“Hay muchas clases de hombres malvados y refinados en el mundo, y ha habido asesinatos más brutales que los asesinatos de Manson; entonces, ¿por qué seguimos hablando de Charles Manson? Había algo en él que sólo tiene un hombre en un millón. Un aura. ‘Una vibra’, como decían los chicos en los 60. Adonde quiera que fuera, los chicos lo seguían. No era algo normal. Es decir, yo no podía lograr que alguien fuera hasta la heladería y me trajera un milk-shake, ¿entendés? Pero este tipo… Yo no sé qué tenía. ¿Cómo mierda voy a saber?”, se quejó alguna vez el fiscal Vincent Bugliosi, encargado de la acusación en el juicio por los crímenes del “Clan Manson” y autor también de “Helter Skelter”, el best seller de 600 páginas donde cuenta todo el asunto y que lleva vendidos casi diez millones de ejemplares desde su publicación en 1974.
Charles Manson cumpliría hoy – si estuviera vivo, porque murió en 2017 – 90 años y todavía se habla de él como uno de los criminales más brutales de la segunda mitad del Siglo XX. Se lo recuerda, claro, como el asesino de la actriz Sharon Tate, la esposa embarazada de Román Polanski, y de otras 6 personas en un raid de dos noches, pero también como el criminal que manchó con sangre ajena el “Verano del Amor” de 1969, cuando el love and peace hippie y el sex, drugs an rock’n’roll eran furor en los Estados Unidos.
En la cárcel solía hablar con jactancia sobre esas muertes y representaba 24 x 7 al personaje que se lo había comido: desafiante, provocador, amenazante, agresivo y físicamente violento con los otros presos, los guardianes y hasta con sus propios visitantes. “Sos un tipo muy lejano para mí. Yo sólo conozco gente como vos cuando les quiero robar. Sos un lacayo. Yo no hablo con lacayos”, le dijo, por ejemplo, al periodista Erik Hedegaard, de Rolling Stone, cuando fue a la cárcel de Corcoran, en California, para entrevistarlo.
Cuando murió de causas naturales a los 83 años llevaba más de 45 detrás de las rejas, durante los cuales nunca mostró arrepentimiento por sus crímenes. “Es una estrella de Hollywood. ¿A cuánta gente mató en la pantalla grande? ¿Era realmente tan agradable? Ella puso en peligro su cuerpo con todo lo que hizo. Y si era tan agradable como decían, ¿Qué estaba haciendo en la cama de otro tipo cuando sucedió todo? ¿Qué mierda significa eso?”, llegó a decir de Sharon Tate.
En realidad, Manson no había matado a nadie con sus propias manos. Los autores materiales de los crímenes fueron los integrantes de su clan, Tex Watson, y las “tres chicas Manson”: Patricia Krenwinkel, Susan Atkins y Leslie Van Houten. Por eso en el juicio se lo consideró instigador, responsable de conspiración para asesinar y autor intelectual de las muertes de Tate, que estaba embarazada de ocho meses, el peluquero de las estrellas de Hollywood Jay Sebring, el guionista Voytek Frykowsky, Abigail Folger, Steven Parent y el matrimonio de Leno y Rosemary LaBianca.
El raid asesino
Durante las madrugadas del 9 y el 10 de agosto de 1969 corrió un verdadero río de sangre en dos barrios de los más exclusivos de Los Ángeles. Apenas empezaba el sábado 9 -habían pasado minutos de la medianoche- cuando Tex Watson y las tres chicas Manson entraron a la mansión del 10.066 de Cielo Drive. Una vez adentro –luego de cortar los cables telefónicos– redujeron una tras otra a las personas que estaban allí.
Tenían una orden precisa del líder: matar a todos los que estuvieran allí, romper todo lo posible y dejar mensajes diabólicos en las paredes. Después se sabría la razón por la cual Manson eligió esa casa: hasta hacía poco había vivido allí el productor discográfico Terry Melcher –hijo de la actriz Doris Day-, a quien acusaba de haber truncado su carrera musical al rechazarle los temas para un disco.
En el juicio se supo que Sharon Tate había rogado por su vida, pidiendo que la secuestraran, dejaran nacer al hijo que hacía ocho meses crecía en su vientre y luego la mataran. No hubo compasión: la apuñalaron 16 veces.
Cuando llegó, la policía encontró los cuerpos mutilados de Tate y sus amigos Sebring, Frykowsky, Folger y Steven Parent. En las paredes se leía, pintado con sangre: “Piggies” (“Cerditos”) y “Helter Skelter”, en alusión a dos canciones de The Beatles.
A Manson no le gustó el desempeño de sus sicarios y les reprochó que fueran tan desprolijos. Para que aprendieran, les ordenó que la noche siguiente volvieran a matar. En esa ocasión los acompañó y les señaló otra mansión, la del 3301 de Waverly Drive. El propio Manson entró en la casa y despertó a punta de pistola a Leno LaBianca y lo llevó al dormitorio, donde descansaba su mujer, Rosemary.
Tex Watson, siguiendo las instrucciones de Manson cubrió las cabezas de la pareja con fundas de almohada y los ató. Cuando Manson vio que estaba todo bajo control, se fue del lugar dejando la orden de matarlos. Watson, Krenwinkel y Van Houten se encargaron de hacerlo, a cuchilladas como la noche anterior. Doce puñaladas para Leno, 41 para Rosemary.
Un juicio mediático
Por esos siete crímenes (el “Clan Manson” había cometido anteriormente dos más, como se descubrió más tarde) Manson, Watson, Krenwinkel, Atkins y Van Houten fueron encontrados culpables el 25 de enero de 1971.
El juicio tuvo, también, otra protagonista que no se sentó en el banquillo de los acusados sino en el de los testigos: Linda Kasabian, de 20 años en el momento de los crímenes. No había participado directamente en ellos, sino que había sido la conductora del auto que trasladaba a los asesinos. Su testimonio – cordado con la fiscalía a cambio de inmunidad- terminó siendo decisivo para probar los asesinatos.
El proceso fue un auténtico circo mediático con una duración de nueve meses y medio. Fue el más largo de Estados Unidos por el delito de asesinato: tuvo una transcripción de más de ocho millones de palabras. El jurado, compuesto por siete hombres y cinco mujeres, fue incomunicado en un hotel y supervisado por los policías durante todo el juicio.
En su declaración, Watson asumió responsabilidades y quiso cargar, él solo, con todas las muertes. Dijo que Manson no había acuchillado a nadie, que quien había matado a los siete era él y que las chicas solo habían clavado sus cuchillos en los cuerpos de las víctimas cuando éstas ya estaban muertas. Como si eso pudiera cambiar algo.
Manson hizo su propio show. Primero apareció en el tribunal con una ‘X’, que más tarde convertiría en una esvástica, grabada en la frente. Otra vez debió ser retirado de la sala después de adoptar la postura de la crucifixión, inclinar la cabeza y extender los brazos, negándose a sentarse. También saltó de la mesa de la defensa hacia el estrado del juez Charles H. Older y le dijo: “En nombre de la justicia cristiana, alguien debería cortarle la cabeza”. También le pegó a su abogado y hasta fue capaz de amenazar con un “asesinato y derramamiento de sangre” si llegaba a ser condenado a muerte.
No volaba una mosca en la sala de la Corte de Los Ángeles cuando se escucharon los veredictos. Entonces, como si se tratara de tres parcas modernas, las chicas del clan Manson – odas vestidas con minifaldas- rompieron el silencio. “Acaban de juzgarse a ustedes mismos”, dijo Patricia Krenwinkel, de 23 años, mirando desafiante al jurado. “Más vale que cierren las puertas y vigilen a sus hijos”, la secundó Susan Atkins, alias “Sexy Sadie” –título de otra canción de The Beatles-, de 22. “Todo su sistema es un juego. Ustedes son estúpidos y ciegos y sus hijos se les volverán en contra”, cerró Leslie Van Houten, de apenas 21. Ni Manson y Tex Watson pronunciaron una palabra: se limitaron a clavar sus ojos en los miembros del jurado. Con eso les bastaba para intimidar.
Los cinco recibieron condenas a muerte, pero dos meses después del fallo la Corte Suprema de California abolió la pena letal en el Estado. Entonces, las penas de los cinco fueron reemplazadas por cadenas perpetuas.
Sin culpa ni arrepentimiento
La condena que recibió Charles Manson le daba la posibilidad de, pasados 25 años, solicitar la libertad condicional. No hizo ningún mérito para obtenerla, aunque la pidió en varias ocasiones. Durante su sexto intento, en 1986, se describió a sí mismo en una audiencia como un “animal enjaulado y vicioso” al que no le gustaba leer y que prefería pasar el tiempo haciendo muñecas en su celda. Una presentación muy poco adecuada para alguien que pretende salir y volver a la calle.
Un informe del Departamento de Corrección y Rehabilitación de California lo describe como “un recluso no arrepentido e incorregible que mostró frecuentes problemas de comportamiento”. Allí se señala que cometió más de 100 violaciones de las normas desde su encarcelamiento en 1971 y recibió castigos disciplinarios por “por agresión, posesión repetida de un arma, amenazas al personal y posesión de un teléfono celular”, entre otras causas. “Basta decir que no se lo puede describir como un prisionero modelo”, respondió Terry Thornton, vocera del departamento penitenciario, consultada por Los Angeles Times en noviembre de 2017, luego de que se conociera la noticia de su muerte.
También se supo que la pasó mal en algunas ocasiones. El 25 de septiembre de 1984, Jan Holmstron, un parricida convicto, trató de quemarlo vivo rociándolo con solvente para pintura y prendiéndolo fuego. A pesar de sufrir quemaduras de segundo y tercer grado en el 20% de su cuerpo, se recuperó de las heridas.
Entre una cosa y otra, Manson seguía jactándose de sus crímenes, incluso después de proclamarse “ecologista” de una manera muy particular: era necesario matar personas para conseguir más aire. En la entrevista que publicó en Rolling Stone, Erik Hedegaard cuenta cómo le explicó su extravagante teoría: “La mayoría de las veces, (Manson) quiere hablar sobre el medio ambiente –'El final está cerca, chiquilín’, me dice– y sobre lo que se debería hacer al respecto. Una vez, cuando me estaba hablando de la conveniencia de matar para conseguir más aire, me dijo: ‘Si alguien es asesinado, ésa es la voluntad de Dios. Sin asesinatos, no hay futuro’”.
Ícono cultural
Con el correr de los años, Charles Mason se convirtió también en un personaje emblemático de la cultura estadounidense, al que se le han dedicado series, películas, libros y temas musicales.
El cantante Marilyn Manson utilizó el nombre de Marilyn Monroe y el apellido de Charles Manson para crear su nombre artístico. Además, en la canción “My Monkey”, utiliza algunos versos de “I’m a mechanical Man”, un tema que cantaba Charles Manson y utiliza grabaciones de su voz original. La banda de hardcore punk de Boston, Massachusetts, Negative FX, usó su imagen en la portada de un álbum, y The Ramones banalizó sus asesinatos en una canción: “Andá y arriesgate con ella, con una sola bala en el cilindro. Y en un momento de pasión tomá la gloria como Charles Manson (…) Voy a sonreír, me voy a reír, vas a tener un baño de sangre. Y en ese momento de pasión conseguí la gloria como Charles Manson”, dice la letra.
En materia de cine y series también existe una prolífica producción sobre su figura: “Helter Skelter”, “The Manson Family”, el capítulo de “Dexter” titulado Helter Skelter, el capítulo de “South Park” titulado “Merry Christmas, Charlie Manson”, la serie “Aquarius” o la comedia independiente “Manson Family Vacation”, además de documentales como “Manson” o “Life after Manson”, entre otras películas y series. Aparece también en el documental de Netflix “Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy”, debido a que en 1984 colaboró con el FBI brindando información para lo que en ese tiempo sería una base de datos de perfiles de asesinos en serie.
Emblema cultural o no, cuando murió esposado a la cama en un hospital de Bakersfield el 19 de noviembre de 2017, Charles Manson seguía sin mostrar ningún signo de arrepentimiento. “¿Qué hay de violento en apretar un gatillo? No hay violencia en eso. Hay una persona ahí, vos movés tu dedo, y ya no está más”, había dicho unas semanas antes, en la última entrevista que dio antes de irse de un mundo que dejó manchado de sangre.