La historia del único soldado fusilado por desertor en la Segunda Guerra: la carta de su confesión y el reclamo de su viuda

Eddie Slovik tenía 24 años cuando admitió haber abandonado su posición en combate y asumió las consecuencias. Sus superiores lo intentaron salvar de una muerte segura, pero se negó a retirar la carta en la que reconoció sus actos. Lo juzgaron hace 80 años y lo acribillaron, días después, sus propios camaradas

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Eddie Slovik, condenado hace ocho décadas y fusilado en 1945
Eddie Slovik, condenado hace ocho décadas y fusilado en 1945

Días antes de pararse frente al pelotón de fusilamiento, días antes de recibir once balazos de fusil semiautomático Garand M1 disparados por sus camaradas de armas, soldados como él, días antes de morir, con el criterio infalible y el temple acerado que da la muerte inminente, Edward “Eddie” Slovik, el único soldado en ser fusilado por desertor durante la Segunda Guerra Mundial, trazó con una frase amarga y certera un breve retrato de su vida de veinticuatro años que estaba a punto de terminar: “No me van a fusilar por desertar del Ejército de los Estados Unidos: miles de soldados desertaron en esta guerra. Necesitan dar un ejemplo con alguien, y ese alguien soy yo porque soy un ex convicto. Solía robar cosas cuando era un chico y por eso me van a disparar. No me matan por desertor; me matan por el pan y los chicles que robé cuando tenía doce años”.

Esas pocas palabras atormentadas no mentían. Eddie Slovik había desertado del Ejército, había regresado a filas y había reconocido su delito militar, con la esperanza, vana, de ser condenado a una baja deshonrosa una vez cumplida una acaso breve condena de cárcel. Pero lo juzgaron y lo condenaron a muerte. En agosto de 1944, la guerra en Europa marchaba hacia el final; las tropas de Adolf Hitler huían hacia Berlín, el ánimo de sus perseguidores, los aliados por el Oeste y los rusos por el Este, era el de los que presienten una victoria cercana. La moral, si es que existe alguna en una guerra, estaba baja; nadie quería morir en los últimos días de combate, de manera que cualquier excusa era útil para dar un escarmiento a quienes estaban más cerca de la desidia que del fervor combativo. Slovik sirvió esa excusa en bandeja a sus superiores. Por último, era verdad que había sido un convicto y era verdad que iban a fusilarlo porque lo consideraban prescindible.

Lo juzgaron, en la que fue la corte marcial más breve de la historia: duró una hora cuarenta minutos, el 11 de noviembre de 1944, hace ochenta años. Y lo ejecutaron en medio de la nieve francesa el 31 de enero de 1945. En ese lapso, entre la condena y la descarga de fusilería, Slovik pidió clemencia. No la tuvo.

La vida que el soldado Slovik sintetizó en pocas palabras días antes de morir, había sido agitada, alocada y más vecina de los escombros que del bronce. Había nacido en Detroit, Michigan, el 18 de febrero de 1920, en una familia polaca y católica. Estudió a tropezones en la Fordson High School, una escuela secundaria de Detroit, en el pueblo de Fordson que rendía homenaje con su nombre a Henry Ford y a su hijo Edsel.

Más que un buen estudiante, Eddie fue un alborotador y, desde chico, tuvo siempre contacto, siempre no deseado, con la policía. Era verdad que había robado cosas a los doce años: lo apresaron por primera vez cuando entró con unos vagos amigos a robar algo de latón en una fundición. Entre 1932 y 1937, entre los doce y diecisiete años, volvió a ser detenido por cargos de “robo, allanamiento de morada y alteración del orden público”. Se ganó un año preso, hasta su libertad condicional, en septiembre de 1938. Pero después, junto a dos amigos y borracho, robó un coche y lo estrelló contra un muro, lo que le valió una nueva condena en 1939. Recién salió en libertad condicional en abril de 1942, cuando ya hacía cuatro meses que Estados Unidos estaba metido en la guerra contra Japón en el Pacífico.

Tal vez a sus veintidós años Slovik llegó incluso a sentar cabeza, era hora. Salió de la cárcel y consiguió trabajo en Montella Plumbing and Heating, de Michigan. Allí conoció a Antoinette Wisniewski, una buena chica descendiente de polacos como él, que trabajaba en la misma empresa en el departamento de contaduría. Se casaron el 7 de noviembre de 1942 y Eddie vivió con su flamante esposa en la casa de sus suegros.

Sus antecedentes penales hicieron que fuese considerado “moralmente no apto” para pertenecer al ejército de los Estados Unidos. Pero poco después del primer año de casados, a Eddie lo “reclasificaron” y lo juzgaron “apto para el servicio”. El 3 de enero de 1944 llegó al Campamento Wolters, en Texas, para recibir entrenamiento militar básico, veinte días, y fue enviado a la Compañía D del 59° Batallón de Entrenamiento de Infantería. En pocos meses la participación de Estados Unidos en la guerra se hizo más amplia. El 6 de junio de ese año los aliados invadieron Normandía y el 11 de julio Slovik fue asignado a la reserva de Reemplazos de Fuerzas Terrestres 1, en Fort George, Maryland. En agosto, ya estaba en la Francia ocupada por los nazis como parte de las fuerzas armadas destinadas a liberarla.

"Le dije que si tenía que volver a salir al campo de batalla, me escaparía. Me dijo que no podía hacer nada por mí, así que me escapé de nuevo, y me escaparé de nuevo si tengo que ir allí”, confesó por carta
"Le dije que si tenía que volver a salir al campo de batalla, me escaparía. Me dijo que no podía hacer nada por mí, así que me escapé de nuevo, y me escaparé de nuevo si tengo que ir allí”, confesó por carta

La odisea de Slovik empezó el 24 de agosto, cuando fue destinado como reemplazo, sangre fresca y nueva en la batalla, a la 28ª División de Infantería. Estuvo en la retaguardia, destino original de los reemplazos, una sola noche: el 25 de agosto, junto a otros quince soldados, integró la Compañía G del 109° Regimiento de Infantería. Los pasos de Slovik, reconstruidos después de su fusilamiento y del escándalo que, con los años, despertó el cumplimiento de la condena dictada por la corte marcial, entraron en el terreno de la confusión y del drama.

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Monstruos del nazismo. Los personajes más oscuros y siniestros

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En el ámbito militar hay poco espacio para la confusión: se combate o no, el resto es nada. Lo cierto es que en el nuevo destino de Eddie Slovik, cerca de Elbeuf, Francia, hubo un furioso ataque de artillería alemana, todo el mundo se puso a cubierto, Eddie lo hizo junto con un soldado amigo, John Tankey: ambos pasaron la noche alejados de la Compañía G, que se puso en marcha a la mañana siguiente sin notar que dejaban atrás a dos de sus flamantes soldados. Slovik y Tankey poco hicieron para enterar a su compañía que habían quedado atrás. Por el contrario, cuando descubrieron que Elbeuf había sido ocupado por una unidad de la Policía Militar Canadiense, se unieron a ellos a lo largo de seis semanas. Tankey, previsor, escribió a su regimiento para explicar los motivos de su ausencia, antes de que el 7 de octubre los canadienses los devolvieran a la Compañía G, adonde pertenecían.

Al día siguiente de llegar a su regimiento, Eddie habló con su comandante, el capitán Ralph Grotte. Le dijo que estaba “demasiado asustado”, para servir en una compañía de fusileros, que iba a escapar si lo mandaban a la primera línea y que pedía ser enviado a la retaguardia. Luego le preguntó a Grotte si eso sería causa de deserción. El capitán hizo lo que se esperaba de todo jefe de compañía: le dijo a Eddie que sí, que si escapaba cometería deserción, que iba a ser sometido a consejo de guerra, le negó el pedido de ser enviado a retaguardia y lo asignó a un pelotón de fusileros.

El 9 de octubre, Slovik desertó hacia la retaguardia. Su amigo Tankey lo alcanzó no bien iniciado el camino, para intentar convencerlo de que evitara ese acto insensato. Eddie le dijo que su decisión estaba tomada.

Caminó varios kilómetros hacia la retaguardia hasta que dio con una unidad del 112° Regimiento de Infantería. Eligió a uno de sus suboficiales, un cocinero, para entregarle una nota que decía: “Yo, soldado Eddie D. Slovik, 36896415, confieso la deserción del Ejército de los Estados Unidos. En el momento de mi deserción estábamos en Elbeuf, en Francia. Llegué a Elbeuf como reemplazo. Estaban bombardeando la ciudad y nos dijeron que nos atrincheráramos para pasar la noche. A la mañana siguiente nos bombardearon de nuevo. Estaba tan asustado, con nervios y temblando, que cuando los otros reemplazos salieron, yo no podía moverme. Me quedé allí, en mi pozo de tirador, hasta que se calmó y pude moverme. Entonces me dirigí al pueblo. Al no ver a ninguna de nuestras tropas, pasé la noche en un hospital francés. A la mañana siguiente me entregué al cuerpo canadiense. Después de estar con ellos seis semanas me entregaron a la policía militar americana. Le conté a mi oficial al mando mi historia. Le dije que si tenía que volver a salir al campo de batalla, me escaparía. Me dijo que no podía hacer nada por mí, así que me escapé de nuevo, y me escaparé de nuevo si tengo que ir allí”.

Era una confesión en toda forma. Fue su condena a muerte. El cocinero llevó a Slovik a la policía militar; el comandante de su compañía leyó la nota que había escrito y le pidió que la destruyera antes de ser detenido. Slovik se negó. Eddie y su nota fueron a parar ante el teniente coronel Ross Henbest, que era el jefe del 28° de Infantería. Henbest, que murió tres años después del final de la guerra, también le pidió a Slovik que destruyera la nota, regresara a la unidad, enfrentara los cargos que iban a hacerle y ya no complicara más las cosas. Eddie volvió a negarse, por lo que Henbest también hizo lo que se espera de un militar: pidió a Eddie que escribiera en el dorso de la nota que se negaba a destruir, que comprendía a la perfección las consecuencias legales de incriminarse como desertor y le aseguró que la nota se iba a usar como prueba en su contra en la corte marcial.

Se conocieron en el trabajo y se casaron. Eddie Solvik y su esposa Antoinette
Se conocieron en el trabajo y se casaron. Eddie Solvik y su esposa Antoinette

Slovik fue detenido, confinado en las barracas de castigo de su división de infantería hasta donde llegó otro teniente coronel, Henry Sommer, del Cuerpo de Abogados Generales del Ejército, que volvió a ofrecerle una tercera oportunidad de reincorporarse a su unidad a cambio de que retiraran los cargos. Y algo más: le propuso el traslado a otro regimiento de infantería de la División, donde nadie lo conociera ni supiera algo de él, para que pudiera así empezar de cero. Slovik volvió a negarse.

Aquel muchacho coqueteaba con la muerte, no quería volver al frente de batalla y estaba convencido de que lo que le esperaba era la cárcel y la baja deshonrosa. No tenía entonces la certeza terrible que tuvo después: iban a dar un escarmiento con él. “Aceptaré mi consejo de guerra”, contestó.

Durante la Segunda Guerra Mundial, más de veintiún mil soldados estadounidenses fueron condenados a distintas penas de prisión por desertar. Ninguno fue condenado a muerte, un castigo que se imponía en muy contadas ocasiones frente a casos de violación o de asesinato. Entre 1941 y 1945 los consejos de guerra de las fuerzas armadas de Estados Unidos llegaron a dictar cuarenta y nueve penas de muerte: una sola por deserción. La de Slovik fue la única de las cuarenta y nueve que fue cumplida. Las demás, fueron indultadas.

Eddie Slovik fue acusado ya no de deserción simple, sino de desertar para evitar un servicio peligroso, que era lo que decía su confesión. El Consejo de Guerra que se reunió en la mañana del 11 de noviembre de 1944 estaba compuesto por oficiales del Estado Mayor de otras divisiones de Infantería porque todos los oficiales de la 28ª, luchaban en el frente ese día. O eso era verdad, o era una excusa para no enjuiciar a uno de los suyos por deserción. El fiscal, el capitán John Green, tuvo un trabajo fácil: Slovik había decidido no testificar y todo cuanto tenía que decir estaba escrito y firmado con la asunción plena de las consecuencias legales de su delito militar. Green sólo agregó que el acusado había manifestado su decisión de huir, lo que también era cierto. En una hora cuarenta minutos, el Consejo de Guerra más breve de la historia, Slovik fue declarado culpable y condenado a morir fusilado.

Los diarios se ocuparon de la historia del desertor ejecutado
Los diarios se ocuparon de la historia del desertor ejecutado

La sentencia fue revisada y aprobada por quien era el comandante de la División, Mayor General Norman Cota. que luego declaró: “Tal como conocía yo los hechos en noviembre de 1944, pensé que era mi deber con este país aprobar esa sentencia. Si no la hubiera aprobado, si hubiera dejado que Slovik cumpliera su propósito, no sé cómo podría haber regresado al frente y mirar a la cara a un buen soldado”.

Eddie presentó una apelación; si antes estaba un poco velada cuál era la intención de las autoridades con la sentencia, el rechazo a esa apelación lo dejó muy en claro: el rechazo sostuvo que el condenado había “desafiado directamente la autoridad” del ejército estadounidense y que “la disciplina futura depende de una respuesta decidida a este desafío”.

El 9 de diciembre, Slovik escribió al Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, el general Dwight Eisenhower, una solicitud de clemencia. No tuvo suerte. En una guerra, pasan muchas cosas en poco tiempo. Si Eisenhower pensó tal vez en el perdón, una última contraofensiva alemana en las Ardenas lanzada por los nazis el 16 de diciembre, diez días después del pedido de Slovik, convirtió a cualquier deserción en un drama; el sorpresivo ataque alemán dejó un tendal de víctimas americanas, muchos de ellos fusilados sin miramientos cuando se entregaban y otros rematados al ser hallados heridos en el nevado campo de batalla.

Eisenhower, con su llana franqueza habitual, señaló que la sentencia debía ser ejecutada para desalentar más deserciones y confirmó la ejecución de Slovik el 23 de diciembre, la noche antes de pasar la Nochebuena de ese año junto a los generales Joseph Patton, Omar Bradley y al mariscal inglés Bernard Montgomery en el hotel que aun hoy enfrenta la estación central de ferrocarril de Luxemburgo, y que hasta hace unos años conservaba en la recepción una foto de los cuatro militares tomada aquella fría noche diciembre.

La decisión del comandante supremo era también más que un escarmiento: era un aviso a todo aquel que pensara que la victoria cercana habilitaba el sosiego, la moderación o el letargo. Por otro lado, si algún soldado americano llegó a sentir simpatía o apego, al menos condescendencia hacia la deserción de Eddie, la brutal ofensiva nazi en las Ardenas lo había cambiado todo: la guerra proseguía y, como todas, era a muerte.

Slovik fue fusilado a las diez y cuatro minutos de la mañana del 31 de enero de 1945, a cuatro meses del fin de la guerra en Europa, cerca del pueblo Sainte-Marie-aux-Mines, en el departamento francés de Alto Rin, en la región de Alsacia. De acuerdo con la liturgia militar, el uniforme del condenado fue despojado de todas las insignias que lo identificaban, botones y cualquier otro elemento distintivo. Le envolvieron los hombros con una manta militar marrón para protegerlo del intenso frío, y lo llevaron al escenario elegido para la ejecución: una casa con un alto muro que alojaría los proyectiles dispersos, si los había, y que también iba a disuadir a cualquier civil francés que quisiera presenciar el fusilamiento.

El condenado fue colocado de espaldas a un poste al que fue atado con cinturones de tela; uno de esos cinturones lo sostenía por debajo de los brazos y terminaba colgado de un grueso clavo que sobresalía en la parte trasera del poste, de unos cuarenta centímetros de diámetro: la atadura estaba destinada a evitar que el cuerpo de Slovik cayera en la nieve al recibir la descarga.

La película “La ejecución del soldado Slovik”, protagonizada por Martin Sheen (foto) y dirigida por Lamont Johnson relató la historia del soldado fusilado
La película “La ejecución del soldado Slovik”, protagonizada por Martin Sheen (foto) y dirigida por Lamont Johnson relató la historia del soldado fusilado

El resto de los cinturones de tela aseguraron su cintura y ataron sus rodillas. Antes de que un soldado le colocara en la cabeza una capucha negra, el capellán que atendía sus últimos momentos tuvo un breve diálogo con Slovik. Era el padre Carl Patrick Cummings que algo debió sentir en el fondo de su alma consagrada a Dios, porque murmuró: “Eddie, cuando subas, reza un poco por mí”. Entonces, Eddie pronunció las que fueron sus últimas palabras: “De acuerdo, padre. Rezaré para que no me siga usted demasiado pronto”. Cummings murió en 1964.

Doce soldados elegidos a dedo, todos del 109° Regimiento de Infantería, integraron el pelotón. Estaban armados con el legendario fusil Garand M1, semiautomático y eficaz en la batalla. Todos los fusiles estaban cargados con una sola bala. Sólo uno de ellos tenía una bala de fogueo, para tranquilizar conciencias.

Cuando el oficial encargado de la ejecución dijo “Fuego”, Slovik recibió once balazos: al menos cuatro eran mortales. Dieron en la región alta del cuello y en la parte izquierda del cuerpo, desde el hombro hasta el pecho, bajo el corazón. Una bala quedó alojada en la parte superior del brazo izquierdo. El médico del Ejército dictaminó de inmediato que Slovik no estaba muerto: fue una exageración de su parte; Eddie murió segundos después, mientras los fusiles se recargaban para disparar por segunda vez. Todo había durado menos de quince minutos.

Lo que siguió después, duró muchos más que la corta vida de veinticuatro años de Eddie Slovik. Fue enterrado en la Parcela E del Cementerio y Monumento Americano de Oise-Aisne en Fere-en-Tardenois, junto a otros noventa y cinco soldados estadounidenses ejecutados por violaciones y asesinatos. Sus tumbas no formaron nunca parte del Cementerio Monumento; estaban apartadas, ocultas por la vegetación, y llevaban números correlativos y no el nombre del soldado ejecutado, lo que hacía imposible identificar a alguno, excepto que se conociera la clave de esas lápidas, que fueron secreto militar.

La viuda de Eddie Slovik logró que los restos del soldado fueran llevados a los Estados Unidos
La viuda de Eddie Slovik logró que los restos del soldado fueran llevados a los Estados Unidos

Antoinette Slovik, la mujer de Eddie, pidió al ejército de Estados Unidos, en vano, la devolución de sus restos y el cobro de su pensión. La mujer insistió con ardor en su reclamo sobre todo después del estreno en 1974 de la película “La ejecución del soldado Slovik”, protagonizada por Martin Sheen y dirigida por Lamont Johnson, que presentó el drama como un caso de justicia arbitraria, acaso de injusticia, contra un desertor americano. Antoinette Slovik murió en 1979, sin conseguir nada.

En 1981, el caso fue retomado por Bernard V. Calka, un veterano polaco-americano de la Segunda Guerra, que alzó la bandera de Antoinette y reclamó la devolución de los restos de Slovik a su tierra natal. En 1987 convenció, tal vez conmovió también, al presidente Ronald Reagan que ordenó la repatriación de Slovik y puso así fin a los pedidos familiares hechos a otros siete presidentes: Harry Truman; Dwight Eisenhower, que le había negado clemencia, John Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford y James Carter. Calka llegó a reunir cinco mil dólares para pagar la exhumación de la tumba, ya no más anónima, número 65, Fila 3, Parcela E del Cementerio Monumento francés de Oise-Aisne. Por fin, Eddie Slovik fue devuelto a Estados Unidos y enterrado en el Cementerio de Woodmere, Detroit, junto a Antoinette.

Así fue cómo, Eddie Slovik descansó por fin en la paz que jamás tuvo en vida. Paz, eso era lo que buscaba.

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