Se nace en cualquier parte. Es el misterio,
-es el primer misterio inapelable-
pero se ama a una tierra como propia
y se quiere volver a sus entrañas.
Allí donde partir es imposible,
donde permanecer es necesario,
donde el barro es mas fuerte que el deseo
de seguir caminando.
donde las manos caen bruscamente
y estar arrodillado es el descanso,
donde se mira al cielo con soberbia
desesperada y áspera,
donde nunca se está del todo solo,
donde cualquier umbral es la morada.
Donde se quiere arar. Y dar un hijo.
Y se quiere morir, está la patria.
Con la lectura del poema “Patria”, firmado por Julia Prilutzky Farny, Alejandro Finocchiaro abrió el juego para preguntarle a Diego Brancatelli cuál es su idea, justamente, de la patria.
En este sexto episodio de “Vení que te leo” -los anteriores fueron con Mark Kent, Mateo Salvatto, Federico Andahazi, María Julia Oliván y Eduardo Sacheri- el periodista se puso “del otro lado del mostrador” para hablar sobre sus orígenes, su militancia política, su labor como vicepresidente del Club Atlético Ituzaingó y los imborrables recuerdos de su infancia y juventud.
En un encuentro en el que abundaron las coincidencias pese a las diferencias, Brancatelli se entregó a la conversación profunda con Finocchiaro, dejando más de una interesante reflexión sobre la vida vista con perspectiva política.
Algunos pasajes de la conversación:
Qué es la patria: “El sentido de pertenencia. Cuando uno habla de patria, hay dos situaciones que uno puede dividir: el pago chico, el barrio, la localidad, la ciudad, el lugar de sentir y de pertenecer, de querer crecer y de querer morir ahí. Y después está el país, la patria como totalidad. Hoy por hoy, más allá de sentirlo y de llevarlo adentro como todos, lo que más me pregunto y más me replanteo es la necesidad de ir a fondo con este sentimiento y defender que todos siempre sigamos luchando por querer pertenecer. Desde hace unos años hay una crisis de pertenencia, de querer encontrar ese lugar de arraigo en otros sectores del mundo. Y lo que defendemos cuando defendemos unas ideas políticas, aunque sean de proyectos diferentes, es este sentido de patria, de ser de acá”.
Finocchiaro: -¿Viste que hay una sensación de que muchos chicos jóvenes, que se quieren ir? Cuando me dicen eso, les digo: “Quedate”. ¿Vos qué les decís?
Brancatelli: -Hoy siento que los jóvenes no piensan perder una batalla y proponer otra, caerse y volverse a poner de pie, sentir el golpe y tal vez lo duro que puede ser tragar tierra, o apretar tierra en los puños y seguir adelante. Creen que hay una mejor vida en otros países del exterior. Sin embargo, esa mejor vida que escucho cuando hablo con gente que se quiere ir, no pasa solamente por el bienestar económico -que es cierto que tal vez aquí es más dificultoso crecer y progresar, y en otros países puede ser que tengan un status mejor de vida-, pero lo que no van a tener es este sentido de pertenencia o de patria: alguien a quién saludar, alguien a quien llamar por teléfono y en diez minutos estar tomando un café o juntarse a comer, charlar, desahogarte, abrazarte. La familia, los amigos, los recuerdos, hasta los aromas. Uno, cuando regresa a lugares donde creció o vivió, es el mismo lugar de toda la vida. Y eso no lo vas a conseguir en ningún otro lado. Siempre vas a ser ajeno a todo tipo de pertenencia. Entonces cuando me dicen “yo me quiero ir”, digo: “Te vas a ir y tal vez en algún tiempo vas a querer volver. Y esa sensación de querer volver, ese vacío profundo en el pecho que se siente con el desarraigo cuando no estás cerca, es esa sensación de patria que te falta y que no lo vas a reemplazar por ningún auto lujoso, una casa o una vista a la playa”.
Finocchiaro: -Vos venís de Ituzaingó, yo vengo de La Matanza… ¿te caíste muchas veces en la vida, Diego?
Brancatelli: -Sí, un montón de veces. Yo nací en La Matanza, en Ramos Mejía y viví casi toda mi vida en Ituzaingó. Y sí, vengo de una familia de tropezones y que siempre que se tropezó, se levantó. Una familia que tuvo que postergar vacaciones, que perdió la casa que construyó. Se la remataron de un mes a otro y ya de adultos tuvieron que salir a alquilar porque perdieron la casa propia. Vengo de una familia que tuvo que hipotecar varias veces para poder seguir viviendo y comprando mercadería para vender. En lo particular, tengo más victorias que derrotas, eso es cierto y estoy muy agradecido. Desde que empecé a estudiar periodismo y hasta hoy, fueron todos pasos hacia adelante y puro crecimiento. Pero eso a mí me hace valorarlo y cuidarlo el doble, porque sé del esfuerzo y el sacrificio que significa tener y conseguir algo. En Ituzaingó, la infancia y la juventud fueron muy difíciles. No al extremo de que me falten cosas, pero sí de saber y de sentir que todo cuesta mucho. Y eso vale, hoy lo agradezco”.
Finocchiaro: -Hay otra cosa que nos asemeja a vos y a mí, y es que los dos empezamos a hacer política desde muy chicos. Vos siempre decís que siempre ingresaste a la política con un abordaje vinculado al servicio. ¿Cuánto mantenés de esa mirada? ¿Cambió, no cambió?
Brancatelli: -No, no cambió para nada. Cuando era chico, me apasionaba escuchar historias del peronismo. Me encantaba escuchar a mis abuelos. Cada vez que te la contaban era más grande y más importante. Mi viejo me contó varias veces, y mi tío también, cuando lo fueron a buscar a Ezeiza a Perón, que no llegaron al Puente 12, que se tuvieron que tirar cuerpo a tierra porque volaban los tiros por arriba de la cabeza, de cómo iban todos en un camión con acoplado atrás, y se tiraron al pasto y tuvieron que volverse caminando durante muchas horas. Vaya uno a saber si es por eso que de chico, mientras otros de mi misma edad se interesaban por otras cuestiones, a mí siempre me interesó desde leer el diario a la mañana hasta leer libros de política. Desde muy joven acompañé a mi viejo a las famosas unidades básicas. Ahí encontré a un grupo de chicos, entre vecinos y conocidos, con los que me parecía muy atractivo empezar a compartir espacios en común y objetivos de solidaridad y de contribución a la sociedad. Empezar a construir una sociedad mejor, leer y entender algunos principios y valores que nos fueron formando. Y a través de eso, hacer actividades que me ocupaban los días y esa juventud. De grande lo seguí haciendo: a eso yo lo llamo militancia, al comprometerse, entregarse, al invertir la vida o al dejar la vida en servicio y tratar de mejorarlo. Yo siento que esos granitos de arena suman y que si todos haríamos o llegamos a hacer lo mismo, podemos cambiar la realidad. Que no te venza el ‘nunca alcanza’, porque muchas veces es más la necesidad y la demanda, que lo que uno puede aportar, pero con la mirada siempre puesta en la política, como servir a la política y no servirse de la política, que es lo que muchos hacen”.
Su rol como panelista en “Intratables”: “Cuando uno está en el frente de batalla de la discusión, en el vivo y todo eso, sí muchas veces sentí que no hice la pregunta que correspondía, o no lo pregunté como realmente lo quería preguntar, y después muchas veces lo que yo pensaba, no se terminó dando. Un día vino María Eugenia Vidal a Intratables. Ya había pasado la primera vuelta donde, desde el oficialismo -hablamos de 2015- se habían dirimido las internas entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez. Había ganado Aníbal y la sumatoria de los dos, daba un número altísimo; María Eugenia Vidal quedaba bastante abajo. Y en ese momento, cuando todos decían que Vidal podía llegar a ganar, yo me reí. Si hubiera tenido que apostar mi casa, la hubiese apostado, porque realmente estaba convencido que la sumatoria que los dos sectores del justicialismo, iban a dar una cómoda diferencia. Y sin embargo, ganó Vidal. Entonces yo me acuerdo permanentemente del día en que vino y me le reí y la desacredité creyendo que no podía llegar a ese triunfo. Después sí, pienso que muchas veces fui bastante temperamental, efusivo y hasta ciertamente irrespetuoso en algunos puntos, pero yo lo tomo como un show televisivo y también está esa provocación para generar la reacción en el televidente. Yo eso lo mido mucho y muchas veces, más que como ciudadano común, lo pienso como personaje televisivo -sin traicionar mis ideas, siendo yo-, cuál es la mejor manera de provocar una reacción en el entrevistado. Había veces que sentía que el programa era un plomo o venían discusiones muy abajo y yo pensaba: ‘¿Qué puedo decir como para que esto se caliente un poco?’. A veces, los productores me decían: “A que en 7 minutos no hacés sacar al invitado”. Y yo decía: ‘Vas a ver qué le pregunto esto y se saca’. Muchas veces jugué a provocar al invitado, pero nunca lo hice para faltar el respeto. Y si lo hice, bueno, ya es tarde…”.
Finocchiaro: -A mí nunca me sacaste…
Brancatelli: -No, no, yo siempre tuve buena relación con vos, de respeto. Hay invitados que cuando vienen me encantaría decirles de todo, enfrentarlos, no preguntarles como periodista, sino como ciudadano. Me pasa con (Hernán) Lombardi, me saca, lo escucho y saca lo peor de mí. Pero hay otros invitados, que aun con las diferencias, merecen respeto.
Su tarea como vicepresidente del Club Atlético Ituzaingó: “Cada vez es más difícil que los clubes tengan abiertas sus puertas. Nosotros estamos haciendo un esfuerzo muy grande. Es difícil por lo que cuesta pagar la luz y los servicios, las familias que dejan de tener al club como un lugar de contención. De chico, yo agarraba la bicicleta, cruzaba las vías del ferrocarril Sarmiento, y me iba al club. Dejaba la bici tirada en el hall de entrada, con otras bicis, entregabamos el carnet y nos daban una pelota y potreabamos desde las 4 de la tarde hasta las 9 de la noche. Cuando oscurecía, tenías que volver a tu casa, agarrabas la bici y volvías. Yo crecí literalmente en el club. Era mi segunda casa, o tal vez era mi primera casa. Yo jugaba ahí, en el verano iba a la pileta, dejabas el carnet y te daban una chapita, te hacían la revisión médica, que te daba vergüenza porque era la primera vez que te miraban las partes íntimas. Estaba el olor a cloro, la chica que te gustaba, los primeros amores, los bailes, los cumpleaños de 15 que se hacían en el salón del club… El club era muy activo. Y eso es lo que queremos recuperar. Es difícil que hoy un chico que viva a 15 o 20 cuadras quiera venir con la bicicleta, por cuestiones de inseguridad, de tránsito... cambió todo mucho. Es difícil que haya amiguitos del barrio que jueguen en el club. Sí hay disciplinas, sí hay diferentes deportes que se practican. Pero tenemos que pensar fuera de la pandemia: hoy, en pandemia, el club es un merendero más, cumple una función de desarrollo social, de olla popular y eso obviamente no va a ser permanente”.