“Saltar al vacío” son tres palabras que solemos usar como metáfora cuando vamos a dar un paso que implica riesgos. Pero en este caso los saltos vertiginosos eran parte de la profesión que había escogido Victoria Cilliers. Ella se arrojaba al aire siempre después de una meticulosa revisión y de los chequeos que aplican con rigor los instructores militares que practican paracaidismo. Solo que esa fría tarde de primavera, a 1200 metros de altura, algo salió muy pero muy mal.
En caída libre
Era domingo de Pascuas, 5 de abril de 2015, cuando la experimentada instructora de paracaidismo y parte del ejército británico, Victoria Cilliers (39), aceptó el salto de regalo que su marido el sargento Emile Cilliers (35) le había hecho. Él quería que ella volviera a practicar lo que tanto le gustaba luego del nacimiento de Benjamin “Ben”, el segundo hijo de la pareja, ocurrido cinco semanas antes. Era una celebración. Victoria al principio dudó si debía hacerlo, pero para no desilusionar a su esposo avanzó. Como pareja venían desbarrancando y pensó que debía agradecer el regalo, complacerlo y llevar a cabo lo que a ella tanto la apasionaba. Ese domingo él se quedó al cuidado de los pequeños y ella se dirigió hasta el aeródromo de Netheravon, sede de la Asociación Británica de Paracaidistas. El plan lo había organizado Emile: ella saltaría junto a otros paracaidistas. Lo habían intentado hacer juntos el día anterior pero el clima no lo había permitido. A pesar de ser veterana en la materia y tener miles de saltos a cuestas, después de un año sin practicar, el ejercicio le provocaba un poco de ansiedad. Por el clima adverso no subirían hasta los 4000 metros habituales, saltarían desde 1200 metros de altura. Sería un salto corto y rápido, debido a las condiciones metereológicas. Saltaron primero los otros once del grupo. Antes que ella lo hizo un joven llamado James. Eran pasadas las cuatro de la tarde. Ahora le tocaba a ella. Se paró en el borde del Cessna y se lanzó al vacío. Sintió el aire frío arañando su cara y contó los tres segundos que se deben esperar para abrir el paracaídas a esa baja altura. Tiró cuando correspondía para abrirlo, pero este no se desplegó. Algo pasaba, no funcionaba. Enseguida observó que las cuerdas estaban retorcidas y que ella bajaba girando como en espiral. Su compañero que se había lanzado antes vio lo que ocurría, ella parecía una muñeca de trapo. Victoria estaba entrenada para dar el paso siguiente: deshacerse con rapidez de ese paracaídas principal inútil cortando las sogas y recurrió al de reserva. La bolsa salió de su arnés, pero tampoco este abrió del todo, solo lo hizo parcialmente. Continuaba en vertiginoso descenso. Un golpe a cien kilómetros por hora era una muerte segura. Sabía perfectamente que la situación era dramática, pero no pensó en la muerte. Su compañero la observó pasar a su lado haciendo esfuerzos para que sus piernas no la dejaran cabeza abajo. Victoria intentaba disminuir su velocidad de caída, estaba enfocada en sobrevivir.
El impacto sería inevitable y se preparó para ello.
A las 4:27 golpeó el suelo y perdió la consciencia.
Los que la vieron estrellarse pensaron que había muerto de manera inmediata. No podía ser de otra manera.
Los servicios de emergencias fueron hasta el lugar con una de las típicas bolsas que se usan para trasladar cadáveres.
Increíblemente, cuando llegaron a donde había caído, ella respiraba y parecía estar recobrando la conciencia. Había tenido la suerte de aterrizar sobre un campo arado, sobre los surcos de tierra húmeda que le habían hecho de colchón. Victoria intentaba pensar y chequeó mentalmente si podía sentir sus brazos y sus piernas. Podía hacerlo. No se le había seccionado la médula espinal. No sentía ningún dolor, seguramente fuera la adrenalina que la recorría.
Poco después, en el hospital, conocería la seriedad de sus heridas: se había quebrado la columna en cuatro partes, tenía fracturadas casi todas sus costillas y la pelvis. Además, su pulmón derecho había colapsado por una hemorragia interna.
Para la sorpresa y el alivio de casi todos, Victoria Cilliers había sobrevivido a un salto de vértigo sin ningún paracaídas que amortiguara la colisión. Una mano divina parecía haberla acunado.
Los paramédicos la pusieron con cuidado en una camilla especial y la retiraron con un helicóptero.
Lo primero que pensaron las autoridades era que ese prodigio había sido producto de una combinación afortunada: su bajo peso corporal y que los dueños de ese campo hubiesen removido la tierra para la siembra. Acto seguido vinieron sus múltiples cirugías y un larguísimo proceso de recuperación, pero Victoria estaba emocionada y muy agradecida por estar viva. A su lado tenía a su adorado Emile ayudándola.
Después de todo, la desgracia había culminado con un broche de oro: ella podría ver crecer a sus pequeños hijos.
Accidente o ¿intento de asesinato?
En la Asociación de Paracaidistas del Ejército revisaron inmediatamente el paracaídas principal y encontraron que las cuerdas estaban enredadas alrededor de lo que se denomina la campana. Jamás podría haberse desplegado. Era algo totalmente atípico. Cuando examinaron el segundo paracaídas detectaron algo más: faltaban dos piezas clave para su correcto funcionamiento. El de reserva había sido revisado por distintos técnicos en dieciséis oportunidades en los últimos meses. Había algo extraño en lo ocurrido con Victoria. De los 2,3 millones de saltos solamente en 2900 habían tenido que abrir el de reserva y había sido siempre con éxito. Jamás habían fallado ambos. La falla no era mecánica. No fueron ingenuos: estaban convencidos de que alguien había manipulado los artefactos con intención. Reportaron sus descubrimientos a la policía quien comenzó una pesquisa criminal. Irían a fondo. En esa investigación estaba incluido, por supuesto, todo el personal y el marido de la accidentada.
Cuatro semanas después de la caída, Victoria se estaba recuperando en su casa de las cirugías cuando la policía llegó a visitarla. Asumió que venían con los resultados del peritaje, para contarle dónde había estado la falla potencialmente mortal. Pero no, venían a comunicarle algo terrible: sus paracaídas habían sido saboteados intencionalmente. Fueron más lejos: le dijeron que sospechaban de su marido Emile Cilliers.
El shock fue tan importante que Victoria no pudo aceptar como cierto nada de lo que le dijeron. No podía ser, era solo un accidente. Su marido no era alguien capaz de algo así. Era imposible que él quisiera asesinarla, quitarle la madre a sus hijos. No lo dijo, pero lo pensó: no estaban bien como pareja, él podía engañarla o podría tener un amante, ¿pero matarla?, jamás.
La fisioterapeuta enamorada
Vayamos a la historia de la pareja Cilliers.
Victoria nació en Edimburgo, Escocia, en 1976 y estudió fisioterapia en la Universidad de Glasgow donde se recibió con honores. Menuda, de profundos ojos azules y piel de porcelana, era una joven comprometida con sus pasiones. Un tiempo después de recibirse se alistó en el ejército británido donde comenzó un rápido ascenso. Su sed de aventuras la orientó hacia el paracaidismo. Se convirtió en una experta instructora de paracaidistas de la Artillería Real. De hecho, una de sus mayores habilidades consistía en rescatar en el aire a los novatos cuando hacían malos saltos.
Por su parte, Emile Cilliers nació en Sudáfrica en 1980. Era el menor de tres hermanos de la pareja formada por Zaan y Stoltz Cilliers. Se mudó a Gran Bretaña a principios de los años 2000 y, en 2004, se unió al ejército británico. Con su primera esposa, Carly Taylor, tuvo dos hijas antes de divorciarse.
Fue esquiando, en el invierno de 2009, que Emile sufrió una lesión en una de sus rodillas. Concurrió a un centro de tratamiento en la base militar de Wiltshire para rehabilitarse. Ahí conoció a Victoria, quien tenía 34 años y ejercía como fisioterapeura. Los dos eran parte de la fuerza, ambos saltaban en paracaídas, tenían mucho en común por lo que se entendieron a la perfección. Ella venía de un matrimonio fallido; Emile le contó que estaba separado y tenía dos hijas. Carismático y conversador no demoró en conquistarla. El amor fue fulminante. “No sé de dónde salió Emile ese día, pero cuando lo vi fue como una bomba de amor”, reconoció Victoria años después, “Me prometió todo lo que yo buscaba y me sentí como en un cuento de hadas”.
Al tiempo de estar saliendo llegó la extravagante propuesta de casamiento: fue en el continente africano en medio de un santuario de guepardos. Hubo casamiento en 2011, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Luego viajaron para instalarse en la casa que Victoria había comprado con una herencia en Wiltshire, Gran Bretaña. Rápidamente llegaron los dos hijos de la pareja: en 2012 nació Abril y en 2015 llegó Ben. Para el momento de su segundo embarazo, Victoria ya sumaba 2654 saltos. Parecían una pareja envidiable que disfrutaba de la familia y de la adrenalina del trabajo, pero dentro de casa habían comenzado los problemas.
Mientras Victoria cursaba la gestación de su hijo menor, un día Emile desapareció durante varios días. Esgrimió un viaje por trabajo. Victoria no lo supo entonces pero, en realidad, él se había ido a esquiar a Austria con su amante Stefanie Goller. Victoria, demasiado atareada con su hija mayor, su panza y su trabajo, ya hacía tiempo que no practicaba paracaidismo. Las actitudes distantes de su marido la hicieron sospechar de que él podría tener un romance. Estaba desolada cuando descubrió algo más: él tenía otros dos hijos no declarados en Sudáfrica, llamados Celine y Trevor, con una ex novia de la adolescencia llamada Nicolene Shepherd. Que le ocultara hijos le pareció terrible. Pero, como dice ella hoy, “elegí escucharlo a él”. Emile mentía sin pausa y gastaba más dinero del normal. Con plata de Victoria compró una pecera de mil dólares. En otra oportunidad a ella le faltó dinero en su cuenta y él sostuvo que era un fraude bancario. Sin embargo, la investigación del banco determinó que el movimiento había sido desde el IP de la computadora familiar. Comenzaron las discusiones. Pero Emile ganó siempre. Pudo dominarla con sus artimañas y ella terminó convertida en una esposa sumisa que accedía a todo lo que él deseaba. Victoria aceptaba las decisiones de su marido porque temía las consecuencias por contradecirlo. Cualquier discusión terminaba con Victoria pidiendo perdón: temía que se fuera, que los abandonara. Emile desaparecía cuando quería y hasta volvió a tener relaciones con su ex Carly a espaldas de su esposa. Victoria se llevaba muy bien con ella al punto que varias veces dejó a sus hijos pequeños al cuidado de Carly. Ceguera total.
En esta relación tóxica se encontraban cuando Emile apareció con la idea de que ella saltara nuevamente. El sábado de resurrección (qué fecha), fueron en familia con Abril de 3 años y Ben, el recién nacido. Estarían todos para ver saltar a su mamá. Emile se ocupó del paracaídas de Victoria y entró al baño con su kit de salto donde estuvo durante varios minutos.
Finalmente, el tiempo no ayudó a que se realizara el vuelo, debieron suspenderlo. Saltarían al día siguiente, domingo de Pascua, con mejores condiciones metereológicas. Aquí ocurrió algo extraño para las costumbres del lugar: el kit de Victoria no quedó en el hangar sino en su locker. Emile diría luego que había sido para que a ella le resultara más fácil siguiente organizarse.
El domingo, Emile ya no iría con ella, se quedaría con los hijos de ambos. Victoria se dirigió sola hacia Netheravon y al llegar le escribió un mensaje de texto a Emile. Le contó que el clima estaba mal de nuevo y que estaba tentada de volver a su casa para comer los huevos de chocolate. Él le respondió y le dijo que siguiera adelante con lo planeado y le sugirió esperar a que el clima mejorara para hacerlo. Victoria no podía creer, por primera vez en mucho tiempo, Emile la mimaba, le prestaba atención y se quedaba al cuidado de los chicos.
Arrogancia, romances y otras yerbas
En los días posteriores a la caída de Victoria, una amiga suya fue a la policía: quería contar algunos problemas que el matrimonio había atravesado y que ella misma había conversado con su amiga herida. Esto alentó a la policía a investigar más todavía.
Los agentes arrestaron a Emile bajo la sospecha de que había intentado asesinar a su esposa. Lo llevaron a declarar. Emile no demostró ninguna reacción, solo se quejó por el hecho de que lo detuvieran frente a sus subordinados. Evidentemente, su imagen era algo que le preocupaba mucho. Lo interrogaron durante seis horas. Se mostró seguro, arrogante, manipulador. Habló de todo sin que nadie siquiera le preguntara. Demasiado. Contó que con su mujer tenían poco sexo, solo dos veces a la semana, y que él mantenía relaciones por fuera del matrimonio. Hasta habló de un romance con una instructora de paracaidismo austríaca llamada Stefanie Goller, a quien había conocido por la plataforma Tinder. Agregó que esa relación se había vuelto más seria con el tiempo. También se enteraron de que tenía deudas y problemas con préstamos. Hubo más: la policía encontró que había una póliza de seguro por si moría Victoria que lo tenía como beneficiario. El seguro contratado era de unos 155.000 dólares. Emile les había puesto en bandeja el móvil para intentar el crimen: la desaparición de Victoria lo dejaría libre y con dinero y él podría avanzar en su romance con Stefanie. Pero los detectives no tenían pruebas certeras que lo relacionaran con lo ocurrido en el fallido salto de Victoria. Tuvieron que liberarlo bajo fianza, pero lo hicieron con la promesa de que no volvería a la casa en la que vivía con su mujer y sus hijos.
Victoria reaccionó furiosa. Estaba con un cuello metálico, operada por todos lados, con un bebé de meses y una hija de 3 años. No entendía por qué no dejaban a su marido volver a casa cuando ella lo necesitaba tanto.
Repensar el pasado: el gas y un regalo
Victoria enamoradísima seguía negándose a ver la realidad. La policía decidió dar un paso más para intentar convencerla de que colaborara: le mostró parte del interrogatorio grabado en la comisaría donde su marido confesaba las repetidas infidelidades. También le enseñaron sus mensajes donde le decía a su amante que haría cualquier cosa por ella y que hasta dejaría a su mujer. Por ellos se enteró de que Emile le había dicho a Stefanie que Ben no era su hijo y que Victoria lo había engañado. Las mentiras eran humillantes. Además, su marido había mantenido infinitas relaciones, sexo sin protección con prostitutas, incluso mientras ella estaba internada en terapia recuperándose del “accidente casi mortal” y visitaba portales de Internet de intercambio de parejas.
Victoria lloró ante la policía desconsolada con cada dato que le dieron. Pero se vio obligada a repensar los hechos, una y otra vez. Decidió que tenía que revelarles a los agentes algunas cosas.
Una había ocurrido solamente seis días antes del salto al vacío con los paracaídas mutilados. La mañana del 30 de marzo de 2015, después de que Emile se fuera a trabajar, ella había bajado a la cocina de su casa para buscar un vaso de leche y había sentido un fortísimo olor a gas. Era una pérdida grande que podría haber hecho volar la casa entera por el aire, con ella y sus pequeños hijos dentro. Fue a mirar las válvulas y vio que una mancha de sangre. Le envió un mensaje de texto a Emile a las 9:32 con tono de broma: “Dejaste la válvula de gas abierta de la cocina. ¿Estás tratando de matarme?”. Emile respondió a las 9:33: “Nop, ¡qué raro! ¿El horno está funcionando todavía?”. Emile (quien en realidad no había ido al trabajo sino a ver a su amante) le aseguró que él no había tocado la válvula de gas de la cocina.
Con todos los hechos que le habían mostrado ahora los detectives, entendía que ese hecho podría haber sido a propósito. Los detectives lo consideraron sumamente preocupante y mandaron a peritar las válvulas de las tuberías.
Victoria también aportó otro recuerdo crucial: la tarde anterior al accidente Emile había estado en el baño del centro de paracaidismo con su equipo de salto durante unos diez minutos. Ellos pensaron rápidamente: él había tenido la oportunidad de alterarlo en ese baño. Estaba clarísimo.
Algo más surgió de revisar su pasado. Un tiempo antes había sucedido algo que la había hecho sentir incómoda: unos amigos de la pareja la habían confrontado para decirle que Emile le había mandado mensajes inapropiados a su hija de 16 años. Eso se sumó a que ella había encontrado algunos mensajes de un club sexual en la computadora familiar.
Victoria estaba convencida de que él tenía un romance y se sentía inmersa en un espiral turbulento del que no podía salir. Por si fuera poco, estaban los celos profesionales no expresados de Emile. A Victoria, en esos años luego de casarse y a pesar de la maternidad, la habían ascendido varias veces. Emile creía que el éxito de su esposa lo perjudicaba porque devaluaba su imagen ante el resto.
Fue en medio de esa lucha por intentar recuperar su matrimonio y que no se fuera todo al demonio que ella aceptó la invitación de Emile para saltar en paracaídas. En el marco de la reconciliación con la que soñaba para su pareja, ese domingo de Pascuas, Victoria se dispuso a aceptar el regalo de su esposo. Estaba enamorada y decidida a salvar su matrimonio: “Había llegado al punto en que sentía que podía no estar todo perdido. ¡Él quería hacer algo juntos!”.
Victoria no podía leer el futuro, pero ese sería un salto definitivo que cambiaría su historia para siempre.
Culpable de todo
La policía siguió investigando para intentar construir un caso sólido contra Emile Cilliers. Viajaron a entrevistar a su primera novia en Sudáfrica: Nicolene Shepherd. Ella les contó que habían estado juntos durante siete años -desde que ella tenía 13 años y él 16- y habían tenido dos hijos. Había sido encantador, pero al mismo tiempo se había revelado como un mentiroso compulsivo que mantenía varias amantes al mismo tiempo. Se había marchado a Gran Bretaña para buscar trabajo y con la promesa de volver, pero no regresó. Nicolene terminó enterándose de que él se había casado con otra mujer y había formado una nueva familia. Para ella y sus hijos fue una sensación de abandono devastadora: había desaparecido sin decirles una palabra. Simplemente se había borrado de sus vidas.
Nicolene, Carly, Victoria, Stefanie… las mujeres siempre elegían creerle. Y Emile las manejaba a su antojo.
Con la información recolectada la policía lo llevó nuevamente a declarar. Tenían muchas cosas más para preguntarle. Volvieron con el tema de Stefanie Goller con quien ya no salía. Tenían además un registro de unos 32 mil mensajes de WhatsApp entre él y Stefanie a lo largo de dos años. En ellos quedaban claras varias cosas: hacía tiempo que él tenía ganas de liberarse de su esposa y no solo hablaba con su amante, sino que tambien hablaba con otras mujeres que ejercían la prostitución. No era fiel a nadie, solo a su deseo. También se enteraron de que Emile había pertenecido a un club swinger del que había sido echado por quebrar las reglas. No quería leyes impuestas, quería jugar a su manera.
Cinco meses después del aterrizaje con vida de Victoria, las tuberías de gas hablaron: los peritos entendieron que habían sido abiertas de manera forzada con una llave inglesa que había dejado marcas que eran como huellas digitales. Tenían una prueba. Por fin, algo concreto. Decidieron ir a buscarlo para una tercera declaración.
La justicia creyó que ahora la policía tenía suficiente evidencia para llevar a juicio a Emile Cilliers por dos intentos de asesinato: con la pérdida de gas y con el sabotaje a los paracaídas. Emile se declaró no culpable y acudió a las audiencias impecable: de traje con chaleco y con corbata. Se mostró confiado. Sabía que podía ser persuasivo. Se creía capaz de conquistar al jurado y se mostraba como un soldado confiable y ejemplar.
En octubre de 2017, Victoria declaró y sorprendió a todos con sus expresiones en el estrado: se desdijo de muchas cosas que había declarado ante la policía. Se había equivocado al deshacerse del paracaídas principal; las cañerías de gas las había tocado ella… Estaba siendo manipulada de alguna manera por su marido e intentaba salvarlo de la cárcel.
El juicio quedó en la nada porque el jurado anunció que no podía llegar a un veredicto. Para los investigadores fue un balde de agua helada. El 23 de noviembre de 2017 Emile salió en libertad.
Pero los fiscales estaban determinados a no dejarlo escapar. Entendían lo que había pasado y pensaron que la solución era llevarlo rápidamente hacia un nuevo juicio.
En mayo de 2018 fue nuevamente acusado de los dos intentos de homicidio contra su esposa. Esta vez le mostraron al jurado los miles de mensajes que el acusado había enviado a otras mujeres y a prostitutas, incluso mientras Victoria estaba internada recuperándose de sus heridas. Eso demostraba lo poco que ella le importaba. Y destacaron el peor mensaje de todos: días antes del salto de su mujer había buscado en Internet una persona que pudiera amamantar a bebés recién nacidos. Era revelador de sus intenciones. También sacaron a relucir más información financiera: el acusado había gastado el dinero de Victoria de manera extravagante. Estaba claro que ella seguía bajo la perniciosa influencia de Emile. Un perito médico que observó el caso dijo que él presentaba rasgos propios de un psicópata: su interés por los deportes de riesgo extremo, su falta de remordimientos, sus excesos y su falta de empatía son comportamientos atribuibles a una psicopatía. Otros, lo definieron como un sociópata narcisista. Seguramente Emile iba a seguir probando cómo matar a Victoria hasta que lo consiguiera.
Después de seis semanas de juicio y luego de tres días de deliberaciones, el jurado llegó a una conclusión unánime: culpable.
Esta vez, Emile Cilliers fue sentenciado a perpetua. Tendría que cumplir con un mínimo de 18 años tras las rejas antes de poder solicitar la libertad condicional. En la actualidad se encuentra en la prisión HM Dovegate en Staffordshire.
El juez no dudó en decirle que lo consideraba una persona insensible que no se había detenido para conseguir lo que deseaba y remarcó que no había demostrado ningún remordimiento.
Victoria seguía sin estar ciento por ciento convencida. A pesar del veredicto, continuó yendo a visitarlo a la cárcel durante ocho semanas: “Quería verlo unas veces más, para acomodar mi cabeza. Pero me di cuenta de que él quería que fuera con mayor regularidad. En un punto sentí que estaba por atraparme de nuevo. Un año después me decidí y dije: es suficiente, quiero el divorcio. No quería contactarme más con él. Quería seguir con mi vida. Pero él no quería firmar los papeles de divorcio. Decía que necesitaba más tiempo para discutir la viabilidad de seguir casados”.
El homicida era un mentiroso patológico que apostaba a convencerla y ella continuaba siendo su víctima perfecta. Para el momento de la condena Victoria continuaba viviendo con sus hijos, Abril de 9 y Ben de 5, en la casa adosada familiar de ladrillos rojos, en Amesbury, donde había transcurrido todo su matrimonio. Lo que era peor: todavía llevaba su apellido. “Quería ser capaz de mudarme de esa casa, de resetear mi vida, por ahí en otro país, pero seguía en la misma vivienda, donde estaban los recuerdos de él en cada rincón, en los colores, en las cortinas, en los muebles que habíamos elegido juntos. Había intentado cambiar un poco la casa y tirado muchas cosas. Fotos incluso que él me había dado. Empecé el proceso de volverme fuerte, pero él todavía tenía el control (...) Él hacía lo posible para procrastinar todo (...) Decía que quería apelar, no la sentencia pero sí el tiempo de la pena. Yo tenía aprensión. Si él lograba recortarla y ser liberado…”.
Pero algo cambió con la condena: ella había empezado a pensar que podía ser verdad que su esposo hubiera querido deshacerse de ella. Había empezado a ver el infierno que la rodeaba. Lo peor fue tener que asumir que él también había puesto en riesgo la vida de sus hijos.
Televisión, libros y preguntas
En 2018 se emitió una película documental de All3Media llamada The parachute murder plot (El complot del paracaídas). Victoria no quiso participar en ella.
Había amado tantísimo a su marido que le llevó mucho años ver con claridad su costado oscuro, descubrir cómo él la había manipulado aniquilando su autoestima y tejiendo una patológica red de mentiras a su alrededor. Victoria es pequeña, parece frágil pero no lo es. Con el tiempo pudo convertir su vulnerabilidad en fortaleza. Pasado lo peor de la recuperación física y liberada de la cárcel de la incredulidad, escribió un libro autobiográfico al que tituló Yo sobreviví. Hoy reconoce que él “tiene algo diabólico en su psiquis”. Una periodista le preguntó si ella creía que Emile amaba a sus hijos: “No lo sé. Quisiera creer que los ama. Espero que lo haga”. Al Daily Mail le contó que no había tirado todas las fotos y que había seleccionado algunas para que sus hijos las tuvieran de recuerdo porque “no quiero que ellos crezcan con rabia. Quiero mantener una casa feliz sin odio ni negatividad. No quiero volverme una amarga”. También dijo que a los chicos les contó solamente lo que pidieron saber. Cuando Abril le preguntó qué había pasado ella le dijo que él “había intentado lastimar a mamá” y que estaba en prisión porque había hecho algo malo. Sostiene que Ben casi no tiene recuerdos de su padre. Quizá con el tiempo, reflexiona, ellos pidan más respuestas: “Veremos cuando eso ocurra”, se dice con pragmatismo. También cuenta en esa nota que ella nunca volverá a compartir una cuenta de banco con nadie y que a sus hijos les permite ver a sus abuelos paternos porque “es gente decente que no hizo nada malo, aunque ellos todavía crean que es inocente”. Relata que no puede pasar mucho tiempo sentada porque le duele la pelvis y que le hubiera gustado tener más hijos pero que ya está “vieja para eso”.
Volver a creer en el amor
Hoy Victoria tiene 48 años, lleva una barra metálica en la espalda y un montón de tornillos dispersos por su esqueleto. Es capitana del ejército y trabaja como fisioterapeuta para el Ministerio de Defensa británico. Ya aceptó la idea de que fue traicionada de la peor manera.
El mismo año en que su ex fue condenado comenzó a salir con Simon Goodman (los apellidos suelen parecer proféticos y el de Simon quiere decir Buen Hombre). Es un ex integrante de la marina real, donde se desempeñó durante treinta años, que también practicó paracaidismo y, además, es paramédico. Simon es tranquilo y un poco parco. Lo opuesto a Emile. Pero con su presencia férrea logró devolverle a Victoria la fe en el amor. Es que él no es un tipo cualquiera, es uno de los que estaba presente ese día fatal en el club de paracaidismo cuando su ex marido la envió a su salto mortal. Y fue testigo en el juicio contra Emile Cilliers.
El 19 de octubre de 2024 Simon Goodman y Victoria se casaron. Para él, de 53 años, es su primer matrimonio. Lograr los papeles no fue tarea fácil porque, desde la cárcel, Emile intentó seguir manipulando la vida de Victoria y se negó durante mucho tiempo a firmar los papeles de divorcio.
Victoria asegura que estar con una persona que presenció lo que atravesó es esencial para ella: “Es un alivio estar con alguien a quien no le tengo que explicar nada”. El día de la boda Victoria concurrió al registro civil vestida de blanco y con un dije en el cuello con forma de corazón. Dijo: Simon es “mi roca”.
Esta vez el amor y la vida vencieron al mal y le dieron a este caso el mejor final posible.