El viernes 10 de septiembre de 1999, hace poco más de 25 años, Jessica Dishon (17) no llegó a clase. Esa mañana, muy temprano, sus padres Edna Jett y Mike Dishon habían dejado, por separado, la casa familiar para ir a trabajar. Los dos hijos menores, Christopher y Michael, se fueron minutos después que ellos, caminando, hasta la cercana parada del ómnibus escolar. Jessica entraba más tarde a clase, ya tenía licencia para conducir y su propio auto. Por eso, aprovechaba para dormir un poco más que el resto. Se había comprado el vehículo hacía algún tiempo después de haber ahorrado dinero durante dos años en su trabajo part time en el restaurante local Hardee´s. El Pontiac Sunfire rojo se había convertido en su mejor amigo. Resultaría también un testigo incómodo para la ínútil policía que no lo registró a tiempo.
Esa inevitable mañana
La casa de los Dishon estaba situada en la calle Deatsville, en Shepherdsville, Kentucky, Estados Unidos. Era una zona rural, con casas alejadas unas de otras entre bosques, ríos y descampados.
Cuando ese viernes Edna volvió de su trabajo, alrededor de las 13:30, vio que el auto rojo de Jessica, patente 068 DSH, seguía estacionado frente a su casa. ¿Jessica no había ido al colegio? ¿Se habría quedado dormida? Corrió al cuarto de su hija mayor, pero ella no estaba allí. Llamó a su marido Mike para preguntarle si, por casualidad, él la había alcanzado hasta el colegio o si el auto de Jessica no había arrancado. Dos veces no. Edna buscó la llave extra del vehículo y se dirigió a verlo. Apenas se acercó notó algo extraño: la puerta del conductor estaba entreabierta. La abrió por completo y observó el celular de Jessica sobre el asiento del conductor. En la pantalla había dos números escritos 91… La recorrió un escalofrío. Paseó su mirada por el habitáculo y vio en el piso delantero uno de los zapatos de su hija y las llaves. En el asiento trasero, estaban la billetera, los libros y cuadernos escolares y su ropa de trabajo. Enseguida, pensó lo peor. Estaba muy claro para ella que Jessica había querido marcar al 911. Además, la joven no se habría ido caminando con un solo calzado, dejando todas sus pertenencias en el auto. Era demasiado obvio.
Empezó una ronda de llamados: al colegio (no había asistido a clase esa mañana), a amigos (nadie sabía nada). Minutos después llamó la mejor amiga de Jessica del trabajo y le comunicó que ella no se había presentado a su turno laboral. Mike y Edna ya estaban en completo estado de alerta. Se comunicaron de inmediato con la oficina del sheriff del condado de Bullitt. El comisario pretendió tranquilizarlos, las fugas de hogar son frecuentes entre los adolescentes, esgrimió. Insistieron con los detalles que habían notado, ellos sentían que Jessica podría estar en peligro. Pero no les prestaron atención, estaban exagerando, tenían que esperar, ya volvería.
Jessica (nacida el 2 de mayo de 1982) cursaba el último año de su secundario en Bullitt Central, tenía trabajo y novio reciente, estaba llena de amigos y les había comunicado sus intenciones de estudiar contabilidad. Le encantaba cocinar y solía someter a su familia a sus ensayos culinarios. Era una adolescente colaboradora, que jamás había dado problemas e ilusionada con la vida que vendría. Para ellos, la escena dentro del auto era sumamente extraña y sugería cosas que preferían no pensar.
La inicial negativa de los agentes a abrir una investigación llevó a los Dishon a buscarla ellos mismos por las calles de donde vivían. Al día siguiente, desesperados volvieron a la policía. Esta vez los agentes aceptaron ir hasta su casa para revisar la escena. Pero una vez más demostraron cero profesionalismo: tocaron todo sin guantes, el auto y su dormitorio. No siguieron los procedimientos indicados y llenaron con sus huellas dactilares cada elemento.
Ya iban dos días de ausencia y los policías no activaban una búsqueda seria. No se movían. Los padres estaban horrorizados con la falta de idoneidad que demostraban. Decidieron buscar apoyo en la prensa local y salir a pegar flyers con la cara de su hija por todos lados. Con la ayuda de familiares y amigos revisaron un área cerca del río, muy peligrosa por la cantidad de marginales que la habitaban.
Nada. Ni una huella. Ni un dato.
Un extraño vecino y su fogata
La tercera mañana, mientras la familia estaba dentro de la casa, uno de los hermanos de Jessica entró corriendo desde el jardín diciendo que había escuchado gritos y llantos que parecían de su hermana. Mike tomó su escopeta y en segundos salió a la calle para buscar de dónde podían provenir esos sonidos.
Notaron que de la propiedad del vecino, David Brooks (40, padre de dos chicos) salía una densa columna de humo. Se acercaron y lo vieron quemando algo sobre el suelo. A Mike le llamó la atención y le pidió permiso para buscar en su terreno. David se negó rotundamente y les dijo que se fueran de inmediato.
Antes de la desaparición de Jessica la relación con sus vecinos había sido excelente, pero después de ese 10 de septiembre, David había comenzado a comportarse de una manera peculiar. Pasaba lentamente en auto por el frente de la casa de los Dishon y los miraba fijo.
Edna y Mike sospecharon enseguida de David Brooks: ¿podría tener algo que ver con la desaparición de su hija?
Decidieron ir por tercera vez a la policía para compartir estos hallazgos perturbadores. Esta vez, los detectives accedieron a usar perros rastreadores y fueron a la propiedad. Hicieron que los perros olieran la ropa de Jessica y estos animales los guiaron hasta la fogata. Pero no hallaron nada que pudieran identificar. Solo unos guantes que los perros señalaron y que podían ser asociados a la descomposición de materia orgánica. No era suficiente para que la policía conectara a David Brooks con Jessica.
Decepcionado con los agentes locales, Mike Dishon decidió dar un paso más: convocaría al FBI. El FBI no siempre toma estos casos pero, debido a lo que la familia les contó, lo hicieron. Se involucraron y concluyeron que algo terrible podría haber pasado con Jessica.
Los padres de Jessica relataron que también habían notado que faltaban una sábana y una funda de almohada de la cama de Jessica.
En ese momento fue que arrancó la verdadera investigación. Levantaron huellas dactilares en la casa de los Dishon y en el auto de Jessica. Pero lamentablemente ya había pasado demasiada gente por esos lugares. La buscaron con helicópteros y por tierra. Revisaron a conciencia la casa del vecino David Brooks. Sospecharon, además, del hermano de David, Joseph, quien también actuaba de una manera extraña.
No hallaron nada.
La noticia maldita
La reconfirmación de los miedos del matrimonio Dishon ocurriría diecisiete días después. El 27 de septiembre de 1999 la conductora de ómnibus Karen Hobbs notó algo a lo lejos al costado del camino. Parecía ser la silueta de una chica sentada contra un árbol. Le pareció tan raro que bajó a chequear. Se llevó el susto de su vida: era un cuerpo. Llamó al 911.
El lugar quedaba a unos 10 kilómetros de un sitio conocido como Salt River Bottoms, un basural donde arrojaban vehículos robados y contrabandeados.
El FBI llegó al lugar y comprobaron que efectivamente era un cuerpo de una mujer joven al que le faltaban los pies y algunos dedos de sus manos. Tenía las piernas atadas con una cuerda con restos de pintura. El cadáver no tenía toda la ropa. Eso sugería que había sido abusada sexualmente.
Sospecharon, enseguida, que podía tratarse de Jessica Dishon y fueron a pedirle ayuda a sus padres. Mike se descompuso y se negó a ver el cuerpo que podría ser de su hija. Edna, en cambio, dijo que ella quería colaborar. Era horroroso de ver. Primero, no pudo reconocerla. Hasta que observó un tatuaje de una mariposa. Era igual al que se había hecho Jessica. Creía, dijo, que esos restos eran de su hija.
Los peritos forenses lo confirmaron días después. Demostraron que había muerto estrangulada, pero lo peor era que antes de morir había sido torturada, golpeada y abusada durante unos tres días.
Mike y Edna quedaron devastados de dolor y de furia. Su hija, la que la policía se había negado a buscar, había estado viva durante 72 horas en las que había atravesado un calvario. Habrían podido salvarla, pero las autoridades no habían querido ver las cosas como eran.
El FBI decidió volver a entrevistar a David Brooks. Esta vez él admitió haber visto a la adolescente subirse a su auto. Pero la tercera vez que lo interrogaron cambió una vez más su versión y dijo que no la había visto.
Por otro lado, sus dichos de que esa mañana había estado durmiendo fueron refutados por su propia mujer. Incluso, en el auto de David, había una cuerda similar a la que se había usado para atar el cuerpo. Ya tenía todas las flechas apuntando hacia él. Lo sometieron a un detector de mentiras y falló.
A pesar de no tener evidencias de ADN (ni en la cuerda ni el auto) que lo vincularan con Jessica y solo pruebas circunstanciales, el FBI detuvo a David Brooks. Querían llevarlo a juicio con lo que ya tenían. La hipótesis era que la joven había sido secuestrada por su vecino cuando se estaba subiendo a su auto para ir al colegio. Lo interrogaron con dureza, el hombre pareció confesar.
Mientras hubo más errores por parte de los investigadores. Las partes del cuerpo de Jessica que deberían haber sido refrigeradas a una temperatura determinada, fueron dejadas en esa heladera a temperatura ambiente. Se perdió lo que quedaba de ella.
El juicio contra David Brooks comenzó en enero de 2003, pero no prosperó y fue declarado nulo. Las pruebas resultaron insuficientes. Fue liberado ese mismo año y, en 2005, se lo declaró absuelto.
Solo podrían volverlo a juzgar si conseguían nuevas pruebas.
El caso volvió a foja cero y se enfrió. El mismo año de su liberación Brooks volvió a estar en las noticias. Esta vez por algo loable: había rescatado a varios chicos de un incendio en una casa rodante. El sospechoso exonerado murió muchos años después, en junio de 2021, de un infarto masivo.
Edna y Mike perdieron toda su fe en las fuerzas policiales y judiciales. Habían quedado no solo destruidos, sino también frustrados y decepcionados. Ya no confiaban en nadie. Lo que vendría sería peor aún.
La sábana estampada
A principios del año 2013 el caso se reabrió gracias a una nueva detective de Louisville, Lynn Hunt. La joven investigadora decidió tomar casos que habían quedado no resueltos y decidió empezar por el de Jessica Dishon. Cuando revisó todo lo que había en esas cajas quedó estupefacta al ver lo mal que habían trabajado sus predecesores. Había errores de todo tipo. Se contactó con la familia y uno de sus hermanos le entregó otra caja con las pertenencias que quedaban de su hermana. Se la había devuelto la policía.
Examinando a fondo cada escrito y pieza de evidencia descubrió algo que le pareció curioso: el coeficiente intelectual de David Brooks era bajísimo. Tenía un IQ de 61 (un hombre adulto promedio tiene, en general, entre 85 y 114). Y su confesión parecía forzada. Lynn se preguntó de inmediato si David había entendido realmente las preguntas que le habían hecho los agentes o si estos habían tomado sus falencias intelectuales como afirmaciones de una confesión. Ese bajísimo nivel de inteligencia podría explicar, además, su comportamiento anormal.
En eso estaba cuando un colega la llamó para decirle que un recluso quería hablar y decía que tenía información sobre quién había asesinado a Jessica Dishon. Lynn tomó el dato con pinzas, pero fue a entrevistarlo. Este sujeto le relató que había compartido celda con un abusador de niños como él, que se habían hecho grandes amigos y habían compartido detalles de sus crímenes. El tipo le había contado que había asesinado a Jessica Dishon y que antes había abusado de ella durante años, mientras vivía en su casa.
El nombre señalado por el recluso se llamaba Stanley Dishon y estaba en prisión por abusos sexuales a menores de edad, incesto y sodomía. Stanley era nada menos que el tío paterno de la víctima.
Lynn Hunt se dio cuenta de que no se había equivocado yendo a la cárcel. Ahora tenía un sospechoso importante.
Hubo más. Revisando los archivos del caso descubrió algo escalofriante: en 2002, otro preso había contado lo mismo que este sobre Stanley Dishon. Estaba todo escrito en una carta a la que la policía no le había prestado la mínima atención. Allí, el recluso afirmaba una vez más que Stanley Dishon había asesinado a su sobrina.
La historia era que Stanley había saltado de casa en casa entre sus familiares, viviendo siempre con sus hermanos y sobrinos. Al final, había caído en prisión por el repetido abuso sexual de menores de su familia.
La detective Hunt pudo determinar que Stanley había convivido con la familia de Mike Dishon desde 1989 a 1996. Siete años. El compañero de celda que denunció a Stanley dijo que este se jactaba de haber mantenido con frecuencia relaciones sexuales con Jessica desde, más o menos, los 12 años de ella. Según los relatos de los convictos, a mediados de 1999, Jessica ya con 17 años se puso de novia por primera vez y Stanley había comenzado a temer que ella revelara los abusos a su pareja. Celoso y furioso, la mañana del 10 de septiembre Stanley había ido hasta la casa de Jessica y la encontró subiendo a su auto para ir al colegio. La encaró y le exigió que rompiera con su novio, pero Jessica se negó y lo amenazó con denunciarlo si no la dejaba tranquila. Stanley enloqueció de rabia y Jessica asustada intentó marcar al 911. No terminó de hacerlo porque Stanley la tomó por la fuerza y la bajó del auto.
Jessica logró zafarse para meterse dentro de su casa, pero él la persiguió, la alcanzó y la golpeó con violencia, repetidas veces. Luego la ató con unas sábanas y la llevó a un granero cercano abandonado. Abusó de ella y la torturó durante días hasta que terminó por estrangularla. Removió algunas partes del cuerpo para que pareciera que su muerte había sido producto de un ajuste de cuentas por drogas. Luego, movió el cuerpo a otro sitio, al lado de la ruta, cuesta abajo de ese granero. Y enterró el zapato que quedaba debajo de un árbol cercano.
Lo del desmembramiento la policía no lo había revelado ni había sido publicado. Era un dato crucial que los presos no podían saber si no se lo hubiera referido el mismísimo homicida. Era una buena prueba de que Stanley era el responsable.
Lynn Hunt decidió ir a revisar el terreno por sí misma. Quería ver si tantos años después todavía podía hallar algo que los ayudara. Le pidió colaboración a uno de los hermanos de Jessica, sin decirle que sospechaban de su tío.
El primer día de búsqueda no encontraron nada. En el segundo, el 25 de abril de 2013, tuvieron un golpe de suerte: hallaron una especie de granero abandonado, al lado de un camino, sobre Greenwell Ford. Entraron y comenzaron a revolver todo lo que había. No demoraron mucho en toparse con un trapo. Eran una sábana y una funda de almohada. Iguales, dijo el joven, a las que tenía Jessica en su cama aquel día y que no habían encontrado. Se dirigieron hasta la casa de los padres. El dormitorio de Jessica estaba como en 1999. Catorce años después, el género que habían hallado, era esa sábana extraviada. El estampado exacto.
No había dudas: Jessica había sido abusada y torturada en ese granero antes de morir. La pasividad de la policía local había sido, literalmente, un arma mortal.
El tío abusador
La detective Lynn Hunt hurgó en la condena previa que había purgado Stanley y descubrió que había abusado de varias menores. Una era una familiar que había sido violada por él de pequeña y que, cuando declaró y le pidieron que describiera lo que su tío le había hecho, se desmayó. Tal era la perversión del oscuro personaje.
Poco después de los hallazgos de Hunt, Stanley Dishon fue interrogado por el salvaje crimen de su sobrina. Resultó arrestado, inculpado y fue a juicio.
Mike no podía creer que su hermano pudiera haber hecho algo semejante. La familia pronto se dividió en dos bandos: su hermana Wanda lo creía inocente y su hermano Mike, padre de la víctima, culpable.
Mike recordó que, durante los primeros momentos de la desaparición de su sobrina, Stanley había tenido conductas extrañas. La primera mañana de búsqueda, cuando habían llegado a unos 200 metros del granero y cerca de donde se hallaría luego el cuerpo, Stanley se había descompuesto súbitamente y vomitó. Su mujer, Carol Ann Walters, también señaló algo llamativo: por esas semanas Stanley se había vuelto adicto a los noticieros y luchaba contra el insomnio. Y agregó que a ella le había parecido raro que no lo interrogaran al respecto. Mike dijo ya sin reparos: si su hermano había sido capaz del crimen, merecía ser colgado, ser sentenciado a muerte.
Stanley iría a juicio por el asesinato y violación de Jessica Dishon, pero con los agravantes de su pasado como abusador de menores durante tres décadas, podría tener cadena perpetua. Después de mucho discutirlo con sus abogados Stanley Dishon aceptó, en 2015, un acuerdo de culpabilidad que sería beneficioso para él. Obtuvo gracias a eso 20 años de cárcel con la posibilidad de libertad bajo palabra cumpliendo los primeros 16 tras las rejas. Tenía 56 y podría salir, en 2031, con 72 años.
Tanto Edna como Mike, hoy divorciados, creen firmemente que él fue el asesino de Jessica. Mike se apoya en la idea de que “si fueras inocente y no estuviste envuelto en eso vas a hacer todo lo posible por pelear para ser declarado inocente”. Pero Stanley optó por acordar. Ambos padres sostienen que falta mucho más para conocer toda la verdad: argumentan que para mover el cuerpo de su hija se habrían necesitado, al menos, dos personas. Edna asevera: “Creo que él lo hizo pero también creo que hay más personas involucradas que no deberían andar sueltas por las calles”.
Habla el asesino
No todo terminaría con la condena de 2015. En 2019 Stanley Dishon decidió salir a hablar públicamente, desde la penitenciaría de Eddyville, en el estado de Kentucky: quería que se reabriera el caso para limpiar su nombre y decirle al mundo que no era el asesino de su sobrina. “Quiero decirle a la gente que soy un hombre inocente. Que fui enviado a prisión equivocadamente. Yo no maté a Jessica Dawn Dishon. Nunca tuve nada que ver con eso”, repite. Volvió con el asunto de que ese día estaba, desde antes de las 7 de la mañana, en su trabajo en la compañía Hércules Coach Company, en Louisville. Insistió en que sus compañeros de trabajo y la secretaria de su jefe, podrían confirmarlo. Pero lo cierto es que la empresa cerró en 2006 y que todos esos personajes ya habían declarado en 2015: ninguno recordó si él había estado o no ese día en el trabajo. Dishon insistió con que él se había declarado culpable por consejo de sus abogados y que no había comprendido la gravedad de lo que estaba haciendo. Pero el juez le recordó que cuando se lo preguntó había dicho que comprendía perfectamente lo que estaba haciendo. Su abogada Jennifer Wittmeyer admitió que, con el equipo de letrados, le habían aconsejado declararse culpable, y dice que ellos creen que “quien mató a Jessica sigue ahí afuera”.
Stanley Dishon arremetió una vez más y se contactó con el equipo de Kentucky Innocence Project para que atendieran su caso. Les dijo que se ofrecía para hacer el test del polígrafo y que daría su ADN. Susanne Hopf, directora del organismo, confirmó que Stanley se había acercado a ellos en 2017, pero reveló que le habían respondido que, por el momento, no podrían tomar su caso aunque no descartaban hacerlo en el futuro.
El abogado del estado, Mike Ferguson, asegura que Stanley Dishon participó en cada centímetro de su acuerdo y que discutió largamente con sus abogados el asunto. Agregó que su ofrecimiento de ADN y para someterse al detector de mentiras parece una broma: “¿A quién puede importarle eso ahora?”. Su historia de abuso sexual a menores y las declaraciones de los compañeros de celda para él son más que suficientes: “Es un hombre despreciable, maligno. Está dónde pertenece”.
Lo cierto es que si bien la evidencia contra Stanley Dishon es circunstancial ya que se basa en el testimonio de dos ex convictos había dos detalles que solo el asesino podía conocer: dónde estaban la sábana y la funda halladas por Hunt y lo del desmembramiento del cadáver.
Hipótesis incomprobables
Algunas dudas permanecen. ¿Podría Stanley haberle pedido ayuda a David Brooks y eso avalar el olor que sintieron los perros en el allanamiento al vecino, la extraña fogata de restos y la conducta estrafalaria de ese sujeto? ¿Podría David haber quemado cosas y no saber en qué se había involucrado por su bajísimo nivel intelectual? Todo puede ser. El vecino podría haber sido utilizado por Stanley para que pusiera en esa pira algunas de las prendas de Jessica sin saber qué estaba haciendo y que los guantes negros, marcados por los perros de rastreo cadavérico, también se los hubiera dado Stanley.
Hay más preguntas. Los gritos que había sentido Christopher Dishon la tercera mañana de la desaparición de su hermana… ¿podrían haber sido efectivamente de Jessica? ¿O los imaginó?
Si ella ya hubiera estado secuestrada en el granero, sería imposible, pero hay otra teoría. En esta se sostiene que la adolescente podría haber estado encerrada en el baúl del auto de Stanley Dishon que estaba en el área de la casa de la familia. Quizá recuperada de un desmayo podría haber gritado. Es posible.
De todos modos, ya no se podrá saberse porque David Brooks murió una década antes de que Stanley fuera preso y el actual convicto no parece querer confesar lo que hizo sino todo lo contrario: quiere decir que no hizo nada.
Lo cierto es que si Stanley hubiera cerrado su boca en la cárcel, donde estaba preso por otros abusos, jamás se hubiera sabido nada de nada de lo ocurrido con Jessica. La fanfarronería perversa de un asesino y pedófilo fue la clave para que el caso se resolviera.
A veces, es desolador, porque parece que el brazo del mal destino te puede alcanzar en cualquier sitio seguro, en cualquier actividad cotidiana o en cualquier mañana de sol.