El ceramista recibe a Infobae en uno de los lugares más íntimos para un artista: su taller -hecho a pulmón- en Vicente López, al norte de Buenos Aires. Allí pasa sus días junto a “Lauri”, su pareja desde hace 15 años y con quien trabaja creando piezas de arte.
Su estudio está repleto de bloques, cabezas y tótems geométricos y con un factor en común: una nariz, una boca pero un solo ojo.
Es en ese taller donde ocurre la magia: desde el primer momento de inspiración, pasando por el modelado en cerámica, el horneado, los detalles finales y hasta la venta en internet.
El primer contacto de Darío Fromer con este universo fue a principios de los años 2000, cuando estaba cursando el profesorado de Educación Física y daba clases de artes marciales, a lo que se había dedicado gran parte de su vida.
Cuando una amiga lo invitó a asistir a un taller de cerámica en Acassuso no tenía idea de que allí iba a conocer a uno de los grandes de la escultura: su maestro era Leo Tavella, uno de los ceramistas argentinos más reconocidos a nivel internacional.
Tampoco sabía que esa clase iba a cambiar el rumbo de su carrera. Si bien siempre le había gustado el arte -y confiesa que en las clases del profesorado solía ponerse a dibujar- su vida en ese momento estaba dedicada a otra cosa.
“Ese fue un punto en mi vida en el que, sin saberlo, cambió todo. Yo conozco el taller de Leo Tavella y me enamoro profundamente de él, de su taller, de la energía que había. Iba todo el tiempo, en un momento me dio la llave”, relata el artista y bromea con que, aunque no tenía una cama, pasó a prácticamente vivir en el taller.
Su maestro le ofreció venderle un horno para que pudiera armar su propio taller y así lo hizo, en el lavadero de la casa de su madre. Tiró abajo una pared, colocó un horno de cerámica y agregó un techo.
En aquellos años su vida eran las artes marciales, particularmente el Taichí Chuan, una disciplina china que puede utilizarse como una especie de “meditación en movimiento”.
En un punto tuvo que decidir qué hacer con su vida y su pareja lo incentivó a perseguir su carrera de artista: “Una vez me dijo, ‘hasta que no dejes ese trabajo, no va a crecer el taller’. De a poco fui bajando la cantidad de horas, pasé a dar clases en plazas. Fue complicado porque tuve que soltar algo que hice siempre”, recuerda.
Darío cuenta que las artes marciales le enseñaron que si quería ser bueno en algo, tenía que dedicar toda su energía: “Kung fu significa desarrollar una habilidad por medio de esfuerzo y tiempo, es una ecuación”.
La inspiración para el detalle de lo que distingue a su obra (el ojo único) apareció en una clase de Leo Tavella, cuando una compañera le pidió que le enseñara a hacer un ojo en cerámica.
“Modelé un en el cubo y cuando termino de mostrarle cómo lo hago, me queda un cubo con un ojo. Y digo ‘acá hay algo super interesante’”, explica, y se enorgullece de poder vivir de su arte y poder llevarlo a todas partes del mundo.
También indica que la pandemia fue un momento de gran crecimiento para su arte, gracias a la compra virtual: “Yo tengo Openpay en el teléfono y pasas un alias, te transfieren, lo envías y es así de sencillo. Al mismo tiempo me da la posibilidad de vender obra en cualquier parte del mundo”, cuenta Fromer.
“No creo dejar de ser artista. Es lo que soy, no lo que hago. Quiero hacer esto toda mi vida. Nada puede quitarme el contacto a mí con el barro. Hay una frase que siempre me hizo ruido. ‘¿Vos de qué vivís?’. ¿A qué te referís? ¿Con qué gano plata o de qué me llena el alma?”, concluye.