Nunca se imaginó como ingeniera. Soñaba con tener distintos trabajos cuando sea grande, pero fue recién en el último año de la secundaria cuando describió su verdadera vocación porque notó que allí había una oportunidad para probar e innovar.
“Siempre fui una niña muy curiosa y aún mantengo ese espíritu; por eso, lo que más me gusta de esta profesión es que no te permite aburrirte: todo el tiempo aparecen dudas y nadie te va a dar la respuesta, sino que tenés que investigar y comprobar”, asegura Alexandra Domínguez.
Nació y se crió en Sañogasta, un pueblo ubicado sobre la mítica Ruta 40 y que se encuentra en Chilecito, La Rioja. Ninguna mujer allí se había recibido de ingeniera hasta que llegó ella para atravesar esta barrera y motivar a otras chicas a que se animen a elegir la carrera de sus sueños.
“Es una sensación muy linda, pero a la vez siento una pequeña responsabilidad porque no es algo que logré yo sola: mi mamá y mi hermana trabajaron y pusieron todas sus fichas en mí para que yo pueda estudiar”, explica esta joven, quien además es la primera universitaria de su familia.
Una oportunidad que no se imaginaba
Cuando estaba haciendo el curso de ingreso para Ingeniería Mecatrónica en la Universidad Nacional de Chilecito, donde se recibiría años más tarde, le aconsejaron que se postulara para un programa de la Fundación YPF que brinda 330 becas a alumnos de carreras vinculadas a la energía de instituciones académicas públicas. Allí los participantes son acompañados por mentores de la empresa y participan de actividades de acercamiento a la industria.
Esta iniciativa, por la que ya han pasado 700 personas, pondera positivamente para la selección a las mujeres que se están formando en áreas donde su participación es minoritaria, con el objetivo de aumentar su representación en campos usualmente masculinos.
“¿Por qué me irían a buscar a mí, que estoy en el medio de la nada? Seguro que quedan solo chicos de la Universidad de Buenos Aires o de la Universidad Nacional de Córdoba”, pensaba Alexandra. Sin embargo, una mañana, mientras estaba desayunando, su hermana apareció exultante y a los gritos le anunció que estaba entre las seleccionadas. Una nueva etapa comenzaba.
Las amistades que estrechó con los becarios y toda la ayuda que le proporcionó Rodrigo, su mentor, hicieron que se diera cuenta de que este programa no solo significaba un aporte económico, el cual hacía mucha falta en su hogar: su padre había fallecido en 2004 y la familia atravesó diferentes problemas económicos desde entonces.
“Fue una oportunidad para dedicarme 100% al estudio, que era lo que buscaba”, confiesa la ingeniera. Esto también le permitió formarse en el Instituto Balseiro y de aprender durante seis años en una compañía como YPF. Actualmente, trabaja como desarrolladora web en la Oficina Nacional de Contrataciones.
Un faro para otras jóvenes
En octubre de 2023, Alexandra logró su tan ansiado título como ingeniera mecatrónica y en los próximos meses estará recibiendo ese diploma que añoraba desde el último año de la secundaria, cuando descubrió que había una carrera que encajaba perfectamente con su nivel de curiosidad.
A partir de su desarrollo profesional, fueron muchas las chicas que se le acercaron para preguntarle por su experiencia y allí notó que aún hay varias barreras que se deben romper para que exista equidad de género en una industria donde siempre predominaron los hombres.
“Hubo una que me movilizó porque a ella le habían dicho que las mujeres no éramos buenas en matemáticas y quería saber cómo hacía yo para estudiar esta carrera. Yo creía que estos condicionamientos eran del pasado, pero me di cuenta de que hay personas que están viviendo esta realidad y yo me siento responsable de demostrarles que sí pueden”, afirma Alexandra.
Es que de la misma manera en que ella se sobrepuso a las adversidades y ser la primera ingeniera de Sañogasta, millones de chicas de distintos puntos del país buscan perseguir sus sueños y tener un futuro en el que puedan trabajar de lo que les apasione.