El atroz asesinato de Rosa Luxemburgo y la “fake news” inventada por el gobierno alemán para ocultar que había cometido el crimen

La versión oficial dijo que, el 15 de enero de 1919, “El Águila de la Revolución”, como la llamaba Lenin, había sido asesinada por una turba cuando escapaba del hotel de Berlín donde estaba detenida. Pero en realidad fue ejecutada por un grupo paramilitar a las órdenes del gobierno. Recién 43 años después el oficial a cargo de aquel operativo contó la verdad.

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En 1962 un militar alemán
En 1962 un militar alemán confirmó el modo en que fue asesinada la dirigente Rosa Luxemburgo

“¡El orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos secuaces! Vuestro ‘orden’ está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!”, dejó escrito rosa Luxemburgo la noche anterior al día de su muerte, en Berlín, el 15 de enero de 1919. La insurrección popular, liderada por la Liga Espartaquista, había fracasado y la líder revolucionaria tenía plena conciencia de esa derrota, pero seguía confiando en el futuro. Fue el último texto que escribió, porque pocas horas después la detuvieron.

Al día siguiente, el gobierno anticomunista de Friederich Ebert dio a conocer a través de los medios oficiales lo que hoy se conoce como una fake news, aunque por entonces esa definición no existía. La supuesta “noticia” decía que Luxemburgo había escapado del hotel donde se la tenía detenida y que, en un parque cercano, había sido descubierta por una turba que la atrapó y la mató allí mismo. La noticia, en realidad, apuntaba a encubrir un crimen de Estado, decidido y perpetrado desde las más altas esferas del gobierno, pero pasarían más de 40 años para que, finalmente, alguien lo admitiera y relatara con todo detalle lo que fue una ejecución tan sumaria como ilegal. O dos, porque ese mismo día, a otra hora, también fue asesinado de la misma manera Karl Liebknecht, el otro líder de los espartaquistas.

Corría 1962, la Guerra Fría estaba en uno de sus momentos más dramáticos y el muro ya partía en dos a Berlín cuando, quizás motivado por el potente clima anticomunista y el temor al avance soviético en Europa, el capitán retirado de la Wehrmacht Waldemar Pabst se jactó de haber cometido el crimen político más resonante de la Alemania previa al nazismo y desbarató una mentira oficial que había durado 43 años. “En enero de 1919 yo participé de una reunión del KPD (Partido Comunista Alemán), durante la cual hablaron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Me llevé la impresión de que los dos eran los líderes espirituales de la revolución y me decidí a hacer que los mataran. Por órdenes mías ambos fueron capturados. Alguien tenía que tomar la determinación de ir más allá de la perspectiva jurídica. No me fue fácil tomar la determinación de que los dos desaparecieran. Defiendo todavía la idea de que esta decisión también es totalmente justificable desde el punto de vista teológico-moral”, confesó Pabst a los 82 años, con una tranquilidad tan pasmosa como paralizante en un país que todavía no podía absorber el genocidio cometido por los nazis.

Rosa Luxemburg habla ante el
Rosa Luxemburg habla ante el público en Alemania (Grosby)

En realidad, lo que Pabst hizo fue confirmar un hecho que la historia no oficial de Alemania venía sosteniendo desde el mismo día de la muerte de Luxemburgo: que la había fusilado un grupo paramilitar, obedeciendo órdenes del gobierno y del ejército, para cortar de cuajo el liderazgo de cualquier otra movida revolucionaria. Porque cuando fue asesinada Rosa Luxemburgo – “El Águila de la Revolución”, como la había llamado Lenin; “Rosa, la Sangrienta”, como la bautizaron sus enemigos – era la mujer más famosa de Alemania: líder de la Liga Espartaquista y del recién creado del Partido Comunista, autora de varios libros de teoría marxista, impulsora de la liberación de la mujer que sólo podría alcanzarse junto con la revolución socialista, oradora flamígera y combatiente decidida de la lucha insurreccional que se desarrollaba en las calles.

Porque en aquel frío enero de 1919 una ola revolucionaria sacudía a Alemania, pese a que algunos líderes comunistas -incluida Rosa Luxemburgo- no habían promovido esa explosión insurreccional. En respuesta al levantamiento, Friederich Ebert, el presidente de la inestable República de Weimar -como se llamó Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial- y líder socialdemócrata, dio carta blanca a los “Cuerpos libres”, una milicia nacionalista de ultraderecha, para que reprimieran el levantamiento y se deshicieran de sus dirigentes. De ellos, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron las primeras víctimas, ejecutadas por orden secreta de un gobierno que nunca lo quiso admitir.

Una mujer adelantada

Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871, en Zamość, cerca de Lublin, Polonia, por entonces dominada por la Rusia zarista, en el seno de una familia de origen judío. Era la quinta hija de un matrimonio de comerciantes acomodados. A los cinco años, un diagnóstico equivocado de tuberculosis ósea la obligó a permanecer con una pierna enyesada durante casi un año, lo que le provocó una cojera permanente.

Sus padres quisieron que estudiara, una decisión poco común para la época si se trataba de las hijas mujeres. Así, asistió al Liceo Femenino en Varsovia y ya en su adolescencia, con sólo 15 años, se sumó al partido izquierdista Proletariat. Esa militancia la obligó en 1889 a refugiarse en Suiza para huir de la represión y en la Universidad de Zúrich estudió de manera simultánea filosofía, historia, política, economía y matemáticas. Allí conoció los textos de Marx y se especializó en sus escritos económicos, al tiempo que intensificaba su militancia socialista.

En Suiza tomó contacto con otros dirigentes polacos de izquierda y participó de la creación del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia, cuyos principales documentos teóricos escribió desde el exilio. Creía que una revolución socialista en Polonia no era posible por sí sola, sino que sería consecuencia de lo que ocurriera en Rusia, Alemania y Austria. Eso la decidió a radicarse en Alemania. Corría 1898 y cuando contaba con 27 años, obtuvo la ciudadanía alemana. Se casó con Gustav Lübeck, el hijo de una amiga alemana, y se radicó en Berlín. Fue un casamiento de circunstancia, aceptado por su flamante “marido”, ya que Rosa Luxemburgo tenía una pareja estable con Leo Jogiches, también revolucionario polaco y radicado en Suiza.

Rosa Luxemburgo en Berlín, año
Rosa Luxemburgo en Berlín, año 1907

Toda Europa estaba en ebullición por la Revolución Bolchevique de 1917, por el fin de la Gran Guerra que había dejado 20 millones de muertos y porque todavía seguían en armas millones de soldados, los del Ejército Rojo soviético. Desde la otra vereda ideológica, las tropas rusas blancas aliadas a más de una decena de naciones de Europa oriental pretendían ahogar a aquella amenazante marea comunista.

Paz y revolución

Una vez en Alemania, Rosa Luxemburgo se incorporó al ala izquierda del Partido Socialdemócrata, donde su formación teórica y su compromiso político hicieron que pronto se transformara en una de sus dirigentes. Por esos años, otro líder socialdemócrata –también de origen judío como ella– la describía así: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.

Era, además, una oradora brillante, incluso en alemán, un idioma que no era el de ella. En una carta a Jogiches -su compañero sentimental-, Rosa le cuenta: “No tienes idea del efecto que han tenido mis intentos de hablar en reuniones públicas. ¡Yo no creía que podía hacerlo! Pero aproveché una oportunidad y ahora estoy segura de que en cuestión de seis meses seré una de las mejores oradoras del partido. La voz, el lenguaje... Todo me brota con precisión. Y más importante, me paré en la tribuna con tanta calma que parecía que lo hubiera estado haciendo durante 20 años”.

No solo sabía dar discursos, también enseñaba marxismo y economía en la “escuela de dirigentes” del partido, que en 1907 la envió a Londres como representante al V Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, donde se entrevistó con Lenin. En 1912 participó del congreso de los partidos socialistas europeos, donde junto con el francés Jean Jaures propuso que, si estallaba la guerra, los partidos obreros de Europa debían llamar a una huelga general. Para esa época, el gobierno alemán la tenía en la mira, tanto por su marxismo como por su posición pacifista en oposición a la inminente guerra y por sus abiertos llamados a la objeción de conciencia para evitar la incorporación al Ejército. La detuvieron varias veces por “incitar a la desobediencia contra la ley y el orden de las autoridades”.

Pacifista convencida, en 1914 se alejó del Partido Socialdemócrata porque, finalmente, esa fuerza política cambió de rumbo y dio su apoyo al Kaiser Guillermo II para que Alemania entrara en la guerra. La desilusión y el enojo de muchos socialistas llevó a la creación de la Liga Espartaquista, donde Luxemburgo y Karl Liebknecht se erigieron como líderes. Los espartaquistas comenzaron con un proselitismo abierto contra la guerra y denunciaron la “claudicación” de los socialdemócratas, quienes le garantizaban al Kaiser que no habría huelgas mientras durara el conflicto bélico.

Feminismo y lucha de clases

Otra cuestión que distinguió a Rosa Luxemburgo de otros dirigentes de la izquierda de la época fue su militancia feminista, a la que no concebía separada de la lucha revolucionaria. “Quien es feminista y no es de izquierda, carece de estrategia. Quien es de izquierda y no es feminista, carece de profundidad”, sostenía. Se vinculó entonces con Clara Zetkin, una de las principales impulsoras del movimiento de liberación femenina a nivel internacional y directora del periódico femenino “Igualdad”, en el que comenzó a escribir. Juntas impulsaron la creación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

"Mañana la revolución se levantará
"Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!”, escribió Rosa Luxemburgo horas antes de ser asesinada (Grosby)

En 1914 escribió “La mujer Proletaria”, un texto donde sostenía: “El capitalismo fue el primero en sacarla (a la mujer) de la familia y ponerla bajo el yugo de la producción social, forzada a los campos de otros, a talleres, edificios, oficinas, fábricas y almacenes. Como mujer burguesa, la hembra es un parásito de la sociedad; su función consiste en compartir el consumo de los frutos de la explotación. Como mujer pequeño burguesa, ella es un caballo de batalla para la familia. Como mujer proletaria moderna, la mujer se convierte en un ser humano por primera vez, ya que la lucha [proletaria] es la primera en preparar a los seres humanos para que contribuyan a la cultura, a la historia de la humanidad”.

Afirmaba, además, que el antagonismo hombre–mujer se da en el marco del antagonismo de clases: “La mujer burguesa no tiene ningún interés real en los derechos políticos, porque no ejerce ninguna función económica en la sociedad, porque disfruta de los productos terminados de la dominación de clase (…) La mujer proletaria necesita derechos políticos porque ejerce la misma función económica, la esclaviza el capital de la misma manera y es desangrada y reprimida por el Estado de la misma manera que el proletario masculino. Ella tiene los mismos intereses y toma las mismas armas para defenderlos. Sus demandas políticas están arraigadas profundamente en el abismo social que separa la clase de los explotados de la clase de los explotadores, no en el antagonismo entre hombre y mujer sino en el antagonismo entre el capital y el trabajo”.

El crimen y el encubrimiento

La derrota alemana en la Primera Guerra Mundial en 1918 dejó al Kaiser Guillermo II con los días contados. El 9 de noviembre de 1918, en medio de una gran conmoción política y social, motorizada por levantamientos obreros, debió abdicar y se formó un gobierno socialdemócrata conducido por Philipp Sheidemann, que proclamó la República desde una ventana del Reichstag.

Pero el poder estaba en disputa, pocas horas después Karl Liebknecht, que dirigía junto con Rosa Luxemburgo la Liga Espartaquista, anunció la creación de la República Socialista Libre de Alemania, que incluía la formación de consejos de obreros y soldados, como había ocurrido en la Revolución Rusa en octubre de 1917. El gobierno socialdemócrata, claramente anticomunista, logró el apoyo del Estado Mayor del ejército para reprimir los levantamientos y frenar la insurrección revolucionaria. Para lograrlo de manera completa, ordenó acabar con los dirigentes espartaquistas. Pero la oleada revolucionaria parecía imparable. Para enero, los espartaquistas –sin el apoyo de Luxemburgo ni de Liebknecht– volvieron a las calles. Ante el hecho consumado, los dos dirigentes decidieron sumarse. La represión perpetrada por los grupos paramilitares fue sangrienta.

En medio de esa operación represiva, el 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron detenidos y trasladados a la sede de la Guardia de Caballería de los freikorps, un grupo paramilitar de ultraderecha, en el Hotel Eden. Apenas los tuvo en sus manos, el jefe del grupo, el capitán Waldemar Pabst, se lo informó al ministro del Ejército, el socialdemócrata Gustav Noske, y le preguntó qué debía hacer con ellos. Recibió la orden de matarlos, pero sin que quedara en evidencia la responsabilidad del gobierno. El primero en morir fue Liebknecht. Lo llevaron a un parque cercano al hotel y lo fusilaron. La versión fue que había intentado escapar y que había sido capturado por civiles que lo mataron a balazos.

Rosa Luxemburgo (der.) junto a
Rosa Luxemburgo (der.) junto a su amiga Clara Zetkin, dos mujeres que marcaron la lucha por el feminismo

Rosa Luxemburgo lo sobrevivió apenas unas horas. Su asesinato, según el relato hecho por Pabst en 1962, fue así: el grupo de ejecución estaba al mando del teniente Vogel. Luxemburgo fue tomada de los pelos y arrastrada escaleras abajo de la habitación del hotel donde estaba cautiva, mientras le pegaban. El soldado Otto Runge la golpeó con la culata de su fusil en la cabeza y la dejó inconsciente. Agonizante, la subieron en un coche donde el oficial Hermann Souchon le dio un tiro final en la sien. Su cuerpo fue arrojado en un canal, donde apareció flotando cuatro meses después. Fue identificada por sus ropas. En este caso, el relato oficial fue similar al del asesinato de Liebknecht: “Rosa, la sangrienta” había huido del hotel y fue reconocida por una turba que la capturó y la mató.

En el texto que dejó escrito la noche anterior a su ejecución Rosa Luxemburgo afirmaba: “El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de esta derrota”.

Nunca llegó a saber hasta qué punto se equivocaba. Tampoco sabía que, diez días antes de que ella escribiera esas líneas, en un hotel de Múnich, un pequeño grupo de personas encabezado por el cerrajero Anton Drexler acababa de fundar el ultraderechista Partido Obrero Alemán, al que poco después se incorporaría un cabo del ejército llamado Adolf Hitler que convertiría a Alemania en un infierno y llevaría al mundo a la peor guerra del Siglo XX.

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