Durante casi cuatro décadas el mundo creyó, sin el menor asomo de duda, que la historia relatada por Henri Charrière en Papillon era la de su vida y la de los intentos de fuga –tanto los frustrados como los exitosos– que protagonizó de las cárceles francesas de la Guayana y de la Isla del Diablo. El enorme éxito de su libro, publicado en 1969 y presentado como una novela autobiográfica, le valió que al año siguiente el presidente francés Georges Pompidou lo indultara, un acto meramente simbólico porque el crimen por el cual estaba condenado había prescripto en 1967, cuando ya llevaba 18 años en libertad.
El libro, que además era una denuncia de las terribles condiciones en que vivían los presos en las cárceles francesas de ultramar, fue llevado al cine en 1973 y la película, protagonizada por Steve McQueen -en el papel de Papillon- y Dustin Hoffman, multiplicó su fama y potenció el alcance de la historia.
Charrière apenas si llegó a disfrutar de este último éxito, porque murió en Madrid de un cáncer de garganta ese mismo año, a los 66. Su historia, en cambio, lo sobrevivió, no solo por la maestría con que la había narrado sino por el impacto que causan las narraciones de hechos aparentemente imposibles pero protagonizados por personas de carne y hueso. Porque Papillon, el apodo que Charrière debía a la mariposa que llevaba tatuada en su pecho, era eso: un hombre real que había vivido aventuras dignas de una novela y que, además, había sabido contarlas.
Pasaron más de treinta años desde la muerte de Charrière para que alguien pusiera en duda la veracidad de sus relatos. En 2005, un exconvicto francés llamado Charles Brunier saltó a la palestra y aseguró que él y no Charrière era el verdadero Papillon. El hombre tenía 104 años y mostraba el tatuaje de una mariposa en su brazo izquierdo. Las declaraciones del anciano Brunier obligaron a revisar la historia contada por Charrière y se llegó a la conclusión que algunos pasajes del libro, si bien eran ciertos, no los había protagonizado él.
El escándalo creció cuando las autoridades penitenciarias francesas publicaron los registros de prisioneros de la colonia penal de la Isla del Diablo y Henri Charrière no figuraba en ellos. Pero tampoco todo era falso, porque el autor de “Papillon” sí era un exconvicto que había sido condenado a cadena perpetua y confinado del otro lado del Atlántico. Eso también estaba documentado.
Hoy, cuando Henri Charrière cumpliría 118 años y han pasado 51 de su muerte, hay muchos interrogantes que siguen sin respuesta: ¿Quién fue el verdadero Papillon? ¿Cuánto de cierto y cuánto de falso hay en el libro de Charrière? ¿Es una novela autobiográfica o una obra de ficción? ¿Qué hechos lo tuvieron como protagonista y cuáles inventó o tomó de las historias de otros presos? ¿Por qué Brunier guardó silencio durante tanto tiempo? Papillon se ha convertido en un enigma.
Muerte y condena
Está documentado -porque existe una partida de nacimiento- que Henri Charrière llegó a este mundo el 16 de noviembre de 1906 en Saint-Étienne-de-Luggdarès, en Ardèche, Francia. Sus padres eran Joseph y Marie-Louise, dos profesores de secundaria, que tuvieron también dos hijas. Un certificado de defunción da cuenta, además, que Henri quedó huérfano de madre en 1917, poco después de cumplir 11 años.
En 1923, cuando tenía 16 años, se alistó en la Armada, donde sirvió dos años antes de pedir la baja. Su rastro puede seguirse entonces hasta los bajos fondos de Paris, donde se convierte en un personaje más de ese ambiente donde se mezclan delincuentes, prostitutas y proxenetas.
Se movió en ese mundo hasta que en 1931 lo detuvo la policía, acusado de matar a un cafisho llamado Roland le Petit. Charrière, que por entonces ya tenía tatuada la mariposa en su pecho y era conocido como Papillon, negó siempre haber cometido ese crimen, pero no le valió de nada: en octubre de ese año lo condenaron a trabajos forzados a perpetuidad en la Guayana francesa.
Es allí donde comienza la extraordinaria historia que lo hizo uno de los presos franceses más famosos, a la par del capitán Alfred Dreyfus, condenado injustamente años antes por traición y enviado a la Isla del Diablo, la misma de la que Charrière aseguró haber escapado a principios de la década de los ‘40.
Las primeras fugas
Las fugas que Charrière en “Papillon” son de novela, o de película, y aquí solo se puede enumerarlas. Su primer destino como recluso fue el Centro Penitenciario de Saint Laurent du Maroni en la Guayana Francesa, desde donde fue trasladado una de las pequeñas Islas de la Salvación. Fingiendo una enfermedad, logró que lo llevaran al hospital, de donde se fugó con la ayuda de un enfermero junto con dos presos, Clousiot y André Maturette. Tenían preparada una pequeña embarcación con la que navegaron a lo largo de la costa de Trinidad y Tobago hasta Riochacha, en Colombia. En la travesía recibieron la ayuda de una comunidad de leprosos.
El mal tiempo les impidió seguir viaje y los tres fueron capturados por la policía colombiana. Papillon pudo escapar pocos días después y tras días de caminata llegó a la región de Guajira, donde fue acogido por un grupo de nativos pescadores de perlas, con los que permaneció varios meses. Si algo le faltaba a su aventura era el amor y lo encontró en una joven del poblado. El amor y la paz no le duraron mucho, porque fue recapturado y encarcelado en Santa Marta y más tarde en Barranquilla, desde donde fue extraditado y enviado nuevamente a la Guayana Francesa en 1934.
Por haberse fugado, Charrière fue condenado a dos años de aislamiento en la isla de Saint-Joseph, conocida como “la devoradora de hombres”. Luego de pasar esos dos años en aislamiento fue transferido a la isla de Royale, desde donde tuvo otro intento fallido de fuga en el que mató a un informante de la prisión, por lo que fue condenado a ocho años de aislamiento. Solo cumplió 19 meses, porque le conmutaron la pena después de un acto heroico: salvó a la hija de un jefe del penal que se estaba ahogando en el mar.
Locura y escape final
Pese a todos esos reveses, Charrière no cejó en sus intentos por recobrar la libertad. Su nueva estrategia fue fingir demencia para que lo trasladaran a un manicomio, donde la vigilancia era mucho menos rígida. Volvieron a capturarlo antes de que pudiera alejarse de la isla.
Pidió entonces que lo trasladaran a la Isla del Diablo, utilizada como colonia penal francesa desde los tiempos de Napoleón III, desde donde nadie había logrado fugarse. Los presos podían vagar por toda la isla, porque sus acantilados impedían cualquier intento de escapar por el mar. Pero Charrière descubrió la manera de hacerlo: después de meses de observar la llegada de las olas que golpeaban contra los acantilados, descubrió que la séptima de una secuencia se alejaba de la costa con más fuerza que las anteriores. Construyó una balsa con cocos y se arrojó con ella al agua.
Llegó a tierra en Guayana y desde allí huyó en bote a Venezuela, donde fue nuevamente capturado, aunque con una ventaja: al no haber tratado de extradición, evitó ser devuelto a las cárceles de las colonias francesas. Fue liberado el 18 de octubre de 1945 y decidió quedarse en el país. No podía regresar a Europa porque las autoridades francesas seguían reclamándolo.
Se casó con una venezolana –más para evitar ser expulsado que por otra cosa– y consiguió fondos para fundar en Caracas el restaurante Gran Café, que pronto se convirtió en sitio de reunión de la bohemia local. Allí, en las mesas de ese bar, Charrière comenzó a escribir Papillon.
Debió esperar hasta 1967 para que prescribieran todas las causas que tenía con la justicia francesa y retornar a Europa. Dos años más tarde publicó el libro que lo hizo famoso y terminó de escribir otro, Banco, donde contó su vida en Venezuela.
Fama y enigma
La publicación de Papillon -que de inmediato se convirtió en un éxito de ventas y fue traducido a varios idiomas- no solo convirtió a Henri Charrière en un escritor famoso. Pronto se transformó también en la punta de lanza de las denuncias contra la crueldad del sistema penitenciario francés, al que criticó tanto dentro como fuera de las fronteras de su país.
Al mismo tiempo, comenzó a recorrer el mundo para realizar presentaciones de su libro. Durante una de esas giras literarias y de denuncia, en 1972, recaló en Buenos Aires, y resumió las dos caras que, a su juicio, tenía su país. “Francia, no en vano, es la cuna de los derechos del hombre. Francia puso a mi disposición todos los medios de difusión oral, escrita y visual para que yo hiciera un cara a cara con el sistema jurídico-policial francés. Eso fue extraordinario. Yo soy ahora ciudadano del mundo, pero quien me hizo ciudadano del mundo fue el mismo pueblo francés que me sentenció brutalmente y me trató como una inmundicia de la sociedad. El tratamiento bárbaro y medieval de su policía pesó sobre algunas conciencias”, explicó en una entrevista con el crítico literario Ubaldo Nicchi publicada en el diario Clarín.
Charrière ya estaba enfermo y murió pocos meses después, el 29 de julio de 1973, y durante más de treinta años la historia que había relatado en Papillon fue tomada al pie de la letra, hasta que en 2005 el anciano Charles Brunier, con su mariposa tatuada en el brazo izquierdo, salió a la luz para asegurar que el verdadero Papillon era él.
A las declaraciones del viejo exconvicto se sumó la publicación de los registros de la colonia penal de la Isla del Diablo, donde no aparecía el nombre de Charrière. Según las autoridades francesas, nunca había estado encarcelado allí. Todo esto despertó el interés del periodista Gerard de Villiers, que investigó a fondo la historia y llegó a la conclusión que publicó en su libro Papillon Épinglé (Mariposa clavada): que solo el diez por ciento de lo que Chárriere cuenta en su novela autobiográfica es verdad y que el resto de los episodios que relata fueron protagonizados por otros presos o surgieron de la imaginación del autor.
Cuando se cumplen 118 años de su nacimiento, el enigma que rodea a Henri Chárriere sigue vigente. De lo que no caben dudas es que, novela autobiográfica o obra de ficción, “Papillon” es uno de los relatos de aventuras más apasionantes que se hayan escrito durante el Siglo XX. Empieza así, con violencia: “La bofetada fue tan fuerte que necesité trece años para sobreponerme. No fue un sopapo corriente, y para dármelo se esmeraron al máximo”.