No ocurrió un sólo día. El crimen que cumple 40 años se desarrolló a lo largo de eternos 13.820 días. Porque ese es el tiempo transcurrido desde el hecho hasta el fin del juicio donde se condenó al culpable.
Todo comenzó el jueves 20 de diciembre de 1984, ya caído el sol, cuando Jonelle Matthews (12), llegó a su casa luego de cantar villancicos navideños y desapareció.
La mala suerte golpea dos veces
Jonelle nació el 9 de febrero de 1972 en Santa Bárbara, California, Estados Unidos. Su madre, Terri Vierra, tenía solamente 13 años cuando la tuvo y, por falta de recursos, la dio en adopción a las seis semanas de vida. La adoptaron Jim Matthews y Gloria Broese quienes ya tenían una hija biológica, Jennifer, de 4.
Seis años después la familia se trasladó a vivir a Greeley, en el estado de Colorado, donde su padre consiguió un trabajo en la Dayspring Christian Academy. Con el tiempo pasó a dirigir el colegio primario Platte Valley en la cercana población de Kersey mientras su mujer trabajaba en un restaurante local. Todo marchó con absoluta normalidad: era una familia unida que asistía regularmente a la iglesia. Las únicas discusiones eran las clásicas que podrían protagonizar cualquier par de hermanas. Luego del colegio Jonelle se la pasaba andando en bicicleta, escuchando a Menudo y matando el tiempo con su mejor amiga Deanna Ross, con quien cantaba en el coro del colegio. Jonelle era la alegría de la casa. Los Matthews se consideraban una familia feliz y sentían que tenían sus expectativas plenamente colmadas.
El anochecer del 20 de diciembre de 1984 cambió esa sensación para siempre. Esa tarde/noche de jueves la familia se encontraba dividida en distintas actividades. Gloria estaba arriba de un avión con destino a California para visitar a su padre enfermo y ver a su familia en la previa a Navidad; Jennifer tenía un partido de básquet y Jonelle debía cantar villancicos navideños con el coro del colegio, un acto auspiciado por un banco que sería televisado. Jim llevó a Jonelle primero a comer algo a McDonald´s y luego la dejó en el coro. Siguió rumbo hacia donde era el partido de Jennifer y se quedó a verlo. El padre de Deanna Ross, Russ, se ocuparía de llevar de regreso a Jonelle a su casa cuando terminara el concierto donde cantaban las dos amigas.
Russ cumplió y condujo su auto con las chicas hasta la casa de los Matthews en Greeley. Llegaron a las 20:15. Jonelle bajó de la camioneta y ellos esperaron que entrara e hiciera la maniobra acordada que significaba que todo estaba bien: prender y apagar la luz un par de veces. Vieron el parpadeo y siguieron su camino. Al día siguiente, había clases. A las 20:30 Jonelle respondió una llamada telefónica. Era una profesora de gimnasia que dejó un mensaje para su padre: necesitaba ser sustituida al día siguiente. Jonelle escribió el pedido para Jim en el pizarrón que tenían colocado al lado del teléfono.
Esa sería la última señal de ella con vida. En los sesenta minutos siguientes se torció su destino.
Cuando Jim llegó a las 21:30 encontró la puerta del garaje abierta. Vio que los zapatos y el chal de su hija estaban en el living cerca de su silla y de la estufa prendida. La televisión también estaba encendida. Sobre el sillón habían quedado tiradas las medias largas, pero no encontró las pantuflas que siempre usaba Jonelle. La llamó varias veces y en minutos le quedó claro que su hija no estaba en casa. Pensó que quizá estuviera en lo de una amiga. Era extraño porque no había dejado ningún mensaje escrito al respecto. Cuando media hora después, a las 22, unos amigos trajeron a Jennifer (16) y ella le dijo que no sabía nada de Jonelle, Jim entró en estado de alerta: “A la media hora de estar en casa ya me sentía muy extraño. Nuestras hijas nunca, si cambiaban de plan, se iban sin dejarnos una notita o sin llamarnos”, contaría luego.
No dudó y llamó a la policía. En quince minutos llegaron a la casa tres detectives. Revisaron todo y hallaron varias huellas sobre la nieve que indicaban que alguien había estado mirando desde el exterior por las diferentes ventanas de la vivienda. Un merodeador que, además, había intentado borrar sus pisadas pasando el rastrillo que Jim tenía en el garaje. Este dato preciso del rastrillo la policía decidió, deliberadamente, no comunicarlo a la prensa. Algún día podrían precisarlo para confrontar a algún sospechoso. Dentro de la casa no había signos de lucha y la puerta principal no había sido forzada. ¿Podría alguien conocido de Jonelle haberse ido con ella?
Que la menor se hubiera marchado sin zapatos ni medias, dejando las cosas prendidas y sin avisar, conformaban indicios perturbadores. ¿Adónde iba a ir una chica de 12 años en pantuflas con el frío que hacía y la cantidad de nieve caída? Por su propia voluntad, a ningún lado.
A la una de la mañana sonó el teléfono. Era Gloria para avisar que había llegado bien a California. Jim tuvo que transmitirle la mala noticia: no sabían dónde estaba Jonelle. Gloria volvió al día siguiente.
La mala suerte existencial parecía perseguir a Jonelle. Había sido abandonada de bebé y, ahora, en su preadolescencia y cuando tenía una familia que la adoraba, se evaporaba en medio de la noche.
Sospechosos en foco
John Gates tenía, por entonces, 27 años y fue uno de los primeros policías en llegar a la escena esa noche. Contó que su misión fue “dar vueltas por el vecindario tocando puertas para preguntar si habían escuchado o visto algo sospechoso. No había huellas dactilares y aunque las hubiese habido en esa época todavía no existían las técnicas modernas de ADN”.
Los investigadores se enfocaron primero en Jim Matthews, el padre. Jim sabía que sería así, era un clásico, y respetó las reglas. Se prestó sin problemas a un detector de mentiras que le hizo un agente del FBI. El que le tomó el test le dijo que había fallado. ¿Era verdad o una técnica para quebrarlo? “Le seguí diciendo que estaba diciendo la verdad. Es todo lo que sé. Les estoy diciendo todo. Luego empezamos otro con la policía local. Fue ahí que empecé a enojarme. Les dije: ‘Escuchen, he sido honesto, he estado disponible cada vez que lo pidieron’”, contaría Jim luego. Con el tiempo, Jim fue tachado de la lista. Todo lo que decía parecía cierto. No había tensiones familiares. Su esposa lo apoyaba. No tenía nada oscuro en su pasado.
La policía dirigió su mirada hacia otros. Un vecino que resultó que tenía coartada y la madre biológica de Jonelle, Terri Vierra. ¿Podría ser que esa mujer hubiera querido recuperarla? Querían saberlo. La contactaron, pero no le comunicaron que la hija que había entregado para adopción estaba desaparecida, querían mantener las cosas de manera confidencial. La mujer vivía en Los Ángeles. Pero esta hipótesis tampoco prosperó.
Entrevistaron a varias personas más, buscaron pistas, pero no llegaron a ningún puerto firme. Pusieron la cara de Jonelle en los cartones de leche que se repartían en todos los estados intentando llamar la atención del país entero. El presidente Ronald Reagan mencionó su nombre en un discurso en 1985.
Nada surgió de esto ni de la investigación ni de las siniestras y mudas pisadas en la nieve.
Jonelle era silencio.
Ecos de la vida
Hasta la Navidad de 1985 los Matthews mantuvieron el dormitorio de Jonelle sin tocar y el árbol de Navidad armado con el regalo para su hija menor debajo. Era su manera de esperarla.
Dos años más tarde, se mudaron. Pensaron que tenían que intentar llevar una vida lo más normal posible por Jennifer, la hija que les quedaba y que había quedado relegada por este drama. Luego, se trasladaron a vivir por un tiempo a Filipinas como misioneros religiosos.
Al cumplirse una década de la desaparición de Jonelle, la pequeña fue declarada legalmente muerta.
En 1997 Terri Vierra, la madre biológica, contrató a un detective. Quería encontrar a quienes estaban criando a su hija que ya tendría 25 años. Consiguió una dirección y le envió a los Matthews una sentida carta. Estaba ilusionada con conocer a Jonelle. Un párrafo de esas páginas decía así: “Luego de intensos esfuerzos descubrí que su nombre es Jonelle Matthews. Deseo que sus corazones estén abiertos para una posible reunión en algún momento, en el futuro”.
Para Gloria fue impactante recibirla, Jonelle siempre había querido saber sobre su madre biológica. Pero no tuvo más remedio que contarle a Terri el horror de lo ocurrido. Gloria se culpaba de una manera terrible: “Le tenía que decir que la bebé que me había confiado ya no estaba… Que debería haberla cuidado mejor”.
Fue un baldazo de agua helada: Terri quedó en shock. Igual quiso reunirse con ellos y los Matthews la recibieron. Entre todos armaron un funeral en honor a Jonelle. Gloria le contó a Terri que su hija “era fuerte físicamente y tenía una férrea voluntad. Durante su vida, a pesar de ser pequeña, ella sabía lo que quería y te lo hacía saber”.
De esa reunión de las dos familias resultó una gran amistad. Quedaron unidos por el espanto y la consolación mutua. Después de que Jennifer se casó, sumó el apellido Mogensen y se mudó a otro estado, los Matthews decidieron retirarse de sus actividades para instalarse en una casa que compraron en Costa Rica donde vivieron durante siete años. Pasado ese lapso optaron por volver a los Estados Unidos para vivir cerca de Jennifer en Orting, en el estado de Washington.
Noticia inesperada
Fue recién en 2019, más exactamente el martes 23 de julio a las 16:50 horas, que ocurrió algo que marcó un giro abrupto en este caso que había quedado congelado en el tiempo. A unos 30 kilómetros de lo que había sido la casa familiar de los Matthews, unos excavadores que instalaban tuberías descubrieron restos que parecían ser humanos y lo informaron a la policía. Los detectives se presentaron en el lugar de inmediato y observaron que el cráneo tenía una dentadura con ortodoncia. Además, la blusa, la pollera y el chaleco tejido correspondían con un caso que conocían bien: era lo que llevaba puesto Jonelle Matthews la noche de su desaparición. Habían visto muchas veces el video de ella cantando en el coro con esa ropa. Era increíble la manera casual en la que se habían hallado los restos.
El miércoles 24 de julio los Matthews recibieron el llamado del detective Robert Cash de la policía de Greeley quien les informó que creían haber hallado el cuerpo de Jonelle. Dejaron todo lo que estaban haciendo y partieron hacia Greeley.
Dos días después, luego de analizar el ADN, los peritos forenses lo corroboraron. El cráneo les dio la certeza de la causa de muerte: un tiro en la cabeza.
Habían pasado ya 35 años. Era un gran avance, pero ¿quién había sido su asesino?, ¿por qué?, ¿había existido abuso sexual?
Los Matthews se quedaron tres semanas en su antigua ciudad y organizaron un nuevo funeral para su hija. Ahora tenían sus restos. Lo llevaron a cabo el 11 de agosto de 2019. Gloria reconoció con tristeza: “Donde fuéramos yo siempre la buscaba, nunca perdí la esperanza de encontrarla. En mis sueños, ella siempre volvía a casa”.
El 13 de septiembre de 2019, menos de dos meses después, la policía de Greeley hizo un anuncio atronador: tenían un nombre a quien endilgarle el crimen. La persona de interés, así suelen llamar a los sospechosos, se llamaba Steven Dana Pankey y era un viejo residente de Greeley. Había estado casado con Ángela Hicks desde 1978, con quien había tenido dos hijos: Carl y Mark. Había trabajado en todos los rubros: desde el de seguridad hasta en la venta de automóviles pasando por su vocación de pastor evangélico en la Iglesia. La misma a la que habían concurrían los Matthews cada semana en otro horario. Incluso, ese sujeto, había llegado a competir para ser sheriff y gobernador de Idaho en numerosas oportunidades desde 2004 hasta 2018. Al momento de los hechos los Pankey vivían a tres kilómetros de la casa de los Matthews en Greeley. Suficientemente cerca.
Cuando le dijeron su nombre, Jim Matthews se sorprendió porque no habían escuchado hablar de él jamás y no tenían idea de que habían vivido cerca. Era alguien que estaba fuera de sus radares.
Un “obsesionado” con el caso
Pankey era demasiado charlatán y a lo largo de los años, en numerosas oportunidades, concurrió voluntariamente a hablar con la policía sobre el caso de Jonelle Matthews. Iba con distintos pretextos o historias increíbles. Él mismo, con su insistencia en aparecer por el escenario policial, sus dichos y su extraña conducta, guió las miradas de los expertos hacia su persona. Decidieron investigarlo muy de cerca ya que había vivido cerca de los Matthews.
El 6 de octubre de 2020 la policía allanó el condominio donde vivía actualmente Steven Paneky en Twin Falls, Idaho, y se llevaron sus computadoras. En ellas encontraron infinitas entradas al caso de Jonelle. Demasiadas. Eso demostraba un interés desmesurado, patológico. Declaró y el 12 de octubre de 2020 la policía lo terminó arrestando. Al día siguiente, fue acusado del secuestro seguido de homicidio en primer grado de Jonelle Matthews.
¿Qué dijo él de la noche en cuestión? Sostuvo que había estado en su casa, con su mujer Ángela y su hijo de 5 años, porque andaban con los preparativos para marcharse a la mañana siguiente hacia Big Bear Lake, en California, para pasar la Navidad con su familia. Cargó el auto y salieron muy temprano la mañana del viernes 21 de diciembre.
Ángela, ya separada de Pankey cuando declaró en el juicio, no lo contó de la misma manera. Dijo que ese 20 de diciembre su marido llegó a casa muy ansioso y que de la nada le dijo que se irían de viaje a California y que tendrían que hacerlo rápido. Textual de Ángela: “Me dijo: preparémonos para irnos. Tenemos que salir antes de que amanezca mañana. Vamos a pasar Navidad en Big Bear”. Ángela estaba extrañada porque él había decidido un tiempo antes que no irían a California para esas fiestas. Aprovechó y le preguntó con quién dejarían a sus dos perros gigantes de la raza Gran Danés. Él le respondió terminante: “No te preocupes por los perros, Ya me ocupé. Preparate para irnos”. Ángela nunca más volvió a ver sus mascotas. Ni preguntó por ellas. Así funcionaba su matrimonio.
La testigo siguió contando, en el estrado, que el regreso a Greeley también se decidió sobre la marcha y luego de una pelea de Pankey con su padre el día 26 de diciembre. Durante el viaje de vuelta en auto, Pankey había insistido en tener todo el tiempo la radio prendida. Fue otra sorpresa porque Pankey hacía un año que le había prohibido utilizar radio y televisión en su casa. Le había dicho terminante: “No más música, no más TV, no más radio, no más diarios. ¡Esta será una casa santificada!”. Ahora, resultaba que en el auto todo había cambiado. Su marido estaba obsesionado con lo ocurrido con una chica de dónde vivían: Jonelle Matthews. La hizo pasarse, todas las horas que duró el viaje de regreso, buscando en el dial radios que dieran las noticias y avances que había sobre el caso. Una vez que llegaron y antes de ir a su casa, pasaron a comprar verduras. Pankey aprovechó y adquirió todos los diarios que encontró. Luego, le pidió a Ángela que le leyera en voz alta cada artículo con especial atención en los detalles. Su ex mujer recordó que le tuvo que leer cada nota, al menos, tres veces.
Apenas volvieron Ángela notó algo raro: Pankey había comenzado a cavar en su jardín. Y, por esos días, un auto viejo que tenían en su propiedad se prendió fuego de una manera salvaje. No tenía más datos sobre esto.
¿De qué podría haber querido deshacerse el pastor Pankey en las llamas de ese infierno?
Pasó el tiempo y, por la misma época en que los Matthews se marcharon de Greeley, también lo hicieron los Pankey. Cuando se fueron Ángela ya estaba embarazada de Mark, su segundo hijo. Giraron de estado en estado y, en 1989, se instalaron en Idaho.
En 1999 ocurrió algo extraño: luego de estar detenido y ser declarado culpable por un ataque de ira que tuvo dentro de un banco, Pankey le dijo a la Corte Suprema de Idaho que había sido declarado culpable como parte de un intento por forzarlo a ser un “informante” porque él sabía dónde estaba el cuerpo de Jonelle. Y agregó que temía ser condenado a muerte si lo revelaba. Sus dichos parecían tirados de los pelos.
Ángela seguía notando, con mucha curiosidad, que su marido seguía obsesionado con el caso y no podía dejar de pensar en Jonelle.
En 2001 Ángela le pidió el divorcio. A partir de 2004, Pankey comenzó a intentar ocupar cargos de lo que fuera. Con los años todos repetían que Pankey se había convertido en un “candidato serial”.
El 4 de julio de 2008 el hijo mayor de Pankey, Carl, murió asesinado en Phoenix, Arizona. Fue por un disparo de su propia novia. Pankey quedó destrozado. Algunos lo llamarían karma.
En 2014 y en 2018 se candidateó para ser gobernador del estado de Idaho por el partido Republicano. No estuvo ni cerca de lograrlo. En un póster impreso, de los que usaba para promocionarse, decía que defendía los valores tradicionales desde una perspectiva bíblica y constitucional. En fin. Por suerte para todos, en la primaria de 2018, solo sacó el 1,4 % de los votos.
Una frase y un funeral
Si bien la policía no tenía vinculación directa de ADN de Pankey con el caso, había testimonios que fueron surgiendo que lo señalaban insistentemente. Un ministro de su iglesia, un par de meses después de la desaparición de Jonelle, dio una misa y dijo saber que la niña sería encontrada a salvo. Varios lo escucharon protestar con rabia y en voz alta: “¡Falso profeta!”. También Ángela recordó que, en 2008, cuando murió Carl, su hijo mayor, durante el funeral lo vio por primera vez conmovido realmente. Mientras besaba la urna lo escuchó repetir: “Espero que Dios no haya permitido que pase esto por Jonelle Matthews”.
Quedó impactada por la claridad de la frase. También se supo que al momento de la desaparición de la menor Pankey poseía un arma.
En otro de sus contactos con el FBI, Steve Pankey había contado que siete días después de la desaparición de Jonelle, su suegro, quien trabajaba en el cementerio de Greeley, había compartido con él información inquietante: “Me dijo que un policía lo había contactado para decirle que tenía un cuerpo que quería enterrar”. Al ser consultado por qué había ido a declarar esto respondió que había sido por miedo a que alguien quisiera implicarlo en el asesinato de Jonelle.
En su ficha policial había también un abuso. En 1977 había sido acusado de abuso sexual por una mujer de 23 años a quien había conocido en la iglesia. Finalmente el caso terminó en la nada. Pero el antecedente sumaba a su perfil un dato inquietante más.
En una entrevista que el hablador Pankey dio al Times News dijo que el estaba siendo hostigado por la policía por su sexualidad y porque él se había calificado como un “homosexual célibe”.
Algunas cosas que iba diciendo lo comprometieron seriamente. Como cuando dijo que el que merodeó la casa había querido borrar las huellas con un rastrillo. Ese era el detalle que la policía no había dado a conocer. ¿Cómo lo había sabido?
Muchos vieron en sus ganas de ser comisario o de convertirse en gobernador, solo intenciones para poder manipular a la justicia o a la investigación y, de esa manera, ponerse a resguardo. No funcionó.
El detective Mike Prill sumó un posible motivo más para el crimen de Jonelle. Contó que Pankey en sus escritos expresaba ideas claramente racistas: “Creo que el secuestro y el homicidio de Jonelle tuvo que ver con que la pequeña era de origen latino e iba a la misma iglesia en la estaba él. Eso era algo que su ideología no aceptaba”.
El pastor que era lobo
Jennifer (hoy tiene 56 años), la hermana de Jonelle, reconoció que al menos su familia podía tener algo de paz luego de saber parte de lo ocurrido. Jim, por su lado, al llegar al primer juicio aseguró estar contento: “Un jurado decidirá si es culpable o no es culpable. Nosotros no tenemos sentimientos de venganza. Nunca hemos sido de esa manera. Tenemos un sistema judicial que funciona”.
El juicio comenzó el 14 de octubre de 2021. La fiscalía señaló que la conducta de Pankey y sus dichos lo incriminaban indubitablemente. Un vecino de Pankey y padre de un chico que era amigo de su hijo menor Mark, contó algo siniestro: un día el acusado, harto de los ladridos de su propio perro, le había atado el hocico con cinta de embalar. Y reveló que Mark Pankey no soportaba a su padre por lo que se había mudado a vivir con ellos por mucho tiempo.
La defensa sostuvo que el interés exacerbado del acusado podría ser atribuido a su síndrome Asperger y que eso no demostraba que fuera culpable. El juicio fracasó porque el jurado no pudo ponerse de acuerdo sobre la culpabilidad de Pankey en el secuestro y homicidio.
Fue vuelto a juzgar al año siguiente. La evidencia circunstancial, en conjunto, hacía que su culpabilidad resultara abrumadora. La defensa de Pankey intentó desviar la atención hacia un vecino llamado Norris Drake quien, si bien tenía coartada, una ex novia lo había señalado por su debilidad por las niñas pequeñas. Esto ensució un poco el escenario. Drake había muerto en 2007, pero traerlo a colación ayudaba un poco a la defensa de Steve Pankey. Su abogado, Anthony Viorst, apuntó a que su cliente padecía una enfermedad mental, pero que no era el asesino de Jonelle.
Pankey jamás confesó que es lo que hubiera querido Jim Matthews y su familia. No obstante eso, el 31 de octubre de 2022, el nuevo jurado lo declaró culpable. Fue condenado a 20 años de cárcel. Gloria y Jim dijeron a la prensa que estaban agradecidos por la decisión del jurado.
Su fecha de liberación más próxima podría ser en 2040, cuando tenga 89 años. Mientras, verá la vida pasar dentro del correccional Arkansas Valley de Ordway, Colorado.
Lo que más miedo provoca a cualquiera es que los asesinos no parezcan asesinos. Que nuestros ojos no los puedan descubrir de un solo y sencillo vistazo. Pankey encarnaba al pastor que sonreía y daba consejos, el que debía guiar a la manada lejos de los peligros que implican los depredadores sueltos. Lamentablemente, Pankey fue el lobo.