Carlos Rottemberg: “Creo en la calidad humana de las personas antes que en el talento artístico”

En una nueva edición de “Vení que te leo”, Alejandro Finocchiaro dialogó con el productor teatral acerca del éxito, el fracaso, la vocación y la argentinidad

Guardar
Carlos Rottemberg con Alejandro Finocchiaro - Vení que te leo - #Podcast

El mundo del espectáculo local cuenta con muchas figuras que brillan sobre las tablas de los teatros, el celuloide o la pantalla chica de la televisión. Pero también cuenta con nombres fuertes en el detrás de escena, que hacen posible toda esa magia. Uno de ellos es Carlos Rottemberg, de gran trayectoria especialmente en el teatro.

Fue el invitado de este octavo episodio de “Vení que te leo”, luego de los envíos con Mark Kent, Mateo Salvatto, Federico Andahazi, María Julia Oliván, Eduardo Sacheri, Diego Brancatelli y Mario Pergolini. Alejandro Finocchiaro inició, como siempre, con una cita que fue el disparador del diálogo.

Alejandro Finocchiaro: -Jean-Jacques Rousseau dijo: “El mundo de la realidad tiene sus límites, el mundo de la imaginación es infinito”. ¿Creés que esto tiene que ver con tu elección de vida? ¿Lo hiciste para saltar los límites de la realidad?

Carlos Rottemberg: -Yo creo que esa preocupación de aquella vocación temprana, que me invadió, fue una preocupación de mis viejos, cuando querían entender de qué estaba hablando a los 4, 5 años. Hoy, que tengo 63, me doy cuenta de que hace mucho tiempo abandoné el querer entender el origen, porque siento que hubiese perdido mucho tiempo. Algo que le agradecí al conocer la vocación temprana, es que nunca me pasó lo que le pasa a la mayoría de adolescentes, que es querer saber qué voy a hacer cuando sea grande. Nunca tuve ese problema, nunca invertí energía ni incertidumbre, porque desde muy chiquito tuve muy en claro lo que quería... que era pertenecer a ese mundo, del que no tenía contactos ni referencias, porque no provengo de una familia del espectáculo. Pero decidí estudiar todo lo posible. No es una metáfora lo que voy a decir: estudié casi lo justo en la escuela primaria y secundaria, cumplía para pasar raspando de grado o de año, pero ponía toda mi energía en estudiar todo lo que yo quería aprender, que eran los mecanismos del negocio de la exhibición de cine. Y cuando digo negocio, que no se tome taxativamente la palabra, llevándola a lo económico. Lo digo desde lo genérico de cómo era ese mundo misterioso que no representaba ni el director, ni el artista, ni el autor, ni el guionista. Tenía esa misma inquietud que tenía Totó, el personaje de la película “Cinema Paradiso”, que la nucleaba a través de mirar por un agujero de una pared de la cabina de proyección en ese cine de un pueblo de Sicilia. Observaba qué es lo que pasaba en la pantalla, pero fundamentalmente qué le pasaba al público, en las sillas, de ese cine precario.

-Es maravilloso lo que contás, porque en general cuando somos chicos y nos entusiasmamos con el mundo del espectáculo, queremos ser el actor, o la actriz. Ni siquiera el director, porque no entendemos que hay uno ahí detrás. Y vos, lo primero que viste, es cómo se arma todo el circo.

-Y sobre todo, por qué la gente elige ver una cosa y no otra. No lo digo solo por el cine o el teatro. Pasa con los discos, con los programas de televisión, de radio. Nunca, en el mundo -y está estadísticamente estudiado- los éxitos superan más del 30% de todo lo que se ofrece. Si alguien tiene dudas, que se pare frente al kiosco de revistas de la esquina de su casa, y nos diga si alguien conoce más del 30% de todo lo que está colgado y es ofrecido. Y que alguien nos diga, si entra a una librería, cuántos son los libros que conoce. Miremos los ratings de televisión, y vamos a ver que no se llega al 30% de los éxitos, porque más del 70% de los programas se renuevan. Lo mismo pasa en la radio y en todo aquello donde esté la elección del público.

-Qué te llevó a entender lo que quería la gente, ¿el éxito o el fracaso?

-Después de 45 años haciendo lo mismo, lo que más claro tengo es que… no sé. Yo tenía la prepotencia de la juventud, cuando uno cree que sabe. Eso lo tenía a los 18 años, hoy no. Hoy los fracasos me llevaron a ver que no sé. Porque mi proporción del fracaso también está al 70%. Lo que pasa es que los fracasos los barremos debajo de la alfombra. El fracaso no se promociona y tiene pocos testigos, justamente porque es un fracaso”.

-¿El fracaso enseña?

-Si fuera políticamente correcto, tendría que decirte que sí. Pero mi convicción es que no, porque si fuera así, no volvería a fracasar. Y lo sigo haciendo.

-Vos hablás con familiaridad sobre los que el público considera “los grandes”, porque los has tratado, has trabajado. ¿Los has admirado? ¿Cuáles de las personas con las que trabajaste te han marcado?

-Me voy a salir de la tangente y te voy a dar dos respuestas. Yo nunca fui cholulo y eso me sirvió. Y sé quiénes son mis actores y actrices amigos, que son un puñadito. Y quiénes son mis conocidos, que son muchos. También lo trato de aplicar a mi vida. Tengo un termostato para poder correrme de lo que siento que es peligro. Hay 2 o 3 intérpretes por los cuales tengo mucha admiración como artistas, pero tengo claro que quiero verlos en el teatro de otro. Porque quiero quedarme con el talento, pero no quiero convivir cuando sé que no nos vamos a llevar bien. Eso me permitió estar cuatro décadas y media haciendo lo mismo. Como digo siempre, hasta el 2020 estuve sin tomar una pastilla para la presión. En la oficina, cuando estamos reunidos para armar un proyecto, y yo siento que es muy complicado, miro a mi hijo -con quien trabajamos juntos- y algún colaborador y en medio de la reunión yo hago así (bombea imaginariamente). ¿Sabés lo que es esto? La sopapita del aparato que te mide la presión. Como diciendo: “Este proyecto me va a hacer subir la presión, dejémoslo”. Y yo creo que, mientras se pueda y en cualquier orden de la vida, este ejemplo hay que tratar de tomarlo. Yo me lo auto impuse desde siempre. Creo, primero, en la calidad humana de las personas, antes que en el talento artístico. Con buena gente, voy adonde sea. Con gente que argumente, aunque pensemos diferente, mientras el planteo sea honesto y consecuente con lo que uno hizo. Claro que hay artistas a los que les tengo más admiración que a otros, como cualquiera. Porque yo también soy público, cuando voy al teatro soy un espectador. Es más, intento ser público en el teatro de otro. Alguna vez me pasó de sentarme a ver una obra en una sala nuestra, y me pasó de ponerme a pensar de que hay una gotera, de que el aire acondicionado está muy fuerte, o que tengo mucho calor. O que lo quiero llamar al acomodador para decirle algo. Lo sufro un poco, así que me gusta relajarme e ir al teatro de otro.

-Si en este momento llegase aquí un sociólogo de un país muy lejano, con tradiciones muy distintas a las nuestras, para recabar datos de nuestra forma de ser y te preguntara sobre la mayor virtud que tenemos los argentinos. ¿Qué le contestarías?

-Voy a ser políticamente incorrecto: yo creo que somos bárbaros. Es muy difícil decirlo porque la mayoría de la gente gente tiene el cliché de creer que no. La mayoría de la gente piensa que vivimos en el peor país del mundo, que nuestros gobiernos son los peores, que los problemas son siempre los argentinos. Tantas veces me paso que, recorriendo el mundo, busco parámetros, y digo: “Pero acá pasa esto, acá también pasa esto otro”. En ese sentido, soy muy argentino, estoy muy a favor de los argentinos, con todo lo malo que hacemos los argentinos. Si me preguntás cuál es mi país en el mundo, es Argentina. Lo dije siempre y estoy convencido. Y cuando me explican que la seguridad pasa por Estados Unidos, me acuerdo de las Torres Gemelas. Cuando me dicen que la salud y la libertad pasan por Francia, me acuerdo del rebrote del coronavirus en Europa. Y así con todo. Creo que tenemos un enorme defecto de seguir con el cliché que acá estamos los peores. Yo no creo eso.

Guardar