Samanta Schnabel es una argentina que en 2011, a sus 38 años, decidió cambiar su vida y jugársela por su sueño: el diseño. Madre, esposa y con un buen trabajo como administradora de obra en una empresa de construcción, un día decidió patear el tablero y comenzar a diseñar el sueño de su vida. “Eran muchas horas de trabajo y sentía que no compartía el tiempo que necesitaba con mi familia. Por eso, después de analizarlo, como en toda decisión importante, presenté la renuncia y apunté toda la pasión que había puesto como empleada en formar mi propio emprendimiento”, cuenta.
Claro que el cambio no fue sencillo. Admite que luego de tomar la decisión tan temida, se encontró dos meses íntegros llorando, sabiendo que ya no iba a contar con un sueldo a fin de mes. Había hipotecado su casa y cargaba sobre sus hombros con la incertidumbre de si esa decisión había sido la correcta. “A los 38 años no es fácil comenzar de cero y por muchas buenas intenciones que se tengan, la duda siempre está ahí, latente como un alerta que más de una vez hace trastabillar los sueños”.
Con padres comerciantes, decidió diseñar accesorios pensados en un principio para el negocio de la familia. Ellos tenían una distribuidora de artículos para santerías. Es por eso, que comenzó con el diseño de rosarios con cuentas de colores. Sin embargo, no puede dejar de recordar que lo primero que creó con estilo diferente fue un broche para cerrar los sacos. Una pieza que para ella era perfecta pero que una clienta de su madre se encargó de hacerle llegar que le parecía “horrorosa”. Ese comentario tan hiriente fue, posiblemente, el empuje necesario para demostrar que su pasión por el diseño no se podía tirar a la basura por el comentario de una persona.
Luego de conversar con Macarena,su hija y compañera, que actualmente tiene 27 años y maneja el marketing del negocio, se embarcaron en un proyecto en el que el único capital era la pasión. Ponerle el corazón a cada producto. Así, juntas, fundaron Salve Regina, con una mezcla de nombre religioso que incluía la palabra “reina” en latín. Amante de las manualidades, Sam se apoyó en su hija, y juntas fabricaron piezas con frases inspiracionales. La inversión inicial fue de $500 destinados a la compra de una balanza.
De a poco, los accesorios como pulseras, dijes, y anillos se fueron ampliando. La empresa familiar no paraba de crecer y ya se habían sumado cuadernos, mochilas y todo tipo de productos ideales para regalar.
Nueve años después, Samanta está convencida de que tomó la decisión correcta. Sabe que arriesgó mucho y que requirió de un gran esfuerzo y trabajo constante pero finalmente valió la pena. Hoy vende sus productos a través de mayoristas a más de 1.000 revendedoras, cuenta con tres góndolas en los shoppings más importantes del país y tiene una fábrica -íntegramente pintada de rosa- en Lomas del Mirador con más de 50 empleados.
Hoy, su orgullo principal es poder dar trabajo a esas mujeres que, por un tema de edad, se las considera fuera del sistema. “El 80% de nuestras empleadas son mujeres que viven la responsabilidad y el amor por el trabajo desde otro lado. Es un poco devolver a la vida la oportunidad que afortunadamente se me dio”, comenta con felicidad.
Cada producto está pensado exclusivamente para satisfacer a los clientes y son diseñados por ella, el alma máter de un proyecto que hoy crece a pasos agigantados.
Ni siquiera la pandemia del COVID-19 pudo con ellas. Madre e hija se reinventaron y buscaron la manera de crear nuevos productos que se puedan utilizar en casa, en una oficina o simplemente regalar a amigos.
Este año, además, la marca desembarcó en Ecuador, ya que una revendedora llevó sus productos y la aceptación fue unánime. La compañía no para de expandirse y no es casual: el amor y la pasión son los condimentos perfectos para que las cosas funcionen.
Sus productos se encuentran en shoppings, diferentes negocios, a través de catálogo, Facebook, Instagram o en la página web. Junto con Maca crearon el dúo perfecto para que esta historia finalmente tuviera un final feliz.
“Me pasa que me llaman mujeres que venden los productos de mi marca y me cuentan que gracias a esto lograron salir adelante y eso jamás deja de emocionarme. Les agradezco porque yo sé lo difícil que puede ser convertirse en emprendedora en este país a los 48 años”.
Fiel a su esencia, remarca que la misión de Salve Regina es estar presente en los momentos importantes de la vida de las personas, ofreciendo regalos y productos novedosos que transmitan valores, ternura y alegría.