Habían pasado apenas cuatro años del cambio de centuria -y de milenio- pero igual, como suele suceder en esos casos, se lo llamó “el robo del siglo”. En muchos sentidos, el asalto al Northern Bank de Belfast tenía todos los ingredientes para serlo: la operación, aunque se realizó completamente en las sombras, fue espectacular y funcionó como un mecanismo perfecto de relojería; ninguno de los autores fue capturado, ni siquiera identificado; tenía fuertes implicaciones políticas en medio del proceso de paz que se desarrollaba en Irlanda del Norte. Y el botín que se llevaron los ladrones era el más alto -todavía lo sigue siendo- de la historia criminal del Reino Unido.
Ocurrió el 20 de diciembre de 2004 y veinte años después sigue sin ser resuelto, porque las pistas para encontrar a sus autores y recuperar el dinero fueron llevando, una tras otra, a callejones sin salida. De los 26,5 millones de libras -unos 40 millones de dólares de la época- del botín, se recuperaron 300.000, cuando ya estaban en manos de alguien que no había tenido participación en el robo y solo se había ocupado de lavar ese pequeño porcentaje de dinero sin conocer su procedencia.
La policía irlandesa y los investigadores londinenses estaban desconcertados, pero aún así hicieron pública una hipótesis audaz de fuerte impacto político. “Se trata de una operación bien organizada, con una enorme precisión militar, en la cual probablemente estén implicadas unas 20 personas, y los criminales mejor organizados en Irlanda son los paramilitares, y de todos los grupos es el IRA (Ejército Republicano Irlandés) el que tiene la mayor capacidad de realizar con éxito ese tipo de operación”, especuló frente a los periodistas el jefe de la policía antiterrorista de Belfast, Billy Lowry. No había ninguna prueba concreta que apuntara a la organización militar independentista -que desde hacía siete años mantenía una tregua con el gobierno británico-, solo se trataba de la posibilidad más lógica para la época, apenas basada en el modus operandi de los ladrones.
Una operación perfecta
Cuando se conocieron todos los detalles del robo, quedó claro que se trataba de una operación realizada con una cuidadosa inteligencia previa y con la participación de asaltantes muy bien preparados. La noche del domingo 19 -el día previo al robo- dos grupos comando entraron en las casas de Chris Ward y Kevin McMullan, dos de los más altos directivos de la sucursal del Northern Bank del centro de Belfast y los mantuvieron cautivos toda la noche junto con sus familias. En ambos casos, para que les abrieran las puertas, los secuestradores se hicieron pasar por policías que venían a informar sobre un supuesto accidente de tránsito sufrido por un familiar.
La mañana siguiente, Ward y McMullan fueron a trabajar como todos los días, pero con instrucciones precisas sobre lo que debían hacer, obligados por la amenaza de matar a sus familiares si no obedecían. Los ladrones sabían que ese día habría mucho dinero en la sucursal, donde siempre se centralizaban los fondos para abastecer a las del resto de la ciudad, a los que se sumarían los depósitos de los comercios de la zona, mucho mayores que los habituales debido a la alta recaudación por las ventas navideñas.
Debido a sus obligaciones como empleados jerárquicos, Ward y McMullan eran siempre los últimos en abandonar la sucursal, cuando el resto de los empleados ya se había retirado. Por eso fueron elegidos por los ladrones: cuando estuvieran solos, debían abrirles las puertas del banco y las de la bóveda, a la que también tenían acceso.
Amenazados con la muerte de sus familiares, los dos directivos siguieron al pie de la letra las órdenes de los asaltantes. Así, la noche del 20 de diciembre, un tercer grupo comando -integrado por hombres enmascarados- entró a la sucursal y vació la bóveda con la ayuda de Ward y McMullan, que debieron ayudarlos a cargar las bolsas con dinero en un camión. Cuando terminaron, el vehículo se alejó con rumbo desconocido, dejando solos en el banco a los dos empleados. Ni siquiera en ese momento pudieron avisar a la policía, porque temían que los secuestradores estuvieran todavía en sus casas.
Sin ningún rastro
Los ladrones y el dinero se esfumaron sin dejar rastros. La única esperanza de la policía radicaba en detectar transacciones que permitieran llevar hasta los asaltantes, porque la mayoría del botín estaba compuesto por billetes nuevos de 20 y 50 libras, fáciles de detectar. Sin embargo, pasaron meses sin que aparecieran.
Los investigadores también pusieron en foco al IRA y a su brazo político, el Sinn Féin, lo que paralizó las conversaciones de paz que los independentistas irlandeses venían realizando con el gobierno británico desde el Acuerdo del Viernes Santo firmado en 1998, que establecía que Irlanda del Norte seguiría siendo parte del Reino Unido, pero que las personas nacidas en el país tendrían derecho a la nacionalidad irlandesa. También le daba un alto grado de autonomía a Irlanda del Norte y definía mecanismos para compartir el poder entre los diferentes partidos políticos, tanto los pro británicos como los que buscaban la independencia o una mayor autonomía de Londres.
Los investigadores irlandeses y británicos creían que el botín del asalto sería utilizado como una suerte de “dividendo de paz” para los miembros del IRA, un fondo de jubilación concedido tras el fin del conflicto armado. Además, sabían que la organización militar contaba con un sofisticado mecanismo para lavar dinero para financiarse. La policía llegó incluso a señalar al presidente del brazo político, Gerry Adams, y al comandante del IRA, Martin McGuinness, como quienes habían autorizado el robo del banco. Los independentistas irlandeses no solo negaron tajantemente tener relación con el asalto, sino que acusaron a la policía de hacer rodar esa teoría para entorpecer las negociaciones de paz.
Apenas 300.000 libras
Tres meses después del robo, la policía irlandesa anunció que había detenido a siete posibles implicados y que estaba bien encaminada para resolver el caso. Entre los detenidos, informó, se contaban dos miembros de Sinn Féin, uno de ellos un ex concejal y el restante un contador vinculado al aparato económico del partido republicano. Sin embargo, pocos días después debió dar marcha atrás. Primero informó que era “apresurado” vincular a los detenidos con el robo del banco, y después debió liberarlos por falta de pruebas.
Al mismo tiempo, se desarrollaba un escándalo financiero. El Northern Bank admitió que, a pesar de que figuraba entre las garantías que les ofrecía a sus clientes, no tenía un seguro para cubrir el robo. De inmediato, el National Australia Bank, dueño del Northern, debió salir a decir que asumiría con sus propios fondos “el impacto de las pérdidas producidas por el robo”. No lo hizo por simple buena voluntad, sino porque el escándalo amenazaba con abortar una operación financiera en curso: la venta del Northern Bank al Grupo Danske, el principal conglomerado bancario de Dinamarca.
Desde entonces hasta hoy hubo otros seis detenidos a los que la policía buscó vincular con el “robo del siglo”. Cinco de ellos fueron liberados a los pocos días, por falta de pruebas. Solo el contador Ted Cunningham fue condenado por blanquear unas 300.000 libras del botín, aunque no se lo pudo relacionar directamente con el asalto. Pese a que le encontraron billetes de 20 y 50 libras cuyas numeraciones coincidían con los que estaban en la bóveda del banco, fue imposible rastrear hacia atrás para seguir una ruta que llevara a los ladrones.
Con el transcurso de los años, una ínfima parte del dinero fue encontrada en distintas transacciones sospechosas que apuntan al lavado de dinero, e incluso algunos billetes sueltos distribuidos en pequeños comercios. Casi todo el botín continúa desaparecido y los investigadores -porque todavía el caso sigue abierto- creen que los ladrones mantienen los billetes escondidos o que los ha invertido en inversiones ilegales sin dejar rastros.
Dos décadas después, el asalto al Northern Bank de Belfast sigue siendo el mayor robo bancario perpetrado en el Reino Unido y también un misterio sin resolver. Se ha convertido, casi a la par del famoso robo del tren postal de 1963, en una leyenda dentro de la historia criminal británica.