“Soy un empresario que nace de la nada”, se presenta Darío Botte, desde su oficina en el centro porteño. Los equipos de música, instrumentos y las banderas con el logo de Intoxicados le dan personalidad al despacho en donde pasa sus días.
Se trata del creador y director de Trigal, una compañía argentina líder en el rubro de alimentos congelados. A sus 42 años, asegura que construye su historia a partir de los sueños que tenía desde pequeño: “De chico me movilizaba poder crecer y tener impacto en las personas. Me parecía muy alocado eso cuando era adolescente”.
Trigal tiene solo 13 años de antigüedad, pero compite con empresas muy antiguas del mercado local. Para Darío no hay músico sin empresario, ni empresario sin músico: asegura que la logística de la empresa la planifica de la misma forma milimétrica que sus shows.
Al momento de la entrevista, acaba de volver de una gira de cinco noches seguidas en la costa argentina junto a Felipe Barrozo, el histórico guitarrista de Intoxicados. Con Barrozo se conocieron en 2022, cuando iniciaron un vínculo de alumno y profesor.
En ese entonces, Darío estaba produciendo su propio disco y acudió al guitarrista para perfeccionar algunos detalles. La relación no tardó en profundizarse y comenzó a trabajar con Felipe como guitarrista y “mano derecha” en recitales.
“El mundo del rock es tal cual lo imaginas. Yo muchas veces pensé que no era así, que muchas veces lo exageraban para decir ‘soy rockero’ y viéndolo de adentro me doy cuenta que no, que la verdad es esa”, explica.
La historia se remonta a su adolescencia en Longchamps, al sur del Gran Buenos Aires, escuchando Intoxicados, Los Piojos, Babasónicos, La Renga y Los Redondos.
A los 14 años (y con “20 mil cuotas”) su madre le compró su primera guitarra. No podía pagar un profesor de música pero sí comprar las revistas con acordes en el quiosco del barrio. Así aprendió a tocar el instrumento e incluso formó su propia banda de rock.
“De chico soñaba trabajar y vestirme de traje, aunque hoy en día ando en remera, jean y zapatillas. En ese momento usar saco y corbata me parecía lo máximo”, recuerda.
A los 21 años comenzó a trabajar como vendedor para Pillsbury, una multinacional estadounidense de productos de repostería y pastelería. Allí aprendió el modelo de negocio de la venta de alimentos y con el tiempo se recibió de la carrera de Administración de Empresas en la Escuela Argentina de Negocios.
“Un día me propuse tener mi propia empresa. Lo contaba en mi casa y mi madre me decía ‘no tenés un peso, sos un empleado, ¿cómo vas a hacer esa empresa?’. Yo pensaba que si podía salir a la calle y ser bueno vendiendo los productos, podía vender los propios”, agrega.
A los 28 años tomó la decisión de irse de Pillsbury y empezar a vender productos congelados -como medialunas y budines- con su propia marca: Trigal. Él no producía los alimentos, sino que los compraba y revendía en locales.
Al principio tampoco tenía un camión de frío. Su método consistía en comprar los productos directamente de la planta y llevarlos “rápido” a los locales para evitar que se descongelen. Con el tiempo pudo contratar a su primer empleado, hoy su mano derecha en el negocio.
“Pero después empecé a proyectar. Quería tener mi propio producto, hecho por mí”, indica. Compró máquinas usadas, contrató a un ingeniero en alimentos -ya que, en sus palabras, no sabe hacer “ni un huevo frito”- y comenzó a producir.
Hoy tiene una escuela de negocios, 70 empleados y tres fábricas ubicadas en Escobar, Ezeiza y Avellaneda. Algunos de sus compañeros en Pillsbury con el tiempo se convirtieron en vendedores de Trigal.
“Los dos mundos se tocan por todos lados. Primero se tocan en el primer punto desde la pasión y hacer lo que amas, disfrutar tanto el trabajo como la música. Una banda necesita un cronograma logístico, porque es una empresa cuyo producto es la música. Es igual a mi organización, pero en vez de hacer alimentos, haces arte y lo vendes”, agrega.
La compañía es “B2B”, es decir, sus productos se venden a otras empresas como restaurantes y estaciones de servicio. Este año planea abrir al menos cinco locales al público general, con un plan de expansión que prevé de 30 a 40 locales en dos años.
“Si vos me preguntas qué es algo que identifica a la marca, es que está humanizada. Es uno de los valores que impongo”, asegura. En ese sentido, se rehúsa, por ejemplo, a cambiar al equipo de atención al cliente por bots de WhatsApp.
“Miro para atrás y veo a esa persona con esos sueños dando vueltas de ser alguien y de tocar una banda. Mi madre me decía ‘largá la guitarra y andate a laburar’. De grande digo que todo se puede. Yo trabajo, tengo una empresa, lo doy todo y lo hago muy profesional, pero también tengo la banda, toco y me voy de gira”, concluye.