La leyenda del francotirador que mató a centenares de nazis y su batalla silenciosa con el alemán que enviaron para liquidarlo

Vasili Záitsev fue un héroe de las fuerzas que condujo Stalin y su nombre se convirtió en sinónimo de precisión a la hora de eliminar enemigos. Su historia llegó al cine aunque algunas de sus hazañas fueron puestas en duda. Murió el 15 de diciembre de 1991 cuando la URSS se desmoronaba

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 “Me gustaba ser francotirador y gozar de licencia para elegir a mi presa", escribió Vasili Záitsev, héroe de la Segunda Guerra Mundial
“Me gustaba ser francotirador y gozar de licencia para elegir a mi presa", escribió Vasili Záitsev, héroe de la Segunda Guerra Mundial

Ahora es fácil encontrarlo. Está sepulto en la colina de honor Mamayev Kurgán, en el cementerio de Volgogrado, la ciudad que fue Stalingrado durante los años de la guerra contra los nazis de Adolf Hitler y que él, Vasili Záitsev, defendió con uñas, dientes y su infalible rifle de francotirador, el más famoso de la Unión Soviética. Vasili sobrevivió a la guerra rodeado de su fama y sus condecoraciones, murió a los setenta y seis años en Kiev, en la hoy castigada Ucrania, el 15 de diciembre de 1991, pocos días antes de que la URSS que había defendido en los días helados del asedio nazi, desapareciera para siempre arrastrada por el aluvión de la modernidad: un pasado que Vladimir Putin intenta restaurar. Si lo dejan, tendrá éxito. Vasili fue enterrado primero en Kiev, pero años después se le concedió el sitial de honor de los muertos ilustres en el cementerio de la vieja Stalingrado. Y allí fue enterrado, con sus historias, sus leyendas, su mitología y su heroísmo.

Hoy es fácil encontrarlo, pero durante toda su vida Vasili Záitsev vivió oculto, disimulado, escondido, cubierto, enmascarado, disfrazado, misterioso, invisible, furtivo, anónimo, incógnito, remoto y callado. Le iba la vida en ello. Esas son las condiciones elementales de un francotirador: el que las viola, es hombre muerto. Como francotirador, Vasili liquidó a una cantidad no muy determinada de enemigos: las cifras oscilan entre doscientos cuarenta y dos y llegan hasta los cuatrocientos. Muchos. La verdad de su historia hace juego con su personalidad: está oculta, simulada, remota. Fue beneficiario, acaso también víctima, de la propaganda estalinista desatada sobre sus hazañas de guerra y destinada a ensalzar el valor y la pericia de los francotiradores soviéticos en particular y del soldado soviético en general.

Después, sus memorias escritas al final de la guerra, la literatura y en años recientes el cine, agrandaron su leyenda. Vasili es casi un mito griego: es Odiseo que sitia Troya y luego vuelve a casa, no importan cíclopes y sirenas que se entrometan. Es verdad que fue un combatiente feroz y eficiente, con una lógica de acero que lo mantuvo sano y vivo; es verdad también que fue un maestro de francotiradores, un tipo que no se calló nada, que hizo escuela y que diseñó una estrategia eficaz y desconocida, inaplicada hasta entonces en el andar de esos lobos solitarios que son los francotiradores: anuló la soledad, empezó a trabajar a dúo con otros colegas emboscados, sigilosos y de excepcional puntería.

También es cierto que los alemanes enviaron a uno de sus mejores tiradores silenciosos para que lo liquidara, para terminar con el andar exitoso de Vasili, que mataba cada vez con más eficacia, y que dirigía el cañón de su fusil a la cabeza de oficiales de rango del poderoso VI Ejército del general Friedrich von Paulus que asediaba Stalingrado, como un Odiseo del mal.

Y es cierto también que Vasili liquidó de un certero balazo en la cabeza el enviado alemán y con eso no sólo ganó mayor fama, sino que anuló la estrategia nazi de alzarse con la gloria de haber liquidado el joven héroe soviético para minar así la confianza y los ímpetus de sus camaradas. Todo eso es verdad. Lo que está en el maleable terreno de la épica y la leyenda no es qué pasó, sino cómo pasó. Para eso son los mitos.

Vasili Záitsev nació el 23 de marzo de 1915 en un pueblo, Yeleninka, vecino a los Urales, dos años antes de la llegada de los soviets al poder, en medio de una familia de campesinos. Aprendió a gatear en los bosques y a cazar apenas levantó tres cuartas del suelo: su abuelo le enseñó los misterios del arco y las flechas. Era un chico tan diestro que, cuando cumplió doce años, el abuelo juntó sus ahorros y le regaló una escopeta. Abuelo y nieto cazaban juntos, esas excursiones no se olvidan nunca, y de a poco, el joven siberiano aprendió un oficio rudo que todavía no sabía de su existencia: la caza de seres humanos. Vasili contó en sus memorias: “Aprendí a interpretar las huellas de los animales como quien lee un libro; aprendí a buscar las guaridas de lobos y osos, a armar escondites tan bien camuflados que ni mi abuelo podía encontrarme hasta que yo no lo llamaba o me hacía visible”. Esa es la forja de un francotirador.

Las memorias de Vasili, tal vez pasadas al papel con la ayuda de un eficaz escritor del estalinismo, hablan de una pequeña hazaña del muchacho cazador. Su primera presa fue una cabra de monte, una criatura inocente apta sin embargo para guisar en aquel ambiente cerril; la llevó a su guarida y, en plena noche siberiana, ambos fueron acechados por lobos hambrientos que anhelaban hincarle los dientes a uno de los dos, o a los dos. Vasili mató a un par de lobos de certeros disparos en la cabeza y así fue como paciencia y sigilo se metieron en su piel y empezaron a circular por su torrente sanguíneo.

Vasili Záistev escribió un libro llamado “Memorias de un francotirador en Stalingrado”
Vasili Záistev escribió un libro llamado “Memorias de un francotirador en Stalingrado”

Como sucede con toda infancia, la de Vasili terminó junto con sus estudios y con sus experiencias como cazador furtivo. En 1930, a los quince años, se graduó en la escuela técnica de construcción de la ciudad de Magnitogorsk como especialista en instalaciones. La caza, los disparos y el camuflaje quedaron en el atril de la niñez. Los rumores de guerra en 1937, el ascenso imparable de Hitler en Europa y sus ansias inocultables de expansión territorial hacia el Este, lo había puesto por escrito pero pocos lo leyeron o pensaron que podían controlar a aquel monstruo desatado, hicieron que Vasili fuera reclutado en la Flota del Pacífico de la URSS con un cargo muy alejado de los setos, los robles y los lobos: contador jefe del departamento de Finanzas de la flota. El cargo hacía honor a sus estudios: Vasili se había graduado en la Escuela de Economía Militar. Fue destinado a la Bahía de Preobrazhenie y allí lo sorprendió el estallido de la Segunda Guerra. La Unión Soviética estaba al amparo del conflicto porque había firmado un tratado de paz y amistad con la Alemania nazi, un tratado que rubricaron Joachim von Ribbentrop por Hitler y Viacheslav Molotov por Stalin. Hitler iba a convertir ese tratado en papel mojado en el verano de 1941: invadió la Unión Soviética ante la perplejidad de Stalin.

Vasili pasó de los libros contables a las trincheras. Y aquí empieza parte del mito. Una de las leyendas dice que Vasili fue voluntario al frente. En cambio, el escritor e historiador Antony Beevor, en su fantástico “Un escritor en guerra – Vasili Grossman en el Ejército Rojo”, afirma otra cosa. Vasili Grossman fue el gran cronista soviético de la guerra. Después, como no podía ser de otra manera, fue perseguido por Stalin y su obra censurada y ocultada. Murió en 1964 y su mujer logró sacar de la URSS gran parte de sus manuscritos que se editaron en Europa occidental. Grossman afirma, según Beevor y no hay por qué no creerle, que “un tal Záitsev” había derribado por accidente a un “piloto famoso” de la URSS y que, como castigo, fue enviado al frente, a Stalingrado, como un soldado más. Grossman estaba seguro de que “un tal Záitsev” era Vasili Záitsev.

De nuevo con un fusil al hombro, Vasili hizo en el frente lo que había hecho en los bosques Urales: mató con precisión y exactitud. Parte de la leyenda dice que los alemanes arrasan con una posición soviética, provocan una decena de muertes y lanzan los cuerpos a una fosa. Entre los cadáveres, vivo, oculto y disimulado, porque eso era lo suyo, se escondió Vasili que horas después, mata sin hacerse notar a tres oficiales nazis. Con esa hazaña en los hombros, pasa de inmediato a la categoría de francotirador. Grossman está seguro de que Záitsev era un gran tirador, pero sugiere que las bajas que provocó fueron inferiores a las que le adjudican porque, cuando combatió en Stalingrado, las más grandes batallas habían pasado ya.

Eso es difícil de sostener. Stalingrado fue toda una gran batalla y se combatió con desesperación suicida hasta el último día. Vasili debe haber matado a muchos alemanes como para que, desde Berlín, enviaran a un maestro de francotiradores para acabarlo. Como fuere, Vasili fue miembro del 1047° Regimiento de Fusileros de la 284ª División de Fusileros Tomsk, parte del 62° Ejército que comandaba el teniente general Vasili Chuikov desde el 17 de septiembre de 1942. Los alemanes sitiaron la ciudad el 23 de agosto de 1942 y se rindieron el 2 de febrero de 1943. Toda la gran sangría que provocó más de un millón de muertos, duró ciento cuarenta y dos días. Vasili llegó al combate a menos de un mes de iniciado el sitio. ¿Cuánto es mucho tiempo, cuánto es poco, cuánto tiempo es suficiente en una guerra?

Las hazañas de Záitsev fueron reflejadas en la prensa del régimen estalinista, eran parte de la propaganda de guerra destinada a mantener en alto el ánimo de la población y de las tropas. Vasili no sólo intentó con éxito honrar su fama, sino que empezó a adiestrar a otros reclutas en el arte espinoso y arriesgado del ocultamiento y el disparo de precisión.

Entre sus mejores alumnos estuvieron Víctor Medvedev, Anatoli Chéjov y Tania Chernova. Los tres sembraron el terror entre los nazis que empezaron a temer alzar la cabeza de trincheras y ruinas, porque morían de inmediato. Las fuentes, tal vez engolosinadas por la propaganda, afirman que los veintiocho tiradores formados por Záitsev, liquidaron a más de tres mil enemigos. Cuando la cuenta de matados por Vasili llegó a cien, lo condecoraron con la Orden de Lenin, un reconocimiento que, lejos de aplacarlo, renovó su entusiasmo.

El actor Jude Law interpretó al francotirador Vasili Záitsev en la película Enemigo al acecho
El actor Jude Law interpretó al francotirador Vasili Záitsev en la película Enemigo al acecho

Un párrafo aparte para Stalingrado, que se alzaba en una zona de acceso al petróleo que los nazis consideraban vital para su esfuerzo de guerra. Stalingrado era la obsesión de Hitler, una de sus dos obsesiones. La otra era Leningrado, a la que sitió por hambre. Si hubo una tercera obsesión, fue Moscú, a la que jamás llegó el ejército alemán, sólo arañó algunos suburbios. Pero Leningrado llevaba a Lenin en su nombre. Y Stalingrado a Stalin: rendirlas era más que una victoria militar. Por lo mismo, los soviéticos defendieron esas dos ciudades símbolos con un empecinamiento que llevó a Stalin a firmar la Orden 227, que obligaba a sus comandantes a impedir la retirada de sus hombres… de cualquier modo. Autorizó también a los jefes militares a fusilar a todo soldado soviético que intentara retroceder.

La ciudad era un estirado lagarto de veinticuatro kilómetros de largo sobre el Volga y unos diez kilómetros de ancho extendidos hacia el oeste, el lado más poblado, el más útil, el más rico, el más cuidado. El lado este del Volga estaba olvidado. No existían puentes que unieran una y otra orilla, conectadas por un servicio de lanchas y barcazas. Los bombarderos nazis destruyeron el lado más poblado de la ciudad y su rica zona industrial: redujeron la ciudad a escombros para dominarla. Los soviéticos hicieron de la desgracia una virtud. Usaron esos escombros para apostar a sus tiradores y hacer la conquista de la ciudad muy difícil, si no imposible, al ejército enemigo. Hubo en las tropas de von Paulus algo de insolencia, de inmodestia, tal vez, de soberbia incluso: la destrucción total, esta vez, no conduciría a la victoria. Otro detalle insignificante: para infundir más terror en la Europa ocupada, las botas, el calzado en general de las tropas alemanas, en especial el de las SS, llevaban la suelas tachonadas de clavos. Se oía venir a los nazis. Pero en la nieve y el hielo rusos, esas suelas metalizadas favorecieron el veloz congelamiento de los pies de los invasores. La arrogancia nunca es buena consejera, menos en una guerra.

Por esos días de hielo y nieve, tal vez en noviembre de 1942, Vasili supo que los nazis habían enviado a un experto a matarlo. Lo relató en su libro, “Memorias de un francotirador en Stalingrado”, una obra que, bueno es anticiparlo, Beevor califica de exagerada y de “hinchada hasta el cansancio” por los altos mandos del Comité Central del Partido Comunista. Todo empezó, relató Vasili, una noche en la que sus hombres capturaron a un soldado alemán que confesó que la Wehrmacht había enviado a un tirador experto para liquidar “al gran conejo ruso”. Conejo o liebre, según la traducción, es el significado del apellido de Vasili, Záitsev. La alusión del prisionero revelaba que los nazis sabían, siempre según las memorias de Vasili, quién era el francotirador al que buscaban. No hacía falta mucha astucia: los datos figuraban en la prensa soviética.

¿Quién era el tirador alemán? Para Vasili era el mayor Erwin Konig, o Konings, tal vez director de la escuela de francotiradores de la Wehrmacht. Relató Vasili en sus memorias: “La noticia me inquietó. Yo estaba tendido, extenuado, y para un francotirador no hay peor enemigo que la fatiga. Un francotirador cansado actúa con apuro, pierde precisión. Konig tenía que ser un zorro astuto. Los alemanes no eran precisamente unos aficionados, y además, para llegar a director de la escuela de francotiradores, Herr Konig tenía que haber competido con éxito contra los mejores tiradores”. Más adelante, reveló cómo había decidido enfrentarlo: “Cada francotirador tiene sus tácticas y sus técnicas, sus ideas y sus ingenuidades. Pero todos, principiantes y veteranos, deben recordar siempre que frente a ellos aguarda un tirador maduro, resuelto, perspicaz y certero. Hay que ser más inteligente que él, atraerlo y, así, confinarlo a un solo punto. ¿Cómo? Es preciso distraerlo, confundir su atención, cambiar de rumbo, exasperarlo con movimientos engañosos y agotarlo hasta que no pueda concentrarse”.

Vasili Záitsev de joven. Los nazis enviaron a un experto francotirador para matar a la leyenda soviética
Vasili Záitsev de joven. Los nazis enviaron a un experto francotirador para matar a la leyenda soviética

Konig hizo de las suyas hasta enfrentarse con Záitsev. Voló la mira telescópica de uno de los mejores hombres de Vasili e hirió a otro sin que nadie hubiera podido descubrir por donde venían los tiros. Para saberlo, Vasili fue hasta la zona donde habían sido vencidos sus dos camaradas junto a otro de sus mejores alumnos, Nikolai Kúlikov. Trabajar de a dos era el mayor aporte táctico que Vasili había hecho a su trabajo de cazador solitario, que había dejado de serlo. Consistía en que dos francotiradores marcharan juntos, uno como observador con habilidad para disparar, para cubrir una zona desde diferentes ángulos. Los hombres de Vasili, tres grupos de dos, eran conocidos como “Los seises”.

Záitsev y Kúlikov llegaron así a las ruinas de lo que había sido un orgullo de Stalingrado, la fábrica de tractores y cañones “Octubre Rojo”, en referencia clara a la Revolución Rusa, que se había alzado, ahora era todo desechos, cerca de un vital nudo ferroviario que unía a Moscú con el Mar Negro. La fábrica había funcionado al pie de la colina de Mamyaev Kurgán, donde hoy está el cementerio que guarda los restos de Záitsev. En sus memorias, Vasili escribió: “El día estaba terminando. De repente, apareció un casco que se movía despacio por la trinchera. ¿Debíamos disparar? No, era una trampa: la inclinación del casco era muy poco natural. El francotirador esperaba a que yo me delatase. De modo que permanecimos inmóviles hasta la noche”.

Las horas que siguieron fueron de total quietud para los tiradores soviéticos y también para el alemán, que podía intuir donde estaban sus adversarios, mientras que ellos no pudieron saber dónde estaba su enemigo. Se retiraron sin saberlo. El juego de gatos y ratones siguió por dos días hasta que, el tercero, un comisario político llegó con la novedad: había descubierto desde la retaguardia el lugar exacto del tirador alemán. Cuando se levantó para señalarlo, un balazo lo hirió de gravedad. Vasili recordó haber pensado: “Sólo un francotirador de élite era capaz de hacer un disparo como ese; sólo un especialista podía haber disparado con semejante rapidez y precisión”.

Záitsev intuyó que el alemán podía estar escondido detrás de una pila de ladrillos y debajo de una chapa, un sitio que había pasado inadvertido hasta entonces. Para probar la certeza de su pálpito, Kúlikov alzó por encima del escondite soviético y atado a un palo, un grueso guante de invierno. Sonó un disparo. “Ahí tenemos a nuestra serpiente”, recordó haber pensado Vasili. La cacería debió esperar. Se apagaba la tarde y, con la noche, recrudecían los bombardeos de la fuerza aérea alemana. La pareja rusa decidió que la mañana siguiente tampoco sería la del ataque porque la inclinación del sol podía hacer brillar las miras telescópicas de sus fusiles. Decidieron, sin embargo, entretener al enemigo: ni bien amaneció, Kúlikov disparó una bala loca, a ciegas, “para despertar el interés de nuestro oponente”, dijo Vasili en sus memorias.

El final del juego esperó hasta pasado el mediodía, cuando la verticalidad de los rayos de sol impedía todo reflejo en el metal de los rifles, “mientras caían a pleno sobre la posición de nuestro rival”. De pronto, algo brilló en el borde de la plancha de hierro, fue un instante, un brillo leve, apenas perceptible: era Konig, era su fusil. Vasili Záitsev relató el desenlace en sus memorias: “Kúlikov se quitó el casco y lo levantó despacio, con una finta que solo un tirador experto era capaz de ejecutar. El enemigo disparó. Kúlikov se puso en pie, gritó y fingió desplomarse”. El alemán alzó la cabeza apenas por encima de la plancha de hierro para corroborar si le había dado a su enemigo, al que debía imaginar solitario, como él. “Apreté el gatillo y la cabeza del nazi desapareció . La mira de su rifle estaba inmóvil y seguía soltando destellos bajo la luz del sol. La tensión de la caza se había roto. Kúlikov se dio la vuelta en el suelo de la trinchera y prorrumpió en una carcajada histérica”. En la noche, Záitsev y Kúlikov llegaron a la posición que había ocupado Konig, revisaron su cadáver y entregaron toda la documentación que hallaron a su comando, como prueba de su éxito.

Vasili Záitsev nació el 23 de marzo de 1915 en un pueblo, Yeleninka, vecino a los Urales, en una familia de campesinos. Dos años más tarde triunfaría la Revolución Rusa
Vasili Záitsev nació el 23 de marzo de 1915 en un pueblo, Yeleninka, vecino a los Urales, en una familia de campesinos. Dos años más tarde triunfaría la Revolución Rusa

Hasta aquí, la historia oficial contada por su protagonista y avalada por el estalinismo. Según otra de sus grandes obras, “Stalingrado”, Anthony Beevor afirma que el nombre de Erwin Konig, no es otra cosa que un nombre ficticio inventado por los medios de la época que contaron la hazaña soviética. El nombre real del alemán sería Heinz Thorvald, jefe de una de las escuelas de francotiradores del ejército alemán. Konig, Konig o Thorvald, la mira telescópica de su fusil, que fue el trofeo más preciado de Vasili, se exhibe hoy en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú.

Para mayor confusión, todas contribuyen al mito, no hay mención alguna de este duelo en los informes militares soviéticos, incluidos los de Alexsandr Scherbakov, historiador y director de la Oficina de Información Soviética, que registró con minuciosa exactitud al actividad de los francotiradores. Si hubo alguna omisión a corregir, Scherbakov no pudo hacerla. Murió de un ataque al corazón el 10 de mayo de 1945, dos días después de la victoria rusa en Europa. Tenía cuarenta y cuatro años.

Más confusión, más trabas para que Odiseo tarde mucho en regresar a Ítaca: David Webb, autor de “The Gretest Snipers Ever – Los más grandes francotiradores”, sostiene que los nazis destruyeron todos los registros de Erwin Konig, para borrar la humillación de la derrota a manos de un tirador eslavo, etnia a la que los nazis consideraban inferior. También existe la teoría que afirma que fue Thorvald quien eligió el nombre de Erwin Konig para evitar que su apellido real fuese usado por la propaganda soviética si él caía en combate.

Vasili Záitsev no fue el tirador que más alemanes mató durante la guerra. El que más bajas causó fue Iván Sidorenko, a quien le reconocen quinientas muertes. Vasili fue el más famoso y el secreto de su fama es Stalingrado: al término de esa batalla, después de la rendición del VI Ejército de von Paulus, la Segunda Guerra en el frente oriental se dio vuelta: los nazis iniciaron la retirada hacia Berlín y los rusos empezaron a perseguirlos. Beevor sostiene: “Para el 62° Ejército, el taciturno Záitsev, un pastor de las laderas de los Urales, representaba mucho más que un héroe deportivo. Las noticias sobre sus logros pasaban de boca en boca por todo el frente”.

Beevor es también un poco implacable: afirma que el duelo entre los dos francotiradores fue un invento de Stalin. Sin embargo, no puede menos que rendirse ante una tenue evidencia. En su libro “Un escritor en guerra…” cita a Vasili Grossman que refiere un duelo entre Vasili Záitsev y otro tirador de élite enemigo, que apenas duró pocos minutos. En palabras de Grossman, el alemán se levantó de su posición al ver una trinchera soviética vacía y Záitsev le voló la cabeza. Eso cautivaba a Vasili. Escribió en sus memorias: “Me gustaba ser francotirador y gozar de licencia para elegir a mi presa. A cada disparo era como si pudiera oír la bala atravesando el cráneo del enemigo, aunque estuviera a seiscientos metros. A veces, los nazis miraban en mi dirección, como si pudieran verme, sin tener la menor idea de que les quedaban unos pocos segundos de vida”.

El francotirador soviético, varias veces condecorado, está sepultado en la colina de honor Mamayev Kurgán, en el cementerio de Volgogrado, la ciudad que fue Stalingrado
El francotirador soviético, varias veces condecorado, está sepultado en la colina de honor Mamayev Kurgán, en el cementerio de Volgogrado, la ciudad que fue Stalingrado

Realidad, mito, leyenda, propaganda, Vasili llegó al cine de la mano del actor Jude Law, junto a Ed Harris como Konig en “Enemigo al acecho”, una película dirigida por Jean-Jacques Arnaud que es una versión libre de la novela de William Craig.

Más allá de novelas y películas, cuando Stalingrado fue liberado el francotirador fue condecorado como Héroe de la Unión Soviética y recibió, entre otras medallas, dos órdenes de Lenin y dos órdenes de la Bandera Roja. En enero de 1943, Vasili fue herido por una granada de fragmentación y perdió parte de la visión, que era otro de sus tesoros más preciados. La recuperó en Moscú gracias al profesor Vladimir Filatov, el mejor oftalmólogo de la URSS. Vasili volvió al frente y terminó la guerra en las colinas de Seelow, Alemania, como capitán del ejército. Ese mismo año se afilió al Partido Comunista. Además de sus memorias, escribió dos valiosos manuales sobre el arte del francotirador.

En la posguerra, Vasili Záitsev se quedó a vivir en Ucrania y trabajó como ejecutivo de la industria textil. Vio desintegrarse a la URSS y murió el 15 de diciembre de 1991, días antes de que la roja bandera con la hoz y el martillo fuese arriada por última vez en el mástil del Kremlin.

Su deseo final fue que lo enterraran en la ciudad que ahora era Volgogrado pero que en su piel sería siempre Stalingrado. Tuvo que esperar. De haber estado vivo, le hubiese importado nada: la paciencia era una de sus más grandes virtudes. Recién en 2006 sus restos fueron llevados a Volgogrado y enterrados, en una ceremonia con un esplendor que habría hecho sonrojar al tímido francotirador, en una colina del cementerio de Mamayev Kurgán, no muy lejos de la histórica fábrica de tractores y cañones “Octubre Rojo” y ligeramente por encima de donde yacen para siempre treinta y cinco mil defensores de la ciudad.

Así fue como Vasili volvió a estar entre los suyos.

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