El deporte consiste en uno de los elementos característicos de San Juan: la provincia ha sido sede de reconocidos eventos internacionales de hockey sobre patines y ciclismo, además de haber albergado partidos de fútbol de la Selección Argentina en el último tiempo.
En el departamento de Iglesia, casi 200 kilómetros al noroeste de la capital, existe un lugar que es visitado por personas de distintas partes del mundo para hacer windsurf y kitesurf. Se trata del dique Cuesta del Viento, donde las ráfagas llegan hasta 80 kilómetros por hora, lo cual pone a prueba a aquellos que practican estas disciplinas en el más alto nivel.
Entre los que disfrutan de este sitio se encuentra Claudio Fernández, quien lo conoció en 2019, cuando asistió a una Kitefest, el evento que trae al país a gente de diversos puntos del planeta. “Fue amor a primera vista”, explica este hombre que se desempeña como operador del área de Medio Ambiente en la mina Veladero.
Nacido en Jáchal, departamento vecino de Iglesia, la vida de este sanjuanino está atravesada completamente por la naturaleza. Se conecta con ella mientras trabaja y estudia, así como en sus ratos libres, cuando se sube a una tabla y empieza a navegar.
Otro de los amantes de Cuesta del Viento es Manuel Peñafort, quien llegó al dique en 1997, cuando lo estaban llenando. Cansado de la vida de oficina, este ex productor de seguros decidió dejar todo para dedicarse de lleno a su pasión: los deportes acuáticos.
Tras haber abandonado la ciudad de San Juan, se instaló en Iglesia, donde montó el Rancho Lamaral, uno de los primeros hostels de la Argentina. Asimismo, abrió un bar en la playa y una escuela de windsurf y kitesurf, junto a sus socios Marcelo y Alice, un matrimonio oriundo de San Isidro que también encontró allí su lugar en el mundo.
No obstante, Cuesta del Viento no representa el único atractivo de este paraje. Además de los paisajes típicos de Cuyo con la precordillera como protagonista, los visitantes pueden conocer espacios relacionados con la fe y otros vinculados a la cultura de los pueblos originarios.
Fundado el 25 de noviembre de 1753, Iglesia fue nombrado de esa forma por su icónica Capilla de Achango, que ha sido declarada Monumento Histórico Nacional y representa una de las paradas del circuito religioso que se puede realizar allí por distintas edificaciones históricas.
Asimismo, los turistas suelen visitar el Parque Nacional San Guillermo, así como la localidad de Angualasto, donde se encuentran una escultura del Cacique Pismanta, el museo arqueológico Luis Benedetti y un recorrido de puertas pintadas en casonas antiguas.
Y si se habla del crecimiento que ha tenido este departamento en los últimos años, resulta inevitable mencionar el rol que posee la minería. En Iglesia, desde 2005, funciona Veladero: una empresa conjunta de la canadiense Barrick y la china Shandong Gold.
La minería se ha desarrollado a la par del windusrf y el kitesurf en la zona y, desde su arribo, creó más oportunidades para sus vecinos. “Vemos las cosas que podemos lograr y que van a quedar en el lugar que elegimos para vivir”, afirma Sergio Camera, quien se desempeña como supervisor de Desarrollo Sustentable en la oficina de Iglesia de Veladero.
Oriundo de la capital de San Juan, este profesional decidió trasladarse hacia allí junto a su familia en 1999. A partir de su trabajo en la empresa minera, logró descubrir el impacto positivo que puede alcanzar en distintos ámbitos como el educativo, deportivo o el de salud.
“Podemos utilizar los recursos mineros para desarrollar y potenciar los turísticos”, explica Camera, quien también destaca que la tranquilidad con la que se vive representa otro de los elementos característicos de este departamento, y así lo refleja su eslogan: “Iglesia, otro tiempo”.
La combinación de naturaleza, deporte, paz e historia, así como el desarrollo económico y social, ha transformado a esta zona de San Juan en uno de los destinos más atractivos de la región de Cuyo.
Incluso, Iglesia no solo logró posicionarse como un sitio valioso para el turismo. Hay quienes lo conocen y deciden no abandonarlo jamás, como Claudio, que cada vez que baja de la mina se hace una escapada a Cuesta del Viento. O como Manuel y Sergio, que dejaron atrás la gran ciudad y comenzaron una nueva vida: cerca de lo que los apasiona, disfrutando de su trabajo y, fundamentalmente, con otro tiempo.