca quiso provocar lo que ocurrió. Vivió un solo cruce con los jueces. Fue cuando pidió que se reproduzca el audio de esa noche en la que le advertía al público que no tiren bengalas porque iban a morir todos como había pasado días antes en un shopping en Paraguay. Chabán pedía que lo repitieran varias veces hasta que los jueces le dijeron, en términos duros, que ya era suficiente.

Por su parte, los músicos de Callejeros llegaban juntos y así se sentaban en la sala. No fueron a todas las audiencias e iban acompañados de sus familiares, algunos de ellos víctimas de lo ocurrido. Era el caso del guitarrista Maximiliano Djerfy. “Esa noche fueron siete integrantes de mi familia y volvieron sólo dos. Uno de ellos pudo hacerlo porque lo saqué yo y es mi viejo”, contó años después en una entrevista. Djerfy falleció en 2021 de un infarto.

Los Callejeros tuvieron una estrategia en común en la causa: que las decisiones se tomaban en conjunto y que la noche de la tragedia fueron a cumplir su rol de músicos. Ellos no organizaron el recital, no sabían de seguridad ni de controles, ni de habilitaciones o planillas municipales. Solo fueron a tocar. Pero uno de ellos no estaba convencido de esa postura. De hecho, en algunas oportunidades analizó dar su versión en el juicio y se lo hizo saber de manera extraoficial al tribunal. ¿Cuál era? Que en rigor las decisiones las tomaban dos de los integrantes -dónde y cuándo tocar- y que el resto las acataba. Pero nunca lo hizo. Podría haberlo exculpado a él y a otros integrantes.

Dos de los músicos de
Dos de los músicos de Callejeros al ingresar a una de las audiencas del juicio con las vallas de fondo (Foto: Nicolás Stulberg)

Un testimonio clave fue el del perito oficial de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Osvaldo Raffo. “Una cámara de gas del nazismo”, describió a Cromañón al analizar lo que había ocurrido. La media sombra y la guata del techo que se incendiaron con la candela prendida por el público desprendieron monóxido de carbono y ácido cianhídrico que se esparcieron por todo el lugar. Es un veneno que mata rápido y eso hizo. En Cromañón las muertes no fueron por un incendio o por una avalancha. 193 de las 194 víctimas murieron por síndrome lesivo por inhalación de humo. Respirar gases tóxicos. Si la salida de emergencia hubiese estado abierta o si se respetaba la cantidad de gente permitida todos ellos estarían vivos.

El juicio se hizo tres veces por semana y exactamente un año después se dio el veredicto. Fue a las 15 horas del 19 de agosto de 2009 con un fuerte operativo de seguridad. Parecía el de un partido de fútbol. Entradas separadas para los familiares y los acusados. Y lo mismo afuera del Palacio de Tribunales. En un sector, los seguidores de Callejeros; del otro, los que reclamaban su condena. Y en el medio carros hidrantes y muchos policías. Esa división que generaba la banda se vio reflejada en el juicio. De los cuatro grupos de abogados querellantes que representaban a los familiares, dos pidieron condenas y las dos restantes las absoluciones de los músicos.

Los tres jueces ingresaron a la sala. Todos se pusieron de pie y en lo más alto, otra vez, las fotos de los fallecidos. Silencio y mucha tensión. La sala estaba llena. “Lo que más queremos es que esta audiencia transcurra en paz”, dijo el juez Alvero, que le pidió especialmente a sus colegas leer el veredicto. Duró nueve minutos. Chabán recibió una pena de 20 años de prisión; Diego Argañaraz, manager de Callejeros, y el ex subcomisario Carlos Díaz fueron condenados a 18 años por estrago doloso y coimas; las ex funcionarias del gobierno de la ciudad Fabiana Fiszbin y Ana María Fernández recibieron una pena de dos años; y un año para Raúl Villarreal, jefe de seguridad del boliche.

Las condenas se escuchan en silencio. Los familiares se abrazaban y lloraban. Todo cambió cuando el tribunal leyó la absolución de Patricio Fontanet, el cantante de Callejeros, y el resto de la banda por el beneficio de la duda; del ex comisario Miguel Belay y del ex funcionario Gustavo Torres.

“Noooooo”, se escuchó del público. Luego llegaron insultos y gritos. Algunos se levantaron y apoyaron las fotos de sus familiares sobre el blindez. Hasta que todo se desbordó cuando algunos quisieron trepar el vidrio, que así justificó su presencia y evitó un incidente mayor.

La lectura del veredicto tras un año de juicio oral

Desde la parte alta de la sala, donde estaban los familiares de los acusados, se arrojaron volantes que pedían la absolución de Callejeros y que cayeron sobre los que lloraban a sus seres queridos. La provocación exaltó más los ánimos. La audiencia se suspendió y la Policía desalojó la sala.

Luego se retomó con la lectura de una síntesis de los fundamentos de la decisión, pero ya poco importaba. Ahora había incidentes y corridas. Hasta piedrazos al tribunal que obligó a los jueces y al personal a resguardarse debajo de los escritorios. El tribunal y la Fiscalía pudieron salir, con custodia, cerca de las 10 de la noche.

El juicio había terminado pero la causa no. El veredicto fue revisado por la Cámara Federal de Casación Penal que condenó a Callejeros, pero modificó el delito de estrago doloso a culposo, que tiene una pena menor. Así, las condenas fueron de diez años y nueve meses para Chabán, ocho para Díaz, siete para Fontanet, seis para Villarreal, para el baterista Eduardo Vázquez -luego condenado a perpetua para prender fuego y matar a su pareja- y para el escenógrafo Horacio Cardell; cinco para el resto de los músicos y el manager Argañaraz; y entre cuatro años y tres años y seis meses para los ex funcionarios.

Ese fallo fue confirmado por la Corte Suprema en 2016 y quedó firme. Los condenados fueron a la cárcel y en noviembre de 2014 Chabán murió en prisión domiciliaria por un cáncer linfático conocido como linfoma de Hodgkin.

Fue el juicio más importante por Cromañón. Pero hubo otros tres en los que fueron condenados bomberos, inspectores municipales y Rafael Levy, el dueño del predio en el que funcionaba Cromañón.

Todas las causas ya están cerradas. Cromañón es un capítulo terminado para la justicia. De hecho, las llaves del predio le fueron devueltas a Levy. Los familiares le reclamaron que las pertenencias de los chicos que todavía estaban en el lugar le sean devueltas. Levy nunca lo hizo y denunciaron que se las llevó a un destino que reclaman conocer. Y todavía está pendiente que se lleve a cabo la ley aprobada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires para expropiar Cromañón y que sea un lugar de recuerdo y memoria.

El juicio oral duró un año, pero la causa se inició con la tragedia misma. Como testigo de todo lo vivido todavía queda en la sala de audiencias del tribunal un pizarrón blanco con anotaciones de la causa. Para los familiares todo sigue vivo. Y duele igual de fuerte que la noche del 30 de diciembre de 2004.

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