El edificio había temblado, pero el hombre, vestido con su típico uniforme militar color verde oliva y sus botas también militares, había continuado impertérrito su discurso frente a la Asamblea General de las Naciones Unidos. Ni siquiera hizo una pausa. Una hora más tarde, paseando por el salón de delegados, Ernesto Guevara hizo un solo comentario sobre el fallido atentado con una bazuca que lo había tenido como blanco pero que, de resultar exitoso, podría haberle costado la vida a muchos de los representantes que estaban presentes. Una crónica de The New York Times cuenta que se sacó de la boca el puro cubano que estaba fumando, sonrió y dijo: “Esto le dio mucho más sabor al asunto”.
Corrían las primeras horas de la tarde del 11 de diciembre de 1964 y el “asunto” al que se refería el Che, por entonces ministro de Industrias de Cuba y delegado de ese país ante la Asamblea, era la fuerte intervención que acababa de protagonizar desde el estrado ante los representantes del resto de los países miembros de la ONU.
La revolución cubana estaba por cumplir seis años en el poder, durante los cuales había enfrentado no pocas situaciones críticas de gran repercusión internacional. Primero, la frustrada invasión de Bahía de los Cochinos, en abril de 1961, y después la crisis de los misiles que había tenido en vilo al mundo en octubre de 1962. A eso se sumaba el “embargo comercial total a Cuba” dictado por Washington.
En su discurso, el jefe guerrillero argentino-cubano, de 36 años, había denunciado el accionar del “imperialismo norteamericano” en América Latina, del “colonialismo” en África, y los “males del capitalismo” en el mundo. También había exaltado el papel de los países no alineados y el papel de los pobres de los países latinoamericanos en la “liberación” de los pueblos.
“Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia (…). Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron”, había dicho.
En eso estaba a las 12:10 del mediodía, cuando se escuchó la explosión y el edificio entero de la ONU en Manhattan tembló y los vidrios de muchas de sus ventanas estallaron en pedazos.
Una mujer con un cuchillo
El día previsto para que Guevara hablara ante la Asamblea había comenzado tenso y continuado caldeado. Bien temprano, una llamada anónima alertó sobre la presencia de una bomba en el edificio de la ONU. Cuando el personal de seguridad lo revisó exhaustivamente, palmo a palmo, no encontró nada.
A media mañana, a la tensión provocada por la amenaza de bomba se le sumó la concentración de un numeroso grupo de exiliados cubanos que organizó una protesta frente al edificio para repudiar la presencia de Guevara y, en su persona, la revolución encabezada por Fidel Castro. Más allá de los gritos y las pancartas, la manifestación se desarrollaba con tranquilidad hasta que una mujer se desprendió del grupo y corrió, empuñando un cuchillo de caza con una hoja de 20 centímetros, hacia la puerta de la sede. Cuando la detuvieron, la mujer, una exiliada cubana llamada Molly González, dijo sin eufemismos que se proponía “liquidar” al Che clavándole el arma entre las costillas.
Guevara supo del episodio cuando ya estaba dentro del edificio y preparaba sus papeles para pronunciar el discurso. Se lo tomó con calma: “Es mejor ser asesinado por una mujer con un cuchillo que por un hombre con un arma de fuego”, dijo y siguió revisando el texto.
Una explosión y un temblor
El turno del representante cubano para hablar en la Asamblea llegó poco antes de las 12. Aplaudido por buena parte de los delegados de otros países, Guevara dejó su asiento y caminó sin prisa hacia el estrado. Después de dirigirse al presidente de la Asamblea y a los otros delegados, comenzó: “La representación de Cuba ante esta Asamblea se complace en cumplir, en primer término, el agradable deber de saludar la incorporación de tres nuevas naciones al importante número de las que aquí discuten problemas del mundo. Saludamos, pues, en las personas de su presidente y primeros ministros, a los pueblos de Zambia, Malawi y Malta y hacemos votos porque estos países se incorporen desde el primer momento al grupo de naciones no alineadas que luchan contra el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo”.
Después denunció al “intervencionismo norteamericano” y defendió la soberanía de Cuba y su derecho a la defensa. “Como es de todos conocido, después de la tremenda conmoción llamada crisis del Caribe, los Estados Unidos contrajeron con la Unión Soviética determinados compromisos que culminaron en la retirada de cierto tipo de armas que las continuas agresiones de aquel país -como el ataque mercenario de Playa Girón y las amenazas de invadir nuestra patria- nos obligaron a emplazar en Cuba en acto de legítima e irrenunciable defensa. Pretendieron los norteamericanos, además, que las Naciones Unidas inspeccionaran nuestro territorio, a lo que nos negamos enfáticamente, ya que Cuba no reconoce el derecho de los Estados Unidos, ni de nadie en el mundo, a determinar el tipo de armas que pueda tener dentro de sus fronteras”, agregó.
El discurso iba en un continuo crescendo cuando, a las 12:10, se escuchó una explosión que hizo temblar al edificio y provocó el estallido de los vidrios de varias ventanas. Afuera, los manifestantes que seguían protestando se dispersaron presas del pánico. En el estrado, Ernesto Guevara no se inmutó y siguió leyendo como si nada hubiese pasado. Minutos después lo terminó pronunciando la consigna que más identificaba a la revolución cubana: “Patria o Muerte”.
Un disparo de bazuca
No tardó en saberse que se había tratado de un disparo de bazuca, más precisamente de una de las utilizadas por el ejército estadounidense, realizado desde Queens, del otro lado del Río Hudson, y dirigido hacia el edificio. Las pericias determinaron después que el o los tiradores habían apuntado a la parte trasera del edificio de la ONU, donde se encuentra la sala del Consejo de Seguridad, a pocos metros de donde Guevara estaba hablando ante la Asamblea General.
Sin embargo, el cohete no llegó a alcanzar el edificio, sino que estalló a 183 metros de distancia, sobre las aguas del Hudson. La crónica de The New York Times relata que, a pesar de eso, generó una onda expansiva que hizo temblar el edificio, rompió los vidrios y provocó un fuerte oleaje que impactó contra la estructura del edificio. Algunos testigos hablaron de “un temblor de tierra” o de “un pequeño tsunami”. El diario neoyorquino señaló también que la explosión y los gritos de la multitud que se encontraba al frente marcaron uno de los episodios “más extravagantes” desde que la ONU se trasladó a su sede en el lado este de Manhattan en 1952. De hecho, hasta entonces nadie había atentado contra el edificio.
Dudas y cortinas
Nunca se supo si se trató de un atentado fallido o si en realidad quienes dispararon evitaron deliberadamente impactar contra el edificio y solo quisieron dar una señal, un mensaje o simplemente generar inquietud. Los culpables no fueron identificados y mucho menos capturados, lo que dio lugar a la circulación de múltiples rumores que apuntaron, incluso, a la CIA y otras agencias de seguridad estadounidenses.
Pocos días después de la explosión, la sala de reuniones del Consejo de Seguridad de la ONU extremó sus medidas preventivas con la instalación de cortinas protectoras, lo que obligó durante más de medio siglo a los representantes de los países que lo integran a reunirse sin ver la luz del sol.
Recién en 2019 fueron retiradas a pedido de Alemania, que ejercía la presidencia temporal del organismo. Al anunciarlo, la representación alemana explicó sus motivos: “La transparencia y apertura a una membresía más amplia de Naciones Unidas y a la sociedad civil son cruciales no solo simbólicamente, sino también en la práctica, para la credibilidad y legitimidad”.