En sus memorias, publicadas en 1962, el periodista inglés Sefton Delmer cuenta como su estrecha relación con el líder de las fuerzas de asalto nazi, Ernst Röhm fue la llave que le permitió ser el primer reportero británico que, en 1931, pudo entrevistar a Adolf Hitler. Por entonces, el vínculo entre Delmer y uno de los hombres de mayor confianza del futuro dictador alemán era tan cercano que Röhm no tuvo reparos en mostrarle los aspectos más íntimos de su vida, desconocidos para casi todo el resto de los alemanes. El inglés lo refleja con una anécdota ocurrida en el famoso cabaret LGTB Eldorado, una noche que compartió con el nazi que comandaba a los temibles hombres de las camisas pardas. Cuenta que en un momento se acercó a la mesa un hombre travestido de mujer y le mencionó a Röhm la “maravillosa fiesta” que habían compartido unas noches antes. Cuando volvieron a quedarse solos, Delmer le comentó al líder de las SA:
-Ahí lo tiene, señor jefe de estado mayor. Ninguna mujer prostituida vendría de esa forma hacia un antiguo cliente y charlaría delante de un extraño como yo sobre la noche que pasaron juntos.
-No soy su cliente. Soy su comandante. Es uno de mis hombres de las SA – cuenta el periodista que le respondió con naturalidad Röhm.
Röhm, parte del mundo LGBT alemán
El episodio narrado por el periodista inglés ocurrió poco antes de la llegada de Hitler al poder, cuando Eldorado, en la calle Motzstraße, era uno de los cinco locales berlineses del ambiente LGBT que funcionaron durante el período de entreguerras. Röhm y otros miembros de los grupos de choque nazis eran clientes asiduos del lugar y no lo ocultaban. Tampoco resultaba extraño que así fuera, porque los hombres de las SA hacían gala de un fuerte elemento homoerótico y no ocultaban su desagrado por “la debilidad” de las mujeres, algo que utilizaban de alguna manera para justificar su homosexualidad.
La vida nocturna en Eldorado está muy bien contada por los directores Benjamin Cantu y Matt Lambert en el documental con ese título que se puede ver por estos días en Netflix. Sin embargo, la mayor referencia a las tensiones contradictorias que convivían en la Alemania de los nazis en ascenso sigue siendo “Cabaret”, la consagrada película dirigida por Bob Fosse y protagonizada por Liza Minelli, Michael York y Joel Grey. En este film se refleja de manera magistral el contraste entre esas noches de desenfreno y la viril sobreactuación de los jóvenes de camisas pardas en las calles cantando “Tomorrow belongs to me” a plena luz del día.
Aunque el artículo 175 del Código Penal de la República de Weimar condenaba las relaciones sexuales entre hombres, en los hechos la homosexualidad masculina no era perseguida en la Alemania de los años ‘20 y principios de los ‘30. Si bien existía en los papeles, la norma jurídica rara vez se aplicaba porque los tribunales exigían pruebas materiales del coito para condenar a los acusados.
En ese contexto, Röhm dejó testimonios escritos sobre sus preferencias sexuales y “el asco” que le provocaban las mujeres. “No me molesta mi inclinación, aunque a veces me haya acarreado no pocas dificultades. En el fondo, quizá, hasta estoy orgulloso de ella. Al menos, eso creo”, escribió en una carta que le envió al médico Karl-Günther Heimsoth, autor de “Hetero y homofilia” y considerado el introductor de este último concepto en la Sexología.
La situación cambiaría radicalmente con la llegada de Hitler a la Cancillería del Reich, cuando lanzó una persecución abierta contra los homosexuales, cuyas prácticas consideraba contrarias al modelo alemán de masculinidad. Sin embargo, Röhm consideraba que a él no se le aplicaban las generales de la ley: confiaba en que su estrecha amistad con el Führer lo hacía intocable.
El amigo del Führer
Para 1933, Hitler y Röhm llevaban más de una década de lucha codo a codo por hacerse del poder en Alemania. Röhm no solo era uno de los iniciadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (nazi) y había participado en el Putsch de Múnich, el fallido intento de Hitler de alcanzar el poder por la fuerza en 1923, sino que era también amigo del Führer, al punto de ser el único en su entorno que se atrevía a tutearlo.
Hitler conocía y toleraba las inclinaciones sexuales de su amigo y ladero, algo que a cualquier otro le podía costar la expulsión del partido. La sexualidad de Röhm se volvió un escándalo público en 1931, cuando un periódico de izquierda publicó que era gay. Entonces, el Partido Socialdemócrata de Alemania, de izquierda moderada, aprovechó su sexualidad para su propaganda electoral.
A pesar del escándalo y su utilización política, Hitler defendió a Röhm. Confiaba tanto en él que en 1931 le puso al frente de las SA, las fuerzas paramilitares uniformadas con camisas pardas que utilizaba como grupos de choque y para la persecución y el maltrato de judíos y homosexuales.
Las comunidades gays fueron uno de los primeros blancos de la persecución del Estado luego del ascenso de Hitler al poder. A partir de 1933, el régimen nazi las acosó y las desmanteló. Una de las primeras acciones fue cerrar bares y otros lugares de reunión de los gays. Por ejemplo, a finales de febrero y principios de marzo de 1933, en respuesta a órdenes nazis, la policía de Berlín cerró numerosos locales de este tipo. Uno de ellos fue Eldorado, el mismo que solía frecuentar Röhm, que se había convertido en un símbolo prominente de la cultura gay de Berlín.
El siguiente paso fueron las detenciones. Según la Enciclopedia del Holocausto, se calcula que desde 1933 hasta el final de la guerra fueron arrestados alrededor 100.000 hombres por la violación del artículo 175, ahora aplicado sin necesidad de pruebas del coito. Muchos de ellos pasaron largos años en prisión o fueron enviados a campos de concentración.
Röhm no vivía esa situación como algo contradictorio con su misión al frente de las SA, sino que comandaba a sus hombres con mano de hierro para llevar a cabo la persecución de los homosexuales, de la misma manera que lo hacía contra judíos, comunistas, sindicalistas, romaníes, disidentes políticos o negros.
Para 1934 era uno de los hombres más poderosos del nazismo, pero también se había ganado enemigos poderosos en el más alto nivel del régimen, donde sus rivales lo descalificaban ante Hitler por su inclinación sexual. No sería ésa, sin embargo, la causa de su caída en desgracia y de su muerte, sino una batalla política que perdió por su desmedida ambición de poder.
Un error estratégico
A mediados de 1934 Hitler estaba lejos de acumular el poder que lo llevaría a ser el líder absoluto de Alemania en los siguientes diez años. Ya había logrado prohibir a todos los partidos políticos rivales y llevado al país a un régimen unipartidista controlado por los nazis, pero le faltaba controlar a las fuerzas armadas, un instrumento indispensable para sus planes.
En ese contexto, Ernst Röhm propuso fusionar – un eufemismo de subordinar – al Ejército con las SA, que ya sumaban más de 70.000 hombres. El primer paso fue elevar un memorando en el que pedía que sus fuerzas de choque reemplazasen al ejército regular como fuerza nacional y que los soldados y oficiales quedaran bajo su mando.
Röhm ya estaba lanzado y no pensaba detenerse. Era uno de los pocos que cuestionaba las políticas de Hitler, a las que llegó a calificar de tibias. “Si él cree que puede estrujarme para sus propios fines eternamente y algún día echarme a la basura, se equivoca. Las SA pueden ser también un instrumento para controlar al propio Hitler”, llegó a decir.
Hitler rechazó la propuesta, que puso en estado de alerta a los enemigos que Röhm se había granjeado en la cúpula nazi, como Hermann Göring y Heinrich Himmler, que vieron ese proyecto de subordinar a las Fuerzas Armadas a las SA, le daría un poder enorme. Para contrarrestarlo, comenzaron a conspirar contra él. Göring lo odiaba desde que se habían conocido, Himmler era en teoría su subordinado y veía en la caída del jefe de las SA una oportunidad para ascender en el régimen.
Otro que veía con malos ojos a Röhm y el poder que acumulaban las SA era el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, el barón Konstantin von Neurath, por entonces encargado de organizar una reunión cumbre entre Hitler y Mussolini. Días antes del encuentro entre los dos líderes, le ordenó al embajador alemán en Italia, Ulrich von Hassel, que le pidiera a Mussolini que, durante la reunión, se manifestara en contra de las SA. Cuando se encontraron a fines de junio de 1934, Hitler le escuchó decir a su aliado italiano que las fuerzas lideradas por Röhm “estaban ennegreciendo el buen nombre de Alemania”.
Es posible que por separado ni las críticas de Il Duce ni las de Göring y Himmler hubieran decidido a Hitler a tomar medidas contra el poderoso jefe de las “camisas pardas”, pero la confluencia de los dos flancos de ataque dio el resultado esperado.
Una reunión decisiva
La culminación de la maniobra fue un discurso del vicecanciller Franz von Papen en la Universidad de Marburg, donde advirtió sobre la amenaza de una “segunda revolución”. Esto llevó a que Hitler se reuniese con el presidente Hindenburg, quien le exigió que tomase represalias contra Röhm, advirtiéndole que, de no hacerlo, declararía la ley marcial y entregaría el poder a las Fuerzas Armadas.
El presidente era el único hombre en Alemania con poder legal para deponer al Führer. Para fines de junio, muy presionado, el líder tomó una decisión. Luego de su encuentro con Hindenburg, Hitler citó a Röhm a una reunión entre el alto mando del ejército, los jefes de las SA y los de las SS, en la que el líder de los “camisas pardas” se vio obligado a firmar un documento en el que reconocía y acataba el poder sobre las SA de las fuerzas armadas alemanas. Durante la reunión, Hitler hizo saber a los convocados que las SA se iban a convertir en una fuerza auxiliar del ejército y no al contrario. Al término de la convocatoria, Röhm aseguró que no acataría esa resolución y que seguiría impulsando el proyecto de un ejército dirigido por las SA.
Con esa declaración Röhm selló su suerte. La maniobra para destruirlo, orquestada por el propio Hitler, se llamó “Operación Colibrí”, y comenzó con una orden directa a Reinhard Heydrich, jefe de la SD, el servicio de inteligencias de las SS, para que recopilara toda la información que pudiese sobre el jefe de las SA y su entorno. Heydrich hizo falsificar un expediente en donde se sugería que Röhm había recibido 12 millones de marcos para derrocar a Hitler y se las hizo enviar a los más importantes jefes de las SS.
Final con cuchillos largos
La madrugada del 30 de junio de 1934, Hitler y sus colaboradores más estrechos volaron desde Berlín a Múnich, donde la noche anterior las SA habían provocado serios disturbios. Desde el aeropuerto fueron directamente a la sede del Ministerio del Interior de Baviera, donde se reunieron con los líderes de las SA. Enfurecido, Hitler arrancó las insignias de la camisa del jefe de la policía de Múnich, por haber fallado en su misión de mantener el orden en la ciudad. Mientras los “camisas pardas” eran conducidos a la cárcel, Hitler reunió a numerosos miembros de las SS y de la policía y fue al Hotel Hanselbauer, donde Röhm y sus seguidores lo esperaban.
Una vez en el hotel, el propio Hitler arrestó al jefe de las SA, que estaba custodiado por dos hombres con las pistolas desenfundadas y sin seguro. Röhm no se resistió. En la revisión de las habitaciones del establecimiento, las SS encontraron al jefe de las SA de Breslavia, Edmund Heines, en la cama con un soldado de las SA de 18 años. Los asesinaron allí mismo. Mientras tanto, las SS arrestaban a un gran número de jefes de las SA y, entre la noche del 30 de junio y la madrugada del 1° de julio, ejecutaron a 85 de ellos. El hecho pasó a la historia como “La Noche de los Cuchillos Largos”, porque la mayoría de las muertes se perpetraron con armas blancas.
“Que venga Hitler”
El líder de los “camisas pardas” fue trasladado desde el hotel a la prisión de Stadelheim, en Munich. Hitler dudaba si matarlo o no, en honor a la amistad de los viejos tiempos. Fue nuevamente su entorno quien lo impulsó a tomar una decisión. Le dijeron que, aún preso, Röhm conservaría su prestigio y su influencia, que mientras estuviera vivo sería un peligro. Por otra parte, si se lo enjuiciaba, la investigación llevaría a sacar a la luz las maniobras – entre ellas la falsa denuncia pergeñada por Heydrich – que habían desencadenado la purga de la “Operación Colibrí”.
Finalmente, el 1° de julio, luego de muchas vacilaciones, Hitler ordenó a Theodor Eicke, comandante del campo de concentración de Dachau, que le ofreciera a Röhm la posibilidad de suicidarse y que, si se negaba, lo matara. Esa misma tarde, Eicke y el oficial de las SS Michael Lippert visitaron a Röhm en su celda y le dieron una pistola cargada son una sola bala. Le dijeron que tenía diez minutos para suicidarse o que ellos lo matarían.
-Si quiere matarme, que venga Hitler en persona - les respondió el preso.
Diez minutos más tarde volvieron y lo encontraron parado en medio de la celda con el pecho descubierto, en actitud desafiante. Lippert lo mató con un disparo a quemarropa.