Fue pensada como una de las operaciones comando más audaces y ambiciosas de la Segunda Guerra Mundial, pero terminó en un completo desastre. El plan ideado por el alto mando británico era desembarcar detrás de las líneas alemanas y italianas en África y capturar – o matar si era imposible llevárselo con vida – a uno de los más avezados y prestigiosos oficiales del ejército alemán: el mariscal Erwin Rommel, el “Zorro del desierto”, que estaba dando vuelta el curso de la batalla en el norte del continente negro. La orden vino directamente de Winston Churchill, que vio en la captura de Rommel no solo un solo un objetivo militar sino un tremendo golpe de efecto para la propaganda de guerra, capaz de levantar el alicaído ánimo de las tropas y la sociedad británicas. Corría noviembre de 1941 y la bautizaron con el nombre en clave de “Operación Flipper”.
Las tropas británicas venían de sufrir una contundente derrota en mayo, con el fracaso de la Operación Brevity, una ofensiva británica que buscaba ser un primer paso para levantar el Sitio de Tobruk. Ideada por el comandante en jefe del Ejército Británico en el Medio Oriente, el general Archibald Wavell, Brevity debía ser un golpe rápido contra las débiles fuerzas de la primera línea del Eje en el área de Sollum-Capuzzo-Bardia de la frontera entre Egipto y Libia. Aunque la operación tuvo un comienzo prometedor, la mayor parte de los avances iniciales se perdieron en los contraataques locales, y la operación fue cancelada cuando los refuerzos alemanes llegaron rápidamente al frente.
Churchill necesitaba una victoria y la captura de Rommel sería, por lo menos, un gran golpe de efecto. Pero ese éxito imaginado se convirtió en un terrible fracaso. Todo lo que podía salir mal, salió efectivamente mal, producto de un cóctel que incluyó un deficiente trabajo de inteligencia, un incapaz como oficial al mando, el clima adverso y, como en toda operación de guerra, una considerable cuota de azar.
“Flipper” comenzó a planificarse a mediados de octubre y tenía cuatro objetivos: atacar el lugar donde se suponía que estaba el cuartel general de Rommel, cerca de Beda Littoria, a unos 30 kilómetros dentro de Apolonia, en Libia; destruir una estación de transmisión y centro de inteligencia que estaba cerca del lugar, y atacar dos centros de comando italianos. Todo detrás de las líneas enemigas.
Un jefe incapaz
El elegido para comandar la misión, que debían realizar comandos de elite de las tropas especiales, fue el teniente coronel Geoffrey Keyes, hijo del almirante sir Roger John Brownlow Keyes, un famoso héroe de la Primera Guerra Mundial. Más allá del prestigio de su apellido, no era el hombre adecuado: no tenía entrenamiento para formar parte de esas tropas – y menos para dirigirlas -, tenía problemas de visión y de audición, y no se caracterizaba por tener mucha experiencia en combate. Si estaba en las fuerzas especiales se debía casi exclusivamente a la amistad de su padre con el primer ministro.
Aunque Keyes estaba encargado de dirigir el asalto, la operación estaba bajo el mando general del teniente coronel Robert Laycock – un hombre que sí tenía experiencia -, que no ocultó sus dudas sobre el éxito de incursión, sobre todo porque las posibilidades de evacuación del comando, una vez llevada a cabo la misión, muy bajas bajas. Le ordenaron que se guardara sus reparos y siguiera adelante. Así, el 10 de noviembre de 1941, un comando compuesto por hombres del Long Range Desert Group, voluntarios y “ratas del desierto”, auténticos especialistas en acciones de sabotaje y de información en la retaguardia de las líneas enemigas, se pusieron bajo de Geoffrey Keyes para realizar una misión podía calificarse como suicida.
La inteligencia preliminar había sido realizada por el capitán John E. Haselden, un hombre que hablaba a la perfección árabe e italiano y que estaba acostumbrarse a moverse –disfrazado– son soltura detrás de las líneas enemigas. Haselden había desembarcado en una playa cerca de la ciudad costera de Hamma por el submarino Torbay el 10 de octubre con un guía árabe, y pasó casi dos semanas espiando la disposición del terreno. Fue él quien supuso, debido al constante movimiento de vehículos de la oficialidad alemana, que Rommel tenía su cuartel general en Beda Littoria. Se equivocaba.
Un mal desembarco
Con ese jefe poco preparado y una inteligencia previa deficiente, los comandos británicos partieron de Alejandría a bordo de los submarinos Torbay y Talisman en dirección a la costa de la Cirenaica, en Libia, 300 kilómetros por detrás de las líneas enemigas. La noche del 14 al 15 de noviembre de 1941, el destacamento de Keyes desembarcó en canoas plegables en la playa de Khashm al-Kalb, guiado por equipos de dos hombres de la Sección Especial de Botes.
El desembarco fue otro contratiempo para la misión, debido al mal clima y un mar embravecido. De los 59 hombres que componían el grupo, unos murieron ahogados a causa del fuerte oleaje al iniciarse el desembarco, otros volvieron a embarcar en el submarino agotados por el esfuerzo y otros más se perdieron en la oscuridad de la noche. Finalmente, 34 soldados y oficiales lograron reunirse en la orilla para iniciar una misión que ya empezaba a complicarse debido al poco tiempo del que disponían. Su ataque debía coincidir con el inicio de la Operación Crusader, fijada para la noche del 17 al 18 de noviembre y cuyo objetivo era evitar a las fuerzas blindadas alemanas en la frontera egipcio-libia y aliviar de esta manera el asedio alemán sobre Tobruk.
Cuando amaneció los comandos, empapados y congelados, pudieron secar sus ropas y limpiar sus armas. Con las tropas reducidas, Keyes decidió abandonar los ataques a los cuarteles italianos y concentrarse en atacar el cuartel general alemán y la villa de Rommel, con un grupo más pequeño asignado para volar la torre de telégrafo de acero en el cruce de caminos cerca de Cirene. Los dos guías que formaban parte del comando se habían perdido durante el desastroso desembarco, por lo que Keyes y los suyos debieron “comprar” información a un grupo de árabes. Uno de ellos los guio hasta el pretendido cuartel general de Rommel en Beda Littoria. Llegaron la madrugada del 17 de noviembre y se escondieron en los alrededores, tratando de descansar. Estaban agotados por la marcha forzada a través del desierto.
El ataque fallido
El grupo entró al pueblo eludiendo los controles alemanes y llegó a la casa donde suponía que estaba en cuartel general alemán, con Rommel en su interior. Al frente iban Keyes y el capitán Robin Campbell, que hablaba perfecto alemán y, con tono autoritario, pidió que le abrieran la puerta. Cuando uno de los centinelas le franqueó la entrada, el sargento Jack Terry, con un cuchillo, debía matarlo silenciosamente, pero falló: el soldado se resistió y alertó a los gritos a sus compañeros. Entonces Campbell le disparó.
Sin el elemento sorpresa, se desató un enfrentamiento con fuego cruzado de ametralladoras. Keyes y Campbell lograron avanzar, buscando a Rommel habitación por habitación. En lugar de encontrar al mariscal, el teniente coronel encontró una bala alemana – aunque hay versiones que dicen que cayó por “fuego amigo” en la confusión – que lo hirió de gravedad.
Campbell ordenó a Terry que colocara las cargas explosivas para hacer estallar el edificio, y luego liderara la retirada. La lluvia constante había empapado tanto las mechas que quedaban inutilizables. Todo lo que pudieron hacer era dejar caer una o dos granadas por el tubo de ventilación del generador. Keyes ya estaba muerto y en la retirada, los sobrevivientes del comando debieron dejar a Campbell para que los alemanes lo recogieran y lo atendieran, porque no podían arrastrarlo herido en una huida de 30 kilómetros hacia la playa.
Rommel no estaba
La ambiciosa Operación Flipper terminó en un desastre. De los 34 miembros del comando que habían logrado desembarcar para realizarla, solo dos pudieron llegar vivos a las líneas británicas luego de marchar más de un mes de noche y a las escondidas por el desierto. Los demás fueron muertos o capturados.
Pero al alto mando británico todavía le faltaba saber lo peor: que Rommel nunca había tenido su cuartel general en el lugar donde suponían – allí solo había dormido en dos ocasiones durante los últimos meses – sino que habían atacado la sede de un cuartel logístico.
Ni siquiera estaba en África. La inteligencia británica no supo hasta poco antes del ataque – cuando ya era imposible avisarle al comando de Keyes – que el mariscal estaba desde el 1° de noviembre en Roma, donde había ido a reunirse para celebrar su cumpleaños con su familia y a organizar con los italianos el envío de armas al campo de batalla.
Al enterarse del ataque al cuartel de Beda Littoria y su objetivo, el “Zorro del desierto” se indignó. No podía creer que el alto mando británico pensara que él estaba cómodamente guarecido en un cuartel general a más de trescientos kilómetros del frente cuando era sabido que, si algo lo caracterizada, era estar siempre en las primeras líneas de combate dirigiendo a sus tropas.
Más allá del enojo, también expresó su admiración por la valentía y la audacia de los comandos que había pretendido capturarlo o matarlo. Para rendirles honores, envió a su capellán personal, Rudolf Dalmrath, a realizar el oficio en el funeral del teniente coronel Keyes y ordenó que los soldados capturados fueran tratados como prisioneros de guerra a pesar de que no vestían uniformes, lo que podía ser penado con un fusilamiento sumario.