“Estaba sin trabajo. Había perdido los emprendimientos que había desarrollado casi toda mi vida, 15 o 20 años de inversión en proyectos, de la noche a la mañana”, cuenta Boustani (44). Tras una jugada arriesgada en su empresa, ya no tenía trabajo ni recursos.
El hombre relata que en ese momento entendió la frase de que los niños nacen “con un pan bajo el brazo”. Tenía más incentivos, tiempo libre y energía para encarar un nuevo proyecto.
“Eran las dos o tres de la mañana, como buen desempleado es a la única hora que podes pensar mientras el mundo duerme, y veo una nota en Infobae de Cabrales, que estaba incursionando en las cápsulas compatibles en Nespresso”, recuerda.
Ese artículo lo llevó a evaluar la idea de incursionar en el universo de las cápsulas de café. Los cálculos fueron rápidos: desde Latinoamérica se vendía a cinco dólares el kilo de café verde y después volvía en cápsulas a 100 dólares el kilo.
Javier quería formar parte de ese negocio y obtener, por lo menos, el 5% del mercado. Así nació Kapselmaker.
“Cada decisión que uno toma de desarrollar un proyecto es de largo plazo, es prácticamente casarte con una novia que no conoces, porque arrancas la idea, te empezas a involucrar y por lo menos, son años para saber si vas cumpliendo con las pautas y vas llegando a donde tenes que llegar. Dicen que son 20 años para saber si con tu proyecto pueden comer tus hijos y tus nietos”, detalla.
Durante un año se dedicó a armar un plan de negocio y evaluar la posibilidad de crear una cápsula que pudiera competir “de igual a igual” con Nespresso. Juntó a un equipo, investigó el tipo de equipamiento que necesitaba, el modelo de cápsula que quería e incluso fabricó las máquinas por su cuenta, porque las que estaban disponibles pedían inversiones multimillonarias.
El gran problema surgió cuando se acercaba la fecha de entrega de su primer pedido: “Había subestimado algunos insumos, por ejemplo, la tapita de la cápsula. Dije ‘es una tapita de aluminio, en algún lado la vamos a conseguir’. Cuando llamamos no había proveedor, no había desarrollo, había que pagar un desarrollo. Creo que la tarifa que nos habían pasado era entre 70 y 100 mil dólares, lo cual era inviable para un emprendimiento”, recuerda Javier.
Uno de los ingenieros del equipo sugirió cortar los círculos a mano con la ayuda de un martillo, aunque la tapa queda mal cortada y tenían que raspar la cápsula con los dedos. Así lo hicieron, una por una.
“Se respiraba que todos estábamos ahí con una misión, que era parar la invasión de café suizo, porque venían los ingleses, y así lo planteamos. Si no tenes un espíritu de guerra en estos startups, te das por vencido. Entonces lo tomamos como eso, que era la invasión de los ingleses y que teníamos nosotros la misión de recuperar las calles de Buenos Aires con el café”, cuenta.
“Por más que uno ame al país, si hay un chocolate extranjero más barato o un poco más caro, pero más rico que el nacional, compraste el importado. Entonces, tenes que ir con un producto que, a la hora de elegirlo, la gente diga ‘lo voy a probar, me voy a animar’. Es todo un desafío. Esto es minuto a minuto, es como ir piloteando un avión. Es minuto a minuto y si viene la tormenta tenés que ir maniobrando”, agrega.
Si a un cliente no le gustaba el producto, le devolvían el dinero o le ofrecían prepararle un café diseñado especialmente para él. Ahora cuentan con cafés con nombres de personas: Don Miguel, Don Pablo, Don Joaquín, etc.
“Don Miguel estaba reenojado porque le vendimos una cápsula intensa y decía que no era intensa. Estaba enojado y quería hacer problemas por todos lados. Lo llamamos por teléfono y le dijimos ‘venga, Don Miguel, le vamos a hacer un café fuerte’. Pusimos más de 8 granos en ese café, un café de acá, otro de allá. Lo tostamos, estuvimos como una semana entera y salió su nombre”, relata Javier.
Hoy, Kapselmaker cuenta con más de 60 variedades de café: crema de avellanas, licor de dulce de leche, frutillas a la crema y tiramisú son tan solo algunos de los sabores que se pueden encontrar.
La empresa ofrece la posibilidad de personalizar las cápsulas, pudiendo grabar un nombre o incluso una cara. Además, está trabajando para producir café descafeinado, con hongos, colágeno y yerba mate en cápsulas.
Javier cree que los acuerdos con bancos fueron un gran empuje para su emprendimiento: “Hoy, gracias a Dios, tenemos muchas facilidades con muy buenos acuerdos, como Openpay, que también nos dio el apoyo para poder realmente llegar a una cartera de clientes que nunca habíamos llegado. Al salto de ventas y de consumidores, llegamos a través de los acuerdos con plataformas y bancos”.
Como recomendación a otros emprendedores, sugiere: “El primer consejo es que no trates de cambiar las reglas de juego, entendé las que hay y analizá si tu proyecto está acorde con esas reglas. En segundo lugar, sincerate con vos mismo, no te mientas, hay que tener un nivel de sinceramiento terrible con uno mismo, no tirarte abajo, pero ver que podés y que no podés. Y lo otro, confiar un poco en el sistema. Muchas veces he escuchado personas que se limitan por no tener capital o por no tener el dinero y, cuando empezaba a averiguar, los bancos tienen líneas de préstamo para emprendedores”.
A futuro, Javier cuenta que su objetivo es lograr que Kapselmaker se convierta en una de las primeras empresas en alcanzar la categoría de “Super Food” en el mercado del café: “Ahí es donde apostamos el día a día, es tener un objetivo para superarnos”.