Escuchar las necesidades de los niños y niñas más allá de las recetas, poder criarlos en libertad es el deseo de la mayoría de los adultos, pero en muchos casos esto responde, una vez más, al estereotipo de la “buena crianza”. El bombardeo de información que viene del exterior de las familias deja a un lado las propias historias, las realidades y, sobre todo, los deseos de esa madre y ese padre que hoy deben criar un hijo o una hija.
Ante tanta cantidad de información que les llega de manera desorganizada y atomizada, muchas veces estos jóvenes adultos se ven impedidos de preguntarse qué, cómo y cuándo podrían responder a lo que se presenta como nuevos mandatos. “Las ansiedades y el malestar psíquico se alojan y crecen en la brecha que se origina entre lo que se espera y lo que se puede. Las expectativas en relación con cómo llevar adelante las tareas de cuidado y crianza, las miradas y opiniones ajenas, así como la sensación de nunca estar lo suficientemente capacitado para hacerlo de manera ‘exitosa’, generan sentimientos de ineficacia, culpa, temor a hacer daños irreparables o la sensación de no ser una buena madre o un buen padre para sus hijos”, explica la psicóloga María Agustina Capurro (MN 69748).
Desandar los estándares es el desafío de estos tiempos
A quién escuchar, qué leer o mirar, a quién consultar son dilemas comunes de mamás y papás. No obstante, la mayor dificultad no son los mensajes en sí mismos, ya que ellos muchas veces ofrecen información importante, sino discernir qué voces escuchar.
Tablet no hasta cierta edad, colecho sí, golosinas no. Se presenta una especie de catálogo de productos o conductas que garantizarían el éxito, pero muy difícilmente este catálogo funcione para todas las familias ya que se suele perder de vista lo que ocurre en su vida real.
“Los mensajes absolutos, muchas veces postulados en términos de una cosa o la otra, son discursos que, en general, dejan por fuera el devenir de las relaciones, los equívocos y los aciertos que son parte de la experiencia humana del aprendizaje y del establecimiento de vínculos profundos”, sostiene Capurro. Como consecuencia, no poder o no querer hacer lo que se presenta como infalible será potencialmente vivido con malestar, ansiedad o angustia.
Estas decisiones pueden ser flexibles y dinámicas, y responden a la singularidad de cada persona y cada familia, pero comprenderlo podría requerir de validación y acompañamiento de profesionales que sean respetuosos de estos procesos. Asimismo, será crucial que cada uno genere espacios, tiempos y deseos por fuera de su rol con los hijos, para conectar con la identidad y el mundo adulto que se han visto conmovidos por la llegada de este niño o niña.
“El camino para ejercer el rol no es lineal y para ser sostenido saludablemente requiere, sin lugar a dudas, de un recorrido interior y propioceptivo que permita tener presentes las posibilidades y necesidades adultas, así como del acompañamiento respetuoso y amoroso de quienes son red y comparten la cotidianidad de las vicisitudes, cansancios, alegrías y proyectos”, asegura Capurro.
Parafraseando a Donald Winnicott, psicoanalista y pediatra inglés de los años 50, si los “mapadres” se limitan a hacer lo que les dicen, la única forma de mejorar consistiría en elegir un mejor consejero. Pero los padres se sienten más eficaces cuando confían en su propio criterio.