“Técnicamente no fue tan difícil, no habría sido difícil exterminar a números aún mayores (de prisioneros). Matarlos en sí mismo tomaba el menor tiempo. Podrías deshacerte de dos mil cabezas en media hora, pero fue la quema (de los cadáveres) lo que se llevaba todo el tiempo. Matarlos fue fácil; ni siquiera necesitabas guardias para llevarlos a las cámaras; simplemente entraban esperando tomar duchas y, en lugar de agua, poníamos gas venenoso. Todo era muy rápido”. Así, como si se tratara de explicar el frío funcionamiento de una máquina, describió Rudolf Höss el sistema de exterminio de Auschwitz durante una de las audiencias de los juicios de Núremberg.
A la hora de declarar, el comandante del mayor campo de concentración y exterminio nazi prefirió la descripción detallada antes que cualquier otro discurso. Para él la muerte era una simple cuestión de números, una ecuación a resolver, que incluso lo llevó a “corregir” al presidente del tribunal cuando éste afirmó que había muerto tres millones de personas en las cámaras de gas. “Fueron solamente dos millones y medio, los demás murieron de hambre, agotamiento o enfermedad”, rebatió.
Tanto el presidente del tribunal como el jefe nazi se equivocaban, porque más adelante cálculos más precisos determinarían que, durante los casis cinco años de existencia del complejo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, pasaron por allí 1.300.000 personas, de las cuales 1.100.000 fueron asesinadas de diferentes maneras: en las cámaras de gas, por hambre, por castigos extremos, a balazos o en siniestros experimentos médicos. Según la Enciclopedia del Holocausto, murieron 960.000 judíos, 74.000 polacos, 21.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra soviéticos, y entre 10.000 y 15.000 detenidos de otras nacionalidades.
Ese error inicial del cálculo tendría consecuencias, porque fue aprovechado por los negacionistas para poner en cuestión la existencia del Holocausto, como si la diferencia entre una y otra cifra pudiera diluir un genocidio. Lo innegable que es Höss se sentía orgulloso de su papel en la matanza, quizás no tanto por haber sido el responsable de la muerte de más de un millón de personas sino por la eficiencia con que las había perpetrado.
Si Auschwitz fue idea de Heinrich Himmler y del “arquitecto de la solución final”, Adolf Eichmann, no cabe duda de que fue obra de Rudolf Höss. Se encargó de su construcción y de su funcionamiento, fue su primer y último comandante, y artífice del sistema de cámaras de gas para la eliminación de prisioneros.
El nazi eficiente
Cuando Himmler seleccionó a Höss para construir y comandar Auschwitz sabía lo que hacía: era un nazi convencido que se había incorporado al movimiento casi en sus orígenes y también un soldado obediente y eficaz, que no solo sabía seguir las órdenes al pie de la letra sino también a aplicar su propia creatividad para cumplirlas.
Nacido en Baden-Baden el 25 de noviembre de 1901, fue criado y educado para obedecer. Hijo de padres católicos practicantes, en el proyecto familiar debía cumplir un destino de sacerdote, pero la Primera Guerra Mundial le hizo cambiar ese futuro con sotana por un presente urgente de uniforme militar.
A espaldas de su madre, se incorporó al Ejército a los 15 años, para lo que debió mentir la edad, porque la mínima era de 16. Fue así el suboficial más joven de las filas y fue condecorado con la Cruz de Hierro luego de ser herido en varias ocasiones en el campo de batalla. Como al cabo Adolf Hitler y a muchos otros soldados prusianos, la derrota le resultó humillante, buscó culpables y no tardó en encontrarlos en los judíos y en los izquierdistas. Para dar rienda suelta a su venganza se incorporó a los Freikorps, un grupo paramilitar nacionalista y anticomunista, donde participó de varios atentados contra “los traidores a la patria”.
Una cosa llevó a la otra y en 1922 se sumó a las filas del naciente partido nazi luego de escuchar los encendidos discurso de su líder, en los que se sintió de inmediato representado. El 31 de mayo de 1923, participó, junto a Martin Bormann, en el asesinato del militante populista Walter Kadow, sospechoso de haber entregado a las tropas de ocupación francesas al activista nacionalista Albert Leo Schlageter, a quien había conocido en los Freikorps. Fue sentenciado a diez años de prisión, pero lo liberaron en 1928, incluido en una amnistía para presos políticos.
Luego de la llegada de Hitler al poder, se enroló en las SS y fue destinado a las siniestras Unidades de la Calavera, encargadas de administrar y custodiar los incipientes campos de concentración. Su primer destino fue Dachau, en Baviera, en ese momento lugar de hacinamiento de cientos de presos políticos. Por su eficaz desempeño fue ascendido a capitán y ayudante de campo de Herman Baranowski en el campo de Sachsenhausen, en Brandemburgo.
“El animal de Auschwitz”
El inicio de la guerra con la invasión alemana a Polonia significó también un enorme empujón a la carrera de Höss, cuya fama de oficial eficiente había llamado la atención de Himmler. Fue el propio ladero de Hitler quien le encargó que se ocupara de construir y poner en marcha el campo de Auschwitz. Fue el séptimo campo de concentración construido por los nazis, después de Dachau (el primero, construido en 1933, apenas Adolf Hitler se hizo con la suma del poder en Alemania), Sachsenhausen, Buchenwald, Flossenbürg, Mauthausen y el campo de mujeres Ravensbrück.
El lugar había sido elegido estratégicamente. La ciudad de Oświęcim estaba ubicada en un enclave ferroviario favorable para los nazis, en el este, donde las líneas ferroviarias del sur de Praga y Viena se cruzaban con las de Berlín, Varsovia y las zonas industriales del norte de Silesia.
Con los años, Auschwitz fue mucho más que un simple campo de concentración. Se erigió como un complejo integrado por 3 campos principales: Auschwitz I, el campo original; Auschwitz II-Birkenau, un campo de concentración y exterminio; y Auschwitz III-Monowitz, un campo de trabajo para la empresa alemana IG Farben. Llegó a tener, además, otros 45 campos satélites. Casi toda esa monumental obra de muerte fue obra de Höss, que lo comandó durante casi toda la guerra, salvo un breve interregno.
A mediados de 1941, Himmler llamó a Höss a Berlín para darle directivas personalmente. El exterminio de los judíos estaba en marcha y Auschwitz debía cumplir un papel central para llevarlo hasta las últimas consecuencias. “El Führer ha decretado la Solución Final para el problema judío. Nosotros, las SS, tenemos que ejecutar los planes. Es un trabajo duro, pero si no se lleva a cabo inmediatamente, en lugar de que nosotros exterminemos a los judíos, los judíos exterminarán a los alemanes en el futuro”, le dijo Himmler.
Además de las órdenes, Höss recibió otro ascenso, esta vez a comandante general. Para llevar a cabo su cometido, instaló cámaras de gas disfrazadas de duchas, donde los prisioneros eran llevados supuestamente a bañarse, pero en lugar de agua sobre sus cuerpos recibían gas Zyklon-B. El comandante no solo se limitó a seguir las instrucciones, sino que mejoró una y otra vez el mecanismo para hacerlo más eficientemente mortal. Un informe de las SS de 1941 describe a Höss como un “verdadero pionero en esta área debido a sus nuevas ideas y métodos educativos”.
En esas falsas duchas eran asesinados miles de prisioneros por día, pero el mayor problema logístico era deshacerse de los cuerpos. Para solucionarlo, Höss ordenó construir crematorios que los convirtieran en cenizas. Cuando no daba abasto, los hacía quemar en enormes fosas colectivas al aire libre.
Cuando Himmler visitó el campo quedó encantado por la eficiencia de su comandante. En sus memorias, Höss dejó escrito que lo felicitó durante la cena, en la cual estuvo “de excelente humor, habló de todos los posibles temas que se plantearon durante la conversación. Bebió unos vasos de vino tinto y fumó, algo que normalmente no hacía. Todos quedaron encantados con su buen humor y su brillante conversación”.
Una bucólica vida familiar
La comida con que fue agasajado Himmler tuvo lugar en la villa ubicada a pocos kilómetros del campo de concentración, donde Höss vivía con su mujer, Hedwig, y sus cinco hijos. Allí, la familia vivía en otro mundo, casi ajena a las masacres que se cometían en Auschwitz-Birkenau.
La película La zona de interés, la película dirigida por el cineasta británico Jonathan Glazer, basada en una novela de Martin Amis, muestra esa realidad: un hogar agradable con jardines llenos de flores del otro lado de los muros que ocultaban matanzas diarias. La casa tenía diez habitaciones, baños, cocinas, caballerizas más confortables que las barracas de los prisioneros del campo y un enorme jardín que la señora Höss atendía personalmente. “La voluntad de mi familia era mi ley”, escribió Höss en sus memorias, en las que también habló del jardín de su esposa y de los juegos de sus hijos.
Tal vez el único nubarrón que ensombrecía la bucólica vida familiar haya sido la falta de sexo, porque una vez que su marido le contó con exactitud lo que ocurría en el campo, la señora Höss dejó de tener “deseos carnales”. Los hijos, en cambio, ignoraban todo. Muchos años más tarde, Bigritte Höss, que se convirtió en una famosa modelo, dijo de su vida en esos tiempos: “Debía de haber dos caras en mi padre, la que yo conocía y otra. Para mí era el hombre más bueno del mundo”.
Tan placentera era para la señora Höss y sus vástagos la villa que cuando en 1943 Himmler decidió trasladarlo a Berlín como supervisor de todo el sistema de campos de concentración, la familia se quedó allí, como si fuera su lugar en el mundo.
La masacre de los húngaros
El ascenso y traslado de Rudolf Höss tenía otros motivos que se mantuvieron en secreto: una investigación interna de las SS descubrió un enorme sistema de corrupción en el campo de concentración, en el cual el comandante estaba involucrado. A otro oficial de las SS le habría costado la cárcel o, quizás, el fusilamiento, pero Himmler apreciaba de tal manera la eficacia del “animal de Auschwitz” que prefirió preservarlo. Tanto que cuando resolvió trasladar allí y asesinar a casi medio millón de húngaros lo restituyó en el cargo para garantizar el éxito de la tarea.
Fue una operación monumental que comenzó el 15 de mayo de mayo de 1944 y pasó a la historia como el Holocausto de Hungría: en menos de dos meses, 427 mil judíos fueron trasladados en 1.500 trenes hasta Auschwitz para ser inmediatamente exterminados. Apenas unos pocos miles pudieron sobrevivir.
Un informe del diplomático español Ángel Sanz Briz, acreditado en Budapest, da cuenta de esos traslados: “Afirman que el número de los israelitas deportados se aproxima a 500.000. Sobre su suerte en la capital corren rumores alarmantes. Insisten en que la mayoría de los deportados judíos (en cada vagón de carga van unas 80 personas amontonadas) están dirigidos a un campo de concentración en Polonia donde los matan con gas, utilizando los cadáveres como grasa para ciertos productos industriales”.
Se perpetraban alrededor de diez mil ejecuciones por día en las cámaras de gas y por su eficiencia el comandante de Auschwitz recibió la Cruz al Mérito de Guerra de primera y segunda clase. “Debo admitir que el proceso de gases tuvo un efecto calmante sobre mí. Siempre tuve horror por los disparos pensando en la cantidad de personas, mujeres y niños. Me sentí aliviado de que nos hubiéramos ahorrado estos baños de sangre”, declaró Höss en el juicio de Nuremberg.
Captura, juicio y muerte
Rudolf Höss estuvo a punto de no pagar por sus crímenes. En los últimos días de la guerra, cuando ya todo estaba perdido, Himmler le sugirió que se ocultara entre el personal del campo para evitar ser detenido. Disfrazado de jardinero, y con un nombre falso, Franz Lang, Höss fue detenido tras ser delatado por su propia esposa que quiso proteger a su hijo Klaus, prisionero de los británicos.
Al ser detenido, intentó morder una píldora de cianuro, y negó en todo momento ser el comandante de Auschwitz. Lo identificaron por su anillo de bodas, donde estaba grabado su nombre junto al de su mujer.
Después de eso, ya no intentó ocultar nada. “Yo mandé en Auschwitz hasta el 1° de diciembre de 1943, y calculo que al menos 2.500.000 de personas fueron asesinadas y desechadas allí por gases y quemaduras; al menos medio millón más murieron de hambre y enfermedades, lo que hace un total de 3.000.000 de muertos. El número representa alrededor del 70 u 80 por ciento de todas las personas que fueron enviadas a Auschwitz como prisioneros. Los niños muy pequeños, incapaces de trabajar, fueron asesinados por principio”, declaró con frialdad.
Fue sentenciado a morir en la horca y ejecutado el 16 de abril de 1947. El lugar elegido para colgarlo fue todo un símbolo: el cadalso fue levantado junto al crematorio más antiguo que Höss había construido en el campo de concentración. Cuando le preguntaron si quería decir sus últimas palabras antes de morir, “el Animal de Auschwitz” prefirió el silencio.