7 de noviembre de 1986, Rosario. Dos hermanos de 23 y 18 años ingresaron a una antigua casona en Balcarce 681, cerca del mediodía. Allí se encontraron con Belia Zulema Ramírez (76) y Josefa Páez (80). A la primera le dispararon en la cabeza, a la segunda le dieron más de 40 puñaladas. Luego asesinaron con una cuchillada en el pecho a Fermina Godoy (33), una joven embarazada de siete meses que trabajaba como empleada doméstica.
Se llevaron dinero y un radiograbador.
En poco tiempo la conmoción llegó a todos los medios nacionales: las víctimas eran la abuela y la tía de Fito Páez, quien en ese entonces tenía 23 años e incontables éxitos, como: “Giros”, “11 y 6″ y “Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
El artista se encontraba a 2.500 km de distancia, en un hotel de Río de Janeiro, en completa orfandad. En 1985 había muerto su padre, Rodolfo Páez, quien junto con sus “abuelas” había estado a cargo de su crianza desde bebé: a los ocho meses de edad había muerto su madre Margarita Zulema Ávalos tras padecer cáncer de hígado.
El primero en descubrir el triple crimen fue el esposo de la empleada doméstica que, tras ir a buscarla a la casona y no obtener respuesta, pidió ayuda a la Comisaría Tercera. Entonces encontraron los signos del femicidio: el cuerpo de Josefa estaba cubierto en sangre, igual que el de Fermina.
“El mundo está mal hecho. Hoy me tocó a mí, hace cinco años le tocó a John Lennon. En este momento estoy aturdido, desamparado. Mataron al amor de mi vida, mi abuela”, expresó un Fito conmocionado en una de sus primeras declaraciones a prensa.
Las investigaciones dieron miles de explicaciones, algunas más insólitas que otras. Sospecharon de los tíos, de Fito e incluso detuvieron al esposo de la empleada. También plantaron un ladrillo de marihuana en la casa de Balcarce para vincular el crimen con el narcotráfico, por lo que el artista no pudo volver inmediatamente de Brasil.
Los primeros consuelos de Páez fueron el whisky y el Lexotanil, un fármaco fuerte utilizado por sus efectos ansiolíticos y para neurosis fóbicas. Charly García fue una de las personas que acompañó al artista en la noche de la trágica noticia.
Esa noche miraron juntos Purple Rain. “Prince no paraba de moverse, y Charly, sin mirarme, me dice ‘y este cuando se caiga del caballo…’. Yo estaba en esa situación absolutamente border, muy muy border, y Charly dice esa frase y a mí me da un ataque de risa y a él también. Por ese -y por infinidad de motivos- es que amo a Charly Garcia. Él me hizo reír en una de las noches más negras de mi vida”, recuerda Fito en una reciente entrevista con el periodista Julio Leiva.
Según cuenta el libro Historias del rock argentino, Charly también lo acarició hasta que se durmió.
Fabiana Cantilo, su pareja desde principios de la década, también ayudó a sacarlo del estado de “permanente borrachera, empastillamiento, de anestesia”, en palabras de Fito: “Fabi me agarró de los pelos una tarde, me puso en un Fiat y me llevó a la sala con Luis Alberto a ensayar La La La. Si eso es salvarle la vida a alguien, ella lo hizo. Y no fue la única vez que lo hizo”.
El remedio para su dolor lo encontró a casi 9.000 km de Rosario, al sur del océano Pacífico: Tahití, la isla más grande de la Polinesia Francesa. En ese paraíso de aguas cristalinas, que desentonaba con la bestialidad del triple homicidio, se refugió para canalizar el dolor en “Ciudad de Pobres Corazones”, el álbum que terminaría de editar en 1987.
“Compuse el primer tema, que fue ‘Fuga en Tabú’, y ahí empecé a drenar con el sol, con la naturaleza, como a salir un poco de la nube negra, del mundo de la pesadilla. Si bien las pesadillas viven contigo permanentemente, nunca se va la idea del asesinato, o vuelven por algún otro motivo”, agrega sobre ese manifiesto de escape, escrito en la playa de Tabou.
“Yo no elegí y no quiero
Yo no elegí y no quiero
Quiero salir y no puedo
Quiero salir y no puedo
Lejos de aquí hay un fuego
Lejos de aquí hay un fuego
Si hay que brillar, brillaremos
Si hay que acabar, acabemos”
En las dos semanas que pasó en la Polinesia Francesa, junto a su jefe técnico y amigo Alejandro Avalis, compuso muchas de las once canciones que luego incluiría en un nuevo álbum; entre estas “Pompa bye bye”, “Gente sin swing” y, la que le dio el nombre al disco, en donde Fito ya no quería ofrecer su corazón, sino desnudarlo a gritos por los dos amores que le habían arrebatado.
“En esta puta ciudad todo se incendia y se va
Matan a pobres corazones
Matan a pobres corazones
En esta sucia ciudad no hay que seguir ni parar
Ciudad de locos corazones
Ciudad de locos corazones”
Tras un año con pocas explicaciones, se determinó que el homicida era Walter de Giusti junto a su hermano Carlos. Siguiendo una pista, un investigador de la Policía de Santa Fe se infiltró por semanas dentro del universo de la prostitución en la ciudad de Rosario. La clave la dio Paola, una joven trans que reveló que el collar que usaba se lo había regalado Walter; el accesorio pertenecía a la abuela del artista.
El dato escalofriante es que el homicida había sido compañero de Paéz en la escuela secundaria Dante Alighieri. Todavía no está comprobado por qué lo hizo.
Tras ser acorralado por la Policía, De Giusti confesó ser el autor del triple homicidio -también se encontró el grabador que se había llevado como trofeo-. Pero también confesó otros dos asesinatos que habían sucedido la misma semana del 7 de noviembre. El 31 de octubre de 1986, Walter y Carlos habían ingresado a otra vivienda en Rosario -con la excusa de hacer un trabajo de plomería- y asesinado a puñaladas a las dos mujeres que se encontraban allí: Angélica Barrosa de Cristofanetti, de 86 años, y su hija Noemí, de 31.
El 24 de agosto de 1987, De Giusti fue condenado a reclusión perpetua. Mientras tanto, Fito terminó de editar su álbum más oscuro un 15 de junio de 1987. A esta maravillosa obra sobrevendrían más de 20.
La nueva serie de Netflix sobre la vida de Páez retrata con crudeza estos asesinatos, en contexto de su historia musical y personal.