James Cameron puede ser definido como un visionario. Se ha adelantado en su tiempo en la manera de contar las historias, de lograr que Hollywood expandiera sus límites, en desarrollar y aprovechar adelantos tecnológicos para narrar visualmente lo que alguna vez soñó e imaginó. Pero no todo lo vio con anticipación: mientras buscaba protagonista, el productor le propuso un nombre para que encarnara a Terminator. Cameron desechó la idea de inmediato. Argumentó que nadie iba a creer que ese hombre tenía instinto asesino, que era alguien que podía matar a sangre fría e indiscriminadamente, era demasiado agradable y simpático para que el público lo creyera. Ese hombre rechazado por James Cameron fue O.J. Simpson.
Esta historia que circuló más como rumor, como simpática e improbable leyenda durante años, fue confirmada por James Cameron en una entrevista que dio a Entertainment Weekly hace una década cuando la revista publicó una historia sobre la filmación de Terminator. Simpson fue un jugador de futbol americano que fue acusado de asesinar a su esposa en 1994. El juicio fue seguido por millones de personas y fue el deportista que había incursionado en el cine fue declarado inocente. Estuvo preso por otro caso. Murió de cáncer en abril pasado a los 76 años.
Todo nació con un sueño. Casi una alucinación producto de la fiebre alta. Una noche estando en Roma, en una pensión de mala muerte, mientras lo asediaban las pesadillas porque había sido expulsado de su primer trabajo como director, James Cameron soñó con un torso metálico que se erigía entre las llamas y que salía caminado de ese paisaje de fuego. Esa imagen fue el comienzo de todo.
Al volver a Los Ángeles le contó la idea y le mostró unos primeros apuntes a Gale Anne Hurd (ella luego se convertiría en la primera esposa de Cameron), que como él trabajaba en la productora de Roger Corman. Escribieron un guion con bastante velocidad. Pretendía ser una película más de ciencia ficción de clase B. Sus ambiciones eran módicas, realistas. A los que lo leían les gustaba. Les parecía original, repleto de ideas atractivas. Pero Cameron sólo lo vendía con una condición: que lo dejaran dirigir la película.
James Cameron tenía un problema peor que el de la falta de experiencia. Era que su escasísima experiencia, es decir el único trabajo que podía acreditar como director, para la industria había sido un desastre. Dirigió Piraña 2 y fue echado de su puesto al finalizar la primera semana de rodaje. De esa manera se hacía difícil confiar en él. Nadie a esa altura podía adivinar que él dirigiría varias de las películas más taquilleras de la historia como Titanic y las dos entregas de Avatar.
La solución fue vender el guion por un dólar a Barbara Doyle de Orion. Fue el guion más barato de la historia de Hollywood. Pero con el compromiso de que él sería el director.
Cameron y Gale Anne Hurd habían pensado hacer un rodaje rápido en las calles de Los Ángeles y luego poner en práctica los conocimientos de James en efectos especiales. Era lo que estaban acostumbrados a hacer. Trabajaban con Roger Corman así que sabían de filmaciones veloces, baratas y que aprovecharan hasta el último recurso. Habían sido criados con esos valores cinematográficos.
El presidente de Orion aceptó producir la película y poner al frente a Cameron pero exigió que el protagonista fuera una estrella, necesitaba un gran nombre para impulsar la película. En aquel momento fue cuando propuso que O.J. Simpson fuera Terminator.
En la historia original habías dos Terminators. Uno era de metal líquido. A esta altura sabemos que ese quedó relegado para la segunda entrega. Cameron lo eliminó de la historia original porque quedaría mal en pantalla, todavía no existía la tecnología que pudiera reproducir la idea de manera adecuada y verosímil en el filme.
Ni Cameron quería a Schwarzenegger ni Arnold deseaba el papel de Terminator. El primer encuentro entre ambos se dio por obligación. Mike Medavoy, el director del estudio, propuso a Arnold que estaba por filmar la segunda entrega de Conan. Su fama, hasta el momento provenía de ser campeón de fisicoculturismo, de promover esa actividad y de su participación estelar en el documental Pumping Iron y de Conan, el Bárbaro. Cameron sabía que debía condescender al encuentro aunque no le gustara el actor. Quería alguien que generara más empatía con el espectador, más frágil y, por supuesto, que hablara un inglés fluido e inteligible (Arnold todavía tenía un marcado acento). Hipotéticamente le propondría el papel de Kylee Reese, pero en algún momento de la reunión el director provocaría una discusión, una pelea para tener una excusa para no contratar a Arnold.
Pero en ese almuerzo, Cameron se sorprendió con el actor, con su vitalidad, con las ideas que tenía sobre la película, con su mirada apasionada. El almuerzo no sólo no terminó con un incidente ficticio provocado por el director, sino que se extendió varias horas más de lo previsto. Al regresar a la oficina Cameron quería que Schwarzenegger trabajara en su película pero no como Reese (lo encarnaría Michael Biehn) sino que su personaje fuera Terminator. Tenía la cara perfecta, el porte imponente, los movimientos maquinales, un aura que lo alejaba algo de lo humano y ese tono metálico al hablar. La única desventaja que le veía era que el Terminator original se infiltraba en un tiempo que no era el suyo –llegaba desde 2029- y debía pasar inadvertido. Y Arnold llamaba la atención donde fuera, era imposible que alguien no notara su presencia.
Cuando le llevaron la propuesta a Arnold este la desechó. No quería saber nada con el papel. Por un lado porque Terminator sólo dice 17 líneas en toda la película, casi no habla: Schwarzenegger se convirtió en una súper estrella apenas hablando en pantalla. En Conan tenía menos de veinte líneas. Desde la época del cine mudo no ocurría que alguien con tan pocos parlamentos fuera determinante en la taquilla.
Otro motivo por el que no le gustaba el papel era que imaginaba la construcción de su carrera de otra manera y hacer de villano, creía, no le haría ganar el cariño del público. Sostenía que las grandes estrellas son queridas por el público y que esa máquina asesina era imposible de amar.
Sus problemas de dicción (que en Conan hicieron que tuviera un coach vocal y que John Millius reescribiera buena parte del guion para simplificar sus parlamentos) quedaron al desnudo en la escena en que aparece la gran línea, la cita indeleble de la película: Terminator debía decir (dice) I’ll be back (Regresaré). Pero para Arnold se convirtió en una especie de trabalenguas. La toma se repitió decenas de veces. Alguien le sugirió a Cameron adaptar la frase, modificarla para que Arnold la dijera con mayor naturalidad. El director persistió hasta que lo consiguió. A lo largo de su carrera se volvió un latiguillo de Schwarzenegger que repitió de modo irónico en varias de sus películas.
Lo cierto es que el actor no confiaba demasiado en las posibilidades de Terminator. Mientras filmaba la segunda parte de Conan, cuando alguien le propuso un nuevo proyecto, dijo que primera tenía que “terminar esa basura para la que me comprometí”. Consideraba la película tan intrascendente que estaba convencido de que un mal desempeño en taquilla o críticas unánimes en contra no afectarían su incipiente carrera porque nadie le prestaría atención a esa historia futurista.
Linda Hamilton tampoco se sintió ni demasiado halagada ni afortunada cuando fue elegida para interpretar a Sarah Connor. Lo veía tan solo como un vehículo para permanecer en el ambiente, para esperar a que llegara una oportunidad real de mostrar su talento. Una película menor y de género no era lo que ella anhelaba. Había egresado del Actor´s Studio y como varios de los salidos de la escuela de Lee Strasberg pretendía interpretar papeles shakespereanos o participar en esas películas épicas que dirigían los grandes directores.
Tal vez fue por las bajas expectativas de casi todos los involucrados, tal vez porque la química de la combinación –casi mágica- de las distintas personalidades empezó a hacer efecto, tal vez porque Cameron les transmitió su visión, su obsesión, pero en medio del rodaje los actores se dieron cuenta de que lo que estaban haciendo valía la pena y que podía ser mucho más que una olvidable película de género que fuera directo a video.
“Los temas de Terminator son los temas que me han preocupado desde que estaba en la secundaria y los que traté en el resto de mis películas. Visiones apocalípticas, las relaciones de amor-odio con la tecnología, nuestra tendencia como especie a movernos hacia zonas que pueden autodestruirnos, la importancia del amor y una fe última en la especie humana”, dijo hace poco James Cameron.
Se comenzó a filmar en marzo de 1984. Cuarenta y cinco días de rodaje. Medio año después llegó a las salas. La mayoría de las jornadas de filmación fueron nocturnas. El equipo de locaciones recorrió Los Ángeles buscando calles desiertas y en las que la iluminación sirviera porque el presupuesto para trasladar equipos de iluminación era nulo. Jornadas rápidas y aprovechando lo que había: aquello que habían aprendido al lado de Roger Corman. De todas maneras, siempre se impuso la visión de Cameron. Él veía la película con tintes metálicos y oscuros. Cada plano lleva su firma.
Para la escena final, Cameron con su pareja fueron a filmar a un lugar muy alejado. Sarah Connor se va con su auto. Al volante no estaba Linda Hamilton ya ocupada en otro rodaje, el perro tampoco era el mismo. Ellos dos, la doble y dos técnicos filmaron esa escena célebre. Luego le agregaron montañas y nubes en postproducción. En medio de una de las tomas un patrullero se acercó y les pidió el permiso de filmación amenazándolos con decomisar los equipos. Rápidos de reflejos Cameron y su pareja dijeron que eran estudiantes de cine de la UCLA y estaban haciendo un trabajo práctico. El policía ordenó que sacaran la cámara de la ruta y se apiadó de ellos.
Pero para que todo cuajara faltaba algo fundamental. Los efectos especiales debían funcionar, debían dotar a la historia de la verosimilitud y el impacto que las escenas requerían al momento de ser escritas. Después de mucho trabajo, investigación e ingenio, aunque sin demasiado presupuesto, los efectos hicieron dar un paso adelante a la industria. Estaban adelantados a su tiempo. Casi todos fueron hechos en cámara, sólo para unos pocos se utilizó stop motion. Hicieron varias figuras de tamaño natural de Schwarzenegger para crear el endoesqueleto. Eso que llevó tanto trabajo, hoy se resuelve con cromas y un programa de computación. Cameron ha reconocido en entrevistas recientes que ciertas partes de la película vistas en la actualidad le dan algo de vergüenza pero que otras se mantienen muy bien.
Una vez resueltos los efectos, el montaje también fue veloz. Cuando hicieron la primera pasada a los ejecutivos de Orion, apenas se prendieron las luces de la sala, un silencio pesado dominó la escena. El jefe del estudio sin mirar ni a Cameron ni al productor del proyecto dijo: “Terminaron haciendo lo que yo temía: una exploitation al estilo de Corman”. Y sin decir más dejó el lugar. Orion había estrenado Amadeus un mes antes y se vislumbraba como favorita para los Oscars. Según su jefe, Terminator desperfilaba al estudio.
El director se llevó otra gran desilusión: cuando Terminator dice I’ll Be Back los que estaban en la sala rieron con ganas. Cameron primero se sorprendió y luego se convenció de que eso condenaría a la película (todas las audiencias posteriores tuvieron la misma reacción).
El desempeño tras el estreno sorprendió a la gran mayoría. Terminator lideró las recaudaciones durante las dos primeras semanas de exhibición. La estrategia de lanzamiento fue inteligente. Muchos cines, pocos críticos: hicieron escasas funciones para prensa temiendo que las reseñas fueron muy malas, que se impusieran los prejuicios. Pero los especialistas dieron una muy buena recepción. Los productores eligieron una buena fecha, el 26 de octubre de 1984, hace cuarenta años, ubicada en esa meseta entre el fin de las vacaciones y principios de diciembre (momento en que se estrenan los tanques y las que son candidatas en la temporadas de premios). Lo que demuestra que los contendientes elegidos no eran memorables ni de mucho peso es que fue desbancada de la cima por una olvidada comedia con George Burns.
Terminator recaudó más de 80 millones de dólares alrededor del mundo. Un muy buen número para un proyecto que costó 6.5 millones. Aunque el dato más relevante se dio al año siguiente: en 1985 fue la película más alquilada en los videoclubes norteamericanos. Eso sentó las bases del éxito posterior de la franquicia, una saga que tendría cinco entregas, serie de televisión, juegos y merchandising, recaudaría miles de millones de dólares y haría historia en Hollywood. James Cameron sólo dirigió, siete años después, la segunda, llamada T2: Judgement Day.
Como si eso fuera poco, Terminator significó el despegue definitivo de dos figuras fundamentales de Hollywood del último medio siglo: Arnold Schwarzenegger y James Cameron. Y cambió el cine de acción para siempre.