Suele ser primavera cuando la naturaleza explota y la juventud festeja. Una noche de mayo de 1996 Kristin Smart (19), alumna de la Universidad Politécnica de California, en San Luis Obispo, volvía de una fiesta en los alrededores del campus estudiantil cuando, en el trayecto hacia su dormitorio, desapareció.
En Estados Unidos mayo es primavera, pero para la familia Smart no hubo nada que festejar —en esa fecha ni en ninguna otra— durante décadas. Porque la desesperación por la ausencia de la joven pareció convertirse en polvo de olvido con la investigación estancada. Sin embargo, años más tarde, el caso resucitó.
Esta es la historia de Kristin y de cómo vinimos a saber qué había pasado aquella última noche de su vida.
Recibir ayuda de manos equivocadas
Kristin Denise Smart nació el 20 de febrero de 1977 en Augsburgo, Baviera, Alemania del Oeste. Unos años después sus padres, Denise y Stan Smart, se trasladaron con sus tres hijos (Kristin, Matt y Lindsey) a los Estados Unidos por trabajo. Se instalaron en Stockton, California, donde ambos ejercían como maestros para los hijos del personal militar norteamericano.
Para sus 19 años Kristin ya había hecho muchas cosas. Había viajado sola; había pasado un verano en Londres; había realizado un intercambio estudiantil en un país sudamericano; y había trabajado como guardavidas en Hawaii. Bellísima, deportista (practicaba natación y esquí) y muy alta (medía 1,85 metros), estaba cursando su primer año en la Universidad Politécnica de California, en San Luis Obispo. Como la mayoría de los estudiantes vivía en uno de los edificios del campus.
Su madre, Denise, había sido la que más la había empujado a estudiar en esa institución porque quedaba a menos de 400 kilómetros de su casa. Para el tamaño de Estados Unidos eso era bastante cerca. Kristin había adoptado la costumbre de llamar a su familia todos los domingos.
El viernes 24 de mayo de 1996 comenzaba el fin de semana del Memorial Day (Día de los Caídos, un feriado federal que se festeja el último lunes de mayo de cada año y caía 27 del mes). Unas amigas invitaron a Kristin a una fiesta en el campus esa misma noche. No lo pensó dos veces, quería salir. No se llevaba muy bien con su compañera de habitación así que fue a convencer a su amiga del dormitorio de al lado, Margarita Campos, para que fuese con ella.
Cuando llegaron esa tarde a la fiesta vieron que no era gran cosa: algunos compañeros estaban dando vueltas por ahí, unas pocas bebidas, otros jugaban videojuegos. Decepcionadas y aburridas se fueron hacia otra área del campus donde habría seguramente alguna fiesta más en alguna otra fraternidad. Llegaron así a una en Crandall Way, un sitio pegado a la universidad. Margarita, que era muy introvertida, estaba cansada de dar vueltas y le dijo a Kristin que se iba a dormir, que volvía a su habitación. Kristin insistió en que se quedara pero Margarita no cedió. Sabiendo que Kristin no tenía llaves ni dinero encima, le dio las suyas así podría entrar más tarde al edificio del Hall Muir donde vivían.
Cuando Margarita se fue, Kristin estaba completamente sobria.
Aproximadamente a las 2 de la madrugada del sábado 25 de mayo de 1996 Kristin cayó inconsciente sobre el pasto de una casa. Con la cara contra el suelo la encontraron Cheryl Anderson y Tim Davis, quienes acababan de retirarse de la fiesta. La ayudaron a incorporarse y, como no la vieron en buen estado, se ofrecieron para acompañarla hasta su residencia. Fue entonces que, de la nada, apareció un cuarto estudiante en escena: Paul Flores, también de primer año. Se acercó para colaborar. Casualmente la habitación de Paul quedaba en el Hall Santa Lucía, más cerca del Hall Muir, donde se alojaba Kristin, que los cuartos de los otros chicos. Paul aseguró que se ocuparía de llevarla.
Tim Davis fue el primero en irse, era el que tenía el trayecto más largo esa noche hasta su edificio. Cheryl iba caminando delante de Paul y Kristin que avanzaban muy lentamente. Cada tanto los esperaba. Hasta que llegó al camino donde debía desviarse para ir hacia su alojamiento.
Quedaron solos. Paul y Kristin.
¿Dónde está Kristin?
Al día siguiente Margarita Campos esperaba que su amiga golpeara la puerta de su cuarto para devolverle las llaves. Como Kristin no fue decidió ir ella a tocarle la puerta. Pero no respondió. Pensó que estaría dormida profundamente o, quizá, se había quedado a pasar la noche en otro lado. Más tarde, cuando la compañera de habitación de Kristin regresó, ambas se dieron cuenta de que la joven no había vuelto en ningún momento. Todo estaba en su lugar: su identificación, su monedero, su dinero. Les pareció raro y llamaron a la policía de seguridad del campus universitario. Los agentes no se preocuparon demasiado. ¿Estaban seguras de que no se había ido a algún lado? Quizá se estuviera divirtiendo o, simplemente, se hubiera ido a visitar a su familia por el fin de semana largo. Era algo habitual.
El domingo 26 de mayo Denise Smart pasó el día en la competencia de natación de sus hijos menores, Lindsey (14) y Matt (17). Ese día los Smart estuvieron tan ocupados que no se dieron cuenta de que Kristin había faltado a su cita telefónica: no había llamado.
El lunes 27, como Kristin no había retornado a su residencia, las autoridades universitarias decidieron contactar a sus padres. Llamaron a su casa y atendió Denise. Le contaron que Kristin no había sido vista durante todo el fin de semana y le preguntaron si por casualidad estaba con ellos. No, no estaba. Denise entró en pánico: “¿Qué estaba pasando? No entendía nada. Era la peor pesadilla para cualquier padre”, recordaría luego. “Jamás hubiera pensado que ella podría haber sido asesinada”.
Los Smart intentaron hacer la denuncia por la desaparición de su hija pero era muy pronto, les dijeron. El FBI les aseguró que la policía de la Universidad Politécnica (un área que con su campus abarca unas 566 hectáreas y alberga unos 100 edificios además de chacras y establos) estaba a cargo del asunto.
La verdad es que no habían hecho nada. Para el momento en el que la investigación se activó realmente hacía ya cuatro días que Kristin no estaba. Una eternidad para lo que es una investigación criminal.
La policía revisó el dormitorio de Kristin en el Muir Hall donde hallaron su billetera con plata y sus tarjetas de crédito, su agenda con sus turnos y materias.
Como solía hacerse entonces, cuando no había redes sociales, pegaron pósteres con su cara en los carteles de las rutas y en lugares públicos. Y comenzaron a entrevistar a todos sus conocidos y allegados. Enseguida supieron de la intoxicación de Kristin y el desmayo sobre el césped. No sabían si había tomado demasiado en poco tiempo o si había sido drogada. Pero lo cierto es que dos alumnos, Ross Ketcham y Cheryl Anderson, dijeron que habían interactuado con ella en la fiesta y que también la habían visto conversar con Paul Flores. La joven apenas se podía mantener en pie y le había dicho a otro alumno, Tim Davis, que se llamaba Roxy. Davis declaró que vio que Kristin se recostó sobre Flores, que los vio irse juntos y que él la tenía tomada por la cintura.
Cheryl Anderson declaró, por su parte, que ella caminó un breve trayecto con los dos y que, cuando se despidió, Paul Flores intentó abrazarla y besarla. Ella lo rechazó y se quedó con la sensación de que había sido algo raro.
Recién al sexto día le tocó formalmente el interrogatorio a Paul Flores. Había pasado demasiado tiempo antes de que entrevistaran a quien había sido el último joven en estar con ella.
Paul declaró que después de dejarla en su edificio, a unos cuarenta metros de su dormitorio, él se dirigió hacia su habitación en el Hall Santa Lucía.
La policía se mostraba más preocupada por investigar quién era y qué hacía Kristin en su día a día que en seguir de cerca a este tal Paul Flores. Remarcaban su “borrachera” y que usaba shorts. De hecho, en una de las fichas policiales sobre Kristin se podía leer: “Smart no tiene amigos cercanos en la Universidad. Smart parecía estar bajo la influencia del alcohol ese viernes por la noche. Smart estaba hablando y socializando con diferentes jóvenes en la fiesta”.
A todos los que declararon les sacaron fotos en la comisaría. Paul Flores apareció en la suya con un ojo en compota. Cuando le preguntaron con qué se había lastimado dio tres versiones distintas. La policía estaba distraída, siguieron adelante sin hacer foco en los detalles importantes. Otro dato era la reputación del joven Paul Flores: muchas de las chicas que lo conocían se habían quejado de que con frecuencia las había intentado manosear. Su sobrenombre era “Chester the molester” (Chester el abusador). También lo pasaron por alto.
Si bien la habitación de Kristin había sido inspeccionada al comienzo, la de Paul Flores recién se revisó en el día dieciséis de la investigación. Ya para esto el cuarto había sido limpiado por la universidad porque él se había ido por las vacaciones de verano.
Si había evidencias habían desaparecido.
Mientras la familia de Kristin, especialmente su padre Stan, revisaba desesperado cada sendero, debajo de los puentes y dentro de los túneles de la zona. Ya intuía lo peor porque buscaba el cuerpo de su hija.
Transcurrido un mes desde la ausencia de Kristin la policía del campus debió traspasar la investigación a la comisaría de San Luis Obispo. Fue recién entonces que el comisario disparó una búsqueda masiva de la joven: peinó la zona de la universidad y el campus con gente, caballos y helicópteros. No hallaron nada.
Llevaron perros entrenados en olfatear cuerpos sin vida. Recorrieron los dormitorios del edificio y cuatro de los animales reaccionaron en la habitación de Flores, pero eso, dijeron, no era suficiente para un arresto.
Un aro perdido y arañazos
En octubre de 1996 Mary Lassiter estaba alquilando la casa de la madre de Paul Flores, en Arroyo Grande, cuando halló un arito. Prestó mucha atención porque estaba atenta a las noticias y a lo que se decía. Miró las fotos de los pósteres de Kristin Smart: el arito parecía hacer juego con un collar que tenía la joven en una de esas imágenes tan difundidas. No dudó y se lo entregó a un detective. Curiosamente ese objeto no le fue mostrado a la familia Smart para ser reconocido (ni siquiera los informaron de su existencia). Pero lo más increíble fue que ese hallazgo fue extraviado y no pudo ser usado como evidencia.
No solo eso: las propiedades y los vehículos de los Flores no habían sido peritados todavía. Los dos autos de la familia ya no podrían examinarse: uno había sido vendido y el otro denunciado como robado en los meses posteriores a mayo de 1996.
La familia Smart no podía creerlo. Sentían que nadie valoraba la vida de su hija.
En 1997, frustrados por la inacción policial, contrataron a un abogado, James Murphy, para demandar a Paul Flores por asesinato. El letrado, conmovido por el caso, lo haría gratis. Había demasiadas cosas que señalaban a Flores pero la policía no parecía verlo claramente. Faltaba vocación para resolver el crimen. Murphy expresó: “Tener un ojo negro no te convierte en asesino, pero si sos la última persona con la que estuvo alguien que desapareció… ¡es evidencia física!”.
Además, el sospechoso tenía arañazos en rodillas y manos. Paul Flores se había excusado diciendo que todo había sido producto de un intenso partido de básquet. El testimonio de un compañero de ese mismo partido lo desmintió: Paul Flores había llegado a jugar con el ojo negro y les había dicho que esa mañana se había levantado así.
La policía lo confrontó con estos dichos y él brindó una tercera versión del asunto: se había golpeado en medio de la noche con el volante de su auto cuando quiso cambiar la música en su estéreo.
Era evidente que mentía.
James Murphy descubrió algo más: cinco meses antes de la desaparición de Kristin, una joven había llamado a la policía de San Luis Obispo diciendo que había un borracho intentando trepar a su balcón y se negaba a irse. Acudieron. El intruso borracho resultó ser Paul Flores.
Seis meses más tarde, cuando fue a declarar en el juicio civil que le entablaron los Smart, Paul Flores se mantuvo en silencio. Solo respondió su nombre. Luego, en veintisiete oportunidades, se amparó en la Quinta Enmienda. Se escudó en su derecho legal a no autoincriminarse y no respondió ni una sola pregunta.
No habló y funcionó. Se salió con la suya.
El patio trasero
Si bien el patio trasero de la casa de los Flores en Arroyo Grande había concitado las sospechas iniciales, nada se había hecho al respecto. En la fecha de la desaparición de la joven, los canteros del lugar habían sido reparados y rellenados con tierra y concreto.
En marzo de 1997, nueve meses después, fueron revisados, pero no hallaron nada.
Tres años después, en el 2000, el patio volvió a ser revisado y aunque las autoridades tenían permiso para excavar, no lo hicieron. No lo consideraron necesario. Los errores continuaban.
El 25 de mayo de 2002, en el aniversario número seis de su desaparición, la familia Smart consiguió que Kristin fuera declarada oficialmente muerta.
Para todos, el foco seguía puesto en el patio trasero de la madre de Paul. En 2007 un equipo revisó varios metros cuadrados del patio con un radar especial que traspasaba la superficie. Mientras, Paul Flores se había mudado al sur de California y saltaba de trabajo en trabajo. La conducta de ese joven con las mujeres no había cambiado en lo más mínimo.
En el año 2011, recién, algo sí cambió: nombraron un nuevo jefe policial, Ian Parkinson, quién prometió a los familiares de Kristin mover la causa: esa sería su prioridad. Comenzó a rearmar el complejo rompecabezas del caso desde cero. Enmendar algunos errores iniciales sería imposible, pero aún así había mucho para reexaminar.
Entre 2011 y 2020 la policía hizo 96 entrevistas nuevas; los especialistas forenses remitieron 37 ítems, recolectados en los primeros días del caso, para nuevas pruebas forenses y testeos en búsquedas de ADN y se ejecutaron 23 allanamientos en los que se recolectaron 258 nuevas piezas de evidencia. Pusieron ganas y tiempo. También peritaron el celular y las computadoras de Flores y monitorearon sus llamadas. Así encontraron nuevos testigos.
En 2018 un pódcast sobre esta historia, titulado Your Own backyard (En tu propio patio trasero), de Chris Lambert —un joven periodista que en la época de los hechos tenía solamente 8 años— encendió nuevamente el interés del público; y el éxito del pódcast puso más presión sobre los investigadores. Fue clave.
En febrero de 2020 se allanaron cuatro locaciones en California y en el estado de Washington. Allí recolectaron 140 nuevos elementos de interés. Uno de esos sitios allanados fue la casa de Paul Flores en Los Ángeles.
Sentían que estaban más cerca que nunca de atrapar al culpable.
En marzo del 2021 recurrieron, una vez más, a los perros y a radares de suelo para buscar en profundidad en la propiedad de los Flores en Arroyo Grande. Los perros dejaron claro que había huellas de que en algún momento el cuerpo de Kristin había estado allí. Se supo por un testigo nuevo que, en 2020, luego de una de las búsquedas policiales en la casa de los Flores, se habían realizado en ese lugar extraños movimientos. Habían estado trabajando debajo del deck durante toda la noche. La sospecha es que habían estado moviendo los restos de Kristin Smart.
Finalmente, el 13 de abril de 2021, Paul Flores (45 en ese entonces) fue arrestado en su casa de Los Ángeles. El mismo día fue acusado del homicidio de Kristin Smart. Junto a él cayó también detenido su padre, Rubén Flores (81), señalado como el cómplice necesario para desaparecer el cuerpo.
Dos juicios, un culpable
Al día siguiente de la detención la policía reveló el móvil del crimen sin eufemismos: intento de violación (consumada o no, no se supo) seguido de asesinato. El homicida, luego, había recurrido a su padre para cubrir sus huellas y evitar la cárcel.
La policía reconoció que habían obtenido evidencia física del caso al menos en dos de las casas allanadas.
El 19 de abril ambos se declararon inocentes. La primera aparición del dúo acusado en la corte fue el 14 de julio de 2021. Paul llegó a juicio sin posibilidad de fianza. Por su padre, la fianza pedida fue 250 mil dólares, pero terminó siendo rebajada a 50 mil por lo que Rubén Flores pudo esperar el juicio en libertad, con una tobillera electrónica.
Los abogados de Paul Flores intentaron desviar la atención de su cliente y señalaron a Scott Peterson (quien había asesinado a su mujer Laci en 2002) como posible sospechoso en la desaparición de Kristin Smart, ya que ambos compartían el mismo campus universitario. Peterson negó tener algo que ver con este caso y no pudieron vincularlo. Estaba fuera de toda sospecha.
Durante los alegatos de la acusación contra Paul Flores se escucharon las declaraciones de tres de las nueve mujeres propuestas por la fiscalía. Todas declararon haber sido drogadas y violadas por él.
Había docenas de mujeres más que contaban acerca de la conducta predadora de este sujeto. ¿Podría Paul Flores haber drogado a Kristin? Nunca se investigó esa hipótesis.
Hubo trascendidos en los medios de prensa de que se habían encontrado fotos y videos comprometedoras en la computadora de Paul Flores: él teniendo sexo con al menos diez mujeres en estado de semiinconsciencia. Una imagen mostraba a una de ellas amordazada con una cinta negra con una bola roja. La misma mordaza que, según habían declarado las testigos, Flores había utilizado con ellas al violarlas.
Los acusados tuvieron jurados separados. El de Paul comenzó a deliberar el 4 de octubre, el de Ruben el 5.
La fiscalía sostuvo que el acusado había asesinado a Kristin luego de intentar violarla en su dormitorio (no se pudo probar que lo hubiera logrado) y que, con la ayuda de su padre, la habían enterrado en la casa de la familia para luego trasladarla. Los perros habían marcado un lugar para el crimen: la habitación de Paul Flores, sobre todo el área cercana a su cama. Los peritos arqueólogos también testificaron: contaron que con el radar con el que penetraron el suelo habían encontrado indicios certeros de que el piso había sido removido de manera tal como si hubiera habido una tumba en el patio trasero de los Flores. Conclusión: Kristin Smart había estado alguna vez enterrada bajo esa terraza de Arroyo Grande. Hubo una testigo crucial, Jennifer Hudson, quien aseguró que Paul Flores le había dicho que había escondido el cuerpo de Kristin. Sin más detalles.
El fiscal Chris Peuvrelle señaló al acusado como a un “verdadero psicópata”, sin indicios de arrepentimiento, e indicó que no debería ser liberado jamás por los peligros que implica para el resto.
El 18 de octubre de 2022 Paul fue declarado culpable. Fue inscripto en el registro oficial de violadores. Su padre Ruben, resultó exculpado de haber hecho desaparecer el cuerpo.
El 10 de marzo de 2023 la jueza Jennifer O´Keefe sentenció a Paul Flores a 25 años de cárcel.
El 23 de agosto de ese mismo año Paul fue atacado en prisión: un preso lo apuñaló en el cuello. Lo evacuaron en helicóptero y terminó en la terapia de un hospital. Ocho meses después, en abril de 2024, fue nuevamente acuchillado por otro interno. Lo trasladaron a la prisión de Corcoran.
Un duelo eterno y sin cuerpo
Denise Smart, la madre de Kristin, habló y dijo sentirse satisfecha con la sentencia. Después de tanto sufrimiento el sistema de justicia no les había fallado: “Nos sentimos reconfortados por el hecho de que Kristin haya estado en los corazones de tanta gente y que no haya sido olvidada (...). Durante veinticinco años hice todo lo que estuvo a mi alcance y busqué respuestas donde pude”. Su padre Stan declaró, inconsolable: “Nuestra fe en la justicia se renueva sabiendo que el hombre que tomó la vida de Kristin no estará libre para abusar de otra familia y víctima”, pero también reconoció que “sin Kristin no hay alegría ni victoria en este veredicto. No podremos oírla reír nunca más ni ser abrazados por ella. Ninguna forma de justicia puede traerla de vuelta”. También le agradecieron al joven del pódcast de 2018 por haberle puesto voz a su historia y empujar la atención hacia el caso.
¿Quién era Paul Flores? Un chico corriente. Que no destacaba en nada. Estudió el secundario en Arroyo Grande, era parte del equipo de fútbol americano donde usaba una camiseta con el número 52. En los últimos años del colegio trabajó en un local de ventas de hamburguesas en Grover Beach y, en 1994, logró comprarse con su dinero una camioneta Ford Ranger. Eso era todo. Parecía un tipo gris más. Resultó ser un monstruo al que llevó demasiado tiempo poner en evidencia.
A 28 años el caso está resuelto, pero el condenado no se rinde y sigue peleando por obtener la libertad antes de tiempo.
El 21 de octubre de este año Paul Flores apeló su sentencia y pidió un nuevo juicio para revertir o reducir su condena por el crimen, invocando la Enmienda 14 para los procesos justos. Dice que esa enmienda fue violada. Lo hizo con 105 páginas marcando lo que para él y para sus abogados son errores. Cuestionó a varios jurados por ser “imparciales” e incluso a la mismísima jueza que desoyó sus pedidos y lo calificó ante todos como un “cáncer para la sociedad”.
La respuesta a su apelación debería haber estado lista para mediados de noviembre, pero todavía no se ha publicado la resolución judicial.
Paul Flores podrá pedir la libertad condicional en 14 años. Él tendrá entonces unos 62. Todavía podría ser un peligro para la sociedad.
Hasta hoy los restos de Kristin Smart no fueron hallados. Hasta que no los ubiquen, Kristin no habrá vuelto a casa.